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Rouge, fille

Esa hermosa canción tenía muchas manos.

Un par de ellas metían sus melodiosos dedos en las cuencas de mis ojos y arrastraban lágrimas hacia afuera, empapando mis mejillas y mis ropas.

Otras tapaban mis oídos, privándome de cualquier sonido, por más estruendoso que fuese. La melodía parecía reproducirse justo a milímetros de mis orejas, y entraba rebotando por mis conductos auditivos, llenándolos de arte.

El último par hacían el trabajo importante. Con su etérea forma reservada a los seres hechos de sonido, atravesaban mi pecho con lentitud y sutileza, y abrazaban mi corazón con sus invisibles dedos, acariciando la carótida y presionando mi vena cava superior. Pasados unos segundos en los que el chelo, el tambor de fondo y la guitarra combinaban sus capacidades para brindar una emotiva melodía, apareció el violín, con sus notas vibrantes y largas, como palabras cubiertas de lágrimas. Pareció ser la señal, porque las imparables manos dejaron sus caricias y picoteos y estrujaron mi corazón con fuerza, encogiéndolo. Un nudo se montó en mi garganta. ¿Era esto la tristeza? ¿Era este uno de los sentimientos favoritos de esta especie? Mi boca se curvó en una media sonrisa, que dejaba escapar brillo blanco de mis dientes húmedos; amé ese sentimiento.

La música cesó, y las misteriosas manos se alejaron de mí, no sólo llevándose el brotar de mis lágrimas, el encogimiento de mi corazón y la sordera parcial; sino también mi sonrisa y esa hermosa sensación catártica que recién había descubierto.

—"Rouge, fille" —dijo el buen hombre, retirando el disco y devolviéndolo a su rojo empaque—. De Sergei Palomeri.

—¿Cuánto costará? —inquirí, sin disimular mi urgencia por adquirir aquella obra maestra.

Las arrugas en su cara se duplicaron cuando sus labios se convirtieron en una afable sonrisa. Sus ojos verdes barrieron la estancia vacía, sólo estábamos él, yo, y quizá una tonelada de vinilo en forma de discos.

—Es gratis —aseguró, tendiendo el enorme pedazo de cartón rojo que contenía el vinilo—, con la condición de que vuelva a buscar otro en algún momento —acentuó su sonrisa cerrando sus ojos, dándole un deje amable a sus palabras.

—Trato hecho —acepté sin dudar. Tendí mi mano, abracé sus dedos huesudos con los míos y, mostrándole una sonrisa satisfecha, me retiré del local.

31 de Outubro de 2020 às 07:03 0 Denunciar Insira Seguir história
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