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Fernando Vasquez


Cuento corto Don Jose Miguel, trabajador de la Fabrica Local de San Cristobal diagnosticado con demencia , como todos los viernes, va al Bar de la ciudad, en donde le pasaran sucesos que cambiarán repentinamente el relato.


Conto Impróprio para crianças menores de 13 anos.

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El loco y el Bar

Como siempre, después del trabajo fui al bar que estaba en la esquina de la calle Escuderos con la Avenida San Alfonso. Era día viernes, por lo que el bar estaba completamente lleno de gente. Tuve que ponerme en la fila, la cual llegaba desde Avenida Alfonso hasta una calle mas allá de calle Escuderos.

Durante la espera, decidí ver un rato el periódico que había traído desde mi trabajo. La espera no parecía que fuera a ser corta.

Cerca de unos cuarenta y cinco minutos después de haber estado en la fila, ya estaba a punto de entrar. Habían puesto a uno de los meseros a hacer la lista de espera, y a otro lo habían puesto a registrar a la gente que entraba. Era bastante raro que uno de los meseros estuviera registrando a la gente, se notaba que lo hacía solo porque lo mandaban, y que no tenía ningún tipo de experiencia haciendo esto. Pasaba sus manos por los genitales de la gente, y la gente ni se inmutaba en decirles algo.

Pareciese que a la gente, ya nada le importaba después de un día de trabajo, en donde probablemente ganaban una miseria, y el bar era el único lugar donde podían realmente desconectarse. San Cristobal era una ciudad muy pequeña, pero que tenia mucha gente dentro de ella, y la mayoría trabajan en la fábrica de muebles, que estaba a unas pocas cuadras del Bar. Todas las tardes, a eso como de las siete y media de la tarde, sonaba la campana y los trabajadores salían de su larga jornada, mientras que otros entraban para cumplir con su turno de noche.

El bar, a las ocho de la noche, ya estaba lleno de gente dispuesta a relajarse o en otros casos a olvidarse de tantos problemas. Los precios eran bajísimos, desde la comida hasta el alcohol, por lo que esto acrecentaba aún más la gran cantidad de personas que se amontonaban en el único bar de San Cristobal.

Había llegado mi turno de entrar al bar. Eran cerca de las ocho y media, y el bar cada vez estaba más lleno.

Me senté en la mesa treinta y dos , que se encontraba justo al lado del ventanal mirando hacia la ciudad. Casi siempre iba solo, por lo que me entretenía ver los autos y a la gente pasar por las calles.

Mientras esperaba a que me atendieran, pude observar por la ventana que pasaban una familia, y caminando al trayecto contrario un vagabundo y su hija. La familia llevaba a su hija pequeña en brazos, y a su hijo el padre lo llevaba de la mano.

El vagabundo, llevaba en un brazo a su hija, y con la otra mano llevaba un pequeño tarro donde le daban monedas para poder ayudarlo.

La familia cada vez se acercaba más al vagabundo, y una vez que estos ya estaban uno al lado del otro, el vagabundo se acercó al niño con su tarro para pedirle una moneda. Este, al parecer se asustó cuando se acercó, y agarró el tarro y lo lanzó hacia la calle.

El padre, agarró bruscamente el brazo de su hijo y lo lanzó, haciéndolo a un lado, y luego procedió a confrontar al vagabundo.

-¡Eres un asqueroso!, ¿Por que te acercas a mi hijo pedazo de mierda?

Gritó tan fuerte que logré escuchar. El padre luego de gritarle, empujó al vagabaundo, haciendo que este cayera en un pequeño charco de agua que la lluvia había formado. La hija del vagabundo, seguía afirmada al brazo, por lo que no le pasó nada. Pero se largó a llorar al ver a su pobre padre tirado en el piso.

-Disculpe la demora señor, bienvenido al Bar de San Cristobal. ¿Que le puedo servir?.

-Buenas, voy a pedir un whiskey y una canasta de panes.

-¿Algo más?.

-Eso por ahora.

- Entendido, estimado. Ya vengo con su pedido.

Luego de realizar mi pedido, volví a ver la ventana, pero ni la familia ni el vagabundo con su hija estaban en la calle. No supe que pasó con el vagabundo, ni con la familia de hijos malcriados. Así eran todos los niños de esta ciudad. Malcriados. En especial los hijos de los dueños de la fábrica. No me extrañaría que el niño este sea hijo de algún dueño. Todos tan prepotentes y violentos. Quizás para la mayoría eran sólo niños, pero para mí, no eran más que unos seres detestables e insoportables.

- Aqui está su whiskey y su canasta, estimado. ¿Desea algo más?.

-Nada más, gracias.

-Entendido. Cualquier cosa solo me llamas, mi nombre es Jaime.

El whiskey era probablemente lo más fuerte que había probado. Nunca había tomado whiskey. Sentí un poco de mareo apenas lo bebí. Pero sentía que el día no había sido muy bueno, así que me di el lujo de seguir tomando.

El sabor creo que me agradaba, pese al mareo que poco a poco se acrecentaba, y sentía escalofríos por todo el cuerpo.

Decidí acabar con el whiskey de una vez, por lo que me lo tome de un sorbo. Quería más.

- Hey, Don Jaime, ¿Podría venir?

- Dame un minuto.

Jaime estaba atendiendo una de las mesas. Así que mientras lo esperaba volví a leer el periódico.

Mientras lo ojeaba, logré identificar una cara que se me hizo conocida. Era el padre de la familia que había visto hace un rato. Se llamada Gerardo de Santis, y era presidente de la junta de dueños de la Fábrica Oeste de muebles.

Sabia que este hombre era de esta calaña de personas. Todos son igual de prepotentes. Se creen superiores. Si pudiera, le daría un buen golpe a todos estos inútiles. Incluso, si fuera lo suficientemente sadico, mataría a uno con mis propias manos. Lo ahorcaría hasta la muerte, lo acuchillaría hasta que se desangrara. Creo que tengo muchas ideas.

-Dígame, señor

- Los mataría a todos

-¿Disculpe?

- Perdon, hablaba conmigo mismo. Podría traerme dos whiskeys?

- Si, señor. Se los traigo en un rato.

¿Sabían que tengo demencia? Si. Demencia. Diagnosticada. He tenido muchos episodios violentos y extraños debido a esta condición. No la llamo enfermedad, porque creo que a los cincuenta y cinco años ya lo puedo sentir como una forma de vida. Demencia.

- Aqui están sus whiskeys

-...

- ¿Señor?

- oh, disculpe. Gracias.

- Aviseme lo que necesite.

Creo que nunca había sentido esto, pero tenía ganas de matar a alguien. No un alguien cuálquiera, sino alguien que se lo mereciera. Quería hacer desaparecer a alguien que no hiciera nada más que daño a este mundo. Quería matar. Matar. Matar.

En un momento dejé de tener esta sensación , y seguí con los dos whiskeys que me había pedido. En menos de dos minutos ya los había acabado.

Sentí de la nada un mareo muy intenso, y de un momento a otro todo se fue a negro.

Cuando volví a estar consciente, observé que el bar estaba completamente lleno. El ruido era demasiado y no lograba distinguir nada más que alguna que otra risotada. Levanté mi cabeza de la mesa e intenté divisar a Jaime, para que me trajera la cuenta y poder irme ya del Bar.

- Jaime!

- Espéreme un poco, señor.

- Jaime ven ahora!

- Solo espéreme un momento, por favor.

- Jaime ven por la mierda.


Jaime no venía, y yo solo quería salir del bar. No aguantaba el ruido ni el dolor de cabeza que estaba sintiendo. Solo quería salir. Fui apurado donde Jaime para pagarle de una ver por todas. Lo tome de su camisa.

- Jaime, déjeme pagarle ahora idiota.

- Señor por favor, no me toque y no me hable de esa manera. Porfavor aléjese.

- Jaime, eres un idiota sabes. Idiota. Un imbecil.

Canalicé toda la fuerza en mi brazo derecho, y le acerté un combo en su mandíbula. Jaime cayó abruptamente al suelo, dándose muy fuerte en la cabeza, quedando inconsciente.

De pronto, tenía a todo el bar observándome. ¿Que tenía que hacer?.

Escapar, obviamente. Pero algo me pasó en la mente. Ahora solo quería, nuevamente, matar a alguien. Matar.

Observe a toda la gente que me estaba mirando, y me lleve una gran sorpresa cuando vi a nada más ni nada menos que al mismísimo Gerardo de Santis y su familia asquerosa. Era mi oportunidad. La oportunidad de saciar mi pensamiento y mi necesidad de matar a alguien. Alguien que se lo mereciera.

Comencé a apurar mi paso, entre silbidos y gritos de odio hacia mi, por haber golpeado a Jaime. Cada vez más apurado. Me iba acercando a la mesa de Gerardo, e iba decidido a matarlo.

El si se lo merecía, no era más que un imbecil y corrupto hombre con dinero.

Me paré frente a su mesa, y el intentó darme un puñetazo de lo asustado que se encontraba, pero yo le di una patada en su estómago, haciendo que el cayera primero.

Tomé el cuchillo que estaba en su mesa, y se lo clavé en el cuello. Lo clavé bien adentro, y luego procedí a degollarlo. Era bastante difícil, con un cuchillo tan poco filoso, pero digamos que lo estaba intentando. Sentía tanto placer al ver la sangre chorreando por su cuerpo, y quedándose en el piso. Solté el cuchillo, y lo lance lejos. Escuchaba los gritos de la gente. Corrían desesperadamente. Me acerqué a la esposa de Gerardo y la ahorqué mientras sus hijos me miraban. Los ojos del niño. Los ojos del niño. Algo me pasaba con esa mirada. La sentía en todas partes. Su mirada, su mirada. No pude seguir ahorcándose a la madre. La mirada del niño la sentía en todas partes. Me dolía el pecho. Quería matar al niño.

Me dirigí hacia a el, pero su mirada cada vez me hacía más daño. Sentí que sus ojos me acuchillaban. Ya no aguantaba este dolor. Le di un golpe muy fuerte al niño en su pequeña cabeza. Quedó tirado en el suelo.

Yo estaba feliz. Había saciado mi sueño.

Agarré nuevamente un cuchillo, y lo atravesé por mi cuello.

Ahora si estaba en paz.




26 de Abril de 2021 às 17:01 0 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

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