sade_221 SADE

A Jimin, quién se convierte en la razón de vivir de Yoongi, le queda poco tiempo de vida, pues padece de sida. A pesar que es un suicidio compartir caricias bajo las sábanas, a Yoongi parece no importarle. Porque Yoongi ama a Jimin más que a su propia vida, entonces suicidarse entre los brazos del cielo es la única opción prometedora. . . . Yoonmin. Angst. Drama. Transexualidad.


Fanfiction Livros Todo o público.

#Yoonmin #BTS #transexualidad #amor #drama #Jimin #Yoongi #angust
Conto
7
430 VISUALIZAÇÕES
Completa
tempo de leitura
AA Compartilhar

Único

—¿Por qué, hijo? ¿El camino del señor no llamó a tu corazón?


En la camilla, con el amanecer golpeando su rostro, negó. En cambio, respondió: —Tocó, pero lo hizo también el infierno, está de más decir a quien preferí.


—Imagino que fue más fuerte que tu fuerza de voluntad, hijo. ¿Tan grande fue la tentación?


Riendo por el recuerdo de un amor único, negó: —Con ella ni siquiera hubo tentación, fue todo tan... Tan indescriptible... Diría que bastó una mirada para entender que nuestros mundos estaban hechos el uno para el otro. Una mirada a esa muñeca japonesa fue suficiente para entender que no había vuelta atrás. ¿Romeo y Julieta? Cuentos de niños, lo nuestro es lo real.


Arreglando su túnica negra, el cura sentado a su lado rió divertido ante las ocurrencias de este hombre en fin de vida—¿Tanto así?


—¿Tanto así? ¿No ve usted que estoy muriéndome a causa de ella? Volvería a hacerlo, Dios sabe que lo haría una y un millón de veces más. Cuanto amé a esa mujer, cuanto la amo.


—No creo que Dios opine igual, era un hombre, Min. Jimin era un hombre, lo sabes, ¿verdad?


—No, Jimin fue la mujer más bella que yo haya jamás conocido.


—Min.


—Si él quería ser mar, mar para mí sería; si quería ser fuego, fuego sería... Y si él una mujer decía ser, pues una mujer era, la más preciosa de todas.


Suspirando, el anciano retomó: —Te estás muriendo, hijo, estoy aquí para rezar por tu alma, no para que contradigas las reglas del Señor, Min.


Mirando un punto en blanco de la sala del hospital donde se encontraba, el hombre preguntó: —¿Jimin jamás estará en el cielo?


Con remordimiento, pero sin querer mentir, el cura asintió—Así es, hijo. Las personas como Park nunca podrán visitar el reino del Señor.


Recordando la melodía de una risa sensual, y una mirada cautivadora, Yoongi sonrió perdido—Entonces pretendo ser el pecador más grande para poder estar con él después de muerto.


Este hombre no tenía remedio, dijo para sí mismo el anciano, él no tenía nada que hacer aquí más que bendecir a este triste ser que dejaba el mundo de los vivos. No tenía porqué insistir, tampoco juzgar como solo su Dios podía hacer. Al cura, un devoto hombre de iglesia desde muy pequeño que se negó a la vida en pareja, fiestas, sexo, y más, la vida de este hombre despertaba su curiosidad, ¿Sería esta la historia de un amor verdadero? ¿O solo las tontas palabras de un hombre demente que ha perdido su sustento?


—¿Te importaría contarme esa preciosa historia de amor que tanto le presumes a este viejo?


Acomodándose en su camilla él asintió con una sonrisa de niño—Prepárese para escuchar una historia de amor cruda y real, tan grande como el mar, pero tan duradera como el soplido del viento.


El cura prestó atención a cada palabra que este peculiar hombre decía, era como ver a uno de esos locos hombres vagabundos que le gritaban a los cuatro vientos sus verdades, o que balbuceaban cosas inentendibles entre sí, de esos locos que dan risa por los extraños gestos que hacen con las manos, o esas muecas sin sentidos; un moribundo con una huella en el corazón, y una vida en su mirada.


La conocí una noche de invierno a la salida de un bar...


❦︎


Hacía frío, la chaqueta que yo llevaba esa noche no lograba calentarme, eso ni los guantes apestosos a cerveza barata, tampoco el gorro viejo ayudaba mucho. Fuera del bar, en el que llevaba más de tres horas bebiendo como un desquiciado, nevaba. La gente me miraba con asco, y como no hacerlo si parecía un vagabundo en busca de refugio, pero la verdad era que tenía un departamento pequeño, digamos que tenía lo necesario para sobrevivir.


Pagué, era lo mínimo que podía hacer luego de que prácticamente me hospedaran casi toda la noche. Salí bajo lasuave llovizna que se aproximaba, y antes de girar la cuadra que me llevaría a mi departamento, la vi.


Piernas largas y delgadas, demasiado delgadas; en su rostro el rubor de un maquillaje muy exagerado, pómulos casi esqueléticos y una piel tan pálida como la nieve que nos rodeaba. No podía ver su cuerpo, ella llevaba un largo abrigo de piel demasiado llamativo, y oh... Olvidaba decir que sus piernas tenían unas medias de red que subían por sus muslos delgados, llevaba también unos tacones. Unos altos tacones de incómoda plataforma. ¿Eso era cabello? No creo, era una peluca, una roja peluca maltratada que no entonaba con la sombra azul eléctrica en sus párpados. Podía decir que lo más hermoso en ese rostro demacrado eran los labios, unos pintados del rojo más rojo hasta hacerlos provocativos con la excesiva carnosidad de los mismos; y esa mirada perdida en el humo que los impuros de su rostro exhalaban con decisión.


Era preciosa, ¿O era mi embriaguez que me hacía alucinar? Podía ver un ángel, ¡Pero cuál ángel! Un ángel incumpliría uno de sus mandamientos solo viéndola, ellos sentirían por primera vez el sentimiento de la envidia pura.


Me acerqué a ella cauteloso, no quería ser irrespetuoso con la bella dama, no quería asustarla, pero tenía que llevarme de ella aunque sea el perfume de su cuerpo, o el suspiro de su irritación hacia mí.


—¿Perdona? Uh... ¿No tienes frío?


Me sorprendió, jodidamente me sorprendió tu risa forzada y tu expresión divertida; pero más me sorprendió tu respuesta—¿Crees que una prostituta no aguanta el frío de un invierno como este?


Atónito, sin poder formular palabra, solo asentí, luego negué, no estaba muy seguro de lo que hacía—¿Te puedo invitar una copa?—negué otra vez—Una cerveza, creo que tengo solo para una cerveza en realidad.


Enarcaste una ceja, una ceja rubia pintada con lápiz rojo, el mismo rojo de tus falsos cabellos—Estoy trabajando, al menos que me ofrezcas otro tipo de oferta creo que no podré aceptar.


—Por favor.


—¿Me pagarás?


—Una cerveza y un billete de diez jamás serán suficiente para alguien como tú.


—Lo es cuando trabajas en esto.


Suspiré, ella era inconsciente de la herejía que decía—¿Quién le dio ese precio tan bajo al cuerpo de una dama?


—Yo. Es lo que valgo.


—Ni el cielo ni el infierno estarán nunca de acuerdo.


Una cerveza, luego otra, luego una última, y a pesar que yo iba ya borracho desde antes, y ella puesta a mil con droga recorriéndole las venas, los dos fuimos conscientes de lo que hicimos y quisimos. Un beso oculto tras la oscuridad de los edificios de Corea, unas caricias infernales, y miradas de deseo fue lo que acompañó nuestra danza de llamas en un ir y venir de pasión; quise más de ella esa noche, lo quise todo, pero ella me lo negó. Y me pregunto, ¿Quién le niega agua a un cuerpo que arde en llamas?


La visité todas las noches en el mismo lugar. Siempre podía encontrarla ahí esperando a su próximo cliente; extrañamente eran cada noche los mismos. Cuando de mí se trataba, un beso jamás ella podía negarme, fue así desde la primera vez. Ella nunca pudo resistirse a mí, ni yo a ella; pero no mentiré, cuando el alcohol dejó mi sangre, y vi que ella era un él, sentí miedo. Miedo porque era un niño recorriendo un parque de diversiones por primera vez; él, ella, era una fruta que nunca había probado y no sabía como hacerlo. No había un largo cabello al cual agarrarme en la cabalgada del amor, había uno corto y rubio como el trigo en verano; no habían unas montañas donde absorber su sabor, habían unos pechos planos y duros... Sabía que tampoco habrían unos gemidos agudos y delicados, habrían unos altos, roncos, con voz de hombre. Y el fruto del amor no sería el de un ella, sería el de un él. ¿Me importó cuándo recordé la forma en que sus ojos se cerraban tras una sonrisa? Absolutamente no.


Park Jimin salió conmigo por primera vez, fuera de su horario de trabajo, un mes después de habernos conocidos. Un café, ella con un corto vestido que se adhería en sus caderas estrechas y en sus hombros anchos de hombre. Llevó su peluca roja, sus cejas cinceladas en más pintura roja, y en sus mejillas pude ver, por primera vez, el suave rubor de la timidez. Obviamente, no pudieron faltar esos tacones de plataforma que tanto hacían dar de qué hablar a las personas con lengua de víbora.


—¿No te importa?


Ella entendió, solo se encogió de hombros amargamente—Estoy acostumbrada, siempre me miran así.


—¿Sabes? Es raro.


—¿Qué es raro?


—Que tengan coraje suficiente para poder mirar con asco a una dama como tú.


El rojo en tu rostro fue lo más precioso que ese día vi; tu sonrisa tras la sombra de un atardecer, y los besos donde solo la luna y su reflejo fueron testigos, es el recuerdo que perduraría por el resto de mis días de vida, y los que vendrían al morir.


Esa noche, entre besos, caricias prohibidas, y el néctar que nuestro cuerpo reclamaba derrochar pero no llegó a nacer, me negaste otra vez probar el dulce de tu cuerpo. ¿Tenías miedo de mí? ¿Te asustaba que un hombre que siempre fue heterosexuales viera con desagrado tu belleza? Tonto podías decirme que por ti tonto era, y si en el cielo la luna yacía blanca como tú piel, pero tú un amanecer me decías que había, yo creía. Estaba enamorado, enamorado como nunca lo había estado; enamorado como pocos hacen, locamente perdido por una mujer que poco conocía, pero que, sin embargo, juraba habérmela topado en otra vida.


Mi ex esposa, la que dejó a este desempleado por alguien que le dio una estabilidad económica, y mis dos hijos mayores que poco entendían de amor hacia su padre, nunca llegaron a crear esta adicción en mí; jamás de los jamases. Mal padre, mal esposo, llámame como quieras, insúltame como te plazca, pero nunca niegues que te amé, Park Jimin.


Un mes, dos, tres, hasta el sexto... Todo ese tiempo aprendí a conocerte, ver dentro de ti, a diferenciar tus gestos irritados cuando ponía una película que no te agradaba, o los de euforia disimulada cuando una rosa colocaba entre tu oreja y cabello. ¿Te dije alguna vez cuánto amaba tu cabello natural? Ese corto cabello rubio que dejaste crecer sobre tus hombros me volvía loco, me tenías mal cada vez que una mecha escondías detrás de tu oreja, o cuando lo rizabas con tu dedo índice lleno de anillos del almacén chino; amabas tanto el almacén que no me sorprendió saber que conocías a cada uno de ellos.


Un día como otros, con esa sonrisa coqueta, esa mirada cautivadora, me encantaste con tu voz: —La muñeca japonesa. Así me llaman. ¿Te lo había dicho?


Uh, no. Pero es bueno saberlo... Muñeca japonesa.


—¿No vas a preguntar porqué?


—¿Porque eres japonés? Lo supuse por el acento, Jimin.


—No—ese gesto tan tuyo de encogerte de hombros nerviosamente me predijo lo impredecible—Cuando comencé a trabajar en los barrios más pobres de aquí mis clientes me lo pusieron. Decían que a pesar de no ser mujer yo parecía una, incluso mejor que una, como una muñeca.


Escuché todo, cada palabra pronunciada con melancolía que salía de tu boca bella era una estaca para mí enamorado corazón—¿Parecías? No parecías una muñeca, lo pareces. ¿A pesar de no ser mujer...? Por supuesto que lo eres, eres lo que tú quieras ser, Park. Puedes ser verano e invierno a la vez, a nadie le debería importar.


—Pero lo hace.


—A mí no me importa. Me gustaría arder y morir de hipotermia si por ti debo hacerlo, ¿Entiendes a lo qué me refiero? Si eres tú estaré bien.


Reíste, no era diversión lo que resonó en tu risa, fue amargura—No sabes lo que dices...


—Lo hago definitivamente.


No lo pensaste, el impulso estuvo en tus palabras como la amargura y el odio contra ti mismo al exclamar con dolor: —Tengo sida, llevo cinco años con sida. Me muero día a día, me voy a morir, Min Yoongi. Un día de estos seré solo un esqueleto ambulante sin fuerzas. ¿Lo entiendes? ¿Entiendes porqué no podemos tener ni hacer nada? ¿Ahora lo ves? Estás enamorado de un cadáver... ¿Morirías por mí?


—Hoy y en otra vida. Siempre moriría por ti.


Tu expresión fue de sorpresa, incrédulo sin entender porqué haría algo así por ti. Luego gritaste enojado: —¡¿Estás loco?! ¡Eso sería un suicidio!


—Lo sé.


La primera noche juntos aún la guardo en mi corazón como la noche más bonita de todas, la noche mágica, única. Te entregaste a mí de todas las formas imaginables: en corazón, en cuerpo, me entregaste tu cordura, tu moral; hiciste de mí un infierno en llamas, y el único que pudo apagarlo fuiste tú. Tus gemidos en cada embiste de pasión siguen siendo hasta ahora la melodía más embriagante, tus gestos al retorcerte por la adrenalina me excitaron tanto que por un momento solo pude apreciarte. No llevabas peluca, delante de mí tenía a la bella mujer de cabello corto rubio, la misma que no tenía el seno ni la vulva de una dama... Pero eras tú, eso es lo que importaba, tú y nadie más... Hombre, mujer, sexo indefinido, hombre y mujer, algo que no existe, no me importaba qué eras si lo eras tú.


Recordé cuando me contaste el odio hacia tu persona por parte de tu familia, como te habían echado de casa a tus diecisiete, fue tan triste pensar en ello cuando embestí por última vez en ti, mis ojos encontraron el dolor en tu mirada, a pesar de que estábamos haciendo el amor como dos jóvenes enamorados, en ti no había felicidad, no totalmente. La angustia por lo que vendría a partir de ese momento, el sufrimiento que poco faltaba para abordarnos, todo eso nos carcomía. Te hice el amor toda la noche, cada dos horas, cada diez minutos, nos besamos, nos olvidamos del dolor... lo recordamos, pero nos amamos.


Resulté positivo, no tenía que hacerme un control, lo sabía porque era la naturaleza de nuestros actos, sin embargo, supe también, con el corazón hecho pedazos, que tú te me estabas yendo.


Un años pasó; la perdida severa de tu peso, tus fatigas regulares, y esos escalofríos que me hacían rogar por ti vida, me gritaban fuerte y claro que el tiempo se nos escapaba de entre los dedos.


—¿Sigues amándome? Digo, no sé como pudiste hacerlo hace dos años cuando nos conocimos, tampoco estaba en mis mejores tiempos...


—Déjame demostrar cuanto te amo, Jimin.


Y si tú cuerpo no resistía más, lo dejábamos todo en toques y abrazos tiernos. Dejar ese trabajo indigno para tu persona fue lo mejor que hiciste la misma noche donde nos consumimos por primera vez; una liberación fue para ti poder ponerle punto a una etapa triste. Y si los clientes fieles que se unían a ti aún sabiendo tu padecer lloraron por la falta de tu cuerpo, fue en vano porque un condenado a muerte jamás ansía pasar sus últimos años de vida en una celda.


Vivir juntos sin duda fue la mejor decisión de todas, aunque dolía verte como una flor en un desierto, tenerte y poder regarte me hacía feliz. Me enloquecía verte delante del viejo televisor viendo esas novelas dramáticas, o los partidos de fútbol, o los programas de recetas que luego intentabas imitar... ¡Eras un asco en la cocina! Los dos lo sabíamos, pero éramos tan masoquistas que comíamos hasta el último bocado, porque tu esfuerzo para mí valía mucho, y tu sonrisa satisfecha era mi felicidad.


Las tardes de paseos donde nos observaban como si a su lado estuvieran pasando dos seres de otro mundo me enojaban demasiado, pero luego recordaba que en efecto ellos tenían razón... Nosotros no éramos de este mundo, quizá siempre fuimos de la luna, quizá de Marte. Talvez algún planeta que aún no ha sido descubierto nos está esperando para ser testigo de nuestro amor. ¿Lo puedes imaginar? Los dos consumiéndonos ante un juez silencioso: nadie.


Lo anhelo tanto.


Falleciste casi tres años después de conocernos. Me dejaste de la peor manera, sufriendo porque quedaste en huesos, tus palabras se convirtieron en vómitos repentinos, y tus risas en lamentos de agonía. Una mañana no abriste tus ojos soñadores, ni siquiera tuve que preguntar, tocarte, o llamar una ambulancia, pues la muerte tocaba nuestra puerta desde hace tiempo, y al fin había logrado entrar. Me aferré a tu cuerpo sin vida, y me arrepentí no haberte conocido antes.


Lloré cuando me dejaste, lloré como un niño, lloré de felicidad porque no sufrirías más, pero lloré más porque ese más en realidad me devastó. Mi mujer, la que me amó como yo la amé, había partido a un viaje sin retorno, y el hombre que la seguía amando no tenía el coraje para ir con ella. ¿Por qué? Te preguntarás, ¿Por qué si la amaba tanto no la seguí en el camino largo de la segunda vida? Porque no estaba seguro se había una, y ese pensamiento me mataba, me dolían las entrañas pensar que después de muerto no habría nada, y nada significada no volver a verte. Entonces, para no olvidarte, prometí vivir los años de vida que me quedaban soñando contigo, imaginando una feliz vida a tu lado, una con hijos imaginarios, una donde nuestras caras dolieran de tanto reír; la vida que imaginé fue la que los soñadores perdedores como yo fantasean.


❦︎


—¿Y? ¿Sigue creyendo que no es la historia de amor verdadera?—el hombre en la camilla, pálido como nieve, y de mirada cansada, sonrió—No puede negarlo, ni usted ni el mundo.


El cura, que lo observaba con atención, asintió. Sentía lástima, pero de esa lástima buena—Ikigai, ¿Lo has escuchado?


—¿Ikigai?


—Sí. Es un término japonés que describe una razón para existir, la razón de tu despertar, aquello que amas más que a tu propia vida.


—Vaya, eso es muy... ¿Poético?—Min Yoongi, el hombre que moría poco a poco, rió adolorido—Pero me gus- — repentinamente tosió, tosió y tosió una vez y otra, luego se calmó, pero sabía que volvería.


El cura tomó el rosario entre sus dedos, comenzó a rezar por el hombre en la camilla. Era su deber hacerlo por las pobres almas solitarias que no tenían familia, y este hombre, a pesar de no ser un vagabundo, recordaba a uno. Sin amor, sin hogar ni familia, solo en la vida esperando por un final; el cura lo recordaría como el vagabundo de la bonita historia de amor.


—¿Un deseo antes de terminar de rezar el rosario, hijo?—antes de dejar este mundo.


—Mi único deseo es volver a reencontrarme con Jimin en otra vida.


Min Yoongi no murió ese día, tampoco el siguiente, falleció al tercer día luego de agonizar entre dolores físicos y, sobretodo, de corazón.


Probablemente no haya nada después de la muerte, o quizá sí. Nadie puede asegurar que Yoongi y Jimin volverán a reencontrarse en otra vida, ni siquiera podemos asegurar que exista una vida. Tal vez solo tuvieron un destino sin destino, punto.

10 de Agosto de 2021 às 11:20 0 Denunciar Insira Seguir história
3
Fim

Conheça o autor

SADE En Wattpad me encuentras como: sade_221 En Instagram como: sade_libros

Comente algo

Publique!
Nenhum comentário ainda. Seja o primeiro a dizer alguma coisa!
~