arikeldt Arikel DT

Año 1892, a orillas del Mar Negro. Victor Nikiforov es un aristócrata ruso, un hombre hermoso, seductor y de porte casi divino. Por su parte, Yuuri Katsuki es un joven huérfano japonés que fue abandonado desde muy pequeño a orillas del Mar Negro, en las oscuras tierras del sureste de Rumania. Con la llegada de Victor desde la ajetreada ciudad de San Petersburgo a tierras rumanas, sus distintos mundos chocan entre sí y se entrelazan. Victor ilumina la lóbrega rutina de Yuuri como una fresca brisa primaveral llena de color y de vida y, ahora que el joven Yuuri ha conocido el amor, no puede simplemente hacerse a un lado y dejar que este se desvanezca o se escurra como agua de entre sus manos. Si el amor es luz cándida y entrega dulce, ¿por qué este amor es tan sacrílego? ¿Por qué evocar lo eterno parece tan impío? * * * [Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, le pertenecen a Sayo Yamamoto y Mitsurō Kubo, pero la historia sí es totalmente mía. No se admiten plagios ni re-publicaciones]


Fanfiction Anime/Mangá Para maiores de 18 apenas.

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Prólogo


16 de febrero.

Un pequeño barco mercantil de blancas velas ancló en el puerto. Los marineros descansaron en el bar más cercano después de reabastecerse de algunos insumos y ofrecer algunos otros a los lugareños.

Un hombre joven, junto a una mujer de rostro apagado, también venían con ellos. A diferencia del barco y sus habituales tripulantes, quienes zarparon a las horas de haber llegado; los dos extraños se quedaron en el puerto y se hospedaron en el único alojamiento disponible.

Dicen que la singular pareja pertenece a la alta nobleza rusa, me pregunto, ¿qué harían por estos parajes dos nobles de bendecida cuna?

Quizá, mañana, al pasar frente a la posada, obtenga más información.


17 de febrero.

Hoy conocí a los dos nobles extranjeros y pude apreciarlos con mayor claridad. Para mi asombro, y el de otros tantos, resultaron ser madre e hijo.

Debo admitir que, la dama, «Ekaterina», pálida y de expresión imperturbable, es, en realidad, mucho mayor de lo que aparenta, pues, su hijo, ya es un hombre en toda regla. Sin embargo, sin importar la edad de esta hermosa señora, de cerca, la fineza de su complexión y su delicado trato, son hipnotizantes.

Como huérfano y extranjero, nunca había conocido a la nobleza en mi vida, quiero pensar que mis balbuceos al ser presentado y mi torpeza al no decir ni una palabra frente a ellos, fueron previsibles.

La delicada dama, Ekaterina, ha quedado verdaderamente encantada con el lugar. Al parecer, su escape de la aristocrática ciudad de San Petersburgo, se debe, precisamente, a su búsqueda de paz y mejoría en su salud.

Se me ha ofrecido un pago por acompañarlos hacia su nuevo hogar en medio del bosque. Nuestras casas están separadas por más de cuatro kilómetros de distancia, y casi treinta del puerto, aun así, no lo he pensado mucho y he aceptado.


18 de febrero.

El día anterior me quedé a dormir en la, ahora, residencia de la pareja rusa.

La casa es mucho más grande que mi pequeña cabaña. Posee seis dormitorios, dos son de servicio, una gran sala, una cocina, una biblioteca, un saloncito en el piso superior, y un comedor. Es gigantesca. Sin embargo, pude adivinar que los nobles rusos no la encuentran tan cómoda.

Descubrí que la dama, Ekaterina, había hecho arreglos para su llegada, pues, en la casa, ya estaban instaladas una sirvienta, una cocinera y un ama de llaves.

Me parece que no he mencionado en ningún momento al hijo de la gran señora y, me temo que la razón es abrumadora.

Es el menor de los cinco hijos de la duquesa, y el segundo con vida. La ha acompañado en esta, que parece ser, la última peregrinación de la excepcional mujer a este oscuro paraje al oeste del Mar Negro, y ella se lo ha agradecido, ya varias veces, besándole devotamente el dorso de las manos.

Es muy atractivo, como su madre. Su rostro es… de otra época.

No sé explicarlo. Su aura, sus facciones elegantes y su grácil trato, son los que uno esperaría de un aristócrata del Imperio Ruso y, al mismo tiempo, son más encantadores.

Él es hermoso. No puedo negarlo.

Al regresar a mi cabaña, sus ojos invadieron mi mente y su sonrisa, dulce, casi inocente, acompañaron el insomnio depositado en estas páginas.

Su nombre es Victor.

Victor. Victor. Victor.

Quizá, si lo escribo mucho y lo pronuncio otro tanto, ese bello nombre y la bella persona a la que le pertenece, dejen de parecer poesía y música para mis labios.


19 de febrero.

Amanecí adolorido y cansado, no creo poder levantarme hoy. Probablemente un resfriado sea el culpable de este malestar.

Es una pena, quería visitar a mis peculiares vecinos.

Me prepararé algo de comer. Dicen siempre que aquel enfermo que come, nunca muere.


20 de febrero.

Fui a visitar a mis vecinos con la perfecta excusa de ofrecer mis servicios para cualquier necesidad.

La noble dama, Ekaterina, agradeció la oferta y aseguró que estaban cómodos solos.

No vi a su hijo en ningún lado y, aunque verdaderamente traté, no pude evitar sentirme incómodo al respecto.


21 de febrero.

La sirvienta de la señora vino a verme, lucía algo malhumorada y cansada por el viaje y le invité algo de té y unas galletas.

Conversamos un momento mientras ella se calentaba del frío.

Dijo que la señora quería que me quedara unos días con ellos, que se sentía muy intranquila al saber que su hijo deambulaba solo por ahí, y que prefería saber que lo hacía con compañía. Prometió pagar por mis servicios y por mi tiempo.

Acepté sin pensar y, mientras acomodaba en el sencillo carruaje mi pequeña valija, me arrepentí profundamente en silencio.

Debo confesar que dudaba de mi propia sensatez, temía perder la noción del tiempo junto al noble señor.

Sin embargo, cuando llegué a la casa de la señora, me dijeron que ambos, Victor y su madre, ya habían cenado y se habían retirado a descansar.

El ama de llaves me acompañó a una de las habitaciones del piso superior y, unos minutos después, me llevó una modesta cena.

Espero dormir con comodidad aquí, el fuego de la chimenea está encendido, las sábanas, la almohada y el colchón se ven nuevas, limpias y cómodas.

Deseo que amanezca pronto.


22 de febrero.

Me parece que no he dormido del todo, ha de haber sido por la emoción y la expectativa.

Me han llamado a desayunar.

La sirvienta entró hace poco, dijo que el señor había despertado temprano para iniciar con sus paseos diarios, y que quería que me uniera a él pronto.

Es difícil pasar el tiempo acompañado en estos lugares apartados, sobre todo con gente joven.

Espero que nos llevemos bien.


15 de marzo.

No puedo dormir. ¡No debo!

Haré lo que sea, mientras no vuelva a tener los mismos sueños.

Mi corazón se ha encogido por el dolor de todos los recuerdos aglomerándose alrededor. Ya no puedo soportarlo más. ¡No puedo!


7 de abril.

Ekaterina está de mi lado. Según sus propias palabras, ella apoya con todo su corazón el mío.

Es lo correcto, pero… ¿por qué aún siento tanto pesar?

No importa ya. Tres semanas y algo más, es todo, solo eso falta.

Que dios nos perdone. Debemos orar.




9 de Dezembro de 2021 às 20:07 0 Denunciar Insira Seguir história
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