hanabixo Hanabi XO

{Boku no Hero Academia} † AU † One-shot. Izuku fue abandonado, Izuku lloró, Izuku renació. Izuku fue adoptado, Izuku creció, Izuku vivió. Izuku fue a análisis, Izuku rezó, Izuku amó. Izuku cometió actos impuros, Izuku gozó, Izuku despertó. Moraleja: no le pidas rectitud con promesas de felicidad eterna a aquel que en el camino de su destierro aprendió a bailar con demonios. No todas las almas brillan de la misma manera, así como no todo brillo es luz. † Ambientado en un contexto occidental. † Contiene TodoDeku. † +18 † Mención de otras parejas. † +26k palabras. Tiempo estimado de lectura +2hs. † Lea el apartado de advertencias 🙏🏻 🏆 1º lugar en los Helados de Fresa 2020 🏆 2º lugar en los Trick or Treat 19 🏆 2º lugar en los Mystic Fest 2021 🏆 3º lugar en los Premios Planetas 2020 edición Halloween. Ganadora en las categorías "Historia más emocionante", "Mejor ambientación", "Mejor portada" y "Mejor final". Los personajes de BNHA no me pertenecen. Créditos a Kōhei Horikoshi. Prohibida su copia o adaptación 🚫


Fanfiction Anime/Mangá Para maiores de 18 apenas. © Todos los derechos reservados

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⸸ Uno ⸸

«No le pidas rectitud con promesas de felicidad eterna a aquel que en el camino de su destierro aprendió a bailar con demonios. No todas las almas brillan de la misma manera, así como no todo brillo es luz.»




▔▔▔▔▔▔▔▔ † ▔▔▔▔▔▔▔▔



—...eran algo como... cuervos. Sí, cuervos grotescos. Yo... llegaba a mi casa y aparcaba el auto... y ahí estaban ellos. —Inspiré y expulsé un soplo de aire trémulo. Mordisqueé mis labios y me dediqué a jugar con mis manos sudadas—. E-Eran horribles. Todos juntos, posados sobre un cable en la entrada. Negros y algo deformes. Y-Y... en la cabeza tenían un pentagrama.

El analista no tomaba nota, solo me observaba con intensidad y con ello azuzaba mis nervios. Esperaba que dijera algo después de estar cuarenta minutos con la boca cerrada.

No lo hizo.

—E-Eh... bueno... —Los silencios me inquietaban, por lo que me veía obligado a llenarlos con palabras o, en mi caso, balbuceos—. ¡Ah! —chillé, aliviado por haber recordado otra parte del sueño que me sirviera como relleno—. Alguien me decía... no recuerdo quién, pero me decía que les mostrara un niño a los cuervos. Como si la pureza del niño espantara a esas presencias malignas.

Lancé una risita nerviosa. El analista se mantenía imperturbable, su rostro perfecto ataviado por la parsimonia. Sus iris tenían un color de fábula. Un entreverado de fucsia y azul hacia la profunda pupila abismal, que de lejos parecían fundirse en un penetrante violeta.

—Ayer —opté por cambiar de tema— tuve examen... en la universidad. Creo que desaprobaré... es que el profesor tiene poca paciencia y es algo cascarrabias... aunque no sé por qué no despierto... ¡digo! No sé por qué no comprendo —me corregí—. No entiendo su forma de explicar...

Hitoshi hizo el primer movimiento en lo que iba de toda la puta sesión para hacer una simple anotación. ¿Sólo escribirá una maldita palabra? Ni siquiera pude descifrar lo que ponía por su espantosa caligrafía.

Tamborileé los dedos sobre el robusto escritorio de roble y me entretuve admirando el consultorio. Al igual que el resto de la casa, más bien mansión, era sumamente anticuado y sofisticado. Incluso... también espeluznante. Techos altos, pisos de madera quejumbrosa y paredes salpicadas de cuadros renacentistas. Una biblioteca mediana a mi derecha estaba a rebasar de libros, algunos de aspecto viejo e intimidante y otros más nuevos. Sigmund Freud y Jaques Lacan entremezclados con Stephen King y John Katzenbach.

Mis ojos continuaron su danza escudriñosa y fueron a parar al diván. El cuero se asemejaba al pelaje del gato aovillado en el regazo del doctor: azabache, mullido y suave. Sin embargo, se apreciaba frío y recóndito como su propietario.

—Usted tiene el alma negra como su diván —solté sin reflexionar.

Hitoshi sonrió y sus ojos fantásticos se convirtieron en rendijas ladinas. Bien, al menos mi descuido le hizo gracia. Le gané un round al psicoanalista y obtuve una inmensa satisfacción.

—¿Por qué no me hace recostar allí? —me animé a interpelarlo, incentivado por mi victoria— ¿Lo tiene de adorno? ¿O es que lo cree inconveniente en nuestras sesiones?

Llevó la taza de café a sus labios mientras recuperaba la impasibilidad. ¿Con esa absurda estrategia se empeña en tapar la risa a duras penas contenida?

—Me gustaría ser esa taza...

—Hasta aquí llegamos hoy, Izuku —ronroneó entre el velo de neutralidad.

—Todavía no se cumple mi hora —repliqué.

—El inconsciente no sigue tiempos cronológicos —se atajó.

Exhalé una carcajada y me levanté abruptamente, arruinando la siesta del felino. Saltó de las piernas de su dueño y pitó hacia abajo del sofá más alejado. Luego, ocupé su lugar en el regazo de mi analista.

—Solo he visto unos ojos tan bonitos en mis sueños... —susurré en su oído—. En los cuervos y en el sujeto que me follaba en un diván igualito a ese, quien misteriosamente también se parecía a usted.

—Eres un buen actor —me halagó—. Aunque duras poco tiempo en el papel.

—Bueno, pues, me gusta tentar a los demonios. Además, podría decir lo mismo de usted.

Sus ojos destellaban como luceros y quemaban como el sol. Llegué a pensar que verdaderamente eran preciosos. Es una lástima que pertenezcan a una criatura aviesa.

—La sesión ha concluido —repitió.

Oh, no huirás cuando ya casi te tengo.

—Dígame doctor, ¿los sueños pueden hacerse realidad?

—La única realidad es la realidad psíquica —respondió con profesionalismo. Sin embargo sentía su entrepierna aumentar de tamaño y encajarse entre mis nalgas.

Me removí un poco para acomodarme y al mismo tiempo generar fricción. Mis pies quedaron colgando a cada lateral del asiento y mi pecho retumbando contra el suyo.

Tracé una cruz en su frente utilizando la punta de mi lengua. Su respiración comenzó a errar en su ritmo normal y su cálido aliento acariciaba mi cuello, erizándome la piel.

—Si no me aparta su matrícula podría peligrar, señor —le advertí con sorna.

Enredé los dedos en su cabello púrpura y me embriagué del aroma que desprendía.

Dos golpes fuertes tiraron por la borda mi trabajo, aunque lo que más lamenté fue el tener que ponerle un fin al íntimo momento.

—Doctor, su próximo paciente ha llegado —informó la anciana que trabajaba como secretaria desde el otro lado de la puerta—. Amenaza con suicidarse si usted no lo atiende cuanto antes. —Unos gritos masculinos se oían atenuados por la distancia y la infraestructura que nos separaba—. ¡No, cariño! ¡No toques el cable del teléfono!

Los pasos de la mujer repiquetearon y perdieron intensidad a medida que se alejaba, posiblemente encaminada a evitar un ahorque improvisado.

—Vaya, es una pena —suspiré. Me retiré de sus piernas esbozando un mohín atribulado. Admiré su semblante pétreo, el cual fácilmente podría usarse como modelo para uno de sus cuadros, tan fino y pulcro y a su vez levemente macabro—. ¿No me acompaña a la puerta?

Inexpresivo se incorporó, pero no se le daba bien a los demonios apagar el fuego en sus ojos una vez que se encendía. Caminó por delante de mí por la amplia sala y se detuvo a un metro de la puerta. Se giró entonces y alzó una mano a mi barbilla. Su índice y anular viajaron por mi piel hasta mi boca, donde intervino el pulgar al rozar su yema por el contorno de mis labios. Su tacto ardía contra mis belfos y me prometía ponerme a la misma temperatura.

—Te veo en una semana —dijo ronco y delicioso. Liberó mi boca y abrió, dejándome espacio para salir.

—¿La próxima semana? Claro que no. Tengo dos sesiones por semana, aún me falta una —protesté.

—No es algo que tú decidas —aclaró tajante.

—Ya veo... tampoco puedo decidir recostarme en el diván.... ¿Verdad? ¿Es que tengo que dejar que me recueste usted?

—Que tengas un buen día, Izuku —se despidió y cerró la puerta en mis narices, no sin antes permitirme admirar un vestigio de su ominosa alma a través de su comisura erguida.

Emprendí rumbo a la salida de aquella mansión gótica y algo desvencijada por el paso del tiempo, pasando frente a la vieja secretaria que le combinaba a la perfección. Sus ojos, enmarcados por los cristales redondos de las gafas, me siguieron con perspicacia policial hasta el enorme portal. No di con el presunto suicida en la sala de espera ni me lo topé por el pasillo. Tal vez ya iba rumbo a la morgue, o tal vez jamás existió. No me extrañaría que esa voz masculina hubiese provenido de un espíritu ni que la anciana fingiera para salvar de un aprieto a su jefe.

Aun así sonreí triunfal.

Ya te tengo, doctor... y creo que tú lo sabes.



▔▔▔▔▔▔▔▔ † ▔▔▔▔▔▔▔▔



El eco de mis pasos reverberaba en la abovedada catedral. Las figuras santas plasmadas en los altos ventanales con vitró, los cuadros y las esculturas de variados tamaños, vigilaban mi andar desde sus múltiples ángulos.

Intimidado apresuré la marcha hasta el confesionario. El hallarlo vacío de fieles fue el obsequio que me ofreció Dios, por lo que, sin espera, me arrodillé ante el pequeño habitáculo de madera para recibir el sacramento de la reconciliación.

—Padre, he pecado —revelé luego de persignarme frente a la rejilla de hierro oscuro que me separaba de mi verdugo.

—Dime, Izuku —me alentó con timbre adusto el sacerdote.

—He tomado asiento sobre la erección de un ser blasfemo y me ha gustado.

Se instaló el silencio en ambas partes. Mis palabras y mi castigo debían de estar siendo procesados.

—Tendremos problemas con el Vaticano si sigues actuando de esa manera —me increpó.

—¡Pero...! ¡Padre! —chillé aterrorizado— ¡Casi tengo al demonio! Le prometí que lo atraparíamos para el Samhain, ¿recuerda? Y-Y... ya casi...

—¡Izuku! —bramó provocándome un repullo—. Ya conversamos sobre esto. Ni siquiera tienes la seguridad de que Hitoshi Shinsou sea un demonio.

—¡Lo es! ¡E-Estoy seguro! Lo he visto en mis sueños...

—No podemos simplemente interpretar tus sueños como realidades —espetó—. Que tengas sangre de brujo no significa que todas tus fantasías sean visiones. Pero, ¿sabes qué si significa? Que no te encuentras en posición de actuar como a ti te plazca. No te han quemado vivo gracias a nosotros, recuérdalo...

—¡P-Pero! —lloriqueé— ¡Padre, lo siento tanto! ¡Perdóneme, por favor!

No respondió y mi corazón se desbocó en sus latidos.

—¡Por favor! Juro que seré más precavido...

Silencio.

—Padre... ¿por qué no absuelve mis pecados? —musité, presa del pánico—. ¿Por qué, por qué no me habla?

Mi llanto arreció al ser ignorada mi plegaria. Me arrastré hasta la puertita del confesionario y la arañé con desespero.

—¡Padre! ¡Padre, piedad! —vociferé anegado en lágrimas—. Padre... ¡Shouto! ¡Shouto! ¡Te lo ruego! ¡Shou...!

La puerta se abrió lentamente, dejando a la vista la austera sotana negra que cedía todo el protagonismo a sus irises y cabello bicolores, impresionantes como piezas de arte.

Indigno de ser objeto de su exótica mirada, agaché la cabeza y besé afanoso sus impolutos zapatos.

—Discúlpeme, padre Todoroki... estoy tan arrepentido...

Su mano haló mi mentón hacia arriba para que lo mirara directo a los ojos.

—Ven aquí —dijo sedoso.

Lo observé con la incógnita haciendo mella en mis facciones. Él había adoptado una postura relajada y su regazo se mostraba dispuesto y libre para mí. Comprobé una vez el semi-implícito mandato en las orbes heterocromáticas y una vez cerciorado me encaramé en sus piernas.

Secó mis lágrimas con sus dedos y siguió las huellas húmedas de aquellas que no logró atajar, las cuales, escurridizas, desembocaban en mis labios temblorosos.

—¿Qué haré contigo? —se cuestionó en voz alta. Aguardé paciente su decisión mientras me esmeraba por acallar mis hipidos y gimoteos—. ¿Debería hablar de esto con mi padre antes de darte mi veredicto?

—¡NO! ¡Rezaré y aceptaré cualquier condena que usted me imponga! Piedad, padre... —imploré.

Enji Todoroki, o popularmente llamado Endeavor, daba muchísimo miedo. Reconocido por la severidad de sus escarmientos y su nada disimulada carencia de misericordia, ningún demonio ni hereje la contaba después de sus exorcismos. Enji fue un obispo con muchísimo poder, al punto de llegar a ser el candidato a Cardenal más proclamado. El descubrimiento de su familia —que en secreto mantenía— por parte del Sacro Colegio, significó el final de su carrera eclesiástica. Sin embargo, su develado secreto no arruinó su reputación como eminencia en el exorcismo. Decenas de personas por semana recurrían a él en busca de ayuda para algún ser querido que creían víctima de las garras de un perverso demonio.

Shouto me examinaba meditabundo, quizás sopesando si la posible represalia era proporcionada a mis pecados. Tras varios segundos de incertidumbre, extrajo de su bolsillo un objeto pequeño de forma circular y lo depositó en su lengua. Admiré la eucaristía dentro su boca parcialmente abierta, sugestiva.

Mi corazón galopó impetuoso cual caballo salvaje en su hábitat y con el mismo brío me lancé a los labios ajenos para recibir la comunión. La hostia paso de su cavidad oral a la mia después de algunos movimientos e intromisiones que me atreví a llamar beso. El sacramento se deshizo en mi —nuestra— saliva y me sentí limpio, feliz. Shouto es compasivo y sus labios suaves, gentiles. Shouto... es lo opuesto a su progenitor.

Conmovido y agradecido con mi indulgente expiador, acometí nuevamente contra su boca en un arrebato de emociones, uniéndonos en otro sublime ósculo. Ahora su ritmo se tornó más agresivo. Shouto buscaba mi lengua —inexperta frente a la suya— para batallar con ella, por lo que no me quedaba más que someterme a él.

—La próxima no tendré piedad contigo —gruñó entre el beso, garantizando el alcance de su advertencia con una fuerte mordida en la tierna piel ya irritada de mi labio inferior.

—¡No volverá a suceder! Padre, ¡te amo! —me sinceré y quise reanudar el beso, la guerra que bien sabía perdería gustoso, pero Shouto lo impidió apoyando su palma en mi deseosa boca.

—También amas a ese analista.

—¡No! ¡No lo amo! —mentí.

—Izuku... hace un minuto recibiste el santo sacramento y ya estás pecando.

Llevé la vista al suelo, apenado. Shouto es muy intuitivo.

—Lo lamento... —No quería bajar de sus piernas pero tuve que hacerlo cuando oímos las voces de un par de fieles.

Salí renuente del minúsculo espacio encajonado. Los recién llegados marchaban en nuestra dirección, lo que significaba... la despedida.

—Muchas gracias por su clemencia —dije en una discreta reverencia.

—Puedes ir en paz —respondió con aspereza.

Elevé ahora mis ojos a los suyos que, aunque eran de colores gélidos —gris y azul—, ellos refulgían tan candentes como lava volcánica. Me volteé para largarme de allí, pero antes de hacerlo musité mis últimas palabras para que solo fueran escuchadas por sus oídos.

—También me ha gustado montarme en su erección, padre.

¡Ah! ¡He pecado otra vez! Sin embargo, él esbozo una sonrisa engreída antes de encerrarse en el recinto, dejando sus ojos lúbricos fuera de mi vista.

Cuando el primer fiel se hincó para confesar sus injurias, yo ya franqueaba las grandes puertas de la iglesia. El exterior me recibió templado y ameno, semejante a mi ánimo actual. Shouto había apaciguado el desasosiego de mi alma, pero inevitable era modificar el curso de mis pensamientos. Tarde o temprano, todos culminaban en el bello rostro del demonio. Eso me angustiaba, pues no quería decepcionar al padre Todoroki de nuevo.

—¿Quién eres realmente, Hitoshi? Demonio, ¿cuál es tu verdadero nombre? —recité para mí.

Necesitaba las respuestas a aquellas preguntas antes de que el Samhain llegara a su fin. De no ser así, mis posibilidades de liberar al mundo de una peligrosa y abominable criatura se reducirían al cero. En la Noche de Brujas, los niños se divertían haciendo travesuras y comían dulces, los adolescentes bebían hasta la inconsciencia para terminar follando como conejos, los muertos visitaban a los vivos y los demonios se inflaban de poder por el estrechamiento de la línea que nos separaba del Otro Mundo. Muchas criaturas malignas aprovechaban a filtrarse en el flujo de almas para llegar al mundo terrenal y hacer en él de las suyas. No obstante, de la misma manera que podían entrar, también podían irse. Por eso, Halloween era el mejor momento del año para patearles el trasero a los demonios y devolverlos al Infierno.

Claro que para ello uno debía ser cuidadoso y estar especialmente entrenado. Yo, además de cumplir con estos requerimientos, tengo un plus: mi sangre estuvo maldita desde el momento de mi concepción. Por ello, se me da perfecto el manejar la magia negra y también tengo visiones.

Jamás conocí a mis padres. Fui abandonado cuando apenas era un recién nacido debajo de un manzano infectado y moribundo por la peste. Shouto me contó que cuando él y su madre me hallaron, me encontraba prácticamente sepultado entre un montón de manzanas putrefactas. Cientos de moscas zumbaban a mi alrededor, dato que impelía la creencia popular de que Belcebú, también conocido como el Señor de las Moscas, había sido mi custodio durante los estimados seis días que estuve tirado en aquel claro desolado.

Yo siempre discuto y sostengo que las moscas se congregaron allí por la podredumbre de las frutas, pero nada tengo que alegar cuando me preguntan: "¿Y cómo es que sobreviviste todo ese tiempo?".

Y ahí es cuando me surge una retahíla de preguntas como... ¿Por qué fui abandonado? ¿Quiénes son mis padres? ¿Estarían vivos? ¿Por qué el Señor de las Moscas se habría dispuesto a cuidar de mí?

Mi niñez fue algo difícil por la crueldad y el rechazo social al ser considerado un hijastro del demonio. Por lo menos la marginación se circunscribía al ámbito de la iglesia en el cual me crié. Fuera de tal ambiente y de las personas involucradas, nadie sabía mucho de mi vida. Solo lo esencial: que tengo veinte, que tengo inclinaciones homosexuales y que vivo solo en una casa demasiado grande para mí, cortesía de mi amado Shouto y su —nuestra— familia.

La familia Todoroki siempre fue adinerada y sumamente puritana, además de ortodoxa a su religión. Ese bendito día en que el pequeño Shouto —tenía siete años en ese entonces— y su madre Rei me encontraron, pase de ser un pobre huérfano a formar parte de su grupo familiar. Enji estuvo de acuerdo en adoptarme, no por cariño ni por lástima, sino porque en mí percibía una inusitada energía. Conviví con ellos hasta mis quince años, edad en la que, teniendo la oportunidad de servirme de los bienes materiales familiares, decidí emanciparme. Me mudé a la casa en la que actualmente vivo, manteniéndome con trabajos de medio tiempo, con el dinero que obtenía de los exorcismos y con la ayuda económica que Shouto se ofreció a brindarme hasta terminar mis estudios de abogacía.

El motivo de tal decisión consistió en un sentimiento y en una necesidad. A pesar de que fui bien aceptado como miembro de la familia y de que a mi relación con cada uno de sus miembros nunca le faltó calidez y consideración —y con miembros me refiero a Rei, Shouto y sus hermanos, ya que Enji raras veces se encontraba en casa por los viajes constantes que su trabajo requería— , en mis últimos años de convivencia con ellos, Shouto y yo nos volvimos demasiado cercanos. Siempre lo fuimos, pero no de una manera que pudiese causarnos problemas, especialmente a él. No de una manera... romántica. Fue a mis trece años cuando los linderos de nuestra relación se tornaron difusos. Él tenía veinte y yo atravesaba por tornados hormonales y tempestades de inseguridades en el camino del ¿quién soy? ¿quién debería ser? que todo adolescente debe transitar. En uno de esos días soleados y calurosos de julio, un buen gesto de su parte —comprarme un helado de fresas— bastó para desencadenar la confusa avalancha emocional en mi cabeza y cuerpo, lo que dio como resultado un yo en plena pubertad saltando a los labios de un mayor de edad, que para rematar era mi hermano en términos legales y estaba a punto de convertirse en diácono. No reparé en las consecuencias de mis actos sino después de besarlo cuando, avergonzado y algo mareado, me aparté con un intenso rubor cubriendo mis mejillas. El semblante de Shouto destilaba contrariedad y ardía de furia, o eso es lo que yo creí en aquel escabroso momento.

Dos semanas después del incidente, el beso se repitió.

Hacía calor, recuerdo, pero esa jornada además llovía. Apesadumbrado por la conducta evitativa que Shouto adoptó hacia mí después de atreverme a cometer tan grave error, me había dispuesto a despejar mi mente dando un paseo por el vecindario bajo los chubascos. Casi no hablamos durante esas semanas y ni siquiera pude hallar un momento para pedirle disculpas. Lo peor es que no podía quitarme la dulce memoria de mi cabeza. Mi primer beso... había sido con mi querido Shouto. Mi corazón pulsaba a mil cada vez que reproducía el instante en que nuestros labios colisionaron. En uno de esos suspiros enamorados que risueño solía dar, un auto me atropelló. Iba tan despistado, inmerso en mi mundo de hadas y príncipes de ojos bicolores, que ni cuenta me di de dónde andaba caminando. Como el accidente tuvo lugar a una cuadra de nuestra casa, el bullicio alertó a mis hermanos, quienes pitaron a mi lado y enseguida me llevaron al hospital. No tuve heridas mayores, solo raspones y algún que otro magullón. Aún así, Shouto se cabreó tanto conmigo que su rostro de modelo adquirió el potencial para ser el de un lindo asesino.

Horas después volvimos a casa, luego de que me hicieran todos los exámenes correspondientes para comprobar que no tuviese ninguna conmoción interna. Rei y Fuyumi se habían marchado a comprar ingredientes para la cena y Natsuo estaba fuera con amigos. Hacía ya tiempo que Touya no vivía con nosotros, debido a que se marchó de casa para irse a vivir con su novio de cabello rubio desgreñado y ojos delineados, luego de una pelea que tuvo con Enji al enterarse este de los amoríos "antinaturales" de su hijo. Por lo que... me quede a solas con Shouto. Él continuaba furibundo pero, tomando coraje y una buena bocanada de aire, me le arrimé para al fin poder disculparme por mis actos... y sucedió.

No llegué a pronunciar su nombre completo, mis labios quedaron apresados entre los suyos cuando me abrazó con vehemencia. "No vuelvas a ser tan impudente, bebé" me dijo. Mi sorpresa fue grande, pero mucho mayor lo fue mi felicidad y ni hablar de mis fabulaciones. Ya nos imaginaba siendo viejitos, caminando juntos por el parque en otoño, tomados de la mano paseando al perro.

Esas bellas fantasías murieron tan rápido como llegaron. Shouto se fue de casa dos días después. Y no solo abandonó su hogar, sino también el país. Su partida fue como un balde de agua helada y un duro duelo, lloré por semanas, no solo porque me dolía su ausencia, sino también porque me dolía en lo más profundo que me hubiese ocultado que iba a dejarme. Me costó horrores adaptarme a su ausencia, pero después de un tiempo comprendí que Shouto era mayor y tenia que seguir su propio camino.

Volvió a casa un año después, ya siendo sacerdote. En aquel viaje a Roma, avanzó mucho en su formación y consiguió hacerse renombre. Claro que el llevar el apellido Todoroki le suponía cierta ventaja para hacerse un lugar en la iglesia y ganar prestigio, pero su inteligencia y destrezas fueron las características clave que influyeron en la decisión del Sacro Colegio. Además, Shouto detestaba los exorcismos, por lo que nunca se inmiscuyó en el mismo terreno de su padre.

Durante esos meses que estuvimos separados, yo comencé a ayudar a Endeavor con los exorcismos. El viejo —como a Shou le gustaba llamarle— consideró que ya tenía la edad suficiente como para empezar a explotar mis dones-maldiciones, tales como mis visiones y mi poderosa aura y fuerza espiritual. Soy capaz de distinguir con facilidad una posesión de una enfermedad mental. Solo me basta mirar al afectado a los ojos. En las posesiones, los ojos de las víctimas destellan con un brillo malévolo y su cuerpo se rodea de un halo miasmático perceptible a mis sentidos.

Identificar a un demonio puro —un demonio en su propio cuerpo, que no requiere de un humano huésped— es mucho más complejo, fundamentalmente porque estos son de alta jerarquía y demasiado astutos. Saben camuflar su aura e imitar a la perfección el comportamiento de un humano corriente. Por ello, raras veces caen en las manos de un exorcista.

Ese, sin dudas, es el caso con mi analista. Mala suerte para él que se topó conmigo. A pesar de que puede pasar desapercibido para otros exorcistas, incluso para los más veteranos y mejores entrenados, yo poseo un gran repertorio de recursos para atraparlo gracias a mi sangre maldita. Mis visiones, por ejemplo, suelen mostrarme la realidad de las personas y de cualquier Inferi, otro de los nombres que reciben los demonios.

Retomando el hilo de mi relato, cuando Shouto y yo nos reencontramos, las cosas entre nosotros permanecían intactas, es decir, nuestra relación mantuvo la confianza y el cariño de siempre, por más de que jamás conversamos de esos dos célicos "accidentes" que ambos provocamos. No negaré que dediqué un momento de cada día a revivirlos mientras soñaba despierto —aunque prometí tanto a Shou como a mí mismo estar más alerta y tomar precauciones para no acabar como alfombra en la calle—. Entonces, yo ya tenía catorce y el veintiuno. Shou ingresó a la catedral de nuestra ciudad, una de las más prestigiosas de América... y yo lo seguí. Cuando me salvaba de ser reclutado por su padre para acompañarlo en alguno de sus viajes —mi función era la de facilitarle el trabajo sucio como lo hacían los Warren— me gustaba quedarme horas y horas contemplándolo orar, oyendo cómo musitaba en latín y en idiomas arcanos e inidentificables. En la iglesia secundaba sus huellas como un perro adiestrado y obedecía sus órdenes como el mejor esbirro.

Él estaba conforme y yo reconfortado por su cercanía, por lo que ocho veloces meses transcurrieron así. Hasta que conocí a Eijirou Kirishima.

Me crucé al carismático Eijirou en preparatoria, un chico de cabello y ojos rojo escarlata, quien fue mi compañero y... mi primer novio. Kiri —como acostumbraba a llamarle luego de que empezamos a salir— me robó mi tercer beso en una fiesta clandestina a la que asistimos juntos. También me robó el cuarto, el quinto y así sucesivamente hasta que perdí la cuenta. En otra de esas fiestas de organizadores incógnitos y lugares de mala muerte, Kiri se apropió de mi virginidad. Mi relación con Shouto se enfrió cuando conocí al pelirrojo, puesto que mis tiempos se fragmentaron un poco más para poder pasar el rato con mi novio.

Shouto fue la única persona a quien le confesé que había perdido mi pureza. Él se limitó a escucharme con atención en tanto yo balbuceaba por la vergüenza. No se enfadó, tampoco hubieron reproches o miradas juzgadoras. Sin embargo, después de ese día, Eijirou me cortó. Su explicación fue escueta y banal, por lo que en mí florecieron centenas de dudas. Todo iba perfecto entre nosotros... entonces ¿por qué decidió terminar con nuestra relación? ¿No cumplí con sus expectativas? ¿Se habría aburrido de mí? ¿O tal vez le gustaba otra persona? ¿Sus desórdenes alimentarios y problemas con el alcohol interfirieron entre nosotros de alguna manera?

Nunca averigüé las respuestas, aunque debo decir que me sentí aliviado. A pesar de que Kiri satisfacía mis necesidades sexuales y era meloso en demasía, no podía evitar pensar que estaba perdiendo tiempo que podría haber compartido con Shou, por eso siempre me la pasaba ansiando el momento de regresar a casa o de visitar la catedral para reencontrarme con él, aun gozando de la dulce compañía de Eijirou. Así que Kiri y yo terminamos... y allí comenzaron los verdaderos problemas.

Ante la falta de un compañero tan atento como lo había sido mi ex, mi soledad y afán de cariño y sexo se agravaron y me volví, en cierta manera, caprichoso y exigente con Shouto. Me preguntaba por qué él no podía ser así de afectuoso, por más de que ya tuviese muy en clara la respuesta.

Una noche volví a casa fuera de mis cabales, pues había estado bebiendo en una de esas fiestas a las que solía frecuentar con Eijirou. Rei y Fuyumi dormían tranquilamente, no tenían idea de que yo estaba dejándome la conciencia en una botella de vodka mientras frotaba mi trasero por cada bragueta que se me cruzara por delante. Enji se encontraba fuera, en uno de sus viajes de exorcista, y Natsuo ya vivía en otro estado por estudios. Recuerdo que entré sigiloso y me envalentoné derecho a la habitación de Shouto, dispuesto a darle a mi cuerpo y a mi corazón lo que pedían a gritos... pecar.

Empujado al mal obrar con ayuda del alcohol, me abalancé sobre mi amado que, alertado por mis pasos y desorientado por la somnolencia, se había semi incorporado en su cama. Lo besé sediento y famélico, como si hubiese estado vagando durante meses en un vasto desierto en lugar de perreando en una fiesta turbia. Lo tumbé nuevamente en el colchón, montándome sobre él y sobre la protuberancia emergente en su entrepierna. Creo que intentó detenerme un par de veces antes de que la ropa volara bien lejos de nuestros cuerpos férvidos. Al final el deseo carnal le ganó a la moral y Shou claudicó bajo mis besos y eróticas caricias. Estaba tan feliz, el roce de nuestras pieles tenía la magia para crear constelaciones y la potencia para hacer centellear a cada una de sus estrellas. En nuestro jugueteo previo, Rei abrió la puerta de la habitación y me encontró a mí con la polla de su hijo legítimo hasta la garganta y a su consagrado hijo legítimo con su rostro enterrado en mi trasero en un indecoroso sesenta y nueve.

Los hechos que sucedieron a tal infortunado momento podrían describirse en dos palabras: caos total.

Rei sucumbió en crisis y comenzó a despotricar histérica. Lanzó maldiciones a diestra y siniestra y nos escupió palabras que hasta hoy se arrepiente de que hayan salido del resguardo de su mente. Amenazó a Shouto con exponer su blasfemia ante el Sacro Colegio y llevarlo a la ruina. Yo, mientras tanto, me había quedado helado y mareado por el rejunte de alcohol, éxtasis, miedo y vergüenza. Fuyumi despertó e intentó ayudar a Shouto a calmar a su madre, pero en su enajenación ella había tomado un frasco de ácido clorhídrico de entre los productos de limpieza —lo usaba Enji para destapar las cañerías— y arrojó el contenido en la cara de su hijo.

La imagen de su piel disolviéndose por la sustancia corrosiva y el terror colosal que me embargó al oírlo gritar de dolor hasta hoy persisten en mi cabeza.

Shouto estuvo a punto de perder su ojo, su trabajo y su libertad tras las rejas de la cárcel por mi culpa. Con mucho esfuerzo, logramos que Rei se quedara callada. Me ocupé de explicarle lo ocurrido, haciendo hincapié en que yo había sido el responsable y también confesé que amaba a Shouto de una manera que no correspondía. Sin embargo, el hecho de que yo me encontrara ebrio en aquel penoso momento y de que Shou fuese mayor de edad, generaba demasiada controversia en Rei. Ella creía que su hijo había sacado provecho de mi ebriedad, por más de que le recalqué un sinfín de veces que el acto fue plenamente consentido e incluso provocado por mí.

Finalmente mi madre adoptiva aceptó el silencio, tanto por la consternación de haber atentado físicamente contra su hijo como por mi propuesta de irme a vivir solo.

De esa manera, estaría lejos de Shouto y ambos —Rei y yo— nos cerciorábamos de que el aberrante accidente no se repitiera.

La quemadura de Shou en el lado izquierdo de su rostro pasó como un mero descuido y nadie, además de los presentes aquella madrugada, se enteró de lo ocurrido.

Alegando que sería favorable a mi entrenamiento espiritual vivir en soledad para evitar interrupciones e interferencias de auras ajenas en los canales energéticos, Enji permitió mi emancipación. Semanas después me mudé a donde actualmente vivo.

Dos años y medio de aquello transcurrieron, en los cuales casi no vi a Shouto. Él volvió a viajar a Europa y yo me enfrasqué en mi entrenamiento, en mis estudios para terminar la preparatoria con un promedio que me permitiera la entrada a una buena universidad y en los distintos sujetos que pasaron por mi culo para mitigar lo mucho que extrañaba a Shou. No pude llamar "novios" a ninguno de ellos, puesto que mi relación con cada uno fue puramente sexual y superficial, corta y meramente instrumental.

Estuve con otro tipo de la preparatoria llamado Katsuki Bakugou que en el sexo rozaba el sadismo. Ese componente violento no se circunscribía solo al plano íntimo, sino que el rubio cenizo tenía serias dificultades para controlar la ira y los impulsos destructivos. Nuestros encuentros vieron su fin demasiado rápido y en lo que se disolvía la relación, empecé otra con una chica llamada Himiko Toga, quien trabajaba como cantinera en un bar gay al que concurría algunos fines de semana, pensando que sería oxigenador un pequeño descanso del pene, esto es, probar algo nuevo.

Himiko era bonita y su libido equiparable a la mía pero, tal y como me lo esperaba, no compatibilizábamos en la cama. Mi actitud y desempeño como eterno pasivo salía a la luz y, cuando ella me pedía sexo duro, no tenía idea de cómo responder a tal demanda de dominio a la cual no estaba acostumbrado. Los dos queríamos tener el mismo papel y por ende jamás nos complementamos. Además, Himiko era una loca vividora y absorbente. Llegué a creer que tuvo un motivo para acercarse a mí, el cual consistía en que yo llevaba el apellido Todoroki, lo que era casi un sinónimo de fama y fortuna.

Poco antes de cumplir la mayoría de edad, conocí a Neito Monoma, casualmente rubio como los otros dos, lo que me llevó a llamarlos "la calamitosa triada Nazi", porque cada uno de ellos fue hijo de puta a su manera. Neito era bello e insoportable como el príncipe encantador. Aunque retorné a la comodidad y el placer de recibir, no lograba amenizar el vacío interno y mucho menos llenarlo con falsedades. En uno de los ataques de envidia psicopática de Neito, donde criticaba sin consideración ni reparo a cualquier sujeto de buen aspecto que se topaba, le deseé buena suerte y desaparecí de su vida.

Dos semanas más tarde cumplí dieciocho años y un mes después Shouto regresó a América. La noche del Samhain fui a visitarlo a su nueva casa —él se mudó poco después de que yo lo hice— luego de pasar catorce meses sin verlo. Llevé la mejor botella de champaña en la mochila y la lencería más sexy y atrevida bajo mis prendas casuales. Esa noche mágica y siniestra quería entregarme a él en cuerpo y alma. Ya era mayor, no convivíamos juntos y, lo esencial, él vivía solo al igual que yo. Dicho en otras palabras, nadie nos arruinaría el momento.

Solo quedaba que Shouto me deseara tanto como para pecar conmigo.

Puedo jurar que aquella noche tocamos el Cielo y besamos el Infierno. El fuego quemaba en los ojos dispares de mi amado desde el instante en que me vió de pie frente al portal, y supe que estaba dispuesto a seguirme hasta los confines del Inframundo. Fue la mejor Noche de Brujas de mi vida, perdiéndome en su cuerpo, enredados de la cabeza a los pies hasta prescindir de todo limite que nos diferenciara.

El sexo se perpetuó al punto de que mi cuerpo se amoldó al suyo, reconociéndolo como su dueño.

Un día, hacen aproximadamente cinco meses atrás, me quedé a dormir en su casa y tuve mi primera visión sobre Hitoshi Shinsou en sueños. Me desperté agitado, con una erección que difícilmente me podía quitar solo. Por lo que, inquieto y excitado, aguardé a que Shouto llegara de la iglesia y cuando lo hizo me lo follé apenas cruzó el umbral de la entrada. Cabalgué sobre su polla como lo había hecho en mi sueño sobre el pene titánico de un desconocido de cabello violeta y ojos rosáceos. La calentura se entibió lo suficiente como para que el raciocinio volviera a mí de a poco, dejándome algo ofuscado y tembloroso. Lo peor fue que soñé con el mismo sujeto durante una semana seguida, cada vez que pegaba ojo, y mi hambre sexual me estaba llevando al borde del colapso. Cada maldito sueño tenía un delicioso falo y unos irises galácticos como protagonistas, en un escenario lúgubre atestado de gemidos orgásmicos que salían de mi boca y de la ajena.

Me aferraba a la certeza de que no se trataba de simples sueños y de que el tipo que me tenía con la polla izada veinticuatro/siete no se encontraba solo en mi cabeza. Existía, en carne y hueso, en la realidad y, además, no era un ser humano. Lo sentía en mi sangre en ebullición, en mi corazón frenético y en los quejidos suplicantes que le dedicaba en cada masturbación.

La tensión en mi organismo fue tanta que en un estado de extrema necesidad le imploré a Ochaco —una chica castaña y adorable que conocí en mi primer año de universidad, con quien forjé una linda amistad a lo largo de los últimos dos años— que me ayudara. Shouto se había marchado a Washington con Enji y, por ende, no podía contar con su sexo.

Gracias al Señor, Ochaco aceptó y me prestó su cuerpo para saciarme a medias, pues desde que Hitoshi se manifestó en mis visiones ya nada me satisfacía por completo.

Esa tarde salí de mi casa junto con mi amiga para despedirla. Mientras le daba las gracias y depositaba un beso en su mejilla, capté por el rabillo del ojo una figura, un aura y una esencia que me erizó el alma. De un grito logré que aquel enigmático individuo que caminaba por la acera se detuviera y se girará hacia mí. Desde el instante en que su semblante anguloso le enseñó sus ojos de ensueño a los míos, mis pensamientos, ensañados, no son capaces de abandonar la imagen y la voz del demonio. Gracias a que le pregunté su nombre pude rastrearlo y enterarme de su profesión de psicoanalista.

Hitoshi ha arraigado en mi mente, apareciendo de diversas formas pero siempre con la misma intensidad voluptuosa.

Decidí poner al tanto a Shouto de mis visiones, pues ya podía contar con el aval de haberme encontrado cara a cara con el demonio.

Me dispuse a aproximarme a la criatura por mis propios medios, después de todo ya llevaba tiempo en la labor de atrapar Inferis. Le comuniqué a Enji mis planes y tras el visto bueno de su parte, saqué un turno para el analista.

Shouto no parecía muy convencido de que actuara por mi cuenta. Aún no logro discernir si fue por temor, celos o porque no confía en mis habilidades, por lo que no puedo evitar sentirme un poco ofendido.

Llevo alrededor de cuatro meses de terapia con Hitoshi Shinsou, cuatro meses de deseo lujurioso e insaciable, de impulsos reprimidos y de más y más sueños de alto contenido eroticamente macabro. Podría dar la impresión de algo difícil de sobrellevar, pero aseguro y reaseguro que mis ganas de ser poseído carnalmente por ese demonio no son el mayor problema. El mayor problema es que...

me he enamorado de él.

Mi móvil vibró en mi bolsillo, dispersando el desazón y arrojándome de vuelta a la realidad. Parpadeé repetidas veces para aclararme la vista nublada. Había caminado una decena de cuadras en modo automático, sin plena conciencia del contexto circundante. Me sorprendía que en mi vida solo hubiese sufrido un accidente con lo despistado que era.

Comprobé la notificación de Wattpad, la cual me avisaba de la actualización de "Esta es nuestra canción", una de las historias de mi autora favorita. El capítulo se titulaba "Despierta" y aproveché a leerlo durante las cuadras que me restaban para llegar a casa.

—Ah... —suspiré—. Me gustaría ser bailarín como el protagonista, pero solo me muevo bien en la cama —reflexioné luego en un murmullo.

La historia era en general dulce e inocente, pero se rumoreaba que la autora había sido arrastrada al lado oscuro del smut gay y bizarro gracias a las malas juntas.

No podía culparla.

Dicen que hay más imágenes del mal que de cualquier otra cosa... el mal tiene atractivo visual, mientras que el bien no tiene ningún interés.





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"Hay más imágenes del mal que de cualquier otra cosa... el mal tiene atractivo visual, mientras que el bien no tiene ningún interés" es una frase de Lars Von Trier.

Créditos.


25 de Fevereiro de 2021 às 03:43 0 Denunciar Insira Seguir história
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