amestral Ariel Mestralet

En los tiempos de crisis que corren, encontrar y conservar un trabajo digno se ha vuelto algo bastante complicado para mucha gente. Esto conlleva a que quienes padecen de esta situación no logren conseguir un lugar decente donde vivir. Sin embargo nuestro protagonista descubrirá que hay cosas peores que vivir en una pocilga.


Conto Impróprio para crianças menores de 13 anos.

#siniestro #ilegal #ocupa #terror #misterio #ocupas #ilegales #usurpadores #vivienda
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Monoambiente


En aquel momento pensé que iba a ser duro vivir aquí pero la verdad es que, como decía mi viejo, uno se acostumbra a todo.

Cuando el cuidador me mostró el lugar recuerdo que se me hizo un nudo en la garganta. No tanto por el departamento en sí sino por el lugar en el que se encontraba este. La verdad es que en aquel entonces me crispaba los nervios. Pero al final todo resultó bastante bien y si algo puedo decir con certeza, es que resultó ser un barrio de lo más tranquilo.

Por supuesto, soy consciente de que me convertí en «ocupa». Estoy pagando por algo que ni siquiera es de quién me lo alquila. Pero sin trabajo fijo y como está la cosa, no puedo aspirar a más. Sabía entonces que aquello era ilegal y lo sé ahora. Pero qué remedio...

Con el corazón estrujado por la impresión, la angustia oprimiendo mi pecho y el dolor de tener que dar aquel paso, ingresamos mi casero y yo al único ambiente de la demacrada estancia. La verdad es que parte del miedo que traía conmigo se disipó. Aunque por afuera tanto «el barrio» como el edificio al que estaba ingresando eran realmente horribles y muy antiguos, por dentro estaba recién pintado e iluminado con una cálida luz eléctrica. El mobiliario, aunque reciclado de distintos lugares no estaba mal.

La única ventana presentaba un antiquísimo vitró. Una exquisita obra de algún olvidado artista que representa alguna clase de encuentro con Jesús y los ángeles celestiales. Me pareció interesante la idea de poseer aquella increíble escena. Al menos por el corto tiempo en que, creía entonces, habitaría este lugar.

—Cuando enciendas la luz siempre recuerda que la cortina permanezca cerrada —me había dicho—. Se supone que acá no debería vivir nadie.

Nunca olvidaré aquella primera noche. Cuando mi casero se fue, dejándome en posesión de mi nueva vivienda, quedé en la más absoluta soledad y créanme que cuando digo absoluta no estoy exagerando ni un poco. No dormí en toda la noche ya que por primera vez en mi vida estaba alerta de cualquier posible ruido. Increíblemente creo que lo que más me me torturaba era el hecho de que no se oyera ninguno, cuando mi mente atormentada deseaba que aquel silencio denso y aterrador fuera roto al menos de vez en cuando por una moto, el camión de la basura o simplemente gente caminando. Sin embargo el silencio sepulcral era absoluto. Aquello que todo habitante de las ciudades muy populosas desean con más fuerza, yo se lo hubiese cambiado gustoso ahí mismo. Sin embargo todo fue bien y, a la luz de la aurora que entraba por mi atesorada ventana, la vida adquirió un nuevo matiz. La segunda noche fue más sencilla de soportar y la otra mucho más aún. Hasta que al fin logré casi olvidar que vivía en una antigua cripta en el ala más olvidada del cementerio de la ciudad.

Ya han pasado cinco años, mi situación laboral no ha mejorado en lo más mínimo por lo que no he podido buscarme un mejor lugar para vivir. Sin embargo no me quejo. Al menos jamás tuve un problema con alguno de mis vecino y, como dije antes, «A todo se acostumbra uno».

A todo, incluso a los ruidos que desde hace unas semanas se escuchan cada noche provenientes del sepulcro al lado del mío. Inmediatamente sospeché que el cuidador del cementerio también sacaba provecho de la cripta contigua y así se lo hice saber. Si bien se sinceró, confirmándome que no soy el único residente ilegal que habita este antiguo cementerio, me aseguró que no tengo vecinos cercanos. Que los ruidos deben ser producto de mi atormentada imaginación, me dijo. Aquello no me lo esperaba y sinceramente me descolocó. Hoy temprano, luego de pasar una noche intranquila por la cadencia de los golpes y el movimiento de muebles del otro lado de la pared, junté coraje y salí a encarar a quienes fueran que usurparan la estancia. No me molesta que lo hagan, ya que carezco de la moral necesaria y sería un hipócrita si les echara en cara aquello que yo mismo hago. Pero al menos que dejen dormir en paz.

La puerta estaba cerrada por lo que tuve que forzarla. Quería llegar al fondo de esto. Sin embargo me arrepiento de todo corazón. Dentro solo encontré olor a moho, polvo de muchas décadas y unos diez ataúdes dispersos por toda la estancia y en las más diversas posiciones. Sin embargo lo que más me atormentó, tal vez para siempre, fueron las marcas de arrastre dejadas en el polvo junto a las de las pisadas desnudas y huesudas.

18 de Dezembro de 2020 às 02:19 0 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

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