Siempre creímos que la magia jamás existió. Sin embargo, somos capaces de crearla. La magia no es irrealidad, imposibilidad. Se concibió a través del universo. Por tanto, está formada por los elementos de la naturaleza, por la luz del día, la oscuridad de la noche, los seres vivos, las estrellas brillantes, el sol, la luna y los poderosos planetas.
Luego de haber explicado eso, podemos hablar de nosotros como "seres mágicos". La magia que gozamos nos da la habilidad de generar impulso, de sentir, de vivir y, principalmente, de amar. El amor, ¡cómo olvidarlo! Sin él, seríamos incapaces de crear energía, nuestra firma, nuestra aura. Aura que luego se convertiría en nuestra “insignia mágica”, aquello que nos caracteriza como seres significantes, inmensos, únicos e irrepetibles. No obstante, esa aura además está en contacto y combinado con los elementos oscuros de la rabia y el enojo. Forma parte de nuestro "otro polo" que también nos hace únicos, que nos ayuda a iluminar el camino hacia la luz, a que los finales anuncien nuevos comienzos, a que los errores se transformen en aprendizajes, a que el día siga a la noche, a que el tiempo dirija nuevas eras. La luz y la oscuridad son la dualidad perfecta que atribuyeron a la existencia fugaz del cosmos.
Mucho de lo que está escrito en los párrafos anteriores formará parte de la historia que voy a contarles...
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