La vereda estaba algo mojada producto de la neblina densa de la madrugada. Nunca fue un impedimento para él caminar en esa condición. Que la senda estuviera mojada no significaba nada para su andar. Había recorrido otros caminos en condiciones más empapadas y húmedas que las de ese sector donde todo le indicaba que iba bien encaminado, como siempre desde el día en que empezó a caminar. Además la suerte le sonreía porque la gente lo conocía. Se le podía ver en la televisión de vez en cuando o algún mensaje para su familia por la radio, otras para decir por dónde andaría los próximos días o comentando las rutas que hacía.
La cuestión en sí, es que este hombre caminaba y caminaba mucho. No pasaba hambre, porque la gente le ofrecía comida por donde pasase. No pasaba frío porque la gente le proporcionaba ropa, a veces incluso nueva, para que se abrigara en su camino incesante. Incesante excepto para suplir esas necesidades básicas de comer, cagar, mear y dormir. A veces pedía duchas, porque realmente era necesario, pero nunca le faltó salud ni resguardo para poder seguir caminando.
Es un privilegio poder hacerlo. Un privilegio de hombre que camina. Y un privilegio de caminar solo por donde se le ocurriese. Al menos él así lo reconocía. Decía que también caminaba para incitar a más gente a hacerlo, a despojarse de lo material y caminar. Pero era extraño también, porque cada vez que le preguntaron para dónde iba caminando, él contestaba con un no lo sé. Y la verdad es que no lo sabía, su instinto solamente le decía qué caminos tomar, como si conociera los caminos, pero no el final de su camino. Dicen que quizás no buscaba el fin del camino, sino simplemente caminar.
Puso la zapatilla desgastada sobre el agua de la vereda y el sonido que provocó le hizo sentir nostalgia de un invierno, antes de que empezara a caminar, con su familia tomando algo un fin de semana, descansando. Sonríe pensando en eso por un rato y después siguió caminando, metiéndose por bosques, ciudades y plazas. Envuelto en plantas o con ropas rasgadas, con zapatos o a pie descalzo, la gente a veces le aplaudía al verlo pasar así como los autos tocaban sus bocinas y le gritaban cosas para que no se detuviera jamás. Todas estas acciones de la gente que lo reconocían le daban energías para seguir avanzando y así recorrió varios miles de kilómetros en todos los sentidos, incluso a veces volviendo a lugares que echó de menos, como su propia casa, para visitar a su familia y luego seguir caminando.
Pasaron años y con ello se fue haciendo viejo, pero su caminata jamás perdió fuerza ni velocidad, ni siquiera con la humedad de las calles y aceras. Doblando una esquina en algún pueblo o ciudad, subiendo algún cerro o montaña para ver hacia donde avanzar o mojando sus pies a la orilla del mar, en alguna playa tratando de idear la forma de caminar por el mar. Hasta el día en que se subió a un barco caminando en él mientras cruzaba el océano. Y así pudo seguir caminando por otros lados del planeta que, a veces dicen, también disfrutaba de sus pasos.
Caminando lejos de su familia y de su país, una noche de reojo notó un brillo que lo hizo dudar de dar el siguiente paso. En la oscuridad que caía sobre su cuerpo errante él fue el único testigo de que se detuvo, solamente unos segundos, para observar una puerta impecablemente blanca, con unos detalles en relieve que le llamaron tanto la atención que le removió las tripas, lo recorrió un escalofrío de placer por brazos y piernas y le abrió las pupilas para ver con mejor detalle el pulcro brillo que lo envolvía, casi luchando con la penumbra a su espalda. Entonces volvió a caminar y lo hizo en dirección a la puerta como si ésta lo hubiese invitado a acercarse y abrirla. ¿Era la puerta el final de su camino? Al parecer sí, eso pensaba mientras todo su cuerpo vibraba con cada paso que daba. Siete pasos, trece pasos, veintidós pasos, treintaicuatro pasos fueron al final y los contó mientras levantaba el pie para dar el treintaicinco al abrir la puerta. Al abrirla, una luz lo cegó, aunque no detuvo su caminar hacia donde ésta lo llevaba, pero sintió un cansancio enorme y de repente se desvaneció.
Al despertar a la mañana siguiente, abrió los ojos algo cansado. Estaba acostado en una cama que no recordaba haber visto y sintió la urgencia de ir al baño. Levantándose se dio cuenta que su piel era diferente y cuando se miró al espejo notó que ya no era quien recordaba ser.
Ahora era otra persona, un yo que no recordaba ser el que veía al espejo pero que tampoco dudaba de lo que veía. Recordó cómo caminaba antes de despertarse, pero al mismo tiempo sabía que el caminar ya no era necesario. Una y otra vez en el espejo buscó la cara que recordaba tener y su ímpetu de seguir caminando, pero no hubo respuesta. Ni su mente ni cuerpo respondían a ese llamado tratando de tomarle la mano a su yo anterior. Se cubrió los ojos, se dejó caer en el suelo, encorvó su cuerpo, apretó los puños contra sus piernas y no quiso moverse nunca más.
Obrigado pela leitura!
Podemos manter o Inkspired gratuitamente exibindo anúncios para nossos visitantes. Por favor, apoie-nos colocando na lista de permissões ou desativando o AdBlocker (bloqueador de publicidade).
Depois de fazer isso, recarregue o site para continuar usando o Inkspired normalmente.