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LA TUMBA CONMEMORATIVA

LA HUERFANITA


Una novela corta de George Little



LA HUERFANITA



Capítulo 1



LA TUMBA CONMEMORATIVA



© A orillas de la ciudad de Londres, hacía al oeste, había un camino principal que llevaba a la vecina ciudad de Birmingham; y al borde de ese camino, como a un cuarto de milla al inicio de la periferia urbana, existía un decoroso cementerio donde se ubicaba una misteriosa lápida; una estatua (de color blanco pálido) de una niña que estaba sentada sobre un escaño; sus pies reposaban sobre un fragmento de un piso empedrado.

Aquella figura daba la apariencia de una niña sentada afuera de la puerta de un hogar, frente a una calle, en alguna parte desconocida de la ciudad, cuya lápida asentada en un amplio cementerio (repletas de tumbas majestuosas y austeras), daban fe de que había existido una niña de origen desconocido, y que ahora su cuerpo yacía allí, enterrada profundamente bajo la tierra.

Cada domingo de la mañana, tal lugar despertaba la atención de algunas personas devotas que salían de la puerta principal de la Iglesia Anglicana, ubicado a un costado del cementerio; al pasar enfrente de aquellas sepulturas, los feligreses se admiraban de aquella triste imagen. Veían especialmente la carita de piedra de la niña que no reflejaba ninguna alegría; sus ojos de piedra solo parecían observar atentamente a los transeúntes. Eso intimidaba un poco a los lugareños que no se atrevían acercarse demasiado a la tumba.

Para todas aquellas personas curiosas, aquello resultaba ser un misterio dicha representación; nunca la habían conocido o sabido de ella; lo único que se sabía, es que era una huérfana, pues en la lápida estaba inscrito un nombre: «La Huerfanita». Y más abajo decía: «En su memoria por su amor y bondad, cuya niña desconocemos su nombre. No olviden ser dadivosos y nobles con los pobres. Acordarse de ellos con misericordia y Dios ciertamente te lo pagará»

Y con tan memorables palabras, era evidente para muchos que, quien mandó a labrar tal mensaje en la lápida, habría sido una persona que había tenido en alta estima aquella niña; debió haberla conocido en un cierto período de tiempo dado, cuando aún la niña vivía en su corta y desgraciada vida. De otra forma, ¿cómo podría haber sabido su posible benefactor sus buenas cualidades al grabar aquellas palabras? Seguramente, poco después, tras rescatarla de las frías calles, habría sucedido que la niña hubiese muerto de alguna enfermedad contagiosa, cuya lápida solo marcaba la fecha de su muerte, pero no su nacimiento.

El nuevo sacerdote de la Iglesia, más joven que el párroco anterior (y que recientemente había perecido y cuyo sucesor había presidido su funeral), así como los habitantes del lugar, desconocían al fundador de la tumba conmemorativa, quien erigió allí en memoria de la pobre huérfana, y que seguramente lo habría hecho de forma discreta.

Ahora bien, entre todos aquellos feligreses (que cada vez se alejaban más del templo, rumbo a sus acogedoras casas), había una honorable familia que era muy devota, padres de dos hermosas hijas: Anna y Jenna. Todos ellos se habían presentado bajo una charla amena y breve ante el sacerdote anglicano; el les dio la bienvenida y los encomio a no faltar a la iglesia y a cumplir con sus sagrados diezmos. Finalmente, aquella familia humilde, se despidió.

Cuando iban a casa a pie al borde de aquel camino de tierra, habían leído a la distancia aquel mensaje de la lápida de mármol muy bien labrada; y tuvieron la delicadeza de detenerse a observar el monumento; entonces pensaron en algo bueno y acordaron en adentrarse a esa tumba. Al ver un jarrón de piedra que era parte del túmulo y que en ella solo tenía flores marchitas, las quitaron. Las pequeñas de siete y ocho años respectivamente, se ofrecieron en traer flores silvestres que había en abundancia durante la primavera en todos sus alrededores; una de ellas (Jenna), se distrajo un poco, pues seguía con la mirada una solitaria mariposa que revoloteaba a escasa altura y que intentaba atraparla con sus manos... soltando una risita graciosa.

Anna empezó a mirar a su traviesa hermana con cierta exasperación, y le dijo:

—¡Jenna...! Deja a la mariposa en paz y apresúrate a recoger flores para la Huerfanita.

Jenna asintió de inmediato y concentró su mirada en las flores silvestres que crecían en algunas partes del amplio cementerio. Y la niña inquieta corrió un poco y subió encima de una sepultura, y luego tras otra..., eso parecía divertirle mucho.

Su hermana mayor reaccionó con alarma a ello, con los ojos muy abiertos.

—¡Jenna! —gritó de nuevo ella.

Al escuchar a su hermana, Jenna se detuvo precisamente encima de un sepulcro.

—¿Y ahora qué cosa? —respondió la niña menor con una carita de enfado.

—¡No profanes las tumbas y bájate de allí! No debes pasar por encima de ellas.

Jenna asintió de inmediato, y finalmente se ha acercó a las flores silvestres, arrancando ramilletes desde su tallo.

Por otro lado, la madre de las niñas se lamentaba con estas palabras:

—Pobre... pobre niña; debió tener una vida muy triste en las calles y sin padres que la protegieran bajo sus alas —pronunció con tristeza la regordeta mujer a su querido esposo.

El hombre se quedó mirando la tumba conmemorativa con expresión algo dolorida.

—De seguro un buen samaritano la socorrió; tal vez fue un poco antes de morir..., de otra forma, no le hubiera dado una tumba digna y hubiese terminado en una fosa común de pobres indigentes —dedujo el marido, que era flaco y demasiado alto, y que apenas pasaba por debajo del dintel de cada puerta.

—¿Es que no hay orfanatos que auxilien a estas pobres criaturas del Señor? —se quejó ella con amargura.

—Sin duda los hay querida. Y pueda que esta niña, como algunas otras por allí en las calles, no hayan sido acogidas por tales instituciones, pasaron inadvertidas. También toma en cuenta que algunos huérfanos son escurridizos, les gusta vivir libres en las calles..., y cuando van tras ellos, algunos se ocultan en los alcantarillados como ratones; es comprensible, no quieren sentirse como en una prisión —comentó su marido que estaba al tanto de los acontecimientos, porque acostumbraba a leer el periódico algunas veces cuando podía comprarlo o pedirlo prestado.

Y su mujer reaccionó:

—Que congoja tan amargo siento en mi alma..., que cosas tan tristes ocurren en la vida. ¡Oh, Dios!, ¡cuánta miseria y enfermedad! Pobre huerfanita... un mal debió terminar con su desdichada vida; que el Señor la cubra con su manto y la tenga en su santa morada —lamentó la creyente mujer.

Poco después, las niñas regresaron; ellas se dispusieron a colocar ramilletes de flores con ese entusiasmo y amor. En conjunto, las flores eran de tres maravillosos colores: naranja, morado y amarillo. Tras esto, los padres quisieron hacer lo mismo, porque no eran suficientes. Así que entre todos lograron acumular un gran ramillete que alegró la lápida y estatua de la niña de piedra. Ellos fueron las únicas personas que se habían interesado en colocar flores frescas en su memoria, a pesar de que nunca la hubiesen conocido.

El apellido de aquella familia era Collins; apenas se habían mudado al lugar hace dos días anteriores, en una casita humilde que habían alquilado a duras penas; querían empezar una nueva vida a orillas de la ciudad; y ese día convinieron asistir a su primer domingo a la Iglesia, la fe que ellos profesaban.

—Querida... ¿Por qué no despejar un poco la lápida de todas estas alargadas hierbas verdes que cubren un poco su tumba? —propuso el buen hombre—. Parece que esta tumba ha sido abandonada últimamente; tal vez se dejó de pagar la cuota de mantenimiento.

A lo que ella respondió:

—Las buenas obras de fe para con otros, incluso para con los difuntos, son ciertamente consideradas por Dios. Hagámoslo, que no es mucho por limpiar.

Mientras tanto, una de las niñas habló:

—Mamá, me extraña mucho que no tenga un nombre la difunta niña; pueda que haya tenido un nombre propio, ¿no lo crees? —comentó la hija mayor, Anna, cuando su madre, junto a su esposo, limpiaban un poco la tumba.

—Sí, de seguro tuvo un nombre, pero nadie que la conoció lo supo; tal vez hasta la propia niña no lo supiera, habría sido abandonada de muy pequeña. Solo la madre debió darle un nombre que el resto de la gente nunca conoció. Pero no debo hacer conjeturas que no me corresponden, solo Dios sabe cómo habrán pasado las cosas —comentó la madre, con algunos manojos de hierba verde en sus manos y que los colocó en pila al pie de un viejo y frondoso árbol cercano.

—Tal vez se llamó Jessy, como mi prima, es un bonito nombre, ¿no lo creen? —dijo la otra niña, Jenna, hablando muy rápido y extrovertida.

En eso, su padre se les acercó.

—Que el Señor aguarde nuestras almas con vida por mucho tiempo, para que ustedes, mis queridas hijas, nunca lleguen a ser unas miserables huérfanas; que Dios nos ampare con una desgracia como esa —dijo el padre al inclinarse hacia a ellas, y le dio un afectuoso abrazo a cada una de ellas con un beso cálido en la frente.

—Dios protegerá de nosotras, querido padre, porque no sería bueno para nosotras terminar en las calles como ella; que descanse en paz —dijo la pequeña Anna, al mirar la tumba que ahora lucía más alegre y despejada. Y añadió—: Que los ángeles velen los tristes pasos de las pobres niñas huérfanas para que no terminen pronto en una tumba como ésta.

—Que así sea, querida hija —dijo la regordeta mujer, limpiándose con un paño blanco el sudor de su frente.

— Sólo le pido al Señor que me deje contemplar todas las noches las estrellitas junto a ustedes: mamá..., y papá —dijo la pequeña al dirigirles una sonrisa a cada uno de ellos.

—Bien mi pequeñita, que buenos pensamientos tienes. Ahora vamos todos a casa, que es hora de partir —animó ella finalmente, cuando sacudió las ramitas que tenía en su ropa.

—¿Pero no sería bueno, que antes de irnos, le dedicáramos una oración a favor de ella? —dijo Jenna con media sonrisa. Jenna apenas tenía siete años, un año y cuatro meses menor que Anna.

Cuando el padre escuchó las tiernas palabras de Jenna, se sintió culpable.

—No se me había ocurrido, que el Señor me perdone por esto —lamentó el padre.

Al poco rato, todos se pusieron enfrente de la tumba conmemorativa de una forma solemne, y él, con la cabeza descubierta con su sombrero en mano, dirigió una ferviente oración.

*En un momento dado a todos estos hechos en el cementerio, el buen gesto de aquella familia de visitar una tumba ajena y haber puesto flores sobre la difunta huerfanita, no pasó desapercibido por un solemne anciano de aspecto pulcro, y que había venido cómodamente en un carruaje desde la entrada a la ciudad de Londres. Fue cuando había ordenado al cochero que se detuviera a cierta distancia para no llamar su atención, todo con el fin de seguir observando desde la ventanilla... los buenos actos de aquella modesta familia. Al final quedó admirado al ver aquella actitud piadosa por la huerfanita en la solemne oración. Así que él bajó del coche para acercarse a ellos... Mientras el padre de familia oraba: todos ellos con los ojos cerrados y sus cabezas inclinadas.





Actualizado Lunes 30 de Agosto 2021.



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Novela corta en la forma de un cuento "La Huerfanita" Capítulo 1 Publicado en Inkspired el día sábado 15 de Agosto de 2020.

15 de Agosto de 2020 às 12:36 1 Denunciar Insira Seguir história
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Leia o próximo capítulo EL BUEN BENEFACTOR

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Mael Sánchez Mael Sánchez
Me gusta este escrito. Leer relatos que desarrollan historias en torno a situaciones reales que pueden suceder y ocurren ciertamente en cualquier parte del mundo, las hacen más interesantes y cercanas. ¡Saludos!
February 21, 2021, 22:41
~

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