Rallo otra línea vertical, cerrando otro cómputo de días. Me alejo del pilar de madera para admirar toda la superficie rallada, manchada con otro día y martilleada por mis vagas esperanzas.
Nunca aprendemos, y no lo haremos ahora.
Sufrimos. Somos masoquistas con nuestros hermanos, con nosotros mismos y con la propia naturaleza.
Aun así, somos victimas de nuestros sistema.
Nos matamos inconscientemente. Morimos inconscientemente. Y sobre todo, no nos damos de cuenta que nuestros días están contados, que nuestra vida es un hilo que se puede romper con apenas un tirón.
Morimos en paz, al igual que nacemos con ella. Del mismo modo, vivimos en una sociedad llena de temor, tristeza y crueldad. Vivimos para trabajar, somos producto de un círculo que nosotros mismos hemos creado.
Nacemos para vivir, engendrar y morir.
Escucho como el fuego hace estallar la madera. Me despierto de un sueño que rompe con una realidad de la quiero escapar. Me consumo, me hacen temer y sobre todo, me hacen sufrir. Trabajamos para sobrevivir, dejamos de lado la idea de vivir y ocupar nuestro tiempo en otras actividades secundarias.
En nuestra sociedad no existe el deleite. Quiero un cambio, algo que me haga levantarme por las mañanas y me alegre al pensar que haré algo productivo y que ayude al resto del mundo.
Sin embargo, aún viviendo con esa ilusión, no hay nada que me impulse a querer levantarme todos los días para enfrentarme a una realidad como ésta.
Creo en las utopías. En un mundo de tranquilidad, sin gritos, ni enfados, ni armas, ni guerras, ni pensamientos suicidas....No quiero ser una marioneta que se corrompe con cada grito en el cielo.
Quiero ser una pequeña flor, llena de felicidad y amor.
-¿Cómo hemos acabado así?- me repito. Parpadeo ante ello, intentando encontrar una respuesta lógica.- ¿Por qué somos así? Crueles, malignos, codiciosos, embaucadores, egoístas...No lo entiendo.- sigo comentando.
Frunzo el ceño, mientras que alargo la mano hasta coger la taza de encima de la mesa. Cuando la tengo, me retiro de nuevo hacia atrás, dejándome caer en el respaldo del sofá.- Nuestra naturaleza es pacifica, tranquila y sosegada. No tenemos por que comportarnos como "monstruos devora-corazones".- explico.
- Nacemos con una mente abierta, sana e infantil.- digo recordando lo que es ser pequeña con alegría.- Pero nos volvemos estúpidos.- finalizo borrando la sonrisa de mis labios.
El olor a madera quemada me impulsa a observar el fuego. Unas llamas llenas de pasión, de un rojo intenso y vivo, me hacen pensar en cuando llegará.
Mi rostro se relaja al pensarlo, al imaginar cuando él entre por la puerta junto con una pequeña sonrisa en los labios y con el frío recorriéndole el cuerpo. De alguna manera eso me hace sentir serena y protegida.
Escucho de fondo como el viento golpea violentamente las ventanas del piso de arriba, a la vez que la lluvia cae en forma de cascada y el frío se instala en el ambiente. Envuelvo mi piel en una manta desgastada por el tiempo esperando a que algo ocurra, a que él venga y me diga que todo esta bien dentro de estas cuatro paredes. Y que, por tanto, todo lo que esta afuera, sigue siendo igual de complicado que siempre.
Suspiro con los ojos cerrados, sintiendo una cálida sensación recorriendo los resquicios destapados de mi cuerpo.
Por un momento pienso en que pasaría si él no llegará, en si nunca más volviesen a tocarme de la misma forma. En si sus labios quedaran mudos para siempre. Lo pienso demasiado rápido y eso me lleva a negarlo. A no querer saber nada de dicha realidad.
El miedo a perder a aquello que me hace levantarme cada mañana de entre las sábanas, para empaparme del frío y caminar fuera de estas cuatro paredes. Y eso me hace pensar en algo peor, en la perdición de mi absoluta felicidad.
Él es ese motivo y sí lo perdiese, entonces no habría vuelta atrás. Me sumiría en un abismo de dolor y sufrimiento del cual me costaría salir.
Escucho como la puerta se abre, despertándome de nuevo. Me giro inconscientemente, deseando verle y escucharle.
Sus ojos oscuros impactan en los míos y vuelve la calma a mi ser. Llenándome.
Sus labios se mueven para formar una tierna sonrisa, la cual está congelada por el frío de afuera. Con apenas un movimiento cierra la puerta y se despoja de todo abrigo, bufanda y zapatos, quedando más aliviado. Por último, se remueve el cabello con unos movimientos de manos para a continuación mirarme.
Me sonríe.
Reacciono de la misma forma.
-Te he echado de menos.- dice.
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