— Vamos Jan, estamos perdiendo. — exclama el molesto niño, tomando su cabello en señal de desesperación.
— ¡Es por tu culpa, juegas muy mal!
— ¡Sol, limón y membrillo, todos visten de amarillo! — gritan al unísono las animadas pequeñas al lado de la improvisada cancha. Se pusieron de acuerdo en utilizar la rima que aprendieron en su cuaderno para colorear, en apoyo al color de la playera del equipo.
— ¡Uno más! — se hace un silencio decisivo entre las porristas y los jugadores, esperando que Mario no vuelva a fallar el gol.
El pequeño toma una fuerte bocanada de aire, ve a sus lados, a su equipo, sus oponentes, sus amigas apoyándolo, y suelta la pelota con una fuerte patada.
— ¡Mario es el ganador de nuevo! — grita la animadora más pequeña, corriendo a abrazarlo.
— Nicole, ¿por qué no me felicitas a mí? — pregunta su primo molesto.
— No juegas tan bien como él.
Mario sonríe victorioso abrazando más fuerte a su amiga para molestarlo.
— ¡Hijo a comer! — interrumpiendo la celebración de la victoria del equipo, aparece la dulce mujer que todos los chiquillos quieren tanto.
— Tengo que irme, pero volveremos a jugar después de la comida, ¿no?
Cómo cada vez y cómo cada día que juegan ambos chocan puños en señal de haber terminado en buenos términos el partido.
— Debemos hablar seriamente del porque debes felicitarme a mi primero. — discute molesto cuando Mario se ha retirado.
— No seas celoso. — responde la pequeña dándole un suave pellizco en su mejilla.
Tal como cada vez que salían en los últimos días de vacaciones, antes de entrar a la escuela de nuevo todos salieron para la segunda ronda, sin embargo, el jugador estrella no llegó a tiempo.
Los chicos esperaron a las cuatro, las cinco, las seis, cuando por fin se iban a rendir una voz débil y de llanto los detuvo — ¡Chicos! No se vayan, perdonen el retraso. — dijo intentando poner su mejor sonrisa, a pesar de la oscuridad que empezaba a caer sobre ellos, la pequeña Nick pudo ver sus lágrimas.
—¡Mario! — gritó corriendo a abrazarlo — ¿qué pasó?
— Chicos, me voy a ir. — respondió soltando un fuerte sollozo y con el, más lágrimas.
— ¿A dónde?
— Me voy a mudar a otro lugar.
— Pero seguiremos teniendo comunicación. — el mayor del grupo intento rodearlo con el brazo, en un intento fallido por consolarlo.
— No Jan, esas cosas no son ciertas, en una semana llegará otro niño y ocupará mi lugar. — soltó el pequeño frustrado por el enojo que no sabía manejar. Ignoraba que él no era el único molesto, Nick enrojeció ante sus palabras.
— ¿Cómo dices eso? — pregunto en un grito — ¡No sabes de lo que hablas! ¡Eres tú el que no nos quiere más! — y con eso bastó para que quisiera esconderse bajo su cama. Corrió entre lágrimas hacia su casa donde su padre la recibió con un fuerte abrazo.
No supo qué pasó después de eso, tampoco le pregunto a su primo, al día siguiente no quiso salir, cuando por fin después de dos días se dignó a ver por su ventana, la casa del niño ya estaba vacía.
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