Como cada mañana he salido a pasar por la playa, es mi mejor momento del día, reconecto mente y cuerpo, me desintoxico de todo el stress, todo está en calma, un silencio que solo interrumpen las olas y la suave brisa que sopla de Poniente.
Voy mirando al horizonte, está ameciendo y los colores son un deleite para la vista, ante este maravilloso espectáculo, voy tan absorto, que sin darme cuenta he tropezado con algo, me he caído en la arena, y al levantarme he notado un escalofrío, que me recorre la espalda. siento las manos pesadas pegajosas, al mirarlas veo que estan llenas de un líquido oscuro, como si fuera alquitrán, no puedo quitarlo, y me sube por los brazos, es como si tuviera vida, me sube hasta la cara. Ahora, ahora, ¡Dios Mío! soy una mancha negra y viscosa.
Se me nubla la vista, todo está oscuro, solo oigo gritos de gente, que me llaman a mi, sollozando...
- ¡Capitán, salvenos el barco se ha escorado, nos hundimos!- Pero no puedo moverme, esa cosa oscura y pegajosa no me deja avanzar ni hablar, vuelve a pasar, como aquel día, ese 31 de Octubre de 1920, que náufrago nuestro barco.
De repente, siento su mano en mi hombro, es mi esposa, Linda, su olor a lavanda me tranquiliza, me dice -Vamos Jack, no fue tu culpa, fue inevitable chocar, no te atormentes-
- ¡Pero Linda, yo sé que si pude evitarlo, todo fue culpa de esa maldita cosa negra!
Linda me dice al oído, con dulzura...
- ¡Jack, no habia nada, era solo tu miedo, eso te paralizó. Anda cariño, vámonos, viene gente y está ya amaneciendo, hay que irse de la playa, aunque la gente no pueda vernos, me resulta triste pasear entre ellos, los ahogados no caminamos entre los vivos y menos aún al Alba.
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