El señor Suárez bostezó antes de dar el último trago a su café, tiró el vaso y acomodó los periódicos del día. Faltaban unos cuantos minutos para el amanecer aunque las lluvias intermitentes indicaban que tal vez el sol no se presentaría a tiempo.
Miró su reloj, Jesús debía de estar ya ayudándole, el café empezaba a hacer efecto y no quería dejar el kiosco solo. Volteó hacia ambos lados de la calle, algunas gotas empezaron a hacer ondas en los charcos cercanos a la banqueta. Maldijo por lo bajo cuando empezaron a ser más y más constantes.
Notó entonces una pila de periódicos amarillos que había dejado fuera, abrió rápido la puerta y salió por ellos, justo estaba por levantarlos cuando un par de botas muy elegantes se pusieron frente a sus ojos. La lluvia se detuvo por un momento y él levantó la mirada.
La dueña de las botas era una señora muy guapa, pasaba de los cuarenta y tantos pero tenía un cuerpo que cualquier jovencita envidiaría. Su piel era morena y el cabello negro, largo y abundante arreglado en un peinado como el de las celebridades. Llevaba una sombrilla que hacía juego con su gabardina, tenía el porte de una reina y aunque sus labios no expresaban absolutamente nada, sus ojos sonreían triunfantes.
—Buenos días güerita ¿qué va a llevar?
La señora sin pronunciar palabra sacó un fajo de billetes y después de entregárselos recogió con una facilidad sorprendente la enorme pila de periódicos amarillos y mojados que yacían en el piso, le guiñó un ojo y se retiró.
El señor Suárez la vio partir en un BMW. Temblando y boquiabierto sacó el celular del bolsillo de forma inmediata y marcó esperando que la otra persona contestara.
Hay tres cosas de las que estaba seguro.
1. Nadie compraba periódicos mojados.
2. Nadie veía con tal triunfo periódicos mojados.
Miró el fajo de billetes.
3. Nadie compraba periódicos mojados al triple del precio.
Había algo inquietante en todo eso.
—¿Hola? —dijo la voz al otro lado del teléfono.
—¿Jesús? ¡NO VAS A CREER EL TREMENDO PAR DE TETAS QUE ACABO DE VER!
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