elaine-abad87 Elaine Abad

Para Anne, una huérfana residente del único orfanato de la villa Wasley, la navidad significa felicidad y regocijo. Nada la hace más feliz, que abrir los regalos cerca de la chimenea a media noche. Sin embargo, en una pelea, un niño le dice que Santa no llevará ese año a los huérfanos regalos de Navidad. Pronto el rumor se extiende, y los niños, sumergidos en una tristeza, inundan el lugar de melancolía y amargura. Anne desesperada pregunta a la superiora si existe manera de traer regalos, a lo que responde que la hay, lo único que debe hacer es pedir un deseo en navidad. Pero ¿será verdad, o es simplemente una mentira para aliviar su tormento?


Fantasia Fantasia urbana Todo o público.

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Capitulo #1

La Villa Wasley es uno de esos lugares encantados que se ocultan al mundo. Nadie supo nunca cómo surgió, y su origen quizás habría sido irrelevante si se tratase de algo ordinario. Érase bien sabido —no se sabe por quién exactamente— que las cosas que pasaban en la Villa, eran inauditas. Imagínese no más mi querido lector, que el lugar desafiaba a toda ley natural estudiada de manera estricta. Contabase entonces a los más jóvenes que desde tiempos remotos la nieve fue cálida, las estaciones no existían, y todo parecía regir a partir del humor de los más chicos.

El sol no quemaba nunca, y el frío era siempre de baja intensidad. La nieve se extendía siempre blanca y majestuosa aún en los días de intenso calor. Si eso no le sorprende lo suficiente os aseguro que la siguiente confesión lo hará: los animales —en especial los lobos y algunas clases de aves— parecían entender de alguna manera a los habitantes. Bastaba pues, pedir a una manada de lobos hambrientos un favor, para que estos cumpliesen a cambio del pago —que no era más que pescado traído desde quien sabe dónde—.

Sé bien que eso no bastará para sorprenderle, de manera que seguiré contando las extrañezas de aquel fantástico sitio. Cuando los niños hallabasen felices, auroras boreales auténticas surcaban el cielo esporádicamente. Cuando estaban de fiesta nocturna, una hermosa vista atravesaba los cielos, prendíase en el negro lienzo estrellas que brillaban con gran intensidad. Y finalmente, cuando los niños lloraban infelices con honda tristeza, un frío —que rara vez sentían— y una lluvia de agua a granizo —dependiendo de la agonía infantil— caía con pesar del cielo compadeciéndose de aquellas penosas almas.

Todas aquellas particularidades llevó a la gente a pensar que la Villa era un extraño lugar. Pero eso no pasó hasta después de que un viajero de afuera recalcara las cosas que fuera de ahí se consideraban una total incongruencia. Creían antes de la llegada del viajero, que el bosque que rodeaba el lugar estaba lleno de pequeñas hadas danzantes, de manera que lo llamaron El bosque de las hadas danzantes.

—Solo son luciérnagas — espeto asombrado el viajero —Es increíble que sobrevivan en un bosque rodeado de nieve. ¡No! Lo verdaderamente increíble es que la nieve sea cálida ¡qué digo! Lo que realmente sorprende es que el clima dependa de unos cuantos niños ¡No, no y no! Lo que es realmente increíble es que exista sobre la faz de la Tierra un lugar como este.

Al principio tomaron al viajero por un loco perdido, pero después de que unas cuantas personas de la Villa salieran de El bosque de las hadas danzantes para sentir una nieve realmente fría que quemaba sin compasión, le dieron la razón. Supieron desde ese día que aquello que danzaba alegremente nunca fueron hadas danzantes, sólo insectos que tenían luz propia.

Desde entonces muchas cosas cambiaron en la extraña Villa, pero no fue hasta la llegada de los bebes abandonados en El bosque de las hadas danzantes. Sucedió en una noche de Abril o quizás de Marzo —los calendarios no existían por eso vinieron dudas cuando se implementaron— en que un chillido alertó a los habitantes. El primer día las personas llenas de miedo y supersticiones dejaron avanzar el llanto. Pero ya el segundo día se volvió insoportable, de manera que cogiendo valor de donde no había, muchas mujeres se adentraron al bosque para hallar con harta tristeza a dos bebes.

Mary Sellan vivía con su hermana Irene. Ambas hermanas añoraban con honda infelicidad dar a luz a sus propios bebes, para desgracia de ellas la infertilidad se había adherido a su útero en forma de maldición.

Las hermanas tejían con tranquilidad ropas para bebés ajenos, cuando se enteraron gracias a su vecina, la señora Vargas, que en el bosque había un par de criaturas. La cara de las señoras no podía mostrar más felicidad. Sintiéndose bendecidas, dijeron al cielo:

—Los dioses nos han bendecido—entre una mezcla de felicidad y euforia.

Aún a pesar de todo dentro de ellas existía una corazonada que les impedía disfrutar de ese evento en su totalidad. Pues temían que aquella felicidad fuese pasajera, peor aún, temían que todo eso se tratase de un sueño. Contra todo miedo que enajenaba sus almas, las féminas tomaron a todas las bellas criaturas, y las llevaron a su casa con la esperanza de formar una familia.

No obstante, los días siguientes y de ahí los años que le siguieron, el abandono de bebes no cesó. Preocupadas, las mujeres ayudaron a las hermanas Sellan a construir una casa mucho más grande que la anterior, pues los niños no paraban de llegar. Todos eran tan diferentes, unos más blancos y otros más rechonchos.

Llegó sin embargo un día, en que dieciochos bebes fueron abandonados en la entrada del bosque. Las mujeres más enfadadas que felices, comenzaron hacer guardia a la salida del bosque de las hadas danzantes. Pero las personas de afuera, como presintiendo aquel percance, dejaron de abandonar bebés.

El día en que los dieciochos bebes les fueron entregados a las hermanas, todas las personas de la Villa Wesley se quedaron atónitos. Sus habitantes eran de tez blanca con negros cabellos y ojos oscuros. Sin embargo, esos bebes eran algo extraños. Tenían algunos rojos cabellos, otros café y había una niña que lo tenía amarillo. Los colores de piel también variaban, había niños de tez morena, y otros de tez blanca en diferentes tonalidades. Y ni hablar de los ojos, que fue lo que más llamo la atención. Esos nuevos bebes tenían ojos de distintos colores, desde azul, hasta color miel. Los habitantes del lugar no dejaban de admirar a los pequeños. Desde entonces, mientras unas mujeres cuidaban el bosque, otras se ofrecían encantadas a ayudar con las adorables criaturas.

Sin embargo, un día sucedió algo que era ya el colmo de las rarezas. Todo transcurría aparentemente normal cuando dos hombres altos de cabellos rubios y tez blanca interrumpieron el lugar. Llevaban un uniforme azul, sombreros en sus cabezas y a sus costados dos armas que asustaron a los habitantes. Despavoridos, se ocultaron en sus casas. Los hombres se alarmaron por la actitud exagerada de los pueblerinos, ellos sólo buscaban al alcalde, así que los ciudadanos no tenían razones para huir de esa manera; de no ser que hubieran protagonizado un crimen.

Al final decidieron ignorar el comportamiento colectivo. De seguro que todo se trataba de una estúpida broma para ahuyentarlos. Ya habían escuchado tiempo atrás que más allá del bosque de espesa blancura se hallaba una tribu —aunque parecía más una ciudad civilizada, por esa razón no tenía sentido— en donde el comportamiento de los habitantes era totalmente diferente al de afuera. Pues se contaba que no existían las autoridad. Pero ¡Bah! Seguramente eran patrañas, después de todo el ser humano sigue por instinto a un superior.

Caminaron por mucho tiempo. Todas las casas eran parecidas, querían preguntar a los ciudadanos sobre la localización del alcalde, pero les fue imposible, ya que ellos huían apenas les veían. Finalmente después de tanto avanzar llegaron a una casa grande. Aliviados imaginando que sería el fin de su búsqueda, llamaron.

Una mujer de blanca tez y pelos negros se asomó en la puerta de madera, al ver las armas se asustó y fue a ver a su hermana para comunicarle la noticia. Sin embargo, Mary, lejos de asustarse le dijo a Irene que hablara con los extraños, que si estaban ahí era por algo. Temerosa, obedeció. Fue hacía la puerta y saludó con la mayor educación que sus nervios le permitieron.

—Buenas tardes señora —los dos hombres se sacaron sus sombreros para mostrar respeto—, buscamos al alcalde ¿Podría llamarle? O en el mejor de los casos ¿Nos podría ayudar a contactarle?

— ¿Alcalde? — Respondió Irene con una mezcla de susto y confusión — ¿Qué es eso?

—Ya sabe señora. Alcalde, la persona encargada de mantener la ciudad en orden.

— ¿Cuidad? Señor, me está confundiendo ¿Por qué razón querríamos un alcalde?

Los hombres desesperados, pensaron que toda aquella extrañeza se trataba de una pesada broma que pasaba la raya de lo aceptable. Después de todo, era imposible que existiera en el mundo algún lugar en donde el orden se mantuviera sin necesidad de recurrir a la autoridad. Lejos de eso, aquello no era más que iceberg de las rarezas que se decían. Ya que también se rumoreaba que la lluvia, el sol, tormenta, y todo lo que tiene que ver con esas particularidades, dependía absolutamente del estado del humor de los niños. Era totalmente inaudito que eso pasara en la realidad. Cuando escucharon por primera vez esos rumores se rieron por lo bajo, pero después sintieron ganas de felicitar a los habitantes por tal imaginación. Pero ahora que los tenían cerca lo único que deseaban era escapar de allí. Tenían que ser tontos para creer que toda aquella bobería era real ¡No señor! Ellos eran inteligentes, por tal razón jamás aceptarían una verdad poco congruente.

—Señora, usted está haciendo perder el tiempo a dos miembros ocupados de la policía —interrumpió el otro hombre.

— ¿Policía? ¿Qué es eso? — respondió Irene más confusa que antes.

—Policía es la persona encargada de mantener las calles en orden — respondió el hombre molesto, tratando de mantener la calma.

— ¡Ah! —contestó Irene, que creía entenderlo todo—. Es otro alcalde.

La furia de los hombres se desató ¡Era el colmo! Ellos habían ido al lugar en busca de pistas, y encontraron a un montón de gente extraña, que parecían no entender nada.

— ¡Mujer! ¡Entiende de una vez! Queremos interrogar al alcalde sobre asuntos importantes. Me han dicho que muchas mujeres han abandonado a sus hijos en ese bosque de gran espesura. Pero por más que buscamos no encontramos cadáveres. Cuando preguntamos a una anciana del pueblo más cercano nos respondió: Adéntrese en el bosque blanquecino, quizás las personas que viven al otro lado sepan sobre el caso. Nosotros solo buscamos pistas.

— ¡Ah! Entonces vienen por los bebes abandonados.

Los policías sintieron un alivio tras esas palabras. Irene al descubrir que razón les había llevado a pisar la Villa Wesley, accedió a dejar pasar a los extraños. Entre comida y música hablaron con Mary, quien les comentó que los niños estaban sanos y salvos en la casa construida especialmente para ellos. Para los policías fue un verdadero misterio el descubrir que los niños no murieron a pesar de estar dos días sin comida y agua, era sencillamente imposible. Sin duda había algo extraño en ese lugar, pero lo que realmente los sorprendió es que las mujeres de Villa dejaran pasar dos días para rescatar a los bebes.

—Eso fue porque no parecían llanto de bebé — explicó Mary — Ya le digo señor. Yo pasaba el primer día por el bosque de las hadas danzantes y lo que escuché fue un rugido. Atemorizados nos encerramos en nuestras casas. No obstante, al segundo día se escuchó un llanto ¡Era tan extraño! Se escuchaban llantos lastimeros, parecían provenir de brujas, por esa razón decidimos no acercarnos, sin embargo, para el anochecer los sonidos se volvieron más insoportables, de manera en que las mujeres más valientes tomando valor de quien sabe dónde, fueron a buscar el origen del llanto, encontrándonos así con la sorpresa de que se trataban de bebes en busca de alimentos.

Los hombres no se veían tan convencidos, pero al parecer se dieron por satisfechos a esa extraña explicación. Y es que a pesar de todo no encontraban en las mujeres pistas de mentira, ni pista de locura. No estaban del todo seguro, pero aun así se fueron creyendo que dejarlos ahí era lo mejor. Cuando llegaron a la estación de policías informaron que todo trascurría con normalidad, mientras que a unos cuantos colegas les comentaron en son de broma lo extraño que era la Villa Wesley.

Pronto comenzaron a circular rumores por la ciudad, atrayendo así la atención del señor Giannini, un famoso empresario que se dedicaba a preparar deliciosas galletas empaquetadas que llegaba siempre a las lenguas de los niños de clase alta. Giannini era un hombre de baja estatura, con una gran barba que conservaba como símbolo de sabiduría. Una persona amable y solidaria que donaba el dinero a la iglesia para ayudar a los pobres. También regalaba galletas a los niños en épocas especiales, y ayudaba en algunos orfanatos.

Cuando el rumor llegó a sus oídos no quedó indiferente. El sólo imaginar a los niños viviendo en un orfanato en donde no existían leyes ni normas le apenaba ¿Tendrán suficiente dinero para mantenerlo en pie? ¿Los niños comerán bien? Un montón de preguntas le invadieron sin control. Los próximos días durmió con la incertidumbre y la duda. Un día, al no soportar más, alistó sus maletas y partió.

Para los habitantes, la llegada del señor Giannini significó el colmo de las extrañezas. A diferencia de los habitantes, el susodicho vestía un pantalón negro de elegante tela, una camiseta y una chaqueta mientras que en su espalda llevaba sobrepuesta una capa. Sus pies se cubrían con unos finos zapatos de suela, de su cabeza adornaba un sombrero negro de una altura considerable, tenía en el bolsillo de su chaqueta un extraño vidrio atado a una cuerda azul oscuro que utilizaba cuando quería mirar algo que se hallaba lejos. También sujetaba un bastón de madera con ciertos detalles elegantes y colgaba de unas tiras sobrexpuesta de su pantalón un extraño artefacto para mirar la hora.

¡Eso era el colmo ya! Las personas le veían con desconfianza. Al pasar por las calles se sintió acalorado ¿Por qué aquella nieve era cálida y no fría? Al parecer todos los rumores eran cierto, pero eso fue irrelevante. El verdadero motivo que le había llevado a la Villa Wesley fue el de compasión y empatía por los pobres niños. En el camino se encontró a un niño que le sonrió con amabilidad. Aliviado, preguntó por los niños huérfanos, y esté le dio la respuesta que tanto ansiaba.

Ya después de tanto andar llegó a la casa de las hermanas, quienes se hallaban nerviosas ante el desconocido. El anciano les sonrió ganando así la confianza de ambas. Al entrar se sacó su sombrero y la capa y conversó con las mujeres sobre el mantenimiento del orfanato. Mary e Irene le respondían que los niños eran demasiados felices viviendo con ellas y que nada les faltaba, ya después de haber conversado lo suficiente como para generar una posible amistad se atrevió a preguntar sobre los fondos necesarios para su mantenimiento.

— ¿Fondos? — preguntaron las hermanas al unísono.

— ¡Oh! Ya saben. Dinero.

Extrañadas por la pregunta, las hermanas asintieron. Pero eso no bastó para convencer al hombre. Solicitó conocer a las niñas, y al ver a la única rubia en el lugar se sorprendió —Tiene cierto a mí en mi época joven— pensó. Así que desde el momento, le dio el apellido a la niña, para que se distinga del resto de los huérfanos. Su nombre en ese tiempo había sido Laura Sellan, pero con la intromisión repentina del desconocido pasó a llamarse Anne Giannini.

Desde entonces, ese hombre llamado Nicolás Giannini se convirtió en el patrocinador del único orfanato de la villa Wasley. Llevaba siempre al lugar grandes cantidades de abastos y medicinas. No tardó también en trasladar las modernas costumbres de la ciudad. Fue así como llego la Navidad a dicho lugar tan alejado de toda civilización.

Cada año, en el mes de Diciembre, el señor iba personalmente a hablar con las hermanas Sellan, y entregaba bastantes ingredientes necesarios para una cena deliciosa en noche buena. Poco después empezó a llevar regalos a los niños. Regalos que abrían al día siguiente. Los niños, siempre expresaban total felicidad por los presentes. Y la aurora boreal que se asomaba por el cielo, lo confirmaba.

Fue de esa manera, que la villa Wasley, un lugar alejado de tanta modernidad, logró extraer para sí mismo bellas costumbres. A pesar de que habían múltiples celebraciones al año. La navidad era la época favorita de todos los habitantes. Las luces, la decoración, los muñecos de nieve, el Santa Claus gigante que adornaba a las afuera de las casas, era lo más excitante, y desde luego, la mejor costumbre creada y modificada a través de los tiempos.

20 de Dezembro de 2020 às 22:36 0 Denunciar Insira Seguir história
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