Al principio eran las rosas, chocolates con cartas de amor perfumadas, salidas al Centro, paseos en la Alameda, ir al cine, andar siempre de la mano. La “primera vez” fue dolorosa, incómoda. Él siguió. Llegó el perdón y después un anuncio de boda. Más tarde hubo bromas hirientes, violaciones “por derecho”; las peleas comenzaban con gritos e insultos; luego, los golpes, las patadas, moretones maquillados para que nadie dijera nada. La vejez le arrebató las fuerzas, pero el silencio todavía duele.

—Debe funcionar, debe funcionar... —se repitió varias veces. —¿Y si no funciona? —le pregunté con miedo. —Funcionará, nuestras vida depende de aquello. —Podemos dejarlo así y huir —insistí. —¡No! Lo miro asustada y me aparto de él. —Lo siento —me dijo—, no quería asustarte —me aproxima a él—. La trampa va a funcionar ya verás.

Lo siento, esto será una trampa. Justo ahora no puedo sentirme bien si no es contigo a mi lado, me haz echo mucho daño al alejarte, estoy haciendo lo posible para que vuelvas, pero no lo hagas no regreses por favor, una vez que estés de nuevo conmigo yo me iré, yo te voy a lastimar y tal vez como tu ahora, no sienta remordimiento, aprenderás que es lastimar realmente, lo siento de verdad no quisiera vengarme, aún te amo, pero, algo dentro de mi me pide ponerte esta trampa, vas a sufrir.

Alguien le hubiera advertido que entrar a ese lugar le iba arruinar la vida. El anticuario sonrió de manera mustia y malintencionada al ver a su nueva víctima. El joven incauto preguntó por el cuadro exhibido en la ventana. Al saber el precio, miró sus bolsillos casi vacíos. Era muy poco dinero y propuso un trato. Entonces el joven entró al cuadro para vivir en éste por siempre.

Nadie parecía estar en su sano juicio, ni cuando se dirigieron a la orilla ni al desembarcar de manera abrupta sin echar el ancla siquiera. El grupo buscó desesperadamente el origen del canto que les llamaba hasta que uno se asomó a un pequeño charco desde el que se veía la figura de una mujer que lo llamaba sólo para agarrarlo y ahogarle en uno de los muchos pozos repartidos por la isla. Pronto todos fueron arrastrados a las trampas de las sirenas hasta que la isla volvió a quedar desierta.

Era una tormenta muy extraña la de aquella noche, había truenos y rayos, pero, no había ningún tipo de comunicación. El teléfono estaba cortado, no había Internet, y la luz estaba cortada. La casa estaba extraña, un raro silencio se percibía, y con linterna en mano, el dueño de la casa fue a revisar el sótano. La caja de luz estaba estropeada, como si la hubieran destruido con algo. De pronto un ruido raro detrás de él, y al voltear vio a su peor pesadilla...

Yo era un muñeco de nieve, atrapado en tu jaula de verano. Me atrapaste con tus garras de calor y mi ser se derritió, colándose entre los huecos profanos de tus manos. Te deseé el mal... Y cuando llegó el invierno, tu ser ante mí, murió congelado.