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Prólogo de un día común

Era una casa vieja y gastada. Las baldosas amarillentas y ásperas de suelo, y el yeso, manchado esporádicamente acentuaban aún más las décadas del domicilio.

Un taxi se paró frente a los portones de la casa.

De él bajó una sola persona. Era pequeña, y llevaba una campera con capucha al menos 3 tallas más grande que su dueña.

Pagó al taxista, y se adentró en la propiedad con pasos tranquilos y confiados. El pasto estaba crecido y las flores secas, típico patio en el invierno de Mendoza.

Las botas cortas de la muchacha subieron los escalones hasta dar con la puerta de doble hoja. Sus golpes secos llamaron en el silencio antes que un hombre cincuentón la atendiera.

- Me llamaron- dijo la joven, y él asintió apenas, sin dejar de mirarla con ojos cansados que encubrían un temor profundo.

Ella sacó algo delgado y envuelto en plástico de uno sus tantos bolsillos, mientras el almizcle denso y viejo del domicilio acentuaba el aroma del ozono.

- ¿Hace cuánto que pasó? - su voz era suave pero fuerte, no aparentaba su edad, ni su experiencia.

- Hace una semana… ya no sabíamos que hacer. Él nos dijo que iba a llamar a alguien. Que no podía solo - la fatiga del hombre era palpable, en cada palabra latía con desespero y pena.

La muchacha deslizó su mano por el barandal de la escalera que llevaba a la planta alta, y sin voltear a ver al hombre acotó.

- Voy a ver qué tan grave es - desenvolvió lo que había sacado de su bolsillo antes de guardarlo en su boca, saboreando el dulce del caramelo.

- Te van a salir caries de comer tantos chupetines, Dalia - había otro hombre parado a unos metros del fin de la escalera.

Alto y delgado, con una sonrisa suave en un rostro bondadoso y moreno.

- No me des consejos de vida, Agustín… perdón, quiero decir padre.

El hombre no debía de tener más de 30 años, y mientras sonreía, se acomodaba el collarín blanco de su camisa negra de jesuita. Como un militar ajustando sus charreteras.

- ¿Por qué me llamaste? Pensé que ya te habías recibido, y que mis “servicios” ya no eran necesarios.

Agustín, suspirando, la invitó con un gesto de sus manos a avanzar por la casa. Las botas de Dalia, rompían el silencio tenso y frío.

- Si me llamaste es por algo más o menos serio. En pocas palabras, te cagaste en las patas.

- No me importa lo que creas, Dalia- el tono del hombre es serio y firme, - El trato sigue siendo el mismo. El pago también.

Ella se detuvo súbitamente frente a la puerta cerrada de una de las habitaciones, y sonriéndole al cura con una mezcla de picardía y dulzura, acomodó los lentes negros que cubrían sus ojos.

- La verdad que cuando te pones recio, Agustín, es cuando más me digo. “que desperdicio que sea cura. Tan guapo y se arruina la vida”

- Y vos te arruinas la próxima vida- contestó el hombre cruzando los brazos delgados sobre su pecho, antes de agregar, - Aun creo que serias una muy buena monja

Una risita sarcástica escapó de los labios de la muchacha al tiempo que volteaba a encarar la puerta cerrada.

- ¡Si… claro! Decime algo sobre tu “Paraíso después de la muerte”. ¿Después de todo este tiempo, aun creés ese cuentito de hadas?

La respuesta del hombre quedó atrapada en su garganta, cuando ella le arrojó la mochila que cargaba en su hombro, antes de adentrarse en la habitación.

El picaporte era helado al tacto, anticipando lo gélido del ambiente en la habitación. La luz del pasillo cortó la oscuridad anómala de la pieza, mientras los siseos y palabras ahogadas en las sombras, hacían recitar plegarias en murmullos al sacerdote.

Cambiando el dulce de una mejilla a otra, Dalia caminó sin dudar hacia la mesita, que la luz del pasillo dejaba ver entre las sombras.

Tarareando entre dientes una canción de Serú Girán, sacó de los bolsillos de su abrigo una vela corta y una cajita de fósforos.

La luz tibia y amarillenta iluminó lentamente la habitación desde la mesita en donde la dejó, arrancando de las sombras muebles viejos, marcados por cortes y arañazos. Las paredes manchadas por dedos sangrantes de uñas rotas. Y a solo centímetros de ella, la cama vieja y pesada de marco de hierro forjado.

De entre la penumbra tomó una silla que habían llevado hacia poco tiempo, ya que no tenía la misma capa de polvo que el resto de los muebles, y sentándose sacó el chupetín de su boca.

- Es viernes. Son las 5:30 de la tarde, y no tengo responsabilidades que cumplir. Tengo 18 años. Soy una mujer inteligente, divertida, y comprensiva. Pero, sobre todas las cosas, tierna- ella soltó un largo suspiro antes de reclinarse contra el respaldo de la silla, ignorando el aire helado y siseos guturales que plagan la habitación.

- ¿Sabés qué es lo peor de todo esto? Podría estar escuchando música con mis amigos. Leyendo. Yendo a mi clase de canto. O ayudando a María con la casa. Incluso tratando de conseguirme un novio. No soy fea, creo, ni tampoco desagradable. Pero parece que cada pibe con el que trato de tener algo, o está de novio, o no le interesa, o es gay. La verdad que no sé qué mierda pasa en el mundo. Es como si todo, y todos, estuvieran decididos a romperme los huevos. ¿Vos qué pensás?

El rechinido de las cadenas, que sujetaban el cuerpo al colchón, rompió el silencio. Los eslabones se tensaron, pero nunca soltaron, mientras los brazos delgados luchaban con una fuerza imposible contra su amarre.

Una tormenta de insultos y blasfemias, escaparon de una boca sangrante, de labios partidos y encías azulinas. Palabras llevadas al unísono en un dueto horrendo y aterrador de 2 voces.

- ¡Ese es el puto problema con ustedes! Siempre espero que uno de ustedes me diga algo inteligente. ¡Por la puta madre! ¡Se supone que son sabios a pesar de ser unos culeados! Pero no, parece que pedir un poco de simpatía es demasiado- dejando el chupetín en la mesa a unos centímetros de la vela, se irguió junto a la cama, mientras las manos llenas de llagas intentaban alcanzarla, - Necesito otro laburo. Estos horarios son una cagada, y ni hablar del maltrato laboral. Voy a empezar a mentir en mi C.V.

Con velocidad, hundió la mano en el mismo bolsillo donde sacó el chupetín, solo que en su lugar extrajo un círculo de acero. El metal, grabado con docenas de símbolos y escrituras, y un par de anillos que calzaron perfectamente en su índice y meñique.

Apenas los ojos inyectados de sangre vieron el círculo, los insultos y gritos cesaron súbitamente, dándole a Dalia una ventana de oportunidad.

Dedos finos pero férreos asieron el hombro de la encadenada, antes de oprimir el circulo metálico contra su frente, como un sello sobre el lacre.

Un vaho azulino escapó de la piel perlada por el sudor al tacto del metal.

Gritando frenéticamente, el cuerpo de la víctima se retorcía en agonía, mientras Dalia permanecía inamovible.

En el apogeo del alarido, un redoble de vertebras chasqueó mientras su espalda se arqueaba, y los vapores escapaban desde el sello en su frente.

El físico menudo y fatigado, de una niña de poco más de 13 años, cayó sobre el colchón mullido de la cama. Ahora silenciosa y pacífica, libre de la carga que la aquejaba.

Dalia se quedó erguida junto a la niña, sonriendo al saber que había hecho un bien, pero también sintiendo un amargor que ningún dulce podría quitarle.

- Puede ser un trabajo de mierda, pero ayudar siempre cuesta- suspiró al peinar uno de los mechones largos de la niña, que dormía pacíficamente a pesar de las cadenas que apresaban sus tobillos y muñecas.

Al pasar el umbral encontró a los padres. El hombre que la había atendido, y una mujer unos años menor que él. Ambos, con ojos llenos de lágrimas y el llanto próximo, esperando el veredicto de Dalia.

- Su hija ya está bien. Pueden desatarla, y si tiene problemas para dormir déjenle la luz encendida, toda la noche si es necesario- los padres la abrazaron, maravillados por el milagro que había hecho, mientras le agradecían en sollozos.

Dalia salió de la casa, después de explicarles incómodamente a la pareja, que no debían de agradecerle por lo que había hecho.

Apoyado contra el lateral de un Fiat 600 estaba Agustín, esperándola con la mochila en sus manos, y una expresión de alivio en su faz morena.

- ¿Está todo bien, Dalia? - preguntó el hombre mientras le regresaba su mochila.

- Dame la guita, Agustín. Y ahí está todo bien

Negando con la cabeza y suspirando, él sacó un fajo de billetes de al menos 5cm de espesor, con más 0 de los que sabe que jamás contaría en su vida de sacerdote.

- Tengo que decirte Dalia que la codicia es un pecado- con un manotazo veloz, ella tomó el dinero, y lo arrojó dentro de la mochila.

- Lo sé. Leí el librito de cuentos que me pasaste. Ahora hacete a un lado, tengo que irme a mi casa- el hombre resopló, antes de bloquear el paso de la muchacha con una zurda extendida, y acotar con la voz un poco alta

- ¡No es un librito de cuentos! ¿Cómo puede ser que después de todo lo que ves, y vivís a diario, no creas en Dios?

Dalia avanzó unos pasos hacia el jesuita, quedando cara a cara, salvo por los centímetros de altura que los diferencian.

- No creo- dice la joven bajando los lentes negros hasta la punta de su nariz pequeña, - porque para mí ver, y vivir, son cosas incompatibles. Vos lo sabés mejor que nadie, cura. Ahora salí del medio, y deja de joder, o te enseño a pedir perdón en 7 lenguas muertas.

Agustín fijó su mirada en los ojos ciegos de la muchacha, sintiendo como el miedo trepaba por su columna como un escozor eléctrico.

Como si su brazo fuese una guillotina, lo bajó, dándole paso libre a la muchacha. Sintiendo, como el terror que lo invadió, disminuía mientras ella se alejaba por las calles.

Suspirando, en parte de alivió y en parte de pena, se sentó al volante de su auto, pero no arrancó inmediatamente.

- Padre, por favor- imploró, uniendo sus manos sobre el vientre, y buscando en el cielo plomizo de invierno a Dios con ojos enrojecidos por el llanto próximo, - Dale fuerzas, porque ella es uno de tus milagros más grandes.

6 de Dezembro de 2021 às 02:19 3 Denunciar Insira Seguir história
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MG Matias Guevara
Excelente prólogo, una sola acotación para el autor, los pisos se miden en plantas, el nivel cero es planta baja, y el siguiente de forma ascendente es primer piso, en caso de no existir mas pisos se definiría como planta alta. (En Argentina se usan estas definiciones para los distintos pisos y en lo personal se me hace confuso la narrativa cuando se expresa que Dalia sube hacia el 2do piso desde planta baja).
December 22, 2022, 18:07
Martin Del Monte Martin Del Monte
Admirable elocuencia con el toque necesario para querer siempre leer más.Mis respetos al escritor
December 07, 2021, 01:28
Sergio Espada Sergio Espada
Por fin algo escrito no solo en Argentino, sino en mendocino. Fascinación es lo que siento al leer esto. Gracias, infinitas gracias por representarnos de esta forma tan natural.
December 06, 2021, 04:40
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