El sitio había sido consumido por el fuego. Mientras avanzaba por la tierra chamuscada, la lluvia producía que varios maderos aún chispearan. Quizás se tratase de algún tipo de gracia celeste, pues resultó oportuno que empezara a llover, así fuese poco. Miró arriba: una nebulosa gris engullía el cielo nocturno. Fue eso entonces lo que provocó la lluvia. Ya habrían pasado al menos un par de horas desde que comenzó. El residuo de la llovizna adornaba el montón de chozas desplomadas por las llamas.
«Hace calor», pensaba Nox. No recordaba una impresión sofocante desde hace ya un tiempo, cuando el ambiente cargado de toxicidad le bañaba el cuerpo, y el ardor se propagaba por la superficie de su piel entre escozor y picor; un recuerdo fugaz de un solo instante, pero que pareció una eternidad.
En el aire se percibía el fuerte olor a humedad, con briznas de hollín, carne y pelo quemado. Olía a muerte. Notaba como el flujo de energía nociva, efímero y casi imperceptible, brotaba de entre los restos, de tantos muchos cuerpos calcinados y esparcidos por el sitio.
«¿Qué ha pasado aquí? —se preguntó a sí mismo, retóricamente. Cualquier respuesta se hallaba al alcance de sus manos, si lo deseaba. Solo debía tomarla—. Quiero saberlo de ustedes.»
Nox extendió ambos brazos. Dejó que le envolviera su oscuridad. Desde el pecho, hacia los hombros y manos, fue recubierto por la negrura de su alma quebrada. Las singulares uñas destacaban por un tono ligeramente menor, asemejándose a las de una bestia; violáceas y grotescas. Las observó por un instante, recordándose quien era y que era capaz de hacer.
Contuvo la expansión antes de llegar al cuello. Bajo el ceñido abrigo negro, las venas se le marcaban en la piel igual a finas líneas coruscantes.
Lentamente fue avanzando por lo que comprendió se trataba de la calle central de la aldea. Alguna vez fue un punto de armonía donde sus habitantes convergieron durante el transcurso de sus labores: hombres cortando leña, cargando agua, cazando; mujeres tejiendo, desplumando pollos, amamantando críos.
La tierra consistía en una faceta de barro endurecido, firme para encallar los pies sin temor a hundirse, y la lluvia dificultosamente acomplejaba el suelo para mancharle las botas con las cenizas negras. A los extremos se dibujaba el panorama de hogares derribados, devorados por el fuego y el caos. Pocos metros adelante, se atisbaba un pozo. Nox fue y echó un vistazo. «Repulsivo. —Al fondo se apreciaba un brillo sanguinolento de tripas, mientras un par de cuerpos se distinguían flotando boca abajo: uno grande y rollizo; el otro un tanto más pequeño—. Parecen ser una mujer y un niño. —El pozo no contenía suficiente cimiento ni agua para que sobrevivieran a la caída—. En fin, mejor doy inicio.»
Despojos de maderos derruidos, rocas y tejas de arcilla, comenzaban a vibrar. De los cuerpos aplastados, quemados dentro de las casas, y los del exterior, se trazó una línea de rojo sangre hacia las manos de Nox. Iban saliendo tal estaban sus recipientes: golpeados, cercenados, chamuscados. Los cuerpos eran atraídos hacia él. Pero no precisamente quería eso. Aplicó más fuerza luego de un quejido, y los hilos vieron aumentado su volumen. Sintió presión en los tendones de los antebrazos al tirar de ellos.
Finalmente de uno consiguió extirpar lo que quería.
Voló hasta su siniestra, donde pudo mantenerlo. Giraba igual que una pequeña esfera: un extracto del enaid que aún no abandonaba el cuerpo. Cada vez que Nox ponía en práctica esa habilidad, se sentía un poco abstraído. «Es un arte», recordó. Empero, no se imaginaba la infinidad de cosas que se podían lograr con un trozo de enaid, con el simple talento de arrebatarlos. «Cuestión de aprender.»
Prosiguió con los demás. Era como si halase finas cuerdas amarradas en los dedos, intentar revivir muñecos con el arte de un titiritero. «Un titiritero sangriento, al que solo los niños excéntricos visitarían.» Logró extraer todos los que pudo. Treinta y ocho extractos. Lamentablemente no tenía forma de tomar el alma completa.
Danzando en sus manos los acercó. Giraban dando un pequeño espectáculo. A simple vista solo se entendían como bolas de sangre, literalmente eso resultaban, pero infundiéndoles con su energía, vertiendo su esencia en ellos, pasaron a cristalizarse en contraste de un breve restallido.
Pensó que limpiando y tallando los fragmentos, podían pasar de joyas preciosas para las damas ignorantes si no fuera por el singular rojo negro que los destacaba. Pero, el uso que les daría distaba mucho de venderlos u obsequiarlos.
Nox apartó un enaid del montón y lo sostuvo entre dos dedos. No terminaba de verse nada diferente a un rubí negruzco que bien podía estar enlazado a una cadena de plata jocosa, llamando la atención de quienes tenían gustos extraños.
Poco después, juntó todos, convirtiéndolos en una única presencia de igual tamaño.
Lo llevó a su boca y mordió. El efecto fue igual a masticar hielo, pero acompañado con diferentes sensaciones que simplemente el frío recorrer sus dientes.
Tuvo aparentes visiones, formas difusas agolpándose con agria locura, desgarrando los muros de su mente. Un hirsuto conocimiento se adhirió a su cabeza firmemente. Y con ello, sintió el mundo revolverse, la tierra sacudirse; todo girar en torno a un laberinto de destellos, gritos y lamentos. Lo atacó un fuerte dolor de cabeza y creyó que sus ojos se saldrían de sus órbitas por la gran presión.
Minutos después volvió a sí mismo. Jadeaba y lagrimeaba un poco. De su boca, algo de saliva se filtraba. Afianzó todo su peso firmemente en sus pies, mirando la tierra parda. Estaba aturdido. «Un mal necesario», concluyó. Necesitaba poner en práctica ese don más seguido para adaptarse y no sufrir otro ataque similar.
Nox se limpió la boca con el dorso de un brazo y tosió un par de veces.
«Ya sé un poco de lo que ocurrió aquí. —Ante la fuerza de conquista de un grupo invasor, el pueblo fue arrasado por estos. Violaron a casi todas mujeres y niñas, asesinaron a los niños, hombres y ancianos. Los que tuvieron suerte acabaron como los del pozo, antes de ser encerrados en las chozas a las cuales prendieron fuego, o troceados a las afueras. Los bárbaros no se llevaron prisioneros ni cosas de valor. Algo raro. Sombras inentendibles vadeaban a los jinetes, armados con hojas curvas y chalecos de cuero; fantasmagóricas presencias—. Es una buena pista.»
La corta exploración por los sectores circundantes a Deyrnas llevó a Nox a divisar tribus con enfermedades virulentas y peajes ruinosos en senderos poco frecuentados, llenos de vigías famélicos. Los bosques en varios puntos se percibían trastornados cuando los peces se comían a las serpientes. Una mejor visión llegaba a partir de nuevos panoramas con mayor población, solo para ser tragada por la imagen de una triste villa destruida.
En rededor, más escombres se agitaron antinaturalmente. No fue obra de Nox. La energía nociva se vio intensificada, convirtiéndose en ráfagas delgadas que fueron dibujando un círculo por todo el lugar. Él miró el evento con un ceño vagamente fruncido. Al cabo de un minuto, la energía fue visible, tornándose en un espeso miasma negruzco que reunió partes de todos los cuerpos tirados por el sitio, construyendo a una criatura amorfa, grotesca, serpenteante.
Nox se encogió de hombros al divisar al horrendo ser creciendo delante suyo. Lo sobrepasaba por casi dos metros de tamaño, y los miembros revolviéndose entre trozos de huesos sobresalientes y carne desgarrada fue un espectáculo bizarro.
—Me preguntaba qué pasaría a continuación y resulta que aparece uno. Curiosa forma la que tienes; no me esperaba algo tan lamentable —dijo.
«Duele. Ayuda. Sálvame. Por favor. Alto. No lo hagas. Ayuda. Me duele. Madre. Piedad. Perdóname. Misericordia. Te odio. Muere. Muere. Monstruo. Muere. Piedad. Te detesto. Muere».
El ente pronunciaba numerosas palabras, con el trasfondo de cientos de ecos y voces diferentes.
—Solo eres una triste criatura —comentó Nox negando con la cabeza desinteresadamente.
De un salto, incrustó una mano en medio de la imprecisa masa de miasma y sangre concentrada. El ente cayó al suelo estrepitosamente, chillando:
«Duelo. No. Detente. Ayuda. No lo hagas. Muere. Te odio. Piedad. Maldito. Muere. Muere».
—No tengo intención de morir —replicó Nox, y con gran fuerza en su mano, su energía corrupta disipó la incomprensible apariencia del ente en una efímera explosión que arrojó porquerías por todas partes. Debajo de él, tomada por el delgado cuello, una aparente mujer yacía bañada en escoria—. Interesante. ¿Este es el resultado de tu transmutación?
Nox la alzó en vilo tal si fuera una muñeca de trapo. Radicaba en una singularidad de cabello largo hasta la columna, enjuta, pequeña y desnuda. La apariencia que tomaba un Demonio Menor recién nacido era impredecible.
—Naciste de resentimientos y penas. ¿Qué deseos te motivan? —Ante la pregunta, ella entreabrió ligeramente los ojos, viendo difícilmente al hombre que la sujetaba bruscamente. Intentó decir algo, pero con la garganta obstruida por el fuerte agarre, apenas si pudo pronunciar un gemido de dolor—. ¿Qué dijiste? —preguntó Nox, burlándose. Sentía en sus manos la piel suave y viscosa—. Oh, perdona, tengo la tendencia de atacar al cuello. Necesitas algo de aire para hablar.
Entonces la liberó.
El Demonio Menor cayó al suelo de espaldas y tosió espasmódicamente.
—¿Qué deseos te mueven? —volvió a interrogar Nox, posicionado a su lado, viéndola desde arriba.
Ella abrió la boca; no salieron las palabras.
—Nada. No te mueve nada. No eres nada. Y seguirás siendo nada. ¿Para qué vives? Estás en blanco.
Dispuesto a marcharse, él caminó breves metros, dejando detrás el cuerpo de la mujer.
—Aquellos sin determinación están destinados a morir o fracasar —dijo—. Tú eres el resultado de quienes perecieron una vez. Pero acabas de nacer. Solo tienes una vida. ¿Vas a desperdiciarla? Gwynn…
Ella reaccionó a ese nombre. No era su nombre, pero entendió instintivamente su significado: blanco, vacío. Porque ella estaba vacía. No era nada.
Con acopio de las escasas fuerzas que poseía, Gwynn empujó la tierra con los codos e incorporó la mitad superior de su cuerpo. Posteriormente, dejó escapar un grito de histeria y dolor. En ese mismo instante, Nox apareció detrás de ella y la envolvió entre los brazos, en la oscuridad procedente de sí mismo, de su abrigo, la materialización de la energía corrupta revistiendo su cuerpo. Parecía que una pequeña cúpula la protegía de la engorrosa llovizna cayendo del alto cielo.
—Bien… —musitó en voz baja—. Eso está muy bien. Ese es un claro deseo de vivir. —Deslizó los dedos por su vientre liso, después en medio de sus moderados pechos, hasta llegarle al cuello nuevamente, por debajo del mentón, alzándole la cabeza para que cruzaran miradas. Los ojos grises de la mujer conectaron con los suyos, de un tono castaño granate—. Se empieza desde cero, con nada. Tú eres nada, Gwynn. Pero yo te daré algo a cambio de servirme. ¿Qué es lo que tu alma desea en este momento? ¿Qué es lo que tu ser grita con mayor necesidad?
Entonces, finalmente, ella pudo decir todo en una sola palabra:
—Venganza…
Nox sonrió.
—Que así sea, entonces…
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