Loki Laufeyson lo ha tenido todo en esta vida, dinero, amor y belleza. Hijo de una familia temida y respetada en el bajo mundo criminal, su estilo de vida como hijo único y, más aún, como Omega Premium del Clan Jötnar, ha sido un mar de ensueño.
«Lo mejor para el hijo del señor Laufey».
Decían siempre a su alrededor.
«Lo más caro, lo más fino, lo más dulce».
Ofrecían todos ante sus ojos.
«Inclínense ante el hijo único del señor Laufey».
Anunciaban, justo antes de hacer reverencias a su paso.
Su belleza y su delicioso aroma llamativo, mezcla de manzana fresca con una pizca de vainilla, le precedían en cualquier lugar en el que se atrevieran a pronunciar su nombre.
Loki sonreía fugazmente, daba un leve asentimiento para corresponder las sentidas reverencias, caminaba lento rodeado de su escolta personal, lucía su elegante traje, su fino reloj con incrustaciones de esmeraldas brillantes, sus labios de cereza y su piel pálida, inmaculada, celestial y sublime.
Los que osaban mirarle fijamente quedaban inmediatamente fascinados, casi paralizados. Soñaban con posar una sola caricia en su frágil mejilla, un solo beso en sus castos dedos, un solo pensamiento en su precioso cráneo esbelto,
Él estaba aquí, caminando como virginal deidad sobre la tierra y, al mismo tiempo, estaba allá fuera, en la noche oscura, solo dios sabía exactamente en dónde.
Sin embargo, aunque a muchos les interesara una relación tangible y perdurable con él, todos querían una sola cosa cuando lo veían. Una que hacía que su padre lo vigilara 24/7, con más de diez Alfas entrenados para morir y matar en su nombre.
Y es que, todos sabían que, aquel que lograra colocar en el vientre de Loki un hijo Alfa de sangre pura, un Alfa Premium, sería aquel cuya familia y Clan se volverían irremediable e inmediatamente, intocables. Convirtiéndose en parte de la realeza criminal del país entero.
Era mucha tentación, mucho peligro y mucho peso que cargar.
A Loki, claro, eso no le interesa mucho.
Él solo finge bien su papel.
Sube a la limusina con cierta elegancia imperial, da un vistazo al guardaespaldas de turno que se sentará con él, la puerta se cierra, el auto se pone en marcha seguido de un par de motocicletas y dos autos más.
Y entonces, sucede.
Sus ojos bellos se pierden en la llovizna débil.
Su jovialidad tenue desaparece.
Y su mente, dulce y melancólica, susurra entre las paredes de su alma.
«Nadie me ha amado como tú».
«Nadie».
«Nunca».
«Nadie es como tú».
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