En la oscuridad de la noche un mirlo blanco cruza los cielos con torpeza, cantando una tétrica y triste tonada, sus alas manchadas de sangre perdieron la pureza, siente en su garganta el metálico sabor de la sangre vieja, mas esta es propia y no ajena; su mente enceguece los sentidos con dulces recuerdos de un amigo muerto; sus labios una vez rojos y voluptuosos ahora son pálidos y agrietados por la sed. Los últimos estupefacientes aún logran enmascarar el dolor de su vacío abdomen y la debilidad de su espíritu le impide sentir la de su cuerpo moribundo.
Revolotea por entre los callejones buscando un nido donde poder morir, ya no tiene semillas en su alforja para comprar nidos ni compasiones; los cucúes ya usurparon los troncos donde puede encontrar alimento y los carroñeros merodean su camino esperando su caída. Vuela, vuela, sintiendo el cansancio y el frío de la muerte cernirse sobre él, la agonía es demasiada para que el pajarillo la soporte; siente a la muerte como el agua que su sed demanda. Recuerda a un hermoso pájaro volando a su lado, siendo la única ave del paraíso en aquella tierra infernal, su mente lo tortura con miles de imágenes de esta lanzándose al fuego para salvarlo, más sin nunca renacer de las cenizas; ve sus plumas de colores consumirse convirtiendo el tornasol en oscuro carbón.
Sus alas ya no soportan el peso de su cuerpo; la travesía ha sido demasiado dolorosa, demasiadas tormentas han dañado sus alas, demasiados carroñeros las han ensuciado. Nadie lo salvará, ningún cazador se interesará en su plumaje, nadie lo querría para adornar una habitación infantil. ¿Qué le queda por sufrir?
Sus fuerzas ya no alcanzan, deja caer su cuerpo sobre un frío vertedero, las voces malditas en su cabeza le hacen sentir en casa, reposa sobre las sucias bolsas de basura rotas; siente tan cercana a la muerte, pero a la vez tan lejana, teme una agonía lenta y tortuosa.
Entonces, sus ojos vislumbran el brillo de una botella rota sobre el oscuro pavimento del callejón solo iluminada por esporádicas luces de xenón proyectadas desde una carretera cercana. Soportando el peso de sus delgados brazos extiende uno en busca de la botella; la ceguera provocada por los resquicios de la magia calma sus sentidos, anulando el dolor del filo al rasgar la carne de sus muñecas en un corte transversal, siente un lejano ardor que ya su mente perdida apenas percibe. Mientras agoniza escucha unas tonadas, un pájaro cantor se encuentra por allí, endulzando el macabro y doloroso momento con su silbido, escucha los pasos acercarse a su débil cuerpo y en su retina queda marcada la llave de acero que apunta en su dirección esperando un gatillazo para abrir la reja de su prisión.
"Nos veremos en la otra vida...mi hermosa ave del paraíso".
Las últimas palabras que sus labios pueden pronunciar, antes que un disparo le invite a soñar.
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