Después de tanto tiempo como escritor, uno se da cuenta de que debe cometer ciertos errores para consagrarse como tal, como por ejemplo, borrar escritos por accidente. Suena como algo que no es tan grave, pero después de como 3 episodios así, me quedé sin confianza para guardar mis textos. En mi teléfono se borraron 30 historias que conservaba como yacimientos de mis inicios, y ya los poemas no me quedan tan bien como antes, ahora que ya no me queda ninguno.
En medio de esas dudas (y con unas ganas impresionantes de hacer verso libre de nuevo), me pregunté, ¿dónde guardar versos?
Cuando esa cuestión me asaltó, me dí cuenta que no tenía ni idea. "Tal vez esa sea la razón de mi desconfianza", pensé yo. Muchos escritores tienen rituales a la hora de escribir y, tal vez, eso sea lo que me falte a mí. Un lugar donde conservar versos para que ellos solitos maduren, y lleguen a su meta: ser leídos. Así que empecé a pensar.
Podría guardarlos en una imagen de instagram, y lanzarlos a la red en busca de que alguien los pesque. Algo cliché, pero funcional, hasta que me di cuenta de que sería un sinsentido guardar versos inmaduros en un lugar que busca que todo esté listo para el espectáculo; y no quería gastar palabras innecesariamente, borrando fotos y volviéndolas a subir. Entonces busqué algo más simple.
Sería interesante ponerlos en una caja. Eso hacen las personas cuando se mudan, y tendría la ventaja de que me quedan intactos sin importar el lugar donde los escriba. El problema sería ese, precisamente. A veces, algunos versos tienen que estar rotos para llegar más allá de la piel. Y considerando que los versos vienen a curar una parte rota del alma, tampoco me sirve que estén muy ilesos.
Pero si estoy buscando versos que rompan pero no desgarren, ¿por qué no sacarlos de mí como si fueran regalos? Regalos que no sean juzgados por la imagen, obvio, sino por sus bellas imperfecciones, justo como las personas a las cuales amo.
¿Entonces por qué no guardarlos en esas personas? No, ni por asomo. Eso sería un sacrilegio a la identidad del poema, y un error de interpretación esencial. Simplemente no sería lo mismo, ya que hay tantos sentimientos diferentes a la hora de escribir, que la amalgama que resulte de mezclar letras con dueños sería como comer un arroz al que, en vez de sal, le pusieron azúcar.
"¿Entonces qué?" me pregunté yo, hasta que me puse a repasar textos viejos (en mi teléfono, irónicamente), me identifiqué con todos; como cuando un amigo te cuenta una anécdota y te ríes más de que tú también eres así, que de la historia como tal.
Quizás ahí esté la clave. Si mis textos me emocionan, sentiré la motivación para enseñárselo a otros. Y ahí lo entendí.
Los versos se tienen que guardar en la sangre; la sangre del autor. Esa sangre se vuelve tinta (o bits), y corre por las venas de los demás; sin hacer daño a la piel, sin hacer estragos al alma. Y una vez ahí, se conservan para siempre, en lo que nutre a nuestro cerebro a hacer cosas: en lo que nutre a nuestros pies para seguir caminando.
Obrigado pela leitura!
Podemos manter o Inkspired gratuitamente exibindo anúncios para nossos visitantes. Por favor, apoie-nos colocando na lista de permissões ou desativando o AdBlocker (bloqueador de publicidade).
Depois de fazer isso, recarregue o site para continuar usando o Inkspired normalmente.