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Aquel día, cuando Marco vio aparecer una silueta en la distancia sabía que no eran posibles atacantes, así que dio la señal para que lo dejaran pasar. El visitante se acercó al pozo sin que nadie lo detuviera y escaló decididamente la torre de agua...


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Capítulo único

Sed

La mayoría de los árboles no tenían hojas; las frondosas enredaderas que trepaban por sus troncos evidenciaban que no era por falta de agua. Una fina niebla tamizaba la visión del bosque, tiñéndola de un melancólico y húmedo azul. Las ramas negras se retorcían dramáticamente aportando una sensación de misterio. Para Marco la imagen era un recuerdo de ese pasado distante, que no había alcanzado a conocer, pero del que había oído hablar tantas veces.

El calor, el sudor y el aburrimiento eran rutinarios. Dedicaba cada jornada a cuidar el pozo desde las alturas de la torre de agua, sentado en el interior de la garita que había ayudado a construir. Hace algunos años que ya nadie venía, se había corrido la voz de que ese pozo estaba defendido. Comenzaba a extrañar los emocionantes y peligrosos días de balaceras y garrotazos, los que habían sido remplazados desde hace algún tiempo, por la monotonía de vigilar esperando a que alguien apareciera desde el árido paisaje que los rodeaba. Se relajaba mirando la imagen del bosque azul, le ayudaba a distraerse, a soportar el calor que lo agobiaba, en ella descansaba tanto los ojos como la mente.

Aquel día, cuando Marco vio aparecer una silueta en la distancia sabía que no eran posibles atacantes, así que dio la señal para que lo dejaran pasar. El visitante se acercó al pozo sin que nadie lo detuviera y escaló decididamente la torre de agua.

–15 años sin saber de ti –dijo Marco con la vista fija en la imagen del bosque azul–. ¿A qué debemos el honor de tu visita?

–14 años con 9 meses –respondió Julio mientras terminaba de trepar la escalera y se ponía de pie en el espacio descubierto que quedaba entre la garita y la escalera–. Te agradecería un poco de agua.

–Toma –dijo Marco acercándole una de las botellas que tenía en el piso.

Julio bebió de la botella con un largo sorbo, sin detenerse hasta consumir la última gota. Los hermanos se miraron por algunos largos segundos, no sabían cómo comenzar la conversación.

–Te fuiste sin decir nada –soltó Marco rompiendo el incómodo silencio–. Ayer llamaste por radio para avisar que venías, sin dar más explicaciones.

–Veo que el pozo todavía tiene agua –dijo Julio mirando la botella vacía que sostenía en la mano para cambiar el tema.

–En los últimos años hemos tenido que profundizarlo unos 40 metros para poder seguir sacando agua –respondió Marco –. Pero… ¿Por qué volviste?

–Todo ha sido tan difícil –respondió Julio sentándose en la baranda, su gorro de vaquero lo protegía del inclemente sol.

–¿Y Marcia?

–Marcia murió hace 2 años.

–Qué triste, era una de las personas más vivas y felices que he conocido –Marco tomó otra de las botellas y derramó un chorrito en el piso–. Por Marcia –bebió un sorbo y le pasó la botella a su hermano.

–Por Marcia –Julio soltó un par de gotas en el piso y luego se bebió toda el agua que quedaba en la botella–. Me dejó 3 hijos, tienes 3 sobrinos.

–¡Niños! ¿Cómo se les pudo ocurrir? –dijo Marco mientras negaba con la cabeza–. ¿Dónde estuvieron todo este tiempo?

–Nos fuimos de aquí porque queríamos conocer el mar. No era lo que esperábamos. Había mucha agua, pero salada, cada vez más salada. Antes de llegar hay que atravesar un enorme y blanco desierto de varios kilómetros en el que no crece nada ni vive nadie. En la costa encontramos a una comunidad que tenía una máquina desalinizadora. Nos unimos a ellos, pero la sal es cruel y devora a las máquinas y a las personas –Julio hizo una pausa, se quedó mirando la punta de sus botas raídas.

–Algunas veces nos ha tocado tratar con costeños –dijo Marco–. Aúllan y gritan, parecen más animales que personas.

–De la costa volvimos al interior. Vagamos durante meses, fueron tiempos duros, los más duros que me ha tocado vivir. Finalmente tuvimos la suerte de encontrar un pozo abandonado, cómo a 7 días de aquí –dijo Julio mientras levantaba la vista arriba a la derecha, como si una nube llamara repentinamente su atención.

–¿Un pozo sin ocupantes? –dijo Marco incrédulo–. Que extraño.

–Ahí nos quedamos y formamos nuestra propia comunidad. Tú sabes cómo era Marcia, todo crecía a su alrededor. Nos sentimos seguros y felices, tuvimos a Aurelia, luego a Aníbal y finalmente a Augusto, que ahora tiene 3 años.

–Hasta que se les secó el pozo… Por eso no tenemos hijos, tu sabes cómo son las cosas –le reprochó Marco.

–Bueno aun no se seca, pero se renueva muy lentamente. Marcia murió de deshidratación durante unos de los períodos de sequía, cuando aún amantaba a Augusto.

–¿Y quieres volver? Tu espacio ya está ocupado, podríamos hacer una excepción si vinieras solo, pero es imposible que puedas volver acompañado de 3 niños.

–Lo sé, sé cómo son las cosas –Julio se agachó y en un rápido gesto sacó un cuchillo de su bota y avanzó rápidamente hacia su hermano.

Marco no alcanzó a dar la voz de alarma, el cuchillo le atravesó la garganta. La sangre chorreó en todas direcciones, unas gotas cayeron sobre la imagen del bosque azul y se derramaron hacia abajo. Ahora el bosque además de ramas negras también tenía retorcidas ramas rojas.

Sin vigía los defensores fueron sorprendidos, la comunidad de Julio se hizo rápidamente con el control del pozo. Los antiguos ocupantes, los que no murieron durante el asalto, fueron expulsados, condenados a morir de sed. Los nuevos ocupantes también prohibirían tener hijos, no podían arriesgarse a quedar otra vez sin agua. Julio ocuparía el puesto de vigía, pasaría largas y monótonas jornadas de aburrimiento y calor sentado en la garita ubicada en lo alto de la torre de agua. No utilizaría la imagen del bosque azul con ramas rojas y negras para descansar la vista, la imagen sería un recuerdo del precio que tuvo que pagar para tener lo que tenía.

24 de Novembro de 2021 às 16:03 0 Denunciar Insira Seguir história
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