Ella pasó su mano por mi mejilla y besó mi frente. Me miró como si tratara de guardar mi imagen en su memoria, intentando no pensar en la muerte que nos aguardaba.
Estábamos rodeadas y los muertos aporreaban sus manos de forma frenética contra la puerta coreando su sinfonía infernal. Mi madre había atrancado con sillas y libreros la puerta que nos separaban de ellos y ahora, nos encontrábamos encerradas tras una barricada que no tardaría mucho en caer. Minutos antes habíamos intentado salir de nuestra casa cuando una horda de muertos nos rodeó, obligándonos a regresar sobre nuestros pasos y a encerrarnos en el cuarto de mi madre ubicado en el segundo piso de nuestra casa. Por fortuna, ella mantenía una gran cantidad de libreros y muebles en él, lo que nos facilitó volcarlos y trancar la puerta pero la cantidad de podridos que rasgaban ansiosos y hambrientos pronto superarían nuestros vanos intentos de sobrevivir.
—Ve…—pronunció de pronto mi mamá con la mirada fija en la puerta. Una gota de sudor frío le recorrió el rostro y aunque no lo decía podía ver el miedo en sus ojos.
—Sé lo que piensas y no me iré sin ti, no te usaré para salvarme. Y no me llames por mi nombre completo, cuando lo haces siento que estás molesta o que hice algo malo...— le dije mientras analizaba todas nuestras posibilidades de escape y buscaba algo en la habitación que nos fuera de ayuda.
—Hija, escúchame bien, hay algo que tengo que decirte. — Continuó ella ignorando mis palabras y me acerqué a su closet para buscar algo más para atrancar la puerta.
—Me lo dirás luego, no ahora, que suena como si te hubieras rendido. No ahora mamá ¡Por favor, jamás te has rendido!— grité y ella tomó mi hombro para atraer mi atención.
— ¡Escúchame V, es importante!— gritó suplicante.
— ¡No mamá!— grité y la aparté de un manotazo.
Ambas nos miramos en silencio y el ambiente no tardó en llenarse de los sonidos de los muertos.
—Sé que estás asustada, hija...— dijo estrechándome entre sus brazos y aspiré su dulce aroma a bombón permitiéndole tranquilizarme.
—Lo siento mamá…— Me disculpé apenada por mi conducta y correspondí su abrazo.
Yo era un poco más alta que ella y acaricie su suave cabello mientras evitaba pensar en la horrible muerte que nos aguardaba. Ella se despegó de mí y pasó su mano para acariciar mis pelirrojos cabellos; un brillo nostálgico se apoderó de sus ojos y soltó un amargo suspiro.
— Eres fuerte y sobrevivirás. No olvides todo lo que te he enseñado…—comenzó a decir.
—Observar, escuchar y actuar— terminé la frase. Una que frecuentemente había escuchado en labios de mi madre y de mi abuela, una enseñanza familiar que no debía ser olvidada.
—Exacto— celebró ella.
Mi madre se alejó un momento de mí y se hincó en el piso para extraer debajo de su cama un hermoso estuche de madera oscura con grabados de flores de cerezo. Quitó los seguros de la tapa con ambas manos y sacó un objeto alargado envuelto cuidadosamente en una tela.
—¿Qué es eso?— pregunté curiosa.
—No pensaba dártelo aún. De hecho, de ser posible no te lo daría hasta que te contara la historia del por qué tengo este objeto— Sus ojos heterocromáticos parecieron entristecerse al revelarme aquello.
— Lo único que necesitas saber es que “ambos” te hemos dado lo mejor para protegerte...—dijo extendiendo el objeto hacia mí.
—¿“Ambos”?— repetí sin entender a quién más se refería y tomé el presente que me obsequiaba.
El crujir de la puerta ante el embate de los muertos nos regresó de manera abrupta a la realidad que apremiaba atención.
—Mamá, no podemos salir de aquí —dije rindiendome sin despegar los ojos de la puerta.
—Yo no pero tú sí— dijo ella muy segura de sus palabras y caminó hacia el enorme baúl que mantenía a los pies de su cama. Se hincó frente a él y de forma frenética comenzó a vaciar su contenido, varios libros, álbumes de fotografías y objetos personales quedaron regados por el piso.
—Adentro— me ordenó.
—¡No!¡ Solo cabe una ahí!— grité quejandome.
Una mano oscura y maloliente atravesó la barricada de libros; los gruñidos de los muertos se volvieron frenéticos y retumbaron en nuestros oídos. Ella aprovechó mi distracción para empujarme dentro del baúl.
—¡Aght!—me quejé al caer.
Ella no me miró, veía absorta algo tirado en el piso y antes de que pudiera levantarme, tomó aquello que había atraído su atención y lo deslizó al interior del baúl antes de cerrarlo.
—Búscalo, él sabe quién eres, te ayudará a llegar con tu abuela. No morirá tan fácilmente, dile tu nombre y él sabrá quién eres—me indicó.
—¡¿De quién hablas?! ¡Déjame salir!…— grité y en ese momento escuché como nuestra barricada cayo.
—¡Mamaaaaaaá!—grité golpeando con ambos puños la tapa del baúl.
—Eres mi tesoro V. Esto terminará pronto, te lo prometo— susurró ella muy cerca de la madera.
—¡¡Mamá, noooooo!!— volví a aporrear mis manos contra la tapa del baúl pero fue inútil, al parecer ella había usado su propio cuerpo para cubrir la tapa.
—Te amo Veronica, te amo… — dijo antes de que su garganta se llenará de un grito desgarrador que me hizo callar de inmediato. Tan solo atiné a taparme la boca mientras sentía la tibia sangre de mi madre escurrirse en el interior del contenedor. Cerré los ojos y cubrí mis oídos, mientras derramaba lágrimas de impotencia.
—¿Por qué? ¿Por qué nosotras? ¿Por qué tenía que pasarnos esto?— me pregunté una y otra vez hasta que perdí la consciencia.
No sé cuánto tiempo pasó cuando recordé que estaba encerrada en el baúl de mi madre. Mi mirada estaba fija en el objeto que ella había deslizado antes de morir, se trataba de una libreta y en su interior sobresalía un papel. Lo extraje con las yemas de mis dedos para mirarlo y descubrí que se trataba de una fotografía, no podía verla muy bien, así que la acerqué en una de las rendijas donde entraba una minúsculo rayo de luz. En ella, mostraba a una pareja de jóvenes abrazados. Reconocí enseguida a mi madre por su largo y rizado cabello castaño y su par de ojos heterocromáticos. Sonreía feliz a lado de un jovencito muy apuesto de cabello rojizo y ojos color púrpura que vestía un traje deportivo color negro. Con mi dedo índice acaricié su imagen y derrame algunas lágrimas en silencio. Solo yo había sobrevivido pero llorar no me regresaría lo que acababa de perder, así que centré mi atención en el hombre de la fotografía. Ella había dicho “búscalo”. No sabía de quién se trataba pero si era cierto que él podía llevarme con la familia de mi madre; no me rendiría hasta encontrarlo.
Agucé el oído para percibir algo que me diera indicios de que me encontraba fuera de peligro pero todo estaba tan silencioso que me hizo estremecer. No esperé más y empujé ligeramente la tapa del baúl con mis dedos, esta vez cedió. Abrí una pequeña rendija para otear la habitación; era de noche y la única luz disponible provenía de la luna. De nuevo, no volví a escuchar nada y eso me confirmó que estaba sola. Me aventure a abrir completamente el baúl para salir y tuve que taparme la boca para no gritar con el escenario tan desastroso que estaba a mis pies. El piso estaba cubierto de papeles provenientes de los amados libros de mi madre, empapados con su sangre y algunos pedazos de sus restos. La habían destrozado completamente y tuve que hacer un esfuerzo para no vomitar por el escenario y olor a cadáver que impregnaba el aire.
Mi madre había sido una persona muy dulce y amable, tanto que en ocasiones me irritaba esa forma tan ingenua de ser, pero por todos los cielos, no merecía haber terminado así. No tenía…
—Por qué me protegiste si estaba dispuesta a morir junto a ti... —susurré en un silencioso reclamo.
Ella siempre me protegía y disculpaba mi carácter diciendo que era su amada tigrilla. Y ahí, de pie entre las sombras que envolvían la habitación no me sentía como el poderoso tigre que mi madre suponía que yo era. La realidad me estaba sobrepasando, tan solo era una joven que acaba de quedarse huérfana.
Tan absorta estaba en mis pensamientos que no me percaté del ser que se había ocultado en la oscuridad de la habitación. Se levantó con dificultad del rincón donde había estado aguardando y alzó sus manos hacia adelante emitiendo un gruñido hambriento. Me giré al notar su presencia e intenté huir de su agarre cuando resbalé con la sangre regada en el piso. Tanto mi rostro como mi cara se tiñeron de rojo y la bestia que estaba frenética por morderme se inclinó hacia a mi chasqueando sus asquerosos dientes intentando morderme, antes de que pudiera hacerlo plante mi pie en su cara y lo pateé con fuerza para alejarlo y crear distancia entre los dos. Aproveché los segundos que había ganado en aquella maniobra y gateé lo más rápido posible en busca de un punto de apoyo mientras buscaba con desesperación en la penumbra algún objeto pesado para golpearlo. Y como si mi mente se hubiera iluminado de repente, recordé que el paquete envuelto en tela que me había dado mi madre permanecía en el interior del baúl. Sin pensarlo me apresure a extraerlo y cuando la criatura volvió nuevamente a la carga, lo golpee con fuerza en su mandíbula que salió volando por la fuerza que había empleado. Esto lo desoriento más no lo hizo parar, se volvió a lanzar al ataque gruñendo y arañando. Entonces, le propiné un golpe diagonal en la boca del estomago y luego uno horizontal hasta que cayó en el piso. Una vez que lo vi indefenso, golpeé su cráneo repetidas veces hasta que este se partió y una masa sanguinolenta salió de su interior.
Quería gritar de frustración y enojo pero conserve la calma. Mi respiración estaba agitada debido a mi hazaña y gotas de sudor resbalaban por mi rostro, pasé el dorso de mi mano para limpiarlas cuando noté que la tela que envolvía el objeto se había caído en mi pelea. En mi mano había una hermosa katana en una funda de cuero oscuro. En la empuñadura tenía el grabado de un dragón y tigre encontrados.
Siempre creí que mi madre se había encaprichado con la idea de que tomara clases de kendo. Varias veces habíamos discutido del por qué me obligaba a usar una shinai y ella solo se limitaba a decir que una señorita debía ser instruida en varios menesteres, sobre todo los concerniente a su seguridad. Ahora con aquella katana en mi mano, veo que esperaba que algún día pudiera usar su “herencia”.
Volví a mirar los restos del piso y me dolió ver que no había quedado casi nada de ella. Tomé una de las sábanas de su cama para cubrir la mancha de sangre y recuperé la libreta que se me había caído en la lucha contra el zombie. Descubrí entonces que en realidad se trataba de un diario, lo guardé en uno de los bolsillos de mi pantalón y traté de actuar como la adulta que no era. No lloré ni hice escándalo por su muerte, tan solo me concentré en lo que ella me había encomendado: Encontrar al hombre de la fotografía.
—Adiós mamá. Nos veremos después, ruega que así sea— dije antes de salir de la habitación.
Me asomé ligeramente al pasillo para revisar que no hubiera zombies ahí, una vez que estuve segura y que me cerciore dos veces por si acaso, salí procurando no hacer ruido. Caminé hasta mi cuarto ubicado al fondo y con cautela abrí la puerta para entrar en él. Con alivio comprobé que nadie ni nada había entrado, puse el seguro y me acosté sobre la cómoda para descansar un momento mientras reflexionaba lo que había sucedido.
No me atreví a prender la luz por miedo de alertar tanto a los vivos como a los muertos e intenté pensar sobre lo que haría a continuación cuando mis ojos dieron con el teléfono que tenía en mi habitación. Me puse de pie con la esperanza que tuviera línea pero en cuanto coloque la bocina a mi oído comprobé que la línea estaba muerta. Pensé en mi celular y lo busqué palpando los bolsillos de mi ropa pero no lo encontré, seguramente lo había perdido por ahí cuando mamá y yo nos ocultamos en su cuarto.
Me dejé caer sobre la alfombra de mi habitación y abracé mis rodillas mientras descansé mi frente sobre ellas. No sabía a dónde ir ni qué hacer cuando escuché un ligero “Bip, bip” que me hizo pegar un brinco. El ruido provenía del cajón de mi cómoda, era un sonido quedo pero lo suficiente para ser notado. Abrí el cajón y me di cuenta que la caja que contenía mi regalo de cumpleaños por parte de mi tío estaba sonando. Ese año no había podido venir en persona así que me había enviado su obsequio por paquetería; mi madre y yo habíamos acordado que lo abriría hasta que llegara la fecha pero supongo eso ya no podía ser.
Me apresure a romper la envoltura del obsequió y descubrí que se trataba de un celular nuevo. Era un poco raro, el modelo no me sonaba de nada pero deje eso de lado y conteste al único número que se desplegaba en la pantalla.
“L”
— ¡ Eliza! ¿Liz, eres tú?!— escuché la voz de mi tío Lú al otro lado del auricular.
— Tío Lú, soy yo V— dije casi en un sollozo; feliz de escuchar una voz familiar.
—V, linda ¿Están bien?—preguntó preocupado.
— He tratado de comunicarme con ustedes por horas, pero el teléfono está muerto en su ciudad. No sabes lo feliz que estoy al escucharte.
—Tío, mamá… Ella está…—traté de decirle que mi mamá estaba muerta pero mi tío pareció comprenderlo.
—Entiendo, estarás bien. Iré por ti sin importar qué. Pon atención, el….. padre va… ti…. ve… él— la comunicación se estaba cortando y no entendí bien lo que quería decirme.
—Tío Lú, no te escucho— dije mortificada.
—Deben… em… bajada...—la línea seguía cortándose.
—¿Debo ir a la embajada?— pregunté.
—Sí… V… teléfono...pierdas...— La llamada se cortó después de eso.
Cerré el celular y lo pegué a mi frente, cerré mis ojos evitando llorar. Ahora tenía que ir a la embajada, era un camino largo y lo mejor era irme en ese momento. Golpee mis sienes con las orillas de mis manos y me di fuerza, tenía que ser fuerte. Mi madre había muerto para salvarme y no podía desperdiciar su sacrificio.
Tomé la mochila que usaba para mis entrenamientos en el dojo de Kendo, la abrí y eche en ella un cambio de ropa, la navaja suiza que me había obsequiado mi abuela cuando me uní a los scouts y unos bocadillos que había guardado. No era comida pero al menos alejaría el hambre, me hubiera gustado bajar a la cocina a tomar algo pero no estaba segura de cuantos zombies aún seguirían rondando por la casa. Estaba terminando de empacar cuando escuche pasos en la escalera, alguien estaba subiendo inusualmente rápidoy me aterre. Me acerqué a colocarle nuevamente el seguro a mi puerta y pegué el oído en la madera para saber de quién se trataba, los pasos se alejaron con dirección al cuarto de mi mamá.
—No… no… no… no puede ser… ¡Maldición!—escuché a alguien decir a lo lejos.
No sabía de quién podría tratarse mi madre no tenía familia ni amigos. Desde que tenía memoria ella evitaba relacionarse demasiado con otras personas. Así que no podía imaginar a alguien cruzando la ciudad para venir a buscarnos. Estaba tan ensimismada que me tomó por sorpresa cuando los pasos se acercaron hacia mi dirección y la persona que estaba del otro lado giró con fuerza la perilla de mi cuarto cerrado.
—¿Verónica, eres tú?—preguntó al otro lado.
Cómo era posible que supiera mi nombre, quién demonios era.
—Verónica, si eres tú háblame… Abre la puerta….— pidió mientras volvió a girar la perilla.
Yo estaba asustada no sabía quien era, su voz no me sonaba familiar para nada. Temía que si decía algo él me hiciera daño.
—¡Verónica, por favor!¡Abre!— volvió a pedir mientras intentaba abrir. —Sé que no me conoces pero yo a ti sí… Tú y yo somos… tenemos un vínculo especial. Por favor…
Luego de esas palabras ya no me quedaban dudas, era un acosador y de eso, yo sabía bastante. Como no obtuvo respuesta de mi parte volvió a forzar la manija y a aporrear su cuerpo contra la puerta para entrar.
—¡Abre!— gritó.— ¡No tenemos mucho tiempo, debemos huir de aquí!
—¡Demente!— grité y volqué mi tocador contra la puerta. Me colgué mi mochila a mi espalda, me subí a mi cama y abrí el seguro de mi ventana. El aire frío me recibió en la cara pero no me importó, con la vista calculé la distancia entre el marco de mi ventana y el árbol que crecía fuera de nuestra casa. Siempre me queje de que mi madre lo hubiera plantado ahí porque en ocasiones le quitaba luz a mi cuarto, pero en ese momento se había convertido en mi mejor ruta de escape.
—¡¿Verónica?! Espera no quiero hacerte daño, yo soy tu...—
No escuché sus palabras y me concentré en brincar hacia una de las ramas del árbol. Confiaba en mi agilidad, a diferencia de mi madre yo era bastante atlética y no fue problema agarrarme de una rama. Comencé a descender cuando escuché la puerta de mi habitación abrirse, no me giré a ver al extraño y cuando llegué a la distancia del suelo corrí con todas mis fuerzas.
— ¡Verónica, espera!— gritó el hombre desde la ventana de mi cuarto.
—Las piezas en el ajedrez solo se mueven hacia adelante. — Era una frase que mi madre usaba a menudo cuando sabía que no había vuelta atrás y no podía arrepentirse de sus decisiones. Ahora yo la repetía para darme valor.
La familia de mi madre vivía bastante lejos y por ahora no me quedaba nadie a quien yo pudiera buscar para pedir ayuda, solo me quedaba llegar a la embajada o encontrar al hombre de la fotografía.
Estaba sola.
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