mavi-govoy Mavi Govoy

La casa de Mavi es tan antigua que está dotada de calefacción de dragón, pero a veces se estropean incluso los mejores elementos... * * * La imagen de la portada está tomada de: https://pixabay.com/es/illustrations/dragon-fantas%C3%ADa-ojo-3916633/


Infância Todo o público.

#magia #234 #343
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Avería de dragón

La casa de mis primos tiene piscina y garaje y un espacio para olvidarte de las cosas viejas que se llama trastero. Mi casa, no.

Dice mamá que eso es porque nuestra casa es vieja re–que–te–vieja. Para que te hagas una idea, es un poco más moderna que las pirámides de Egipto, pero más antigua que los porteros automáticos, los móviles, los ordenadores y los ascensores de subir–bajar.

Sin embargo mi casa tiene cosas que no tienen las casas nuevas.

Para empezar, tiene nombre: mi casa se llama “Villa Bulla”, así que nosotras somos las habitantes de Villa Bulla.

Tiene también una torreta en el tejado que sirve principalmente para aparcar escobas, pero que también se usa como punto de reunión de las brujas de barrio.

Pero lo mejor es el sótano, en el sótano vive el dragón que calienta la casa; porque en las casas viejas no hay calefacción individual ni hilo radiante, sino calefacción central de fuego de dragón. Y debo decir que funciona muy bien la calefacción de dragón.

A mí no me dejan bajar al sótano, así que no había visto nunca al dragón hasta que se puso malito.

Bueno, al principio tampoco lo vimos, pero lo olimos.

Empezó una tarde, cuando acabábamos de iniciar las vacaciones de Navidad. Llegamos al portal y nos tuvimos que tapar la nariz. Te aseguro que no había quien aguantase el olor.

–¡Ala, Elena! ¡Qué peste! –protestó Mavi

–Yo no he sido. Díselo a Ada.

–¡Eh! ¡Qué yo tampoco he sido!

–Huele a pedo de dragón –dijo mi madre, que de vez en cuando tiene esos toques de humor.

–Habrá sido Elena –me apresuré a explicar.

–¡Qué yo no he sido! –gritó Elena.

–Ya sé que no –dijo mamá que empezaba a ponerse un poco verde–. Este olor no lo podéis producir ninguna de vosotras.

Subimos a casa corriendo por las escaleras, cerramos bien la puerta y a mí se me hubiera olvidado todo de no ser porque al día siguiente, mientras mamá miraba el buzón, sonó un petardo procedente del sótano seguido de una bocanada de aire cálido y pestilente que casi tumba a mi madre.

–¡Aaaaah! –gimió mi mamá.

En ese momento apareció Raúl, que es nuestro portero. Aunque al principio no lo reconocimos, porque llevaba una bufanda de cuadros rojos y grises con la que se tapaba la boca y la nariz.

–Señorita Begoña –dijo Raúl, porque así es como llama a mi mamá; aunque con la bufanda por delante se le oyó algo como “ssnoritegoña”.

–¡Aaah! ¡Qué olor tan nauseabundo! –repitió mi madre, que se sujetaba a la puerta del ascensor para no caerse.

–Sí, señorita Begoña, de eso quería hablarle: es el dragón, que se ha puesto malito.

–¿El dragón? –preguntó Mavi con los ojos muy abiertos y sin dejar de taparse la nariz con dos dedos.

–¿Qué dragón? –pregunté yo con cara de no creerme nada y con la nariz también bien tapada.

Elena no dijo nada de nada, porque la muy… No pondré por escrito lo que pienso de ella para que mamá no me regañe, pero fijaros como es que en lugar de taparse la nariz se tapó las orejas y cerró los ojos y no se enteró de nada.

–Lleva dos días hecho polvo –siguió explicando Raúl–. No come apenas y no echa fuego y la casa se está quedando helada. Se han quejado ya todos los vecinos.

–¿Qué tenemos un dragón en casa? –volvió a interrumpir Mavi.

–Pues claro. En esta casa tenemos calefacción central de fuego de dragón –dijo Raúl.

–Hay que avisar al dragorinario –consiguió musitar mi madre entre arcadas, al tiempo que se abanicaba con la bolsa de la compra y desparramaba parte del contenido por todos lados.

Si lo hubiera hecho yo seguro que me habría regañado, pero como fue ella la que tiró las salchichas y la mantequilla fingió no darse cuenta y se arrastró hasta las escaleras, donde se sentó sin dejar de abanicarse.

–Ya he dado tres avisos –siguió diciendo Raúl.

En vista de que estábamos rodeadas (es un decir) por unos mayores que no tenían ganas de darnos buen ejemplo, tuvimos que ser Mavi y yo las que nos pusimos a recoger las salchichas (que si no, nos quedamos sin cena).

–Pero parece ser que hay una epidemia dracónica y no les quedan unidades de transporte de dragones –explicaba el portero mientras nosotras guardábamos la mantequilla en la bolsa–. Me han dicho que si nosotros les llevamos el dragón, entonces nos lo revisan en el acto.

–¿Me puedo destapar ya las orejas? –preguntó Elena que seguía a su bola, lo que es enteramente normal.

–¿Qué llevemos nosotros al bicho? –gruñó mi madre.

–Me parece que saben que uno de los vecinos tiene permiso de conducción de dragones… –murmuró Raúl. Sospecho que fue él quien se chivó y por eso ponía cara de apuro.

–Ya veo. Pero hace mucho que no cabalgo sobre un dragón…

–¿Qué tú cabalgas dragones? –preguntamos a la vez Mavi y yo.

–Bueno, lo hacía cuando era joven.

–Es una emergencia, señorita Begoña –insistió Raúl–. Si no lo llevamos seguiremos sin calefacción y esta mañana se ha presentado un técnico de control de humos y toxinas y casi nos multa por causa de las emisiones pedórricas del dragón.

–Está bien, está bien. Voy un momento a casa a por los guantes y las riendas y en seguida vuelvo –suspiró mamá.

–¿Mamá, vas a conducir un dragón?

–Yo quiero verlo.

–¿Me puedo destapar las orejas o qué?

–Silencio –gruñó mamá de repente–. Vosotras os vais a quedar en casa y esperaréis a que yo vuelva.

Y, sin más, empezó a subir por las escaleras, porque a mamá le da por hacer ejercicio en cuanto ve escaleras y casi siempre sube y baja andando. Aunque como vivimos en un segundo, tampoco es para tanto.

–¡Yo quiero ver al dragón! –sugerí mientras trotaba tras ella.

–Yo también –se apuntó Mavi.

–Yo quiero estar contigo, mamá –dijo Elena, tan oportuna como siempre.

–Yo también, mi niña –contestó mamá, que se pone tontísima cuando Elena le hace la pelota–. Pero primero tengo que llevar un dragón a que le pongan una inyección.

–¿Cómo? ¿Un dragón? –preguntó Elena (ya digo que no se entera de nada). Y de la impresión le dio hipo–. ¡HIP!

En cuanto estuvimos en casa, mamá empezó a revolver en su armario hasta dar con unos guantes flipantes. Estaban hechos de escamas rojizas, verdosas, doradas, moradas… Eran de todos los colores y de uno solo, según como les diera la luz.

–¡Qué guay! ¿Me los puedo poner? –le preguntó Mavi.

–¡HIP! –dijo Elena–. Mamá tengo ¡HIP!–po.

–No los toques –le contestó mamá, que seguía revolviendo el armario y tirando cosas por todos lados.

Pero Mavi ya había puesto la mano sobre uno de los guantes. Y sucedió que el guante se encogió y se apartó de ella.

–¡Oh! ¡Se ha movido! –dije.

–¡Está frío! –dijo Mavi.

–¡HIP! –dijo Elena, que tiene un vocabulario limitado–. Mamá, que tengo hipo.

–¡Qué no los toquéis! –protestó mamá.

–¡HIP! Ha sido Mavi –acusó Elena.

Por fin mamá dejó de tirar cosas y salió del armario con una correa verde oscuro muy, muy larga que se retorcía en el aire y parecía mirarnos con los remaches metálicos que la adornaban.

–Ahora voy a llevar a ese dragón al dragorinario –nos dijo–. Vosotras me esperáis aquí haciendo los deberes, que vuelvo en seguida.

Mavi y yo nos miramos en silencio y nos entendimos sin necesidad de palabras: se iba a quedar a hacer deberes nuestra abuela (es un decir). Afortunadamente mamá estaba tan nerviosa que no se extrañó de que no protestásemos y tuvimos la suerte de que Elena estaba ocupada hipando y tampoco dijo nada que pudiera ser interpretado como palabras inteligentes.

–Mamá, sigo con hipo y empieza a dolerme la barriga.

Mamá corrió a la cocina y volvió casi en seguida con una tableta de chocolate.

–Hasta luego –dijo y nos dio un beso a cada una como si se fuera de viaje.

–¡Pero que estoHIP malita! –protestó Elena–. No te puedes ir.

Sin hacer caso, mamá salió de casa con los guantes alucinantes, la correa verde que serpenteaba a su espalda y silbaba por lo bajinis y la tableta de chocolate.

Naturalmente nosotras salimos tras ella.

Las tres.

Por una vez y sin que nadie nos obligase nos habíamos puesto de acuerdo para hacer algo a la vez. Así que dejamos la puerta de casa entornada y fuimos bajando las escaleras casi en completo silencio.

–¿¡QUEP haceHIPs!? ¡No me dejéis HIP sola!

–Calla, Elena, que si nos descubren no podremos ver al dragón.

En el portal, Raúl descorría la reja que cierra el paso al sótano, y al moverla chirriaba como si llorase. El ruido ahogó las quejas de Elena y nos permitió acercarnos sin que nos descubriesen.

–No creo que quiera salir de su guarida –decía Raúl.

–Sé cómo hacer salir a un dragón –contestaba nuestra madre–. ¿Están todas las puertas abiertas? ¿la del portal también? Bien. Hágase a un lado que empiezo.

Entonces mamá partió el chocolate y dejó caer un pedacito escaleras abajo hacia el sótano. Un momento después la casa entera temblaba como si hubiera un terremoto. Confieso que al principio no entendí lo que sucedía y miré a Elena con ojos asesinos pensando que era ella y su hipo la que me sacudía.

Pero enseguida me di cuenta de que el temblor iba acompañado del ruido de garras que arañaban los baldosines del suelo y de un olorcillo poco grato, y un momento después asomaba desde el sótano un hocico inquieto del que escapaba una larga lengua bífida.

Elena también lo vio y se colgó del brazo de Mavi, y yo pensé que aquello no era mala idea y me colgué de su otro brazo.

En el descansillo de las escaleras, delante del acceso al sótano, mamá dejó caer otro pedazo de chocolate y se hizo a un lado.

Detrás del enorme hocico y de la larga lengua apareció una cabezota cornuda llena de dientes que hizo desaparecer el chocolate antes de que llegase al suelo.

Entonces mamá levantó la correa verde que llevaba enrollada en un brazo y gritó una cosa rara que te aseguro que no era español y que dudo que fuera japonés, porque en mi familia el único que habla japonés es el tío.

El caso es que todo sucedió cuando mamá pronunció aquellas palabrotas incomprensibles.

¿Qué sucedió? Pues muchas cosas.

Primero, a la cuerda verde le entraron cosquillas o algo así y empezó a sacudirse como loca, enrollándose alrededor del cuello del dragón. Segundo, el dragón debió entender que mamá le daba permiso para salir de paseo y reptó desde el sótano como una exhalación y subió hasta el portal. Y en tercer lugar, y no por ello menos importante, una fuerza irresistible nos elevó por los aires.

En serio, fue como un empujón, solo que sentía que me empujaban desde los huesos, desde dentro de mí. Luego vi que las paredes se movían en torno a mí a toda velocidad y un momento después sentí el azote del viento en la cara.

Estaba en la calle y volaba a una velocidad endiablada sobre el lomo de un dragón de escamas centelleantes. Iba a gritar cuando a mi lado sonó un ¡HIP! y me di cuenta de que también Elena había sido arrastrada por el torbellino.

–Ada, deja de clavarme las uñas en el brazo –me dijo Mavi, que también estaba sobre el dragón.

Al oírla, mamá se giró hacia nosotras con expresión de basilisco. Si nunca has visto un basilisco no podrás hacerte una idea clara de cómo se pone una madre cuando va sentada a horcajadas sobre un dragón que da bandazos de un lado a otro y descubre que sus encantadoras hijitas la han seguido a escondidas.

–¿Qué hacéis vosotras aquí? –nos gritó.

–¡HIP! –dijo Elena. Lo que no aclaró nada.

–Yo solo quería ver al dragón –murmuré.

–No sé –explicó Mavi–. Me caí por los aires y aterricé en el dragón.

Mamá puso los ojos en blanco.

–Os dije que os quedaseis en casa. ¡Cómo no iba a tirar de vosotras un hechizo invocador de magia! Ya hablaremos en casa. Ahora agarraos y no me distraigáis.

Fue un viaje breve pero inolvidable. Solo cuando has sobrevolado una gran ciudad a plena luz del día y a lomos de un dragón te das cuenta de la cantidad de torres altas que hay repartidas por todos lados, de la de cables y antenas que pueblan los tejados y de lo divertido que es perseguir a las bandadas de… de mochuelos o de requetemalos o de lo que fuese aquello.

Recuerdo especialmente que, en uno de los muchos virajes que dimos, el dragón destrozó con la cola una chimenea y tres antenas. Pero no pareció dolerle nada, es más, pienso que no se dio cuenta del destrozo. Además, lo de la chimenea no fue nada comparado con lo que pasó cuando nos descubrió un helicóptero e intentó acercarse, en ese momento el dragón se tiró otro pedo monumental y el helicóptero salió despedido dando bandazos.

El caso es que entre vaivenes, subidas vertiginosas que te ponían el estómago a la altura de las rodillas y bajadas en picado que hacían que se asomase por la boca, llegamos al tejado de un edificio destartalado en medio de una finca repleta de árboles susurradores.

La verdad es que no pude fijarme mucho en el entorno, porque en cuanto aterrizamos mamá volvió a gritar palabrotas raras que tiraron de mí desde algún punto por detrás del ombligo y cuando vine a darme cuenta estaba dando con mis huesos y con mis nalgas contra algo muy duro.

–¡Ay! ¡Auch! ¡Au! –nos quejamos las tres.

El descenso de mamá desde el cuello del dragón tampoco fue muy elegante, pero debo reconocer que ella acertó a caer de pie.

La que demostró un mejor estilo fue la correa verde, que se amarró ella solita a una barra de acero gorda que surgía del suelo y que parecía preparada para esos menesteres.

El dragón, que después del vuelo debía estar cansado, tras un par de tirones se convenció de que la correa no se iba a soltar y se tumbó con un golpe que hizo que la casa oscilase como un flan.

–¡Qué manera de aparcar! –protestó una voz–. ¿En qué puedo atenderles?

El que hablaba era un gato negro como la noche, de ojos grandes, redondos y acuosos como una piscina y hocico rosado.

–¡Ah! –dijo Mavi.

–¡Ah! –dije yo.

–Hola, gato –dijo Elena, que siempre tiene que dar la nota.

–Buenas tardes –dijo mamá–. Se trata del dragón que…

El dragón levantó la cola y emitió otro pedo que debió oírse de aquí a Marruecos. El pedo impactó sobre uno de los árboles murmuradores y al pobre se le cayeron las hojas de la impresión y olía tan espantosamente mal que hasta el gato parlanchín estuvo a punto de echar la pota.

–Eso es lo que le pasa –acabó de decir mamá con un hilo de voz. Se le estaban poniendo verdes hasta las canas.

El pobre minino también había adquirido un tono verde amarillento poco favorecedor.

–Es un caso grave –sentenció el gato.

–¡Gamberro! ¡Hojicida! –y más cosas que no repito para no escandalizar a nadie murmuraba una y otra vez el árbol despojado de sus hojas al tiempo que arrastraba las ramas bajas por el suelo para recogerlas.

Los demás árboles tampoco se lo tomaron bien y se agitaban y zumbaban lo que parecían jaculatorias contra todos los honorables ancestros del dragón. Lo bueno es que con los movimientos de ramas el aroma de sus hojas se extendió y mitigó la peste del pedo.

El gato sacó de algún sitio una mascarilla de esa que usan los médicos y un fonendoscopio y se acercó al paciente. Mientras mamá mantenía tranquilo al dragón dándole pedacitos de chocolate, el gato lo auscultó, le miró las uñas, los ojos, los dientes y las escamas. Correteó por su lomo de un lado a otro y le hizo estirar las alas.

–Ojos amarillos, lengua blanca, tiritera incontrolada, hígado tieso... No hay duda, tiene un virus mutante de la gripe estomacal –sentenció el michi con aire profesional.

Se puso delante de las fauces del dragón, le abrió la bocaza y metió medio cuerpo dentro hasta alcanzar la campanilla o más allá.

–Esto combatirá los virus y le proporcionará inmunidad en un par de horas –resonó la voz del gato, cavernosa por tener la cabeza dentro de la garganta del dragón–. Tiene que tomarlo con líquido –prosiguió en cuanto salió y le cerró las fauces–. Hay un estanque, allí.

Todas miramos hacia donde decía el gato. Cerca de la casa, que empezaba a arrugarse bajo el empuje del dragón que se apoyaba contra ella, había un estanque ovalado cubierto de grandes hojas -mamá dijo que eran nenúfares gigantes- y rodeado de juncos.

Mamá suspiró. Se acercó a la correa verde y le dijo algo. La correa se desató, tiró del dragón y lo llevó hasta el estanque. El dragón debió pensar que tenía que darse un baño. Al momento siguiente en el estanque no quedaba una gota de agua, pero nosotras, el gato y los árboles, que no hacían más que protestar, estábamos empapados. Eso sí, el dragón ya debía sentirse mejor, porque se comió todos los nenúfares y después de comérselos echó un eructo huracanado que hubiera prendido en llamas al gato de no haber estado empapado como una sardina.

Después de eso, el gato nos echó de allí y volvimos a casa en nuestro reluciente dragón sin nuevos incidentes dignos de mención.

Mi casa vuelve a estar calentita porque ya tenemos arreglada la calefacción central de fuego de dragón, los vecinos ya no se quejan y en el portal ya no huele mal.

Pero lo mejor no ese eso.

Lo mejor fue cuando preguntamos a mamá qué había querido decir con eso de que habíamos sido atrapadas por un hechizo invocador de magia. Al principio intentó hacerse la sueca (lo que se le da fatal, porque como es bajita y de pelo oscuro no la confunde con una sueca ni un ciego), pero acabó por confesar que eso significa que somos receptivas a la magia.

Dicho en otras palabras: Somos brujas, como ella. Y cuando sea mayor me sacaré el carné de conducir dragones.

¡Que se vayan preparando los helicópteros y las bandadas de requetemalos!


FIN

2 de Fevereiro de 2021 às 00:00 7 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

Conheça o autor

Mavi Govoy Estudiante universitaria (el TFG no podrá conmigo), defensora a ultranza de los animales, líder indiscutible de “Las germanas” (sociedad supersecreta sin ánimo de lucro formada por Mavi y sus inimitables hermanas), dicharachera, optimista y algo cuentista.

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Franco Andy Franco Andy
Que cuento tan maravilloso, me ha encantado, por un momento me sentí como un niño pequeño que lee sus cuentos de fantasía y se emociona imaginando cada detalle. Felicidades!
October 20, 2021, 14:20

  • Mavi Govoy Mavi Govoy
    Muchas gracias, Me alegro de que te haya gustado. October 20, 2021, 15:21
Shiori Shiori
Ah! creo que volé hacia la infancia sobre alas de dragón
September 25, 2021, 22:20

  • Mavi Govoy Mavi Govoy
    La infancia es una etapa maravillosa. A mí me gusta volver a ella de vez en cuando. September 26, 2021, 08:39
Shiori Shiori
Ah! creo que volé hacia la infancia sobre alas de dragón
September 25, 2021, 22:19
Scaip Scaip
Ay, me encanta. Tenes una manera de escribir historias que me hacen acordar a lo que leía de chica, no te deja de entretener.
July 16, 2021, 22:03

  • Mavi Govoy Mavi Govoy
    Gracias, de eso se trata, de entretener. Me relaja escribir historias para niños. July 17, 2021, 06:54
~