cynstories Cyn Romero

«No apartes los ojos del brillo de esta estrella, si no quieres ser enterrado por la tormenta». Nirali huyó de su pueblo para aprender sobre la magia elemental y luego abandonó a su maestro para seguir aprendiendo por su cuenta. Ahora, que su propio discípulo ha escapado de ella —llevándose sus honorarios y sus pertenencias—, tendrá que admitir que las cosas no son tan fáciles como parecían. Al menos no cuando se tienen puestos los ojos en el pasado, el corazón en el futuro y los pies en el presente, sobre la arena del desierto de Kydara.


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Misterio en Samhain

La ceremonia estaba bien. Según los libros, no faltaba nada. Ni los elementos, ni la posición de las estrellas en el cielo, ni la preparación mental y física del alumno. Lo malo, eso sí, era la ubicación que habíamos elegido. Tampoco es que tuviéramos muchas opciones, en plena época de revolución, luego del peligro de una guerra entre nuestro país y el vecino.

Los caminos no eran muy seguros para una mujer y un adolescente cargado de libros, por más que yo supiese utilizar la magia elemental y el mocoso se hubiese aprendido de memoria todos los hechizos de los grimorios que encontrara. Ni yo había perfeccionado mis ataques, ni él había tenido tiempo de poner en práctica todas esas palabras que se había metido por los ojos.

Así que ahí estábamos, en pleno desierto de Kydara, congelándonos los huesos en Samhain —la última noche del décimo mes— para hacer un rito de iniciación a mi alumno.

Mi nombre es Nirali Sidhu, ex alumna del Gran Sarwan Lal Nehru (lo de "grande" es un apodo que él mismo se puso, como imaginarán) y, por lo tanto, hechicera elemental especializada en el fuego. Lo de especiali-no-se-qué queda bonito en la presentación, lo sé, pero no tuve tiempo de aprenderme el resto de los elementos. Mis únicas aliadas son las salamandras, las únicas que conozco y que me interesan.

Cuando mi maestro me eligió, lo que yo quería era huir de un matrimonio arreglado con el carcamán más arrugado del lugar, así que no lo pensé demasiado. Las palabras encantadoras de Sarwan se desvanecieron apenas cruzamos las puertas de la ciudad. Pasé de ser «la elegida del fuego» a «hey, tú, niña plana como una tabla». Los envíos de dinero que mi madre nos hacía, en secreto, fueron lo único que impidió que él me abandonara en la primera posada.

Mi rito de iniciación también fue durante un Samhain, pero debí hacerlo junto a una mesa de apuestas, porque él quería que «aprendiera a hacer las cosas bien en cualquier ambiente». Que él llevara una racha ganadora no tenía nada que ver. Mi salamandra atendió el llamado, de todas formas. El tiempo pasó, uní mi esencia con la del fuego y pude enfrentarme a un medioelfo para salir de una emergencia después.

Luego, Sarwan fue convencido de participar en la revolución contra el tirano que nos gobernaba, con lo que yo fui arrastrada a cumplir misiones y a enfrentarme a soldados borrachos para tomar una ciudad portuaria, Bunhal.

Lo que viví en ese lugar me marcó tanto, que ya no pude pensar con claridad. Incluso llegué a enfrentarme con el sirviente del rey, un loco peligroso que casi me costó la vida. Pasé de aprendiz a soldado de primera fila, casi sin darme cuenta. Mi cabeza quedó hecha un lío.

Por eso, apenas todo terminó y el tirano fue derrotado, dejé mi corazón roto en un vaso de Taj —una bebida de la región— y corrí lejos, antes de que las lágrimas me alcanzaran.

Me volví autodidacta, lo cual no hizo mucha diferencia de mis tiempos con mi maestro, lo admito. Pero algo de Sarwan había quedado en mí. Noté que le había tomado gusto a las maldiciones y a los juegos de cartas, en especial a los que tenían lugar en tabernas oscuras y terminaban en disturbios. El Taj se convirtió en mi nuevo mejor amigo, dejé de rellenar mis sostenes y acepté que me confundieran con un muchacho escuálido en las posadas. Mucha ropa oscura, mi cabeza cubierta con la capucha y algún que otro talismán para provocar el miedo de los supersticiosos fueron la receta perfecta. Nadie me molestaba.

Ser una mujer en Daranis no es nada fácil: o te conviertes en jarrón decorativo en la repisa de un viejo degenerado, o mueres de hambre e ignorancia. Cuando me di cuenta, ya había engatusado a un adolescente lleno de monedas para que se convirtiera en mi aprendiz. Las palabras adecuadas salieron de mi boca sin problemas:

—El fuego te ha elegido, muchacho. Puedo ver el poder escondido dentro de ti. Ven conmigo y nunca volverás a temerle a nada.

Lo cierto era que yo no tenía idea de lo que estaba haciendo, el que hablaba era mi hambre de días y mi espalda agarrotada de tanto dormir a la intemperie.

Porque una parte de lo que no te dicen cuando te conviertes en hechicero independiente es que serás pobre. Muy pobre. Y dependerás de los trabajos eventuales que puedas conseguir, o de los alumnos que quieran pagarte para tomar tus enseñanzas.

El mejor empleo es con el gobierno, por supuesto, se trabaja poco y se gana mucho. Pero no era el momento de quedar pegada a un nuevo régimen que bien podía demostrar ser igual de tiránico que el anterior, no señor. Y no quería que se supiera por ahí que había una mujer hechicera viajando sola, sin un céntimo. La única opción era tomar a algún incauto y convencerlo de que me diera honorarios por pasarle mis conocimientos.

Ahora pienso que ojalá hubiese tenido algo más para enseñarle.Como decía, había pasado más de un año desde que huí de mi maestro y era la noche de Samhain.
Mi discípulo, Ren Jann, tiene unos cinco años menos que yo, aunque me lleva una cabeza en altura y su espalda ancha es buena para espantar a los asaltantes de los caminos. Creo que por eso lo elegí, en primer lugar. En segundo lugar, por sus ojos negros de cachorrito perdido.

Es tan inocente, que no podría hacerle daño ni a una hormiga. Y le gustan los libros de hechizos, los compendios sobre hierbas y coleccionar piedras con propiedades energéticas. Él es quien tiene que cargar con todas esas cosas, por supuesto. Uno de los beneficios de ser maestra es que no tienes que llevar el equipaje de nadie. Ni siquiera el propio. Otro es la bolsa cargada de monedas que recibimos cada luna nueva del mensajero de su familia.

Yo estaba tan ansiosa de llevarme a Ren, como sus padres de que lo sacara de aquel pueblo de mineros rudos. Todos habíamos tenido mucha suerte con esto.

La ceremonia había comenzado.

El chico estaba arrodillado en el centro del círculo, con la cerilla sagrada —que compramos en oferta en la última feria que pasamos— temblando en su mano izquierda. Yo lo estaba mirando, muy segura de que mis ojos le transmitían que, si eso salía mal, lo despellejaría vivo. Una sensación que debería ponerlo en la misma sintonía que yo, cuando tuve mi iniciación en la taberna con Sarwan.

Si yo fui captada sin razón, en medio de la calle, tuve un entrenamiento a medias y aun así las cosas salieron bien. Suponía que Ren podría convertirse en un hechicero sin problemas. Estaba siguiendo los pasos, según recordaba.Las manos largas y pálidas de mi alumno llevaron la punta de la cerilla hacia la piedra elegida, la obligaron a frotar con fuerza la superficie gris y esperaron, bajo mis ojos asesinos. No ocurrió nada. Ni una mísera chispa.

—Prueba con otra cerilla —apunté, en un susurro que dejó escapar una nube de vapor en el frío de la noche—. Otra. Otra más. No te detengas.
—N-No queda ninguna —me respondió, con la voz entrecortada—. No lo entiendo, no falta nada.

Me acababa de dar cuenta de que no tenía forma de conseguir otra y, en kilómetros a la redonda, no había un maldito árbol de donde sacar una rama. Ren siguió buscando la razón y yo traté de ignorar la frustración en sus palabras.

Su mirada ahora se parecía a la de un niño decepcionado, mientras revisaba libro tras libro, desesperado por una solución. Yo me había resignado a esperar al próximo final de octubre. Era consciente de que la arena de ese desierto cargaba con demasiada magia residual de guerras antiguas como para querer arriesgarme a mover un dedo.

—El lugar debe estar bloqueándote, mocoso. No te apures, el año que viene lo haremos bien, en la cima de una buena montaña. Te lo prometo.

Él tomó una bocanada de aire y me hizo la única pregunta que no era capaz de contestarle.

—¿Estás segura de que tengo algún poder que bloquear? Este desierto me parece tan normal como cualquier otro.
—No es que hayas visto muchos desiertos en tu vida, Ren...
—¡Dime la verdad! —insistió, con una ansiedad que sacó parte de su carácter escondido—. Empiezo a sospechar que no soy el elegido de ningún fuego.
—Descansa, tenemos que salir al amanecer si queremos avanzar algo antes del mediodía. No querrás quedarte bajo ese sol, te lo aseguro —comenté, como si nada, mientras me acomodaba en la tienda que habíamos improvisado.

Me dormí, sin admitir que ni yo sabía qué había salido mal. Pero tendría un año más para averiguarlo. Mientras las bolsas de oro siguieran llegando, no tendría ningún apuro en llamar a la pobre salamandra que tuviera que quedar bajo el cuidado de este chico.
Lo malo fue que, al despertar, me encontré sola. Mi alumno, sus monedas, su equipaje —y no sé por qué, también el mío— habían desaparecido.

15 de Outubro de 2017 às 01:35 1 Denunciar Insira Seguir história
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R. Crespo R. Crespo
¡Pues aquí estoy! Realmente no sé si voy a leerlo en el orden correcto, pero espero que así sea jejejeje. Ay, cuánto echo de menos a Sarwan, me encantó conocerle en Refulgens jejeje. ¿Y qué habrá sucedido? No entiendo por qué también ha desaparecido el equipaje de Nirali en caso de que el alumno se haya ido por su propia cuenta... Habrá que seguir leyendo, a ver si se encuentra respuesta a esta incógnita. Como siempre, genial, Cyn *-*
February 24, 2019, 18:01
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Los espíritus del fuego
Los espíritus del fuego

Universo literario creado para la serie de historias de los espíritus del fuego. Incluye la existencia de magia elemental, hechicería oscura y la historia de seres sobrenaturales que fueron desplazados por la raza humana de sus tierras y perseguidos durante siglos. Leia mais sobre Los espíritus del fuego.