aunlibropegada Marta Ferreira

ADVERTENCIA: aparecen escenas no recomendadas para menores de 13 años. Hay quién dice que lo vio entre la floresta durante Jensen, con la luna en su punto más alto, creciente, hay quién dice que la vio en un pueblo del este, con el sol en su punto más bajo, naciente. Por ventura que no se lo encuentre, o se la encuentre, porque los mortales conocen mas no saben, si es hombre, mujer, demonio, ángel o parte de la tierra madre. Quién sabe si lo verá dos veces o ninguna, si le ayudará o no lo hará, porque las voces cuentan que, en una taberna, se encuentra la única mujer que conoce la verdad. Poemario de los cantares de Carintia (año lunar 1675) Anónimo


Fantasia Medieval Impróprio para crianças menores de 13 anos.

#hechizo #magia #aventura #fantasía
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La leyenda del viajero

Hay quién dice que lo vio entre la floresta durante Jensen*,

con la luna en su punto más alto, creciente,

hay quién dice que la vio en un pueblo del este,

con el sol en su punto más bajo, naciente.

Por ventura que no se lo encuentre, o se la encuentre,

porque los mortales conocen mas no saben,

si es hombre, mujer, demonio, ángel o parte de la tierra madre.

Quién sabe si lo verá dos veces o ninguna,

si le ayudará o no lo hará,

porque las voces cuentan que, en una taberna,

se encuentra la única mujer que conoce la verdad.

Poemario de los cantares de Carintia (año lunar 1675)

Anónimo

Año lunar 1645, calle Hope nº 4, Sapere, Carintia

Eloise tenía puesta la cabeza sobre la almohada esperando que aquella tortura llamada sexo acabase. El último de los hombres que había pagado por sus servicios era de otros tantos corpulentos, con buen cuerpo, aliento a alcohol y bien dotado, pero con pésimo sentido del ritmo. Hubo momentos durante su encuentro en los que la mujer no sabía si la trataba como un cuerpo o como uno de los animales que pastoreaba. Era demasiado bruto y para nada sensual.

Estaba echando de menos a su anterior cita a pesar de haber sido exprés y rápido el encuentro, al menos, sabía algo más que este hombre. Intentó por todos los medios que terminara rápido la situación porque según preveía estaba ya en las últimas. Gimió un poco más fuerte de lo que ya acostumbraba y no tardó demasiado en estar ya con el corsé y la camisa abrochados.

Lo echó un último vistazo, porque a pesar de ser un absoluto zopenco en la cama, estaba de muy buen ver.

Él le entregó el dinero y se marchó sin ni siquiera decir adiós. Eloise lo guardó en la caja donde tenía sus ahorros y se miró en el espejo de la habitación. Tenía la cara un poco enrojecida del ejercicio y el pelo un poco revuelto, pero con una sacudida de cabeza y un poco de agua, volvió a colocar su larga cabellera negra azabache en su lugar. Tenía una cara hermosa que la hacía parecer lo suficientemente mayor como para gustar a hombres adultos como tan joven para encandilar a jovencitos que habían visto muy pocas mujeres desnudas.

Sabía que, aunque su trabajo no era el mejor del mundo, no estaba mal posicionada. Los hombres que entraban en la taberna que había bajo los aposentos de sus compañeras y suyo propio, solían decantarse por ella, para seguir gastando parte de su dinero. Era una mujer exótica, de pechos exuberantes, curvas pronunciadas y gracia al hablar. Siempre llevaba el cabello suelto, o recogido en una gran cola de caballo que le llegaba hasta la cintura. Tenía en el ojo derecho un lunar característico y los labios al igual que sus ojos, saltones y negros como el azabache que eran acompañados de mejillas redondas y cejas pronunciadas.

Se dispuso a salir de la habitación y después de acomodar su falda, bajó a la taberna con la gracia de un pavo real.


En la barra encontró a varios hombres como su cita anterior: fornidos, tostados por las horas al sol en el campo, la herrería u otros quehaceres manuales. Pero entre los asistentes en la madrugada de Niende* se situaba un joven que llamó poderosamente la atención de Eloise. Se trataba de un chico que rondaría los veinte años, que, si no estaba casado ya, estaría a punto de ello. Bebía una copa de vino blanco y llevaba una chaqueta hermosa de color azul noche con bordados en plateado a lo largo del traje con diferentes formas geométricas.

La joven se acercó poco a poco. Atendió a visualizar unas manos finas y habilidosas, ojos verdes trébol, la piel clara, fina y tersa, y sin ni un solo pelo o bigote a la vista. Su cara era angulosa, con una nariz recta que podrían envidiar todos los hombres de Carniola y por la forma en la que sus gestos se dirigían al tabernero, parecía un hombre educado.

Sus compañeras estaban hablando con otros hombres, así que ella se acercó en cuanto pudo a este ¿niño? ¿joven? no sabría cómo definirlo.

—Buenas noches—saludó Eloise sentándose al lado del joven —¿Me permite?

El joven de ojos verdes la miró de reojo y le dijo con una voz pausada, seria, pero no despectiva—Por supuesto.

Eloise hizo un gesto al tabernero para que le sirviera una cerveza y ella se giró hacia su interlocutor mientras tanto.

—¿Qué hace un jovencito como usted en un lugar como este? No voy a decir que no me llamase la atención.

—Si le soy sincero, señora… —Eloise lo interrumpió para aclararle que prefería el término señorita—. Señorita, estaba esperando a un buen amigo mío, pero no quería estar más tiempo fuera con el viento que hay esta noche.

—¿Y entra en un antro como este?

—Mi amigo me dijo que este es un lugar en el que lo que sucede no se lleva al exterior, o eso tenía entendido.

—¿Es usted un espía del rey o del conde? —murmuró con una pequeña risa Eloise—. Porque sí que es cierto que esto es un lugar secreto, o al menos, no donde la mayoría de los hombres se atreven a entrar.

—Sí… bueno…—Eloise se dio cuenta de que el joven se había quedado mirando su escote. Sonrió para sus adentros.

—¿Le gusta lo que ve, jovencito?

—Ciertamente me parece hermoso—dijo mientras extendía su mano hacia el cuello de la mujer—Si me permite un momento—. El joven agarró el colgante que llevaba Eloise con las puntas de los dedos. Era una joya bastante bonita, que uno de sus clientes habituales, el dueño de la joyería le había regalado tras más de 10 años regentando ese local.

—Si quiere subimos un momento y lo admira más de cerca… —La joven se acercó un poquito a su interlocutor, hasta que sus piernas estuvieron rozándose. El joven era aún más apuesto de cerca.

—Lamento decirle que no estoy interesado en sus servicios, señorita—dijo apartándose hacia un lado en la butaca de madera de la taberna—. Es usted una mujer hermosa, pero no es mi cometido esta noche yacer con nadie.


Eloise estaba dispuesta a insistir cuando las puertas de la taberna se abrieron y dos hombres entraron con otro a rastras. Los tres cayeron al suelo y la gente de allí se apresuró a levantarlos. El hombre que habían traído a rastras tenía tres heridas enormes en el pecho que una mujer comprobó al darle la vuelta en el suelo. Pegó un grito que asustó a varios de los que allí estaban. Eloise fue una de ellos. La mujer se puso una mano en el pecho y el joven que estaba a su lado le agarró la otra para que se tranquilizase.

Los dos se levantaron al unísono para ver qué sucedía.

Los hombres que habrían traído en brazos a su amigo, que por los ropajes, parecían todos taladores, estaban cansados y tenían varios cortes en los brazos y piernas. Uno de ellos trató de ponerse de pie, pero cojeaba. Les ayudaron a levantarse entre la gente de la taberna, pero el que estaba en el suelo no era ayudado por nadie. La gente lo miraba estupefacta.

El joven que estaba sentado al lado de Eloise iba a entrar en el círculo que se había formado en el centro cuando ella lo hizo más rápido diciendo: —Apartaos, si no lo ayudamos ya este hombre puede morir.

Se agachó al lado del hombre y comprobó que aún tenía pulso y respiraba. Colocó los dedos en su cuello y posteriormente se agachó y puso la oreja encima de su boca. Respiraba. La joven miró al tabernero que estaba en el círculo y le instó a que trajese de su habitación la jarra con agua y los trapos que ella usaba para lavarse. Mientras tanto, ella rompió la camisa del hombre bajo la atenta mirada de los allí presentes.

En la piel tenía sendas heridas, profundas y sangrantes. Ella no sabía exactamente hasta donde se había dañado los tejidos del cuerpo del hombre, pero estaba segura de que, si no actuaban cuanto antes en un par de minutos, ese hombre moriría.

—Permítame—dijo el joven que había estado sentado al lado de ella—. Yo puedo curarlo. Soy estudiante en la universidad de Carintia.

Eloise lo detuvo cuando sus ojos ya estaban violetas para comenzar la curación.

—Usted será un estudiante, pero yo he ejercido muchos años como curandera para mis compañeras y para gente de esta ciudad. No podrá curar esas heridas en un hombre tan corpulento como este, y más porque está muy cerca de morir. Necesita la ayuda de alguien más… y yo se la ofrezco.

El tabernero trajo los trapos y la jarra con agua llena, así que Eloise y su interlocutor limpiaron las heridas del hombre como pudieron, con cuidado. Estaba aturdido que prácticamente no se movió cuando le echaron el agua y rozaron los paños por sus heridas.

—Por cierto, ¿cómo se llama? —preguntó Eloise mientras cogía otro de los paños—. No me gustaría salvar la vida a alguien en colaboración con otra persona, y ni siquiera saber su nombre…

—Me llamo Alastor de Brigde—musitó el joven mientras cogía la jarra con agua y la dejaba en una mesa pequeña al lado del herido—. ¿Y usted?

—Eloise.

Uno de los taladores se acercó a Alastor y Eloise con el brazo sostenido y pidió que si podían dejarles la jarra y los paños a ellos para curarse las heridas. La mujer llamó de nuevo al tabernero y a dos de sus compañeras para que prestaran sus trapos y curasen a los dos hombres. Ellas asintieron con la cabeza y fueron junto con el tabernero a sus habitaciones mientras ellos se sentaban, ya más tranquilos, en dos sillas.

La gente estaba empezando a dispersarse porque se estaba solucionando la situación poco a poco.

Alastor y ella colocaron las manos sobre el herido en cuento tuvieron ocasión. El tabernero les trajo otros trapos que sobraban por si necesitaban vendar las heridas después al enfermo y dejó que lo curasen.

Eloise empezó utilizando su Magia. Esta brotó desde su interior y se reflejó en sus ojos negros, ahora color violáceo y entró en el cuerpo del herido, que pareció moverse un poco debido a la energía que manejaba la mujer. Alastor hizo lo mismo que ella y su energía se entrelazó con la de Eloise y con la del enfermo. Ambos notaban cómo el hombre estaba muy malherido y sabían que tendrían que usar mucha energía para sacarlo de esa situación.

A medida que fueron usando la Magia, sus cuerpos empezaron a pesar. Pero al menos se coordinaban bien. Eloise pudo usar la energía de Alastor y él la de ella sin problema y poco a poco parecía que el hombre recuperaba el conocimiento. Llegó un punto en el que Eloise sabía que si seguían tendría que dormir unas horas antes de volver a tener sexo con otros señores.

Ella miró a Alastor y este parecía seguir concentrado en el conjuro, hasta que dejó de sentir cómo la energía se escapaba de su cuerpo. El joven detuvo su flujo de energía y usó el suyo propio. Eloise comenzó a gritarlo e intentó zafarse de su bloqueo, pero no tenía energía suficiente como para hacerlo.

—¡¿Eres idiota?! ¡No puedes hacer eso! —gritaba—¡Estúpido universitario! ¡No vas ni a tenerte en pie cuando termines como sigas!

Pero él no le hacía caso. El tabernero y algunas personas se acercaron para ver qué sucedía y Eloise insistía en que lo separaran del herido, pero el joven no paraba de repetir que lo dejaran. Que él sabía lo que hacía.

El hombre acabó despertándose, y Alastor soltó entonces la mano de Eloise y la de este hombre. Él respiró agitado y cayó sobre la mesa en la que estaba la jarra. Eloise se lanzó sobre él y atrapó la jarra, aunque vertió toda el agua en el suelo.

Los otros se acercaron a él e intentaron sentarlo poco a poco, mientras le ponían los trapos que había traído el tabernero.

Eloise se levantó del suelo y volvió a observarlo. El hombre la miró con ojos perdidos y cansados. Los otros dos se deshicieron en halagos con ella y le entregaron dinero que ella cogió amablemente. Lo compartiría con el idiota del universitario cuando se despertase.

Sus compañeras lo estaban levantando del suelo, cuando Eloise lo cogió por un brazo y sin dudarlo lo obligó a subir por las escaleras hasta su dormitorio. El joven iba un poco tambaleante, pero se tenía en pie y la mujer estaba demasiado enfadada como para soltarlo.

Cerró la puerta de su cuarto y lo sentó en la cama.

—Qué cojones cree que está haciendo, ¿eh? Si piensa que lo que ha hecho ahí abajo está bien, no lo está. Si no hubiera estado medio despierto el hombre cuando me ha bloqueado, podría haber estado en la misma situación que él estaba ahora mismo. ¿Tienes idea de lo imbécil, estúpido e inmaduro que ha sido? ¿Acaso no os enseñan a los estudiantes a no poner en peligro vuestra vida? Es que, de verdad, no lo…

Alastor miraba fijamente a Eloise y cuando ella quiso darse cuenta sus ojos violetas la miraban directamente, sin apartarse, como un cazador ante su presa.

—Mi amigo no mintió cuando dijo que había una persona poderosa en esta taberna. De hecho, no pretendía descubrirlo en un día, pero mira por dónde, los señores de antes me han salvado de tener que regentarla varias noches seguidas…

—¿Cómo? —balbuceó Eloise—. ¿Me estaba buscando a mí?

—Me dijeron que una persona poderosa estaría aquí esta noche. Al menos, esta noche—. Se quedó mirando el espejo de Eloise—. De hecho, he comprobado que tiene más energía que muchos de mis compañeros en la universidad. Me ha parecido extraordinario. Y precioso.

—¿Por qué busca a gente poderosa? —preguntó la mujer, que se había quedado un poco estupefacta, pero halagada por el comentario de Alastor.

—Bueno, el trabajo de un universitario no es otro que beber, ir de fiesta y frecuentar garitos como este en busca de un buen polvo—. El chico se quitó la chaqueta, y se quedó solo con la camisa que llevaba puesta y el chaleco—. Pero hay ciertos de nosotros que nos interesamos por la Magia más allá de los muros. Nos gusta interesarnos por gente diferente en el sentido de poder, por supuesto. Y me agrada encontrar a una mujer tan bien dotada como usted.

—Gracias—murmuró la joven.

Hubo unos segundos de silencio hasta que ella recordó el dinero que le habían dado los hombres y sacó del bolsillo de su falda algo para dárselo al joven estudiante.

Él hizo un gesto con la mano, expresando que lo declinaba.

—No quiero que me pague nada por ayudar. Ahora mismo no lo necesito. Creo que es más justo que usted se lo quede.

—De alguna forma tengo que pagarle que haya salvado a un hombre y que también me haya librado de estar dormida las siguientes 5 o 6 horas—. La mujer fue a desabrocharse el corsé cuando el chico la detuvo y le puso una mano en el hombro para después añadir.

—Yo no quiero ser uno de sus clientes. No quiero acostarme con usted porque quiera pagarme nada. ¿Hace cuánto que no disfruta de una charla con un hombre o una noche de sexo con alguien que de verdad le guste?

Eloise se quedó mirando al joven a los ojos. A pesar de su comportamiento impulsivo anterior, Alastor parecía un hombre extraordinariamente sensato.

—Hace muchos años que mis relaciones con hombres no se extrapolan fuera de estos muros—musitó con cierto pesar—. Pero es la vida que tengo. No puedo cambiarla.

—Bueno—dijo el joven sentándose de nuevo en la cama y ofreciéndole un hueco a Eloise justo a su lado—. No pretendo cambiarle la vida, pero me gustaría saber cómo empezó a curar a gente.

—¿Cómo empecé a curar? —pareció preguntarse la mujer a sí misma—. En verdad fue hace mucho tiempo y es una historia muy corriente.

El joven cogió la almohada y se la puso por detrás de la espalda, dejando a Eloise un trozo de esta.

—Soy todo oídos a su historia—respondió—. Usted es mi nuevo descubrimiento de esta noche. Siéntase cómoda de contarme lo que usted ha vivido, Eloise de…

—Fogo… —añadió ella con una pequeña sonrisa en los labios—. Hace muchos años que no desvelo mi procedencia. Parece que así me siento menos observada.

El joven se quitó las botas y se acomodó en la cama para escuchar a Eloise, no sin antes echarle una ojeada que la mujer percibió, pero decidió dejar pasar porque por mucho interés sexual que tuviera su interlocutor en ella, no se lo hizo saber.


—Cuando yo era pequeña vivía con mi madre en la ciudad de Fogo, en un burdel de las afueras—La joven hizo una breve pausa para después de añadir—Y antes de que hagas la apreciación, mi objetivo no era acabar como mi madre, pero así ha sido—. El joven siguió mirando atentamente a Eloise sin ninguna clase de gesto, por lo que decidió seguir—. Mi madre me enseñó a robar cuando era niña, y como ella no podía dejar el trabajo, y yo era muy pequeña y adorable, ella me mandaba a la plaza de la ciudad todos los días.

‘Yo sabía perfectamente a quién tenía que quitar el dinero. Todo aquel que me sonreía y tenía algún colgante de valor, un traje bonito o una mujer con pintalabios llamativo agarrada del brazo, era una presa perfecta. Lo que hacía era sonreírles, bailar, jugar con una muñequita de trapo en uno de los bancos de al lado y sacarles conversación’.

‘Mi madre me compró un vestido de color rosa muy bonito y me dejaba el pelo suelto con unas trenzas a cada lado que me hacía parecer una muñequita. Tenía rizos perfectos en aquel momento, la cara algo más delgada, pero una sonrisa bonita, y era bastante más guapa que ahora, se lo puedo asegurar.—. Eloise se miró al espejo mientras relataba esto. Quedaba un poco de rastro todavía de esa niña, una chispa en los ojos—. Me peinaba todas las mañanas al amanecer y me ponía el vestido que todos los días lavaba al mediodía y lo dejaba secar hasta el día siguiente.

—Siento interrumpirla, ¿cómo consiguió su madre el vestido? No creo que la mujer tuviera mucho dinero si tenía que cuidarla a usted de pequeña.

—Cuando yo le preguntaba a mi madre por el vestido ella me decía que había estado ahorrando mucho tiempo para poder comprármelo, pero ahora mismo siendo adulta estoy segura que más de dos mamadas tuvo que hacer a algún señor rico para que lo comprase él—. Su interlocutor cambió la posición de su pierna y ella percibió su incomodidad—. Seguramente no hable como esa clase de persona interesante que venía buscando, pero soy lo más sincera que puedo.

—Lo sé, es solo… que he escuchado a poca gente hablar con esa crudeza de su propia vida. Me ha sorprendido—Se aclaró la garganta—. Continúe, por favor.

—Bien, pues… es eso, mi madre me mandaba todos los días a la plaza y allí robaba a gente. Lo importante, es que un día lo intenté con un señor, que no era muy joven, pero tampoco mayor. Tenía un traje bonito, era medianamente guapo, con la barba recortada y en las manos llevaba tres anillos, creo recordar. Un segundo.

La mujer se levantó y cogió dos copas que había debajo del espejo. Agarró una botella de champán y la abrió. Llenó ambas copas y le dio una a su interlocutor.

—Si no lo bebo, se acabará, y para una vez que puedo permitirme beber al lado de alguien que no me va a babosear a los cinco minutos…

Alastor cogió la copa que la mujer le ofrecía y la sonrió.

—La cuestión es que ese hombre, que es el importante de la historia, es el que me enseñó a curar a gente. Cuando me vio coger su bolsa y registrarla, no hizo como muchos, que me pegaban o me zarandeaban y llamaban a voz en grito a otras personas, no… Más de una vez volví con varios moratones a casa…Ese hombre lo que hizo fue decirme que me estaba viendo… que si dejaba sus cosas él me enseñaría algo interesante.

Alastor dio un buen trago a su copa y Eloise le correspondió.

—Sinceramente yo estaba muy asustada de aquel señor extraño y dejé su bolsa en cuanto me pilló. Pero el hombre me dijo que podía enseñarme si yo quisiese a hacer Magia—Eloise hizo círculos en la mano con su dedo—. Esto fue lo que me enseñó el primer día. Al principio cuando me fui, y ese día fue de los que menos conseguí, pensé que había perdido el tiempo… De hecho, mi madre, me riñó esa noche porque llevábamos unos meses bastante malos en casa… y yo tampoco traía mucho. Pero, a la mañana siguiente cuando regresé el señor volvió a aparecer y me siguió enseñando—. La mujer jugaba con la cadena que llevaba al cuello—. Pero no te puedo decir cómo lo hizo, porque me dijo que era importante que fuera entre los dos la forma en la que él sabía curar, así que solo puedo decirte que este gesto—. Volvió a repetir el gesto con el dedo índice sobre la palma de la mano en círculos—. Fue la base de lo que aprendí con él. Eso me ayudó a entender cómo se canalizaba la energía a través del cuerpo…

—Bueno—alegó el joven, dejando su copa vacía en el armario en frente del espejo—. No es un gran secreto el cómo hacía Magia su extraño señor… Solo lo hizo lo más sencillo que se puede hacer para un niño, para que aprendiese fácilmente…

—Pero, si se lo estoy diciendo, él a mí me enseñó más cosas que yo no puedo relatarle…

—Seguramente le dijo que debía concentrarse mucho tiempo en ese movimiento, o al menos intentarlo, y una vez hecho eso debería dejar que su energía llegase hasta el dedo, y vería un color violeta.

—Sí, pero…

—Eso es un ejercicio de concentración—alegó Alastor—. En la Universidad una de nuestras primeras clases consiste en clavar la mirada en un reloj y ver cuánto tiempo aguantamos la concentración. Así se asignan los hechiceros más efectivos—. El joven cogió la copa de Eloise y junto con la suya las rellenó, y se la volvió a entregar—. Porque después hay que estar muchas horas concentrado para conseguir que la energía llegue a sentirse a través del cuerpo y se manifieste.

—A decir verdad, estuvimos jugando a muchos juegos en los que tenía que estar concentrada desde la primera clase como el ajedrez, las damas… No siempre intentábamos hacer Magia—dijo agitando los brazos hacia el cielo, en un gesto teatral.

El joven sonrió y dio otro sorbo a su copa.

—Es lo que hace que usted aprendiese. Todas las cosas que ese hombre le enseñó son solo métodos universitarios adaptados a la mente de una mente más infantil… lo cual me parece maravilloso. Ojalá llegar a ese nivel de inteligencia y maestría algún día.

—Podría probar a enseñar a niñas perdidas de burdeles—sugirió Eloise mientras terminaba la segunda copa. Ya sentía cómo el alcohol comenzaba a subir a su cabeza. Ella no estaba acostumbrada a beber mucho (solo tragos para contentar a sus acompañantes).

—No sé si a niñas, pero podría plantear un método como el de su maestro para enseñar… Aunque también me gustaría hacerle una pregunta—La mujer se atusó el pelo, y contempló fijamente a su interlocutor—. ¿Con cuántos años le enseñó?

—Tenía unos diez años más o menos cuando comenzamos.

—¿Con cuánto acabó?

—No sé… Lo vi durante tres o cuatro inviernos… Creo que cuando ya me estaban creciendo los pechos y las caderas y se me notaban un poco más…

—Me sigue pareciendo alucinante—dijo el joven acabando su copa de un solo trago—. Aprendió lo mismo que yo en unos cuatro años… Solo que yo llevo casi seis, y este es mi último año de universidad.

—Bueno, yo tampoco tenía mucho más que hacer en esa época. Aunque ese señor me enseñó otras cosas… Me enseñó a leer, escribir (al menos mejor de lo que sabía) y a administrar el dinero—Eloise se tumbó en el jergón y parecía que estuviera recordando, más que hablando con Alastor—. Él me dijo que aprendiese a ahorrar cuando comenzase a trabajar… Sin embargo, no me dijo que tuviera cuidado con los hombres de los burdeles, y lo hubiera necesitado… Aun así, tuve que empezar a ir por las tardes también a otras plazas y calles para robar porque no podía dejar a mi madre sin comer, pero valió la pena. Me ayudó, me ayudó mucho.

Alastor se acercó a Eloise y le hizo un gesto con la mano. Ella asintió con la cabeza y él se tumbó al lado suyo.

—Gracias por contarme esta historia, señorita. Ha sido una noche interesante.

—Bueno, al menos he tenido un descanso después de curar a ese hombre y no he tenido que acostarme con otro señor poco atractivo y de carácter asqueroso otra vez…

—Me alegra no entrar en su lista como esos hombres—susurró el universitario, atusándose el pelo para un lado, lo cual Eloise miró con ojos melosos, un poco por el alcohol, otro poco porque su interlocutor parecía cada vez un hombre más atractivo.

—No creo que entrase usted en esa lista. Sinceramente es un hombre galante y guapo.

—¿En serio? —. El joven se colocó mirando hacia la joven, mientras apoyaba su cabeza en el brazo derecho—. Pensaba que había dejado de interesarle cuando le dije que no en la taberna.

—Pocas veces se encuentra una con un joven universitario por esta zona, además… Ninguno que sea capaz de escuchar… Y fue usted el primero que me rechazó, la que debería dejar de interesada sería yo, no usted.

—¿Se da cuenta de que me está afirmando que usted se ha fijado en mí?

—Eso tiene que ser el champán, que no me deja mentir—rio Eloise—. Pero no me diga usted que no me ha mirado ni un poco…

—Yo no dije que no me fijase, yo dije que no estaba interesado porque no era la idea que tenía esta noche.

—¿La de acostarse con una prostituta? —siguió riendo.

—Nunca mejor dicho—rio también él.

Los dos interlocutores se miraron entre sí y parecía que aquella cama se estaba quedando un poco pequeña para los dos, al menos vestidos.


Eloise se acercó a Alastor y lo besó despacio. No sabía si era cosa del alcohol, pero quería tener un poco delicadeza con el joven que la había estado escuchando la última hora hablando sobre su vida, la cual, era del conocimiento de una o dos personas en todo ese basto mundo. El joven la correspondió con un beso más apasionado que el anterior, y ella decidió que sería una genial idea irle desabrochando la camisa mientras se besaban apasionadamente entre las sábanas.

Observó detenidamente el cuerpo del joven que estaba muy bien estructurado, hermoso. Se notaba que la juventud y la fuerza corrían por sus venas y no dudó en hacérselo saber, comenzando a besar su cuerpo lentamente.

Alastor colocó una mano sobre la cara de la joven y la levantó, para después de un intenso contacto visual que hizo que ella se fijara más si cabe en sus bonitos ojos verdes, la hizo girar sobre sí misma, quedando él detrás de ella, los dos sentados en la cama. El joven pasó sus largos y finos dedos por los hombros de Eloise que sintió un respingo porque lo hacía con la yema, delicado y sensual. Después posó sus labios sobre el cuello de la mujer y ella soltó un pequeño gemido, que hizo que el chico se riera entre dientes. Él bajó por sus hombres hasta la espalda y fue desabrochando las tiras de la camisa y del corsé que normalmente era usado por las mujeres en dicha época para hacer la cintura más pequeña y el pecho más voluptuoso.

Una vez terminó con unos rápidos movimientos, dejó que la ropa cayese a lo largo del busto de la mujer, dejando al descubierto su precioso cuerpo. Sus pechos eran grandes, de un tono más claro que el resto de su piel y entre ellos se apreciaba un extenso canal sobre el que caía el collar que el joven no le había quitado (todavía).

Se acercó hasta esa parte y cogió delicadamente con la lengua el collar para atraerla hacia él, quedando muy cerca el uno del otro.

—¿Por dónde le gustaría que empezase?

—Siempre lo dejo al gusto de los clientes que están conmigo—dijo la mujer con tristeza, aunque visiblemente halagada por las palabras de su interlocutor—. Con usted no haría una excepción.

—Creo que está confundida si piensa que soy uno más de sus clientes—aseguró Alastor—. Si estoy con usted ahora mismo es porque usted me ha hecho sentir deseo por su cuerpo y su mente, no porque ofrezca un servicio a cambio de dinero. No quiero que sea conmigo lo mismo que es con esos hombres. Me gustaría que simplemente disfrutase de mi compañía.

Eloise sonrió ampliamente y pasó un mano despacio desde la mejilla del joven universitario, pasando por todo su cuerpo hasta llegar a la rodilla.

—Bueno, si usted insiste, no lo trataré como a uno más de mis hombres—dijo agitando las pestañas que caían sobre sus ojos negros y redondos de forma coqueta y muy seductora—. De hecho, me gustaría ver qué tiene que enseñarme…

Ella vio en la mirada de su interlocutor una luz diferente a la que había visto antes. Sus ojos parecían más voraces y más dispuestos que en un principio. De hecho, le ofreció tumbarse sobre la cama, y ella fue progresivamente dejándose caer sobre el colchón, aunque apoyando los brazos sobre él, para no estar completamente tumbada.

El joven se hizo hueco entre sus faldas y cuando iba a entrar en contacto con el cuerpo de Eloise, sonó la puerta de la habitación.

La joven miró hacia la puerta, lo mismo que hizo Alastor. Ambos esperaron unos segundos a que volvieran a llamar, y, en efecto, se volvieron a escuchar los golpes a través de la puerta.

Eloise comenzó a colocarse la camisa y el corsé con ayuda de Alastor, que se estaba poniendo su ropa también, cuando Eloise abrió la puerta de la habitación.

—Siento mucho llamarte ahora, Eloise. Pero ha ocurrido algo importante.

La que estaba al otro lado de la puerta era una de las compañeras de Eloise, visiblemente asustada. Una jovencita rubia, de ojos saltones y verdes que había entrado nueva al burdel después de unos años trabajando en otros lugares de Carintia.

—¿Qué ha sucedido, Yana? —preguntó Eloise—. ¿Puedes contarme qué ha pasado?

—El talador, bueno… el que habéis ayudado tú y ese joven —dijo señalando con los ojos a Alastor que estaba cerca de la puerta junto a Eloise—bueno, es que no sé exactamente cómo ha sucedido, pero ya no está en la habitación donde lo habíamos dejado.

—¿Cómo que no está en la habitación? —interrogó Eloise—. ¡Pero si yo vi cómo os lo llevabais!

—Claro, es que Claudia ha ido a darle algo de cenar a esos pobres hombres, pero cuando ha abierto la puerta de la habitación él no estaba—hizo una pausa—. Pensamos que a lo mejor había venido aquí para agradecerte que lo ayudaras o algo e íbamos a llevarlo de vuelta para que siguiera descansando, pero después de buscarlo por la taberna incluso, no sabemos dónde se encuentra.

—¿Sus compañeros no han visto nada? —comentó Alastor, entrando en la conversación de las dos mujeres.

—Claudia ha hablado con ellos lo primero, pero no saben cuándo se ha marchado. Para aliviar el dolor de sus heridas, el viejo Elin les ha dado un poco de ron y se han quedado un poco traspuestos—alegó la joven con un poco de vergüenza en sus palabras—. Él solo quería ayudarlos.

—¿Y ahora qué hacemos? —musitó Eloise a sus dos acompañantes—. Ese hombre no va a durar solo en la mitad de la noche mucho tiempo.

—No lo sé—alegó Yana compungida—. Siento mucho lo que ha pasado, no era nuestra intención que le pasara algo al señor—. Una pequeña lágrima cayó por el rostro de la joven, que Eloise se apresuró a quitar de sus mejillas carnosas.

—Cariño, no es tu culpa que nada haya sucedido. Lo vamos a encontrar.

—Podríamos buscar por el barrio, por las calles cercanas al burdel. No creo que haya ido lejos—propuso Alastor rápidamente—. En su estado no creo que haya andado demasiadas calles solo. Puede que le haya entrado fiebre por las heridas y solo se haya desorientado un poco.

—Pero, ¿salir de aquí no es peligroso? —murmuró Yana—. No quiero que ningún maleante me asalte mientras estoy buscándolo.

—Tranquila Yana, se lo diremos a Elin también. Además, no vamos a ir solas…

—¿Vamos? —clamó una voz al otro lado del pasillo. Los tres miraron hacia una de las puertas del piso superior del que estaba saliendo una mujer no mucho mayor que Eloise, con semblante serio y brazos en jarras—. ¡No pienso moverme de aquí y te agradecería Eloise que no sacaras a ninguna de las niñas de aquí! ¡Ya es bastante el susto que se han pegado allí abajo cuando han visto a ese tipo lleno de sangre! Bajo ningún concepto va a ir nadie a por él. Ya no es nuestro problema.

Gunil era la más veterana de las prostitutas de aquel burdel y era respetada por todas. Ella era como la madre de las demás, salvo de Eloise, a la que tenía cierto recelo, porque había acumulado una gran cantidad de hombres a sus espaldas y se rumoreaba que era más querida que ella.

Gunil era la mano derecha del dueño del local y más de uno también decía, cosa que todas allí sabían, la que se encargaba de satisfacerlo en la cama. Lo había intentado con Eloise varias veces, pero ella lo había rechazado porque aparte de ser su jefe, sabía que no debía meterse en la cama con nadie con el que sus compañeras tuvieran un vínculo más allá del sexual. Gunil llevaba tantos años con él, que eran casi un matrimonio.

—Gunil, cariño—musitó Eloise sin alzar la voz, esperando que la mujer siguiera su ejemplo—. Solo ha sido una propuesta de Alastor. No voy a obligar a ninguna de las que estamos aquí a que haga nada, solo creo que es más fácil que lo encontremos así.

—¡Dices demasiadas sandeces! ¡Ninguna va a decirte que sí para ir detrás de un viejo estúpido con un pie en la tumba! ¡Ya has hecho bastante ayudándolo antes!

—Bueno, pues si no va ninguna, yo iré. Después de todo, esta noche no creo que vengan muchos hombres más—alegó Eloise—. Además, mejor si no vas tú Gunil, porque con lo malherido y viejo que está —esto último, por supuesto, con la ironía que la caracterizaba— puede que lo dejases hasta morir.

Yana emitió un pequeño grito. Todas sabían que Eloise era la única capaz de plantar cara a Gunil y poder salir airosa. La veterana se atrevía a discutir con ella, pero jamás haría nada contra ella más que unas simples palabras. Era la preferida del dueño, después de ella.

Eloise entró de nuevo en la habitación y mientras desde la puerta y las otras habitaciones las observaban, incluida Gunil, buscó una vieja bolsa que usaban para meter algunas monedas cuando iba al mercado a por pan o por fruta, y metió un viejo cuchillo que su madre le entregó al morir. Le dijo que siempre que saliera a la calle lo llevara. Nunca se sabía quién podría atacarla.

—¿Va a acompañarme? —dijo la mujer mirando al joven Alastor—. Si lo desea, vaya a la entrada de la taberna en unos minutos, yo voy a cerrar la habitación y hablar un momento con otra de mis compañeras.

El joven observó a Eloise y asintió con la cabeza.

La mujer echó la llave a la habitación y la guardó en su bolsa junto a la daga y las monedas. Después, bajo la atenta mirada de algunas de sus compañeras, se dirigió a la habitación del fondo del pasillo.

Pasó al lado de Gunil, que le dirigió una mirada de absoluto desprecio, pero Eloise pasó por alto sus intenciones y continuó sin mediar palabra.


Antes de que llamase a la puerta, esta se abrió y entró en la habitación de su mejor amiga en ese burdel: otra hechicera. Era una de las prostitutas más jóvenes y al igual que ella, su madre también había ejercido la misma profesión. La chica compartía con la mujer sus largos cabellos oscuros, pero por lo demás eran muy diferentes en aspecto físico. Nadia era una mujer delgada, un poco desgarbada, con poco pecho y caderas estrechas de ojos ambarinos y piel pálida. Su atractivo radicaba en que era la imagen de una niña prácticamente. Muchos hombres se volvían locos cuando la veían, y a pesar de lo denigrante que pueda parecer, ella había sabido usar su cuerpo como un arma para seguir viviendo en ese mundo.

Eloise la había ayudado cuando llegó al burdel y la joven había aprendido con ella cómo tratar a ciertos hombres, aunque rápidamente había entendido el mecanismo de la profesión y estaba adelantando a otras que llevaban varios años allí. Ella también era hechicera, aunque no sabía nada sobre curar a personas. Había crecido en el centro de aquella ciudad en Carintia, cerca de la Universidad y había aprendido de una mujer que la había acogido en su casa cuando su madre la entregó a cambio de unas monedas.

La señora que la adoptó no había sido muy considerada, de hecho, la trató bastante mal durante varios años porque era hija de una prostituta, pero la rapidez mental de la joven que era capaz de memorizar textos en minutos y la situación de la mujer, que jamás había concebido hijos, la llevaron a enseñarle lo único que ella sabía: Magia.

Era de la alta alcurnia, pero su marido siempre había trabajado y ella solo había estado en la casa, aprendiendo Magia. Así Nadia aprendió conocimientos excepcionales sobre la disciplina. Pero, después de la muerte de la mujer que la adoptó fue echada de la casa por los sobrinos de esta y se marchó en busca de un mundo repleto de secretos que la llevó hasta el burdel unos meses más tarde. Nadia sabía que ejercer la profesión más antigua del mundo no era la mujer opción para encaminar su vida, pero no quería morir en la calle de hambre.

—Quieres que intente saber si alguna persona ha hechizado a ese hombre, ¿verdad? No te tragas que se haya ido por su propio pie—. La melodiosa voz de Nadia resonó por la habitación.

—Sí—musitó—. Las heridas que tenía parecían las de un oso, pero me extraña que haya escapado solo. Quiero saber si alguien, que le haya podido hacer daño al hombre, está en este lugar. No quiero que haya más problemas.

—Comprendo—dijo relajadamente su interlocutora, mientras colocaba una vela entre las dos.


Eloise cerró los ojos y extendió los brazos hacia Nadia, que hizo lo mismo ante ella. Sintió cómo parte de su energía escapaba de sus manos hacia las de Nadia y quedaban unidas por un hilo de energía invisible. Nadia no sabía de Magia convencional como Alastor, ella había aprendido a manejarla libremente, a la antigua usanza.

El surco de energía se rompió y Eloise abrió los ojos despacio. Su amiga tenía los ojos violetas mirando hacia la vela y tras unos segundos los separó y esparció el humo que desprendía la vela por la habitación. Después, el olor pasaría por una rendija de la puerta de Nadia que Eloise había dejado abierta y este fue a través del burdel en busca del rastro mágico de Eloise.

Nadia era capaz de detectar Magia, usando el humo y un poco de la energía mágica de una persona. Eloise se lo había visto hacer en un par de ocasiones, y nunca dejaba de sorprenderla. Su amiga cerró de nuevo los ojos, unos minutos después, en los que Eloise sintió angustia y miedo.

—¿Y bien? —susurró.

—Ahora te comento—dijo Nadia abriendo sus ojos ambarinos y acercándose a Eloise, dejando en el suelo la vela—. Sí que hay una presencia aquí. Está abajo. En la entrada del burdel.

—Ese puede ser mi… bueno, el joven que me ha ayudado antes a curar al talador.

—No es su presencia la que noto—musitó Nadia—. De hecho, la presencia que sentí en tu habitación hace un rato ya no está en este lugar, o al menos, no es la misma presencia.

—¿A qué te refieres? —musitó Eloise alterada—. El joven me dijo que me esperaría.

—No te preocupes—respondió Nadia entre dientes—. Repito que he notado una presencia mágica. Está abajo, pero no se corresponde con el muchachito apuesto que ha estado antes contigo. Su energía era mucho más débil que esta. No es ningún tipo que haya percibido antes.

—¡Si es que al final tendrá Gunil razón! —. Se lamentó Eloise—. No tendríamos que haberlo ayudado.

—Sí, hiciste bien—alegó la prostituta mirando a su amiga—. Ahora mismo vamos las dos abajo y vemos quién es. No te preocupes, en cuanto la detecte la seguimos. No se nos va a escapar, ¿de acuerdo?

Eloise sintió que su corazón iba muy rápido y el sudor empezaba a posarse sobre sus manos, pero asintió con la cabeza.


Salieron de la habitación y bajaron los peldaños de las escaleras despacio. Las otras estarían en sus habitaciones, porque no había nadie por el pasillo. Tampoco se escuchaban pasos en la taberna, así que las dos mujeres fueron con el estómago encogido.

Eloise y Nadia llegaron al suelo de la planta principal y observaron que alrededor de una de las mesas estaban todas las prostitutas y el tabernero. Algunas llevaban ropas de abrigo, lo cual indicó a la mujer que pensaban ir con ella a buscar al hombre desaparecido.

Eloise fue a tocar a la joven Yana, cuando comprobó que todas estaban inmóviles, mirando petrificadas a algo que estaba en la mesa… y ni rastro de Alastor.

Ambas se miraron y observaron por encima de sus hombros lo que estaba en la mesa. O más bien quién estaba encima de la mesa. Se trataba de un niño pequeño, de ojos redondos y mirada atenta a todos los presentes. Miraba de un lado a otro, con las manitas sobre su regazo como si estuviera esperando a algo. Eloise sintió lástima por el pequeño que era observado por los presentes como si se tratara de un ser extraño.

—Yana—llamó la mujer despacio tocando el hombro de su compañera.

La jovencita se asustó y dio un respingo mirando hacia atrás.

—Dime…

—¿Por qué estáis mirando a ese niño? ¿De dónde ha salido y por qué está solo?

—El niño es muy extraño. Lo hemos visto Claudia y yo cuando hemos bajado, pero cuando le hemos preguntado por si se había perdido o algo o sobre sus padres lo único que ha hecho ha sido asentir con la cabeza y mirarnos.

—Hemos llamado a Elin para que le preguntase él—añadió Claudia que miraba de reojo al niño sentado en la mesa—. Pero cuando se ha acercado al niño este no ha dejado que lo tocase. La mirada que ha puesto sobre él no la has visto. Parecía que hubiera un fantasma detrás de Elin. Nos hemos asustado y hemos buscado por la parte inferior de la taberna, pero no había ni una mísera rata.

—Bueno, puede que sea extranjero y esté asustado—respondió Eloise—. No creo que un viejo tabernero sea la mejor opción para tratar con un niño.

Las dos compañeras de Eloise se miraron y levantaron los hombros sin saber más que añadir.

—Voy a acercarme—musitó Eloise, a la vez que Nadia le sostenía el brazo—¿Qué ocurre?

—No deberías acercarte, Eloise. Él es la presencia mágica que he visto antes.

Eloise miró al niño que estaba sentado en la mesa tamborileando los dedos y este le devolvió la mirada. Sus ojos eran grandes y brillantes y tenía unas mejillas redonditas y los labios pequeñitos. No podía creer que una fuerza mágica extraña estuviera en ese niño. Y si lo estaba, ella podría ayudar a que se librara de ello.

—Nadia, si ese crío tiene poder, puede que haya sido poseído. Hay que librarlo de lo que le acecha y no observarlo como un espécimen extraño—aseguró Eloise mirando fijamente a su amiga.

—Nunca he escuchado de posesiones en toda mi vida como hechicera y te aseguro con total seguridad que mi maestra tenía toda clase de libros nada convencionales—Nadia dirigió sus ojos violetas al niño—. Lo he mirado varias veces desde que llegamos y estoy segura de que ese mocoso tiene más Magia en su pequeño cuerpo que las dos juntas.

—Bueno, sea como sea, es un niño, Nadia.

Eloise se zafó del brazo de su compañera y fue hacia él. Iba a tocarlo cuando la voz susurrante y ronca del tabernero se escuchó por la sala.

—No te acerques si quieres seguir con vida.

—¿Usted también? —Eloise se giró y se colocó delante de su jefe con los brazos en jarras—. No sé qué os ha sucedido a todos con la presencia de este niño, pero yo solo veo un pequeñajo asustado que seguro ha perdido a sus padres por la ciudad. ¡No me va a matar por el amor de la Santa Madre!

—No lo entiendes, jovencita—musitó Elin con semblante serio—. Este niño se corresponde con la imagen del viajero. No es seguro acercarse a él.

—Me va a llamar usted ignorante—alegó la prostituta notando cómo el calor subía por todo su cuerpo hasta alcanzar el pecho—. ¡Pero no sé quién cojones ese estúpido viajero del que habla y no voy a esperar más para ayudarlo!

—Haz lo que quieras—murmuró el viejo tabernero—. Pero si vas a hablar con él que sea fuera de esta taberna. El viajero es una imagen de una leyenda que llevo escuchando desde que tengo uso de razón en esta taberna y por esta ciudad. Mi padre la escuchó y su padre antes que él.

—Eso es cierto—alegó Gunil, que había llegado a la escena con dos prostitutas más—. Los que hemos nacido en esa ciudad y en otras de Carintia sabemos que las leyendas han sido muchas y variadas.

—Nadie sabe quién es el viajero—siguió el tabernero—. Se le han dado muchas caras y muchos nombres diferentes, pero todos afirman que su Magia cambia la vida de aquel que entra en contacto con él. He escuchado de gente que afirmó salir de la pobreza y otros que afirman que se hundieron en la más profunda de las miserias. Nadie sabe qué va a tocarte, y sé que tu amiga Nadia no es una bruja corriente como tú—miró a la susodicha—. La primera vez que entró en esta taberna y miró a varios de los que estaban, ya sabes que detuvo un robo bastante suculento por parte de algunos de los vuestros. Si ella te aconseja que no te acerques a él, no deberías hacerlo, Eloise.

—Yo solo puedo decirte—añadió Rosaura, una de las amigas de Gunil—que mi padre ha viajado por muchos lugares del país y la leyenda es más que cierta. No deberías arriesgarte a entrar en contacto con el crío.

Eloise miró a todos atónita y continuó con los brazos en jarras un par de segundos antes de hablar. A pesar de que ella era una hechicera y sabía los secretos que la Magia podía guardar, no pensaba dejar a ese niño solo. Podía ser simplemente un hechizado o ser un hijo de nobles abandonado. No podía permitir que historias la llevasen a obviar a un pequeño como ese.

—Lo siento, pero no creo vuestras palabras—y seguidamente se dio la vuelta para coger el crío, que sorprendentemente le ofreció sus brazos y lo llevó fuera de la taberna.

Ella no sabía si sus compañeros le hablaban o no porque tenía la necesidad de salir al fresco de la noche para despejarse un poco e intentar que el pequeño le contase algo que la pudiera ayudar a encontrar a su familia.


Las noches carintinas en esa época del año eran frescas debido al viento procedente de las montañas. Aunque no eran las mejores calles para andar durante la noche, en esos barrios apenas había murmullo. El silencio de la noche los abrazó y el brillo de las estrellas los iluminó. La joven cogió una antorcha que tenía guardada bajo unas cajas en la entrada de la taberna tras dejar al niño unos segundos en el suelo, en los que el joven no se movió, y la encendió con las antorchas grandes que había en la entrada del local, anunciando que estaba abierto al público durante la noche.

La mujer le ofreció su mano al niño, que este aceptó, no sin antes limpiar con una de las mangas de su chaqueta la parte inferior de su nariz.

Ella anduvo con él un par de calles, mirando hacia todos los lados y pegando al pequeño lo más fuerte posible a sus faldas hasta llegar a un edificio abandonado en mitad de la ciudad en el que las prostitutas se reunían muchas veces cuando querían huir un rato de los hombres babosos que las acechaban por las calles y se contaban entre sí anécdotas de su día a día en Sapere.

La mujer no tenía la llave de la cerradura, pero cogió un reloj del bolsillo de la falda y lo colocó en el suelo. Siguió el sentido de las agujas, se concentró en su movimiento con la mirada y después apuntó hacia la cerradura.

De su mano salió una luz violeta y la cerradura se abrió en unos segundos. Eloise cogió la manita del niño de nuevo y entró a través de la verja. Después la cerró y llevó al pequeño hasta el jardín de la parte posterior de la casa. Este estaba cubierto por plantas y por otros edificios, por lo tanto, allí nadie los molestaría.

Dejó la antorcha en mitad de una fuente y entró en la casa junto al niño para coger unas sillas. El edificio llevaba abandonado muchos años, pero era apreciable que había sido una buena casa. Las paredes habían sido blancas impolutas, con algunos decorados en metal y oro, que distinguía bien a los ricos de los pobres. Además, la cocina estaba separada del salón: otro aspecto que indicaba que se había tratado de una casa noble.

Las sillas que cogieron el pequeño y ella eran de madera, con el centro decorado con una tela azul muy bonita, también con motivos dorados de hojas y ramas, acolchada para que los señores de la casa estuvieran más a gusto.

Eloise contempló al pequeño que estaba sentado a su lado e intentó comenzar por lo más fácil.

—¿Cómo te llamas? —preguntó al niño despacio, intentando vocalizar bien el sonido de todas las letras, que no acostumbraba pronunciar, ya que había nacido en una ciudad al sur del condado.

El niño se quedó callado mirando a la mujer que intentó otra vez preguntar, aunque esta vez en otro idioma diferente. Ella tenía la suerte de haber nacido en un condado en el que los extranjeros eran muy bien recibidos y costeados por parte de la sociedad, y debido a su arrojo y simpatía por otras lenguas que no eran la suya, había aprendido durante su vida algunas palabras nuevas.

¿Cómo te llamas? Yo soy Eloise, Eloise—repitió en los dos idiomas que más dominaba.

El pequeño miró por el jardín, bajo la atenta mirada de la mujer y señaló con su pequeño bracito la estatua de un joven que llevaba un bastón en la mano y un sombrero de copa. En la inscripción de la estatua venía el nombre de Thomas.

—¿Te llamas Thomas, pequeñín?

El niño asintió con la cabeza y miró a Eloise, que se sintió por momentos un poco más aliviada. Ahora le tocaba averiguar quiénes eran o dónde estaban sus padres.

Se levantó de la silla y situándose a la altura del pequeño, con las piernas en el suelo y la falda por la hierba mojada de la casa, señaló la estatua de un matrimonio que estaba un poco alejada de la del niño que él había señalado antes.

—¿Mamá y papá?

El niño asintió con la cabeza y ella sonrió ampliamente.

—¡Bien! —Señaló el suelo y extendió los brazos, señalando la ciudad entera—. ¿Aquí casa?

El pequeño miró de nuevo a Eloise y pareció dudar de si sabía la respuesta a la pregunta que ella le planteaba. Colocó las manos sobre su regazo y miró hacia el cielo, como si las estrellas lo absorbieran.

Eloise se colocó enfrente de él y puso sus manos sobre las suyas. No sabía cómo decirle que estaba con él con palabras, pero intentaba que con sus gestos el pequeño lo supiera.

El contacto de sus manos con las del niño, hizo que este diera un respingo y se echara para atrás en la silla rápidamente.

—Lo siento—musitó Eloise, intentando que su tono de voz sonara dulce.

Se levantó encima de la silla y saltó al césped corriendo por el jardín. Eloise miró hacia atrás para asegurarse que no había nadie que lo hubiera podido asustar mientras gritaba ¡Thomas! Tras varias miradas hacia su espalda, salió corriendo detrás del crío que había doblado la esquina de la casa.

Llegó hasta esa zona y siguió al no ver al niño. Ojeó entre las macetas que había en el jardín, comprobó que las ventanas de entrada a la casa estuvieran cerradas con los candados como las prostitutas los dejaban después de marcharse. Dio la vuelta sobre sus propios pasos una vez llegó de nuevo a su punto de partida por si algo se le había escapado, y sintió verdadera angustia por haber perdido al extraño niño.

Con la respiración agitada del movimiento, el latido del corazón fuerte en los oídos y la angustia por no tener a nadie de los que conocía allí con ella, hicieron que entrase en la casa como alma que lleva el diablo, gritando el nombre todas las veces que pudo y rebuscando por todos los huecos de la casa. Al principio, intentó gritar bajito para que no se asustara, pero después pasó a unas voces fuertes y desesperadas. ¡No podía imaginar haberlo perdido! ¡Imposible que corriera tanto! ¿Y si tenía que haber hecho caso a su amiga y al tabernero y no haberlo cogido ni llevado fuera del burdel?

Estaba dando vueltas a la cabeza cuando vio a través de la ventana al niño apostado enfrente de la verja y mirándola fijamente. La mujer no sabía si estremecerse o salir en busca de él, pero su compasión, hizo que bajase las escaleras a toda prisa y saliera al encuentro del niño.

—¿Thomas? ¿Por qué? —preguntó con una sensación angustiosa—. ¿Por qué Thomas?

El pequeño señaló a una de las callejuelas que desembocaba cerca de la casa y Eloise comprobó que parecía haber una persona sentada en el callejón.

¿Qué? —volvió a decir sin entender qué le decía el niño—. ¿Papá? ¿Mamá?

Él se movió y tiró de ella con su pequeña mano. La verja se abrió sin que Eloise quitara el candado usando su Magia y sintió verdadero terror ante este hecho. El pequeño tenía los ojos violetas, como los suyos cuando hacía algún hechizo.

Eloise quiso soltarse de las manos del niño, pero este la sostenía con los dedos fuertemente, y ella no quería tampoco hacerle daño bruscamente. Intentó pararse en mitad de la calle para no seguir andado y que Thomas se tuviera que parar en seco, pero en cuanto lo intentó, tropezó con una piedra y casi cayó al suelo.

—¡Thomas, por favor, suéltame! —rogó la mujer con la garganta dolida de gritar—. ¡Thomas no!

Thomas no paraba de agarrarla, así que ella intentó usar su Magia para separar los dedos del niño, usando el movimiento de los suyos propios como referencia para el hechizo, pero no hubo manera. Cuando intentó interferir con la energía del niño, sintió que este la absorbía por momentos y no podía atravesar sus barreras. Tenía mucho más poder del que ella soñaría en muchos años.

—Ya casi estamos—murmuró el niño—No te voy a hacer daño.

Eloise sintió escalofríos por todo su cuerpo y tiró más fuerte para zafarse de la mano del pequeñajo. Había hablado en su idioma. Estaba usando su Magia contra ella. ¿Qué sería lo próximo que le pasaría? ¿Qué clase de cosa estaba en el cuerpo de ese niño? ¿Y si cojo el cuchillo que tengo en la bolsa? Sería una forma de amenazarlo para que la soltara, aunque no pretendía hacerle daño.


Entraron en el callejón y Eloise se quedó perpleja al ver a un hombre sentado en el suelo, con cara desconcertada, y con las manos sobre su vientre y pecho. Parpadeó rápidamente y se frotó los ojos con las dos manos. El niño la había soltado. El hombre que estaba sentado en el suelo era el señor que ella había curado en la taberna.

Se acercó rápidamente hasta él y le dio un par de palmadas en la cara, para ver si reaccionaba.

Él abrió los ojos y tragó saliva despacio. Tenía la cara y el cuello manchadas de sudor y una mirada de dolor en el rostro.

—Ayúdeme, por favor. No sé cómo he llegado aquí—musitó con un hilo de voz casi imperceptible.

—No se preocupe—contestó Eloise, intentando recomponerse a sí misma del susto—. Yo le llevaré a un sitio seguro.

—¿Quién es usted? —preguntó el señor mientras ella lo intentaba levantar. Pesaba demasiado—. ¿De qué me suena su cara?

—No sé si recordará que se quedó medio inconsciente en un burdel de la calle Hope, ¿verdad?

El hombre asintió con la cabeza.

—Algo recuerdo, sí.

—Bien, pues… yo ayudé a que usted se recuperara un poco. No sé qué le pasaría para llegar aquí, pero voy a llevarlo de vuelta—. Y no se preocupe, lo cuidaré, ¿señor…?

—Ralph—musitó entre dientes—. Muchas gracias, ¿señorita…?

—Eloise.

—¡Eloise! —una voz gritó a su espalda a la entrada del callejón.

Unos ojos verdes fueron en busca de la mujer que estaba en el suelo y una mano se posó sobre su hombro hasta que sus miradas coincidieron.

—¿Alastor? ¿Qué hace usted aquí? No estaba en la puerta del burdel—tragó saliva—pensé que se habría marchado a la Universidad.

—Yo la estuve esperando a usted. Lo que sucede es que no la vi aparecer en un rato largo cuando me dijo que se iba a hablar con una compañera. Pensé que a lo mejor estaría por los alrededores de la taberna—respondió—. Pero como no la vi por ninguna de las calles, decidí seguir rumbo a la Universidad. Esta es una de las calles por las que más rápido se llega.

—Bueno—Parecía que todo había sido un malentendido—. Lo que tenemos que hacer ahora es levantar a Ralph de aquí y llevarlo de vuelta. No podemos permitir que siga en este callejón con las heridas que tiene.

—Tiene razón—afirmó Alastor que levantó rápidamente al hombre con ambos brazos—. ¿Está usted bien?

Mientras Alastor hablaba con Ralph, Eloise se percató que el niño que había estado con ella hasta ese momento no estaba. Salió del callejón y miró en ambas direcciones. Corrió de un lado para otro de la calle bajo la atenta mirada de los dos hombres que la acompañaban.

—¿Qué le sucede? —preguntó Alastor cuando la vio volver hiperventilando—. ¿Ha perdido algo?

—A alguien más bien—respondió Eloise—. Es que no sé cómo es esto posible—comenzó a decir como si hablara más con ella que con Alastor—. No ha podido irse sin más. No puede andar solo por ahí a estas horas.

—¿A quién está buscando, señorita? —preguntó Ralph.

—A un niño—balbuceó—. Thomas… él vino conmigo y me llevó hasta usted hace unos minutos. Pero no sé a dónde se ha ido ahora.

—Yo solo la vi a usted—afirmó el talador.

—Yo tampoco vi a ningún crío de camino aquí, Eloise—secundó Alastor.

—Bueno, no sé… ahora mismo no sé dónde puede estar, pero tampoco podría ayudarlo mucho—afirmó—. Él me trajo hasta aquí usando la Magia, y es mucho más fuerte de lo que somos usted o yo—. Dirigió una mirada a Alastor—. Seguramente si lo hubiera encontrado a él esta noche lo hubiera encontrado interesante. Pero no podemos perder el tiempo con esto, así que vamos a casa. Sino, cuando estemos allí, saldré a buscarlo.

—¿Segura? —preguntó el universitario—. Yo puedo llevar de vuelta a Ralph solo, si lo necesita.

—Sí, sí—afirmó Eloise.

Durante el camino de vuelta Alastor intentó conocer más sobre el extraño niño y Eloise le contó lo que sabía sobre él: su nombre era Thomas y era muy poderoso. Le contó que su amiga Nadia lo había detectado con su Magia, que ella había hecho caso omiso a los que la avisaron de su posible identidad como el viajero y que ella a pesar de todo había desobedecido a todo el mundo y se lo había llevado, acabando justo en ese punto (al lado del desaparecido).

—El viajero—musitó Alastor—. Pensé que solo se trataban de leyendas.

—Eso pensé yo—corroboró Eloise—. De hecho, hasta este momento nunca había sabido de su existencia.

—Bueno, mientras usted esté bien, no importa si se ha encontrado con el viajero o no.

—Eso es cierto. Además, sin Thomas, el viajero o como quiera considerarlo, no hubiéramos encontrado a Ralph.

—Y se lo agradezco a ese niño del que habláis—susurró el aludido despacio—. Y a usted señorita por sacarme de ese callejón. No sabía ni en donde me encontraba.

—No se preocupe—dijo la mujer, viendo ya al fondo el burdel—. No le iba a dejar muriéndose en un callejón después de lo que nos ha costado que no muriera la primera vez.

Ralph esbozó una pequeña sonrisa que no pasó desapercibida para los dos jóvenes que iban con él.

Cruzaron las puertas y encontraron a Nadia, Gunil, Yana y al dueño del local sentados en una mesa de la taberna junto a varias velas.

Nadia salió corriendo en busca de su amiga y la tocó por todo el cuerpo, como si quisiera cerciorarse de que era ella.

—¿Estás bien? —preguntó a voz en grito y con los ojos muy abiertos.

—Sí, tranquila. Hemos encontrado…

No pudo terminar la frase porque su amiga la abrazó fuerte con los brazos.

Eloise soltó el brazo de Ralph y este fue llevado con ayuda de Alastor y de Yana hasta la habitación donde se encontraban sus compañeros.

—Pensaba que no volvería a verte—musitó Nadia—. Cuando saliste por la puerta con ese niño del demonio y encima parecías no escucharnos, y no podía sentir tampoco tu energía cuando cruzaste la puerta… pensaba, pensaba… que… no sé, estarías…

—¿Muerta? —preguntó Eloise con una tierna sonrisa—. Tranquila, que no lo estoy.

Nadia volvió a abrazarla y a ellas dos se acercaron el tabernero y su amante.

—¿Qué sucedió con el niño? ¿Lo llevaste a algún lado o…?

—Desapareció—soltó Eloise a bocajarro—. No sé si tenía razón con lo del viajero, pero si no la tenía, muy cerca estaba de su identidad. Desapareció tras llevarme a donde estaba el herido—. Se separó de Nadia para sentirse más cómoda—. Me senté al lado de Ralph para cerciorarme de que seguía vivo y después de que llegase Alastor, no vi al niño.

—¿Y Alastor no lo vio? —preguntó Nadia.

—No… él me dijo que iba por esa calle de camino a la Universidad de nuevo cuando se encontró conmigo y con Ralph. No vio al niño.

—¡Qué extraño! —exclamó Gunil con los brazos cruzados—. ¿Dónde estabas exactamente cuando apareció?

—Estaba en la calle larga que hay cerca de… bueno, tú ya sabes a qué sitio me refiero.

Eloise no podía revelar el lugar de encuentro de las prostitutas. Las que habían encontrado el sitio y todos sus miembros, habían dicho que ese sería su secreto.

—Comprendo—afirmó Gunil que recibió una mirada de desconcierto por parte de su amante—. Pero esa calle es muy larga y está bastante iluminada. Si el jovencito iba calle arriba para la Universidad, hubiera visto a ese crío andando o corriendo, ¿no?

—Bueno, es verdad que pasó poco tiempo, pero no creo que Alastor me mienta en eso.

—¿Desde cuándo una prostituta se fía de ningún hombre? —añadió Gunil—. Creo que deberías interrogar a tu clientecillo antes de que abandone estas puertas. Algo a mí no me huele bien.

—¿Desde cuándo una prostituta tiene una relación prolongada con un hombre? —repreguntó Eloise bajo la atenta mirada de su jefe que sabía muy bien por donde iba—. Siento mucho decirlo, pero tú no eres quien para sugerirme cómo debo comportarme o no con la gente que entra en este lugar… y Alastor no es mi cliente.

—Bueno, lo importante sería que vieras cómo está el herido—cortó Nadia—. No creo que enzarzarnos a discutir sea lo que más necesitemos ahora mismo, ¿no creéis?

—La jovencita tiene razón—intervino Elin—. Eloise, ve donde está el herido y pregunta a sus compañeros y a él cómo se encuentran y cuídalos hasta el amanecer si no te importa. De hecho, me gustaría que todas os involucrarais en esa labor. Voy a poner el cartel de cerrado todo lo que queda de la noche en la taberna y subiré también para ayudaros en lo que necesitéis.

—Gracias, Elin—musitó Eloise—. Nos vendría bien toda la ayuda posible hasta poder avisar a un curandero.


Gunil, Elin, Eloise y Nadia subieron hasta el piso superior para ir a ver a los heridos. En la puerta de la habitación estaba sentada Claudia que hizo un gesto a los recién llegados para que entrasen despacio. Seguramente alguno de los hombres estaría dormido.

Eloise iba a entrar cuando vio a Alastor paseando por el pasillo. Dudó unos segundos en si ir en su busca, pero al final fue a encontrarse con el joven, que levantó la vista y sonrió a la mujer.

—¿Por qué no está con Ralph y los otros heridos?

—Bueno—musitó Alastor—. He hablado con ellos un poco, pero tampoco quería saturarlos demasiado. No puedo usar mucho más mi Magia con ellos porque mañana tendré que usarla también bastante durante las clases. Si lo hago, probablemente necesite dormir unas 8 horas mínimo.

—Entiendo—respondió—. ¿Le han contado algo interesante?

—Ahora sé que fueron atacados por un oso en mitad de la noche. Al parecer perturbaron su sueño mientras iban a talar árboles del bosque para hacer una fogata. Llegaron hasta aquí porque el bosque en el que estaban es el que está a unos treinta o cuarenta minutos, más o menos.

—Vaya, eso explica los desgarros de la piel de Ralph. Al menos los tres no llegaron así aquí. Hubiera sido imposible curarlos.

—Hubiera sido muy difícil, sin lugar a dudas—aclaró el joven estudiante—. Aunque lo importante es que solo Ralph sufrió esas heridas tan graves y que, por buena ventura, podrá recuperarse. Además, me ha contado que escapó de aquí porque tuvo unos sueños muy extraños y se asustó. Seguramente la fiebre le planteó una mala batalla.

Eloise asintió con la cabeza y agradeció a Alastor su ayuda con el hombre en las dos ocasiones que lo hizo.

Él iba a marcharse ya escaleras abajo para irse a la Universidad cuando Eloise lo paró en el último peldaño. No quería quedarse con la duda de si le había mentido o no al decir que no había visto a Thomas en ningún momento.

—Oye, puede que la pregunta que le haga ahora le resulte extraña, pero, ¿está seguro que no vio a Thomas, es decir, al niño del que le he hablado cuando nos encontró a mí y al señor Ralph?

—Seguro.

—Pero esa calle estaba muy iluminada… y el niño no podía correr muy rápido, o al menos eso parecía—musitó Eloise recordando el momento en el que Thomas había salido corriendo de ella en la casa de las prostitutas.

—Sí, se lo aseguro. No vi a ningún niño por esa zona. Aunque lo importante que debía decirle es que me ha encantado conocerla un poco más, señorita.

Eloise se sonrojó un poco.

—Bueno, puede venir siempre que guste a esta taberna—susurró divertida—. Será bienvenido por todas nosotras, en especial por mí…

—Me agrada saberlo, aunque no creo que eso sea así, Eloise—musitó—. No suelo pasarme por el mismo lugar dos veces a no ser que lo que haya encontrado me interese de verdad.

—Haga lo que guste, señor Alastor de Brigde—respondió la mujer sonriendo.

—Encantado de conocerla, Eloise de Fogo.

El joven besó la mano de la mujer y salió por la puerta de la taberna con paso resuelto. Eloise lo observó mientras se marchaba como no había mirado a los hombres en años. Aquel joven había conseguido que ella se sintiera deseada y escuchada, ayudada y respetada como una igual, sin mirar su condición de prostituta. Pasase o no por la taberna en más ocasiones, ella siempre lo recordaría de buen agrado.

—¡Eloise!

La voz de su amiga Nadia la sacó de sus pensamientos de golpe y se llevó un pequeño susto cuando vio cómo su amiga iba en dirección hacia ella con los ojos como platos y con la mandíbula desencajada.

—¡Eloise! El niño… ¿dónde está? ¿¡Por qué lo has vuelto a traer aquí?!

—Cálmate, Nadia, cálmate—dijo Eloise poniendo los brazos sobre su amiga—. No hay ningún crío aquí. No he traído a Thomas hasta aquí. Desapareció, ya te lo dije.

—¡No me mientas, Eloise! Te prometo por mis antepasados y por mi difunta madre que yo lo he sentido aquí. El niño ha estado aquí mismo contigo.

—No te miento, Nadia. La única persona que ha estado aquí ha sido Alastor.

Nadia se quedó callada unos segundos y miró alrededor de la taberna con los ojos muy abiertos en todas direcciones.

—Solo he visto a Alastor cuando llegó contigo y con ese señor, pero la energía del niño lleva aquí un buen rato. Desde que llegaste la he podido detectar.

—¡No puede ser, Nadia! —gritó Eloise—. Creo que el susto de esta noche te está haciendo delirar porque aquí no ha habido ningún niño. Ninguna de las demás ha visto nada. Es imposible. Además, antes me dijiste que ambos no tenían la misma energía.

—No lo es—respondió el tabernero que salió de detrás de la barra con un paño en las manos—. Quizás tu querido Alastor sea una de sus múltiples formas.

—¡Usted está delirando! —soltó Eloise— ¡Alastor no vio al niño cuando salimos del callejón como les conté y ha sido la única persona que ha estado conmigo en este sitio y no lo ha visto tampoco!

—Yo solo te digo que todas las personas que me han hablado del viajero me han contado sobre personas diferentes, sin embargo, poderosas. Además, es un experto en que no se lo reconozca. Es un mago muy poderoso según algunos y un demonio según otros.

—¡Ustedes deliran vuelvo a repetir!


Eloise fue escaleras arriba e ignoró a su jefe y a su amiga. Entró en su habitación y cerró la puerta con la llave. No podía ser que se hubiera encontrado con el viajero en dos ocasiones en el mismo día y mucho menos podría tratarse de Alastor. Ese joven había tratado a Eloise con el máximo respeto del mundo y Thomas era un niño sombrío con grandes poderes que la había llevado hasta el hombre herido. Thomas podía ser el viajero. Podía ser perfectamente un ser de leyendas antiguas por su personalidad, pero Alastor no era así. Ese joven era un instruido hechicero. No podía ser.

Eloise se sentó sobre el jergón y se frotó los ojos con fuerza para después llevar las manos por detrás de su cabeza. Todo lo que había acontecido esa noche era surrealista y misterioso. Pero lo que más daba vueltas en su cabeza era el hecho de que Thomas fuese el viajero y de que su única amiga en el burdel y el tabernero considerasen que Alastor y el niño podían ser la misma persona.


Para cambiar sus pensamientos, se fue a cuidar a Ralph y a los otros leñadores.

Allí, decidió intentar entablar una conversación con el más simpático.

—Lamento ser demasiado curiosa, pero ¿de dónde es usted?

—No lo lamente, señorita—susurró Ralph aclarándose la garganta—. Vengo de un pueblo del sur de Carintia, de esos que ya están desapareciendo.

—Pues más motivo para que usted hable de él. ¿Cómo se llama?

—Se llama Bridge, señorita.

—¡Vaya! —exclamó la mujer con una sonrisa amplia—. ¿Y usted no conocía al joven que nos ayudó en el callejón? Él me contó que era de Bridge.

El hombre soltó una pequeña risita.

—No creo que el jovencito fuera de ese pueblo—musitó—. Conozco a todos los habitantes del pueblo debido a que mi esposa y mi madre son las que hacen el pan. Si fuera de allí lo hubiera conocido al instante.

—Bueno—dijo Eloise un poco cabizbaja—. No importa si es de allí o no. Nos ayudó en el callejón—dijo más para sí misma que para su acompañante—. ¿Cómo era el oso que los atacó en el bosque?

El hombre dirigió una mirada de soslayo a la joven que lo escuchaba y le preguntó:

—¿Cómo sabe usted que nos atacó un oso?

—Alastor me lo dijo… me dijo que se lo preguntó cuando lo trajo hasta la habitación.

Ralph negó con la cabeza y se movió en la cama, produciendo un pequeño quejido.

—Lamento que ese joven es un pequeño truhan, si se me permite decirlo. Jamás me preguntó nada. Cuando me llevó hasta la habitación se sentó al lado de la cama, como está usted ahora y esperó a que yo me durmiera mientras me observaba. Cuando abrí los ojos no estaba aquí, pero me sentía mejor de las heridas. Era como si me hubieran dado un soplo de vida. Creo que tuvo que ver con sus habilidades mágicas.

Según iba hablando el señor, Eloise fue apretando su falda y mirándolo más sorprendida que antes. Alastor no parecía ser la persona que decía ser. Al menos, había mentido en dos ocasiones que ella supiera. Y, si se ponía a pensar mal, también sería verdad que él había visto al niño en el callejón, y que, por tanto, lo había ocultado. O, por el contrario, él era el niño que había estado con ella. Thomas y Alastor eran la misma persona.

—Bueno, al menos está usted bien—comentó Eloise a Ralph—. Ahora mismo vuelvo, perdone.

Eloise se levantó e hizo un gesto de cabeza al señor que asintió y le hizo un ademán con la mano de despedida.


—¡Nadia! ¡Nadia!

Su amiga abrió la puerta de su habitación y dejó que Eloise entrase.

—Lo siento, lo siento mucho—dijo sintiendo cómo las lágrimas se aglomeraban en sus mejillas—. No tuve que haber dudado de ti ni haberme fiado de ese idiota de Alastor. Tenías razón, Nadia. Me mintió.

—Tranquila Eloise—. Nadia la llevó hasta su cama y se sentó a su lado. Le entregó un pañuelo blanco y ella se secó las lágrimas con él—. Yo también te irrité un poco antes y no supe entender que te costaría darte cuenta de lo que quería decirte. De hecho, lo he estado pensando… y Alastor no creo que sea una mala persona.

—¿Por qué no? ¡Nos mintió! ¡Él era el viajero! Se presentó en forma de niño y me engañó como si fuera una ilusa para llevarme ante este hombre, cuando pudo haberlo hecho de otra forma si sabía desde el principio que se encontraba en el callejón herido.

—Lo sé—afirmó Nadia—. Pero debes pensar que él salvó la vida de ese hombre y te hizo sentir más feliz el rato que estuvo contigo.

—Eso también es cierto—musitó Eloise, secándose de nuevo.

—Si como dijo Elin es el viajero, este nunca revela su identidad. Quizás sea un mago tan poderoso que prefiera mantener su anonimato. Las personas que son demasiado poderosas tienden a ser retenidas y usadas por otras personas si se descubre su poder. Además, con el poder que percibí yo en ese niño, creo que se podrían salvar la vida de cinco hombres que estén en el estado de Ralph sin sentir cansancio.

Eloise escuchó las teorías de su amiga Nadia, una joven que, a pesar de su vida tortuosa, disfrutaba de imaginar la vida. Y de todas las frases que soltó por sus hermosos labios rosados, Eloise se quedó con la siguiente:

“Seguramente el nombre del viajero no sea Alastor o Thomas, pero este sintió verdadera curiosidad y admiración por ti, tanto como para pasar más rato contigo del que suele pasar en otros lugares, aunque intentando preservar su identidad.”

Eloise salió de la habitación minutos después sabiendo que nunca conocería la auténtica verdad sobre el hombre que se le había presentado aquella noche, pero sabía que como había dicho su amiga, se trataba de una persona extraordinaria.


Año 1655, calle Hope nº4, Sapere, Carintia

Eloise estaba detrás de la barra de la taberna de la calle Hope con una sonrisa en los labios. La música sonaba por todo el lugar y los hombres y mujeres bebían y brindaban porque la Universidad iba a acoger a muchos estudiantes nuevos ese año. Las instalaciones de la vieja edificación se habían ampliado después de más de nueve años de trabajo por parte de muchos hombres y mujeres.

En la taberna el incremento de dinero que llevaban percibiendo desde que se terminó el edificio era mucho mayor que el de sus años anteriores. Personas de todo el reino habían ido hasta Carintia para buscar un hueco en la ciudad. La mayoría jóvenes que traían un ambiente diferente al sitio que regentaba Eloise de Fogo, que normalmente estaba lleno de hombres algo roñosos y toscos.

Llevaba con el negocio unos seis años más o menos, desde que el antiguo jefe del burdel murió súbitamente. Había dejado las escrituras de la taberna y el burdel en manos de la mujer en la que más confiaba. Ella había decidido cambiarlo y tras unos meses difíciles de muchas deudas y noches sin dormir, había conseguido que poco a poco la taberna se hiciera un hecho vigente, sin ser un burdel.

Algunas de sus compañeras habían decidido quedarse tras la decisión de Eloise, sin embargo, otras se habían marchado en cuanto tuvieron ocasión: entre ellas la joven Nadia. Ella había estado buscando trabajo en varios talleres de la ciudad en el que se necesitara un hechicero, y, lo había conseguido poco después de morir Elin. No sin antes dejar a Eloise parte del dinero que había ganado en su antiguo empleo y que había estado quedándose sin que el jefe se enterase. Lo había hecho por todos los años que ella había pasado cuidándola y le había prometido volver a la taberna en alguna ocasión.

Desde que se marchó la había pisado dos veces, y Eloise se sentía mucho más joven cuando veía a la preciosa Nadia con su uniforme marrón y dorado, que resaltaba sus facciones, y que le daba un toque distinguido. Estaba en un taller de alta costura en la zona norte de la ciudad.

Ese día, Eloise esperaba que apareciese en algún momento, como había prometido en una carta hacía una semana, pero mientras tanto, como siempre, ejercía su trabajo de camarera.

Entregó tres jarras de cerveza a varios jóvenes que estaban sentados en una mesa al fondo de la taberna que la miraron con ojos de depravados. Hacía muchos años que se había acostumbrado a esas miradas e hizo caso omiso, hasta que vio cómo empezaron a hablar con otra de las mujeres que servían en la taberna: Yana.

Eloise iba a acercarse a ellos para sacarla de allí y no tener un conflicto mayor, cuando un señor se acercó y llamó a la muchacha para que se aproximara a su mesa. Eloise se fijó que no pidió nada a Yana. Esta se marchó con paso resuelto detrás de la barra.

—¿Qué te ha dicho? —preguntó la tabernera.

—Nada. Creo que solo me ha llamado por despistar a los babosos esos—respondió la joven—. A lo mejor le llevo otra cerveza por las molestias que se ha tomado. Si no se hubiera dado cuenta, probablemente les hubiera tenido que apartar un poco más brusco de la cuenta.

—No hace falta que vayas tú para allá—musitó Eloise—. Quédate aquí un momento y yo se la llevaré. No tengo ganas de que te acerques mucho a ese sector. Además, la barra está muy tranquila ahora.

La muchacha asintió y Eloise llenó de un barril grande de cerveza una jarra pequeña. Se acercó al hombre que había ayudado a la joven y puso la cerveza en la mesa.

Él no tendría muchos más años que Yana o que los jóvenes que había en la mesa. Tenía los ojos verdes, barba y estaba vestido completamente de negro.

—Vengo a entregarle esto por ayudar a una de mis chicas—susurró la mujer con una sonrisa—. Lamento que haya tenido que intervenir, pero se lo agradezco.

—No hace que me lo agradezca, señorita—respondió el hombre—. Aunque aceptaré la cerveza con buen gusto, si no le importa. Estoy sediento después de varios días caminando hasta aquí.

—Por supuesto, quédesela, ¿señor…?

—Alastor—musitó.

—Encantada. Yo soy Eloise—respondió mientras volvía hacia la barra.

—De Bridge. Alastor de Bridge.

La mujer giró sobre sí misma y observó de nuevo al hombre que estaba ante ella. La persona que había conocido hacía unos diez años, a quien recordaba exactamente, y a veces soñaba con su presencia, era la misma que tenía ante sus ojos; solo que había pasado de ser un jovencito a un hombre.

Eloise no dudó un instante y se sentó en la silla que había enfrente de él.

—¿Por qué ayudó a Yana antes?

—Sabía que no se resistiría a acercarse hasta aquí para agradecérmelo—dijo poniendo una mano sobre la otra—. También esperaba poder entablar una conversación con usted una vez más.

—Sigo sin entender el porqué de una conversación—alegó Eloise—. Hace mucho tiempo que pisó esta taberna. Ha crecido bastante y yo ya no soy la prostituta que era antes. Ahora esta taberna me pertenece, y en parte ese deseo que tenía hacia usted se fue hace mucho tiempo. A lo mejor si hubiera aparecido antes, la situación sería diferente.

—No esperaba que me recibiera con los brazos abiertos, señorita Eloise—respondió su interlocutor—. Pero siempre me sentí muy culpable por lo que pasó en esta taberna. Usted ya sabe quién soy, sabe que dentro de unos minutos saldré por esa puerta y no me volverá a ver, y si lo hace, nunca sabrá si soy yo o no. Me gustaría explicarle mi propósito con usted aquella noche y las demás veces que la he visto. Contarle una pequeña parte de verdad sobre mí.

—¿Por qué haría eso? —preguntó la tabernera—. Sabe usted que la suma de dinero que me embolsaría delatando a un hechicero como usted sería más cuantiosa que un palacio en mitad de esta ciudad.

—Es un buen farol, señorita—rio su interlocutor—. Pero usted no sabe el tiempo que llevo yo en este mundo, con cuántas personas he hablado, ni las conversaciones que he tenido. Sé lo suficiente sobre las personas como para saber que usted no haría eso.

Eloise se calló y cerró los brazos sobre su pecho.

—Pues hable. Lo escucharé—Echó una ojeada a la barra—. Pero dese prisa. No puedo dejar esto desatendido mucho tiempo.

—De acuerdo—musitó su interlocutor—. Entonces le explicaré rápidamente.

Sacó de su bolsillo un reloj dorado con agujas en forma de corazón y lo puso sobre la mesa. Además, se quitó los tres anillos que llevaba puestos en las manos.

Eloise abrió mucho los ojos y miró varias veces hacia los objetos y al viajero.

—Ese era el reloj de mi maestro y los anillos que siempre llevaba.

—Efectivamente—respondió—. Esa fue la primera vez que la vi.

—Pero, ¿cómo?

—Ya sabe usted que pocas veces se me ve con la misma apariencia. O al menos, las leyendas lo afirman—. Guardó el reloj ante el asombro de Eloise y volvió a colocarse los anillos—. Digamos que la niña que usted era encandiló mi corazón. Y no se piense que ha sido la única a quien he enseñado. Solo que usted fue especial. De hecho, cuando vine a esta taberna hace diez años no pretendía encontrármela. El destino me llevó. Y lo demás ya usted lo sabe. No soy Alastor de Bridge, pero tampoco el pequeño Thomas. Pretendía encontrar algo único en esta taberna. Eso sí era cierto. Y también lo era que en esos momentos estaba estudiando en la Universidad.

—Pero no entiendo cómo podía estar estudiando si nunca se lo ve con la misma apariencia dos veces. Usted mismo me lo ha dicho antes. Seis años de Universidad no son la mejor manera de ocultarse.

—Bueno, le he dicho que las leyendas lo afirman. A veces paso estancias largas en lugares que me llaman la atención. O con personas que me llaman la atención—dijo dirigiendo una mirada a la mujer que tenía enfrente suya. Eloise no supo cómo interpretarla porque en esos momentos su cabeza era una auténtica locura.

—Me gustaría saber por qué me mintió con respecto a Ralph, el hombre que salvamos en la taberna. Si nunca lo hubiera vuelto a ver me hubiera gustado al menos que fuera sincero. Igual me hubiera gustado que el pequeño Thomas hablase conmigo en algún momento más que cuando me arrastró hasta ese callejón.

—Siento mucho eso—alegó el viajero con un tono de voz pausado y bajo, como solía hablar su maestro—. Llevo toda mi vida ocultando mi verdadera identidad y el mentir es parte de eso. Tuve que haberla tratado con más tacto cuando fui Thomas. Pero a veces no controlo bien quién soy. La Magia en mi cuerpo es un órgano vital más, que nunca se cansa.

—No se excuse, señor… —musitó Eloise—. Me agrada saber que usted se preocupó por mí cuando era una niña. Y le agradezco que Alastor fuese un buen hombre conmigo. Pero…

Eloise sentía un nudo en el estómago. No sabía si entender que el viajero en su vida era un amigo o un enemigo, alguien que la quiso, o la engañó. Y así había sido los últimos diez años.

—Entiendo que no tenga mucha simpatía hacia mí, pero que tampoco me odie. Lo único que quería era ser sincero con usted en algún momento. Y decirle que me gustaría volverla a ver algún día.

—Bueno, en esta taberna no cerramos las puertas a nadie—sonrió Eloise—. Ni siquiera a los hechiceros eternos…

—Jamás le dije que fuese eterno—aclaró su interlocutor que se levantó de la silla—. De hecho, el viajero es una buena forma de describirme, señorita Eloise.

Eloise lo acompañó hasta la puerta de la taberna, seguida por la atenta mirada de sus compañeras. Más tarde les contaría cualquier excusa. No habían vuelto a hablar del extraño suceso de hace diez años, y ella no pretendía hacerlo tampoco.

El viajero se giró hacia Eloise y ella se encontró con sus bonitos ojos verdes. Los ojos verdes amigables y protectores de su maestro, los ojos verdes de Thomas, y los preciosos ojos verdes de Alastor (el único hombre que le había interesado en su corta, pero ajetreada vida).

—Le deseo un buen viaje, Alastor…

Si tenía que recordarlo, prefería hacerlo con ese nombre.

—Igualmente, Eloise.


*Jensen: tercera estación del año en Austria.

*Niende: décimo día de la semana en Austria.

28 de Julho de 2022 às 21:24 0 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

Conheça o autor

Marta Ferreira Hola, soy Marta Ferreira y soy una estudiante de medicina apasionada por la lectura, la fantasía y la ciencia ficción. Me encantaría acabar publicando una novela y por eso estoy en esta plataforma. Además, si encuentro una historia que sea de mi agrado la leeré con gusto.

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Austria
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Nos adentramos en un reino formado por cinco condados diferentes en los que se desarrollarán las diferentes historias de este universo: desde relatos cortos hasta novelas extensas que intentarán mostrar al lector las intrigas y misterios de este maravilloso mundo, así como parte de la vida de los protagonistas y personajes secundarios de cada historia, que prometen encandilar al lector que se adentre entre las páginas de sus vidas... Bienvenidxs a Austria. Leia mais sobre Austria.

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