Nota: Este es el primer borrador de Los Fantasmas de Eos, que escribí cuando tenía 16 años y repasé a los 18. Ahora con 27 he decidido sacar la historia del archivo y darle vida otra vez.
Obra registrada, todos los derechos reservados.
Nº de registro: 2009085279705
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la Ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de su propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. del Código Penal).
…
Los hombres cabalgaban veloces en la oscuridad del bosque, los cascos de los caballos se hundían en el lodo del camino salpicando sus armaduras negras. Las órdenes habían sido claras, la imagen de su objetivo latía a fuego en sus mentes mezclado con un sentimiento de ansia casi palpable, no había margen para errores y no los habría.
Los jinetes fustigaban a sus monturas sin compasión, las bestias resollaban inundando el aire con vaharadas de pútrido aliento que enrarecían el ambiente. Ya quedaba poco para el final de la bruja.
—¡Luzifer! ¡Ya vienen! —La voz de su madre, apenas un susurro firme y apremiante, lo arrancó de sus pesadillas. Un sudor frío le empapaba la frente y le bajaba por la espalda.
—¡Ya vienen! Levántate, rápido —lo urgió su madre.
Luzifer sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo, las imágenes de los jinetes negros todavía palpitaba en su mente. Ella lo agarró fuertemente por los hombros y lo sacudió haciéndolo volver del todo a la realidad. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
—Madre… ¿qué ocurre? —Ella lo abrazó muy fuerte.
—Hijo, tendrás que perdonarme. —Su voz entrecortada sonó muy frágil. Luzifer jamás había visto así a su madre y eso le puso los pelos de punta, no entendía lo que estaba ocurriendo, ¿qué podía ser tan malo para que su madre estuviera así?—. No he podido, no podía hacerlo mi sol, no podía —sollozó—. Ahora pagaremos el precio y no puedo hacer nada para evitarlo… Mi vida, mi luz, debes perdonar a tu madre.
Luzifer la miró fijamente mientras los recuerdos de su madre aparecían en su cabeza dándole sentido a las palabras que acababa de escuchar.
Kasya se encontraba en mitad del oscuro salón mirando fijamente al hombre que estaba sentado en el trono, los guardias la apuntaban con sus lanzas.
—No lo haré —las palabras salieron firmes de su boca, su postura altiva dejaba claro que aquellas lanzas no la preocupaban.
Una sonrisa torcida se dibujó en la cara del hombre.
—Respuesta equivocada, Lady Kasya. —Tenía una voz tan suave, tan grave, tan inhumana. Con paso lento se acercó a la mujer, que se mantuvo inmóvil, y la taladró con sus fríos ojos grises—. Lo haréis, ya lo creo o él pagará las consecuencias —aquello casi consiguió quebrar la entereza de Kasya.
—No sabéis lo que hacéis Lord Hunter. Jugáis con el equilibrio y las consecuencias serán…
—¿Terribles? —su sonrisa se ensanchó— Eso espero. Así que ¿qué haréis? ¿Formaréis parte de mi círculo? Puedo daros todo cuanto deseéis —su voz se volvió melosa mientras le acariciaba la mejilla—, todo milady. Os ofrezco el poder sobre todo lo que veis, seréis dueña y señora de todo aquello que codiciéis… junto a mí. ¿Qué decís a eso? —El cálido aliento del Duque le acarició la piel, su cara apenas separada de la de ella.
—¡Jamás! —apenas fue un susurro pero tan contundente que la cara del hombre se contrajo como si le hubiese pegado una bofetada.
—¡PRENDÉDLA!
El grito del Duque retumbó en los oídos de Luzifer incluso después de que las imágenes hubieran desaparecido de su cabeza.
—Vienen por mí —la comprensión lo golpeó como una fría puñalada—. Me matarán… ¡Madre, nos matarán a ambos! —el miedo se apoderó del niño y las lágrimas brotaron de sus ojos.
—Mi sol —Kasya lo acunó entre sus brazos—, debes perdonarme pero no podía hacerlo. Hay límites que jamás deben ser rebasados y tú lo entenderás —de repente los brazos de su madre se convirtieron en una presa.
—Ma… Madre… ¿qué estáis haciendo? —Luzifer sintió pánico al escuchar la oscuridad en la voz de su madre.
—Sé que algún día podrás perdonarme… —la voz le tembló apenas un momento—. Recuerda siempre todo lo que te he enseñado y no olvides nunca que te quiero más que a nada, luz de mis ojos. —Las lágrimas de su madre le mojaron la cara.
—¡Madre no! —El grito de Luzifer retumbó en el aire cuando el cuchillo se hundió limpiamente en su corazón y la sangre manó de la herida como una fuente, empapando la mano de su madre, sus ojos profundamente azules clavados en la mirada de su hijo cuya vida se derramaba entre sus manos.
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