paperqueen Lucía Sac

Olivia es una adolescente con la vida perfecta: proviene de una familia rica, es la primera de su clase y su talento como violinista no tiene rival, pero ¿puede ocultarse algo más detrás de esa fachada de perfección? Después de todo, las apariencias engañan... Historia corta creada para el concurso songteen; inspirada en la canción de Linkin Park “numb”.


Conto Todo o público.

#adolescentes #songteen #familia #música #violín #linkin-park #numb #juvenil
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Melodía silenciosa

-Participante número 5, Olivia de Castro- el público se sumió en el más absoluto silencio en cuanto el jurado convocó a la última finalista: muchos de los presentes eran familiares de los participantes o personas vinculadas en mayor o menor medida al mundo de la música, y eran pocos los que no habían oído hablar de Olivia y de su talento prodigioso: como nieta de la prestigiosa violinista Adelina Vázquez, las comparaciones eran inevitables y, sin embargo, no solo no resultaba mediocre e invisible en comparación, sino que brillaba con luz propia.

Olivia avanzó a paso lento pero seguro por el escenario; el silencio reinante y la cantidad de gente congregada podría resultar apabullante en una principiante, sin embargo, su madre la había llevado a tantas competiciones y concursos desde que tenía uso de razón que ya se consideraba poco más que una autómata. Colocó su violín entre la barbilla y el hombro izquierdo y cerró su mente por completo: en ese momento, todo lo que existía en su universo era el violín y la melodía que emanaba de él; había elegido el Capricho 24 de Paganini, en la tonalidad de la menor. Quizá era una pieza "innecesariamente" compleja para un concurso de este nivel (en opinión de su profesor particular): para esa pieza en particular, era necesario dominar con maestría los intervalos de décimas, octava y terceras, y contaba con arpegios a toda velocidad junto con veloces cambios de cuerda. Era una pieza difícil, sí, pero del mismo modo, era también una melodía que conseguía invocar tus sentimientos más profundos, y despertar una pasión en tu interior que hasta ese momento no creías poder experimentar, y la primera vez que la había oído en un íntimo concierto de su abuela, había roto a llorar: nunca se había considerado una sensiblera, pero fue en aquel momento en el que comprendió que la buena música no es la que tiene una técnica perfecta, sino que es aquella que llega a tu corazón y te hace sentir.

Hubo un tiempo en el que ella misma disfrutaba tocando el violín ante un público atento que la escuchase. Ahora...permaneció absorta, percatándose una vez más de que algo malo la ocurría.

¿Cuándo fue la última vez que sintió placer con el simple sostener un violín? ¿Cuánto tiempo llevaba albergando aquel extraño sentimiento de indiferencia?

En cierto modo, le recordaba a esa sensación de estar inmerso en el agua, ajeno a los sonidos de la superficie, sumido en un mundo propio donde sólo estás tú, y en ese instante, estás solo con tus pensamientos, nada ni nadie importa.

Últimamente tenía un sueño recurrente: se hallaba en las profundidades del océano, y por más que tratase de alcanzar la superficie, cuando la rozaba con las yemas de los dedos se hundía nuevamente; por mucho que tratase de salir y respirar, nunca llegaba.

Terminada la pieza, Olivia se retiró apresuradamente del escenario y se encaminó a la butaca en la que le esperaba su madre.

Cuando tan solo las separaban unos escasos metros, Cova se levantó y acarició la mejilla de su hija con aprobación-una actuación fantástica, como siempre. El primer premio es tuyo. Mira lo que tengo para ti- extendió en dirección de Olivia una bolsa que ésta aceptó inmediatamente. Cuando iba a mirar su contenido, oyó una voz familiar a su espalda gritar su nombre; y una sonrisa tímida asomó en su rostro: su amiga Rosa había ido a verla, a pesar de tener que preparar un examen para el día siguiente y ayudar en el negocio familiar.

-¡Livi! Has estado impresionante- Rosa se lanzó encima y la besó ambas mejillas: olía a ese peculiar aroma que asocias con el pan recién hecho y las magdalenas caseras- mi madre y yo hemos cerrado antes la panadería para venir a verte.

Olivia sonrió y abrazó más fuerte a su amiga. La madre de Rosa, Luisa, por fin había conseguido alcanzar a su hija y saludó afectuosamente a Olivia y a Cova. Para gran vergüenza y decepción de Olivia, su madre respondió con un asentimiento y adoptó una actitud fría y distante.

-¿Acaso no vas a mirar tu recompensa?- "recompensa": odiaba esa palabra con todas sus fuerzas, como si fuera un perro al que le das una chuche por cada vez que te de la pata cuando se lo pidas. Tampoco era un símil tan desencaminado, honestamente. Como en tantas otras ocasiones, Olivia se preguntó cuál hubiera sido su reacción si el resultado no fuera el esperado.

El regalo consistía en un bolso de ante color caramelo con pequeñas aplicaciones metálicas, que le aportaban un toque distintivo. Rosa abrió mucho los ojos al verlo -¡Es un bolso de la diseñadora Cara Ferragni! he oído que para conseguir este modelo hay lista de espera y todo. Mamá, tú a mí nunca me regalas cosas así-

Luisa cogió a su hija de la oreja y la dio un leve tirón- ¿te atreves a compararte con Olivia? ¿Cuándo fue la última vez que sacaste un sobresaliente o ganaste un concurso? Solo pido que apruebes, pero ni aprobados sacas. Eres parte de los alumnos que empeoran la media de la clase y hacen parecer al resto mejores. ¡Pequeña zángana!-Luisa intentó mostrarse enfadada, pero se la escapó una ligera risilla en cuanto su hija se abrazó a ella como a una lapa y la plantó un baboso beso en la mejilla. Luisa rápidamente correspondió el gesto de Rosa con un beso propio.

Olivia sintió una punzada de melancolía ante la escena que tenía lugar ante ella. ¿Sería como rezaba el dicho que "se ve la hierba del jardín del vecino más verde que la propia? ¿Acaso como humanos es parte de nuestra naturaleza ansiar aquello que otros poseen?

El volumen de las voces a su alrededor subió: el jurado había terminado su deliberación y el ganador había sido decidido.

El gentío se apresuró a la salida de la sala, pues el resultado siempre se colgaba en los tablones de la entrada. Olivia y sus acompañantes acudieron y consiguieron hacerse hueco hasta el tablón. Olivia alzó la mirada y se le quedó la boca seca.

1º puesto: "concursante número 2, Laura Martínez". No daba crédito a lo que veían sus ojos. No es que creyera ser superior al resto, evidentemente no lo era; pero no recordaba cuándo había sido la última competición en la que no fuera ella la ganadora: al fin y al cabo, su vida se debía por entero a la música; la asfixiante presión materna la había hecho practicar, y practicar, y practicar (para ser una triunfadora has de esforzarte. Los límites no existen más que en tu cabeza, si fracasas es por tu mediocridad, ¿no querrás avergonzarnos, verdad Olivia?).

En ocasiones se preguntaba si verdaderamente merecía la pena dejarse la piel y dedicar cada segundo de su vida a un instrumento que hacía tiempo había dejado de hacerla feliz. Ya no era una fuente de evasión, era una representación de su fuero interior, retorcido y agotado.

A veces deseaba agarrar el violín y arrancar sus cuerdas una a una. Era justo: eran esas mismas cuerdas las que habían abierto heridas sangrantes en sus dedos cuando practicaba demasiado (lo cual constituía una ocurrencia más bien frecuente). Pero aquellos eran pensamientos prohibidos, que jamás se atrevería a exteriorizar. Si madre la oyera...

Fue como si cayera sobre ella un jarro de agua fría. Cova estaba también allí. Su madre había visto los resultados de la competición. No la veía, pero sentía su mirada a sus espaldas, como si de un hierro incandescente se tratase.

Mientras debatía si debía girarse o no (una cuestión tonta, pues tarde o temprano tenía que marcharse de allí, pero la ansiedad había atenazado sus extremidades, y parecía que su propio cuerpo no la respondía) Cova la agarró del antebrazo y tironeó de ella hacia atrás, alejándose del tablón. Rosa y su madre Luisa las siguieron en silencio, dubitativas pues no sabían qué decir o hacer exactamente ante la tensión que cubría como un manto el pequeño grupo. Finalmente, Rosa cortó el opresivo silencio dando un paso al frente y abrazando a su amiga. -Puede que no hayas ganado, pero eso no quita que hayas estado magnífica. No tiene importancia, es solo un concurso. Toma, son para ti- estiró el brazo tendiendo un bonito ramillete de violetas a Olivia. Ésta las tomó con una dulce sonrisa y agradeció el regalo.

-Ha sido muy amable por vuestra parte venir, pero ya es hora de que nos marchemos- intervino Cova con voz calmada. Está furiosa, pensó Olivia. Pocas personas tenían tanto dominio de sí mismas como su madre, que en público siempre se mantenía estoica y elegante, jamás perdiendo la compostura ni dejando entrever una emoción que no quisiera mostrar. Sin embargo, Olivia la conocía mejor que nadie, y reconocía el control que estaba ejerciendo sobre sus propios sentimientos. Salieron a toda prisa, a punto de chocar con dos personas en la salida. Olivia reconoció a uno de ellos: era parte del jurado que la había examinado, y se hallaba completamente absorto en la conversación que mantenía con el otro individuo.

-Admito que ha sido difícil llegar a un resultado, pero aunque la técnica de la concursante número 5 era impecable... ¿Cómo lo digo? Le faltaba...alma. Podríamos decir que en mi opinión, su interpretación era una melodía silenciosa.-

Estaban hablando de ella. Sin alma. Sin alma. Sin alma. Las palabras ahondaron en su interior, dejando una marca indeleble en su corazón. Un violinista puede enfrentar que su técnica es pobre y descuidada, que no sigue bien el ritmo del compás, que ha desafinado. Todo eso se soluciona con práctica, con esfuerzo. ¿Pero qué clase de músico puede soportar escuchar que sus melodías son silenciosas, sin sentimientos, SIN ALMA? ¿de que sirven todos tus esfuerzos si te falta lo más elemental; o mejor dicho, si lo has perdido?

La mano que rodeaba su muñeca aumentó la presión que ejercía sobre ésta, llegando a niveles dolorosos. Al entrar al aparcamiento y parar junto a su coche, Cova soltó su agarre de forma brusca. La mirada que la dirigió estaba cargada de...desprecio. Quizás no de desprecio, pero era una emoción libre de cualquier connotación positiva. Entonces fijó la vista en la bolsa que aún colgaba de la mano de Olivia y espetó: tíralo.

¿Acaso había oído mal? miró con incredulidad la bolsa con el bolso de diseño que había sido obsequiado no mucho antes, y recordó su propio vaticinio pesimista. Verdaderamente Cova superaba los límites que la había impuesto en su imaginación: Olivia especuló que si perdía la competición, su madre la quitaría el bolso, pero no que lo tiraría.

Al ver su falta de reacción, Cova explotó: agarró la bolsa y se acercó al contenedor más cercano, metiendo el regalo sin mayor ceremonia.

-Súbete al coche. Ni una palabra.

-Mamá, pero cómo has podido. Era mío. ¿Acaso he cometido un error tan grave?- la expresión de Cova se tornó iracunda.

-¿Acaso crees que te mereces una recompensa? Después de cómo me has humillado? Te has puesto en ridículo delante de todos, y todo por tu horrible arrogancia. ¡Te dije que no cogieras esa pieza, que era demasiado complicada! Si no tienes la capacidad, no deberías hacer cosas que te vienen grande. Cómo se tienen que estar riendo esa palurda y la idiota que tiene por hija de ti.

-No te atrevas. No te atrevas a hablar así de mi amiga y de Luisa. Son personas maravillosas, y el no haber nacido ricas no las convierte en palurdas, ¿me oyes? No pienses que todo el mundo es tan mezquino e hipócrita como tú-su voz se tornó fría como el hielo: podía temerla, podía convertirse en una eterna cobarde con tal de no provocarla; pero nunca iba a consentir que hablara de gente que la había tratado mejor que su propia familia, que era su familia, así. A ella misma podía maldecirla e insultarla. A ellas, nunca.

Con un aspecto que prometía violencia, Cova dio un paso al frente, pero el aislado rincón del aparcamiento en el que se encontraban comenzó a llenarse de gente. Así que subieron al coche y marcharon del lugar sin continuar su diatriba (Cova no se rebajaría a montar una escena en público, eso resultaría vulgar).


Desde ese instante, Olivia recibió el tratamiento del silencio. Seguramente con el objeto de castigarla, aunque a ella le pareció una bendición, la presencia de un oasis en mitad del desierto.


Cenaron en silencio, lo cual no pareció extrañar a su padre. Demasiado ocupado, miraba constantemente el móvil, con el ceño fruncido y murmurando entre dientes. Estaba ocupado, como siempre, con su negocio y con otras cosas distintas en las que Olivia prefería no pensar.

Al día siguiente acudieron a casa de sus abuelos maternos, a cenar como todas las noches de los viernes. Olivia lo odiaba con todas sus fuerzas: allí se encontraba el que consideraba la raíz del problema, su abuelo. No es que no le quisiera; después de todo, aún siendo una figura estricta (y eso que en su vejez se había suavizado mucho, pues los hijos son para educar, los nietos para malcriar) su abuelo la había visto crecer y la había consentido más que a ninguno de sus otros nietos: más que a sus propios hijos.

Pero su abuelo Tomás era quien había marcado la personalidad de su madre de forma profunda: de eso estaba segura. Cova había idolatrado a su padre desde niña, y esto, aunado con el carácter autoritario y dictatorial de éste, había hecho que su hija se afanase en complacerle de todos los modos posibles, para acabar sintiendo siempre que no era suficiente, que continuaba decepcionándole una y otra, y otra vez.

Su gran pasión había sido tocar el violín, pues quería ser una pianista de renombre como su madre Adelina. Para su inmenso dolor, no poseía el don que tenía su madre, y que más tarde heredaría su propia hija. A pesar de esto, quería intentar seguir su vocación. Su padre se lo prohibió terminantemente: de forma que se licenció en una prestigiosa universidad privada de élite de negocios (con el beneplácito paterno) y se casó con un hombre que su padre determinó aceptable (su familia estaba bien posicionada en el sector inmobiliario y poseía hoteles).

Olivia en aquel instante tuvo una epifanía: si continuaba por la senda que su madre la marcaba, ¿en qué se diferenciaba ella de la mujer que había renunciado a todos sus sueños para conseguir la estúpida aprobación de un hombre que jamás había reconocido su dedicación? Sabía por qué Cova actuaba de manera tan absurda: era la misma razón que la empujaba a cumplir los deseos de su madre. Tenía miedo de no tener el amor de la persona cuya opinión más la importaba, temía su mirada de decepción y vivía ansiando las migajas que la ofrecía.

Se parecían más de lo que hubiera pensado en un principio.

Su madre había hecho todo lo posible, absolutamente todo, para conseguir la aprobación de su abuelo, y jamás lo había conseguido: en todas las cenas algo criticaba, y Cova terminaba marchándose de la casa de sus padres herida y sumisa. ¿Acaso era feliz? No podía serlo, de manera que ¿por qué cometer los mismos errores que ella?

Estaban ya de vuelta en su propio hogar cuando su madre decidió volver a dirigirla la palabra- lo de la competición fue un desagradable incidente ,debemos asegurarnos que no se repita. Aumentaré las horas de clases particulares y encontraré a mejores profesores... Es importante ir preparándote para el Conservatorio que te he elegido en el extranjero.

-No

-¿Cómo que no? ¿No a qué?- Cova lucía realmente perpleja, como si la palabra "no" careciera de significado en su vocabulario y no la entendiera.

-Se acabó. Estoy harta de esta farsa. Harta de tener que ser perfecta, de hacer lo que tú quieras. ¡Esto no es vida, lo entiendes! No tengo control sobre mi propia vida, y lo odio. Odio que me hagas esto, y odio haberte permitido dictar cada segundo de mi existencia por tu capricho, por tus propios sueños infantiles insatisfechos. ¿Acaso crees que disfruto machacarte para que vivas a través de mí?

-¿Estás loca? ¿Qué te ocurre? Hablar así a tu madre. He debido ser demasiado blanda con tu educación.

-¿Me vas a negar que unirte a la empresa del abuelo y ser su sucesora en el negocio era tu futuro soñado? ¿De verdad quieres a papá? Yo creo que no; te casaste con él porque era lo que se esperaba de ti, pero tranquila que a él no le importa. Cuando queda con su amante se consuela.

El bofetón, aunque esperado, llegó de forma tan rápida y contundente que se quedó desorientada por un segundo. La había golpeado con tanta fuerza que le había girado la cara.

Acostumbrada a ver a Cova perfectamente fría e inalterable cual estatua, no daba crédito al aspecto que había cobrado en un instante. El pelo negro que llevaba recogido en un elegante moño italiano lucía medio deshecho, con mechones de cabello que se escapaban de las horquillas estratégicamente colocadas. Tenía el rostro torcido en una mueca salvaje, con los ojos brillantes y enloquecidos, a la par que un rubor cubría sus mejillas de un intenso carmesí. Le temblaban hasta las manos.

-Eres... eres una ingrata. Una desgraciada que es incapaz de entender que TODO, TODO LO HAGO POR TI. Por tu porvenir, aguanto a un marido que me ignora y humilla con sus infidelidades evidentes. Te he dado todo, una vida de lujos, te he abierto los ojos a cuál es tu don y lo desprecias.

-PERO ESO NO ES LO QUE QUIERO. ¿Te has molestado en preguntarme lo que quiero? No siento la pasión por la música que debiera sentir. Al menos, no hasta el punto de la locura. Me gustaba tocar, pero ya no. Quizá con el tiempo vuelva a recobrar el simple placer que me daba antes el violín, cuando no sienta que es una obligación, una imposición; pero a lo mejor el daño es irreparable. Solo se que si continúo así, me voy a volver loca. Quiero ser feliz.

-No puede ser verdad lo que dices. Te he visto tocar, te hace feliz.

-¿Cuándo fue la última vez que sentiste eso? Porque hace ya tiempo que solo evoca amargura en mí.

Tras esa discusión, Olivia decidió que lo mejor era marcharse unos días de casa para despejar los ánimos y deseando que la conversación que habían mantenido calase en su increíblemente testaruda madre. Por supuesto, había avisado a su madre de su decisión y del lugar al que se marchaba (la casa de su queridísima amiga Rosa), ante el ensimismado asentimiento de su madre, que para su sorpresa, no había presentado oposición: no sabía si era un gesto esperanzador o debería empezar a preocuparse.

No podía evitar que de vez en cuando la asediasen pensamientos invasivos ¿y qué pasa si no quiere saber más de mí? La atormentaba la mera idea, aún a sabiendas que el ceder y dar marcha atrás no era una opción; jamás volvería a ser una prisionera voluntaria de la tiranía familiar.

Justo cuando Olivia se empezó a preguntar si debía dar el primer paso y contactar a su madre, acudió a recogerla. En lugar de escoger la ruta habitual para ir a casa, entró al parking de un hotel.

Ante la mirada interrogante de Olivia, Cova suspiró -tu padre y yo hemos empezado los trámites del divorcio. Me duele pensar en cómo los errores de mi crianza han sido repetidos contigo. Perdóname. No tengo palabras... para expresar lo mucho que lo siento. He sido horrible contigo, pero quiero que sepas que te quiero más que a nadie en este mundo. Más que a nadie. Si no quieres tocar el violín, no lo hagas. Descubre lo que te haga feliz, que yo te apoyaré al 100%.

Tras observar concienzudamente a su madre, Olivia detectó que algo más ocultaba. Y eso que ya era mucho lo que tenía que asimilar. Tantas cosas habían ocurrido en su ausencia de pocos días...

-Tu abuelo me ha desheredado. Dice que soy la vergüenza de la familia y que, salvo que recobre el juicio y pare el divorcio, no me atreva a aparecer más por casa. Tu abuela está destrozada, pero no consigue que se ablande.

Cova rompió a llorar: Olivia no recordaba haber visto a su madre llorando nunca, y la visión la dejó paralizada. Lo único que pudo hacer fue abrazar a Cova, muy fuerte, tratando de transmitirla todas esas emociones que no podía expresar con palabras. Su madre al parecer lo entendió, pues además de corresponder su abrazo con la misma intensidad, paró de llorar.

-No te preocupes mamá. Lo superaremos, juntas. Yo también te quiero.

-Sí, cariño- acordó Cova.

Y, aunque su abuelo fuera un ser aborrecible para el que los vínculos de sangre no significaban nada, su padre fuera poco mejor (ausente en general de su vida, aportando 0 críticas, mas el mismo cariño: ósea, cero) y su abuela tampoco pareciera dispuesta a todo por su hija Cova; en ese momento, Olivia fue más feliz que nunca.


Espero que os haya gustado: creé este cuento para el concurso songteen y la verdad he disfrutado mucho escribiéndolo. La canción 'Numb' de Linkin Park ha sido la principal inspiración ya que creo que le viene como anillo al dedo; pues esa canción trata sobre la presión que muchas veces figuras de autoridad (especialmente padres, pero vale cualquier persona que constituya una figura paterna) ejercen sobre nosotros, proyectando sus propias frustraciones y vivencias (no es mi caso, pero tristemente pasa).

Si os ha gustado, no dudéis en comentar, o si veis algo a mejorar!!!


15 de Abril de 2021 às 22:33 0 Denunciar Insira Seguir história
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