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Han pasado seis inviernos desde que me mude aquí, personas pasaron por mi cuerpo; ninguna dejó una marca en la piel como tú. Paso los días en este desolado lugar, una colmena enferma, infectada con la bacteria del hombre, cuya ambición conduce a una inevitable extinción, un ansiado final, un sucumbir añorado. La perpetua nube gris cubre la ciudad, aquel azul claro no es más que una imagen perteneciente al pasado, el recuerdo de los de nuestra generación. La decadencia avanza sin dar tregua sobre esta tierra de cemento, labrada sobre los anhelos de aquellos de los viejos días, pavimentada mediante las ideas de los anhelos de los nuevos días; realizada con la promesa de un futuro utópico que nunca llegó. 

El tiempo dejó de ser una medida importante, se tornó en un detonante de situaciones inesperadas traídas por las ambiciones de aquellos que poseen el poder. Futuro nunca habrá, futuro nunca ha habido en un mundo que está perdido. Los días convertidos en rutinas donde nuestra juventud se pierde tratando de buscar una tal llamada "libertad"; ésta libertad no es más que un símbolo de anarquía, una desesperada acción de escape ante el terror de la realidad y una podrida idea de recurrir a la naturaleza para escapar, perdiendo noción alguna de su verdadera importancia. 

Los vehículos aunque necesarios en las impuestas distancias, crean discordia entre sus ocupantes, transtornan sus vagas ideas de bienestar al pensar que poseer uno te hace mejor, achicando sus mentes, agrandando sus egos y desmejorando su sentido de compañerismo. Atacan a sus congéneres, se muerde la mano que te alimenta, la violencia es la única respuesta cuando se abandona el raciocinio. 

Reina un enorme pensar de que nuestras compañeras son inferiores, no hay conocimiento alguno o respeto hacia la igualdad, el camino del sexismo abre más oportunidades a la par de piernas, los valores infundados nunca fueros valores, solo son un fastasma misógino de la educación de generaciones pasadas. 

El amor por los demás seres vivientes está fuera de nosotros, el consumismo nos lleva a consumir la materia prima de otros seres, aún después de abandonar esa etapa y seguimos destruyendo en nuestra enferma ambición de alimentarnos, sin comprender que la "cura" es peor que la enfermedad. La adoración enfermiza de falsos ídolos ayudó más a propagar la infección que causamos con cada respiración, solo aumentó la necesidad de una imagen benevolente y no la importante, la de tenerse a uno mismo. Somos la gran herida  y la helada muerte de la tierra.

Entre todas estas barbaridades te encontré, luego de amarme a mi mismo después de pasar un camino de odio y autodestruacción, decidí amarte y tratar de ser feliz en esta fría y enferma colmena a la que pertenecemos. 

Los días eran diferentes, las caricias sucias dejaban de sumar al entender la calidez que brindaban tus piernas, la suavidad y seguridad de tus pechos, el dulce sabor de tus labios y el magnífico saber  que impregnaban tus ideales. 

Fui un tonto al pensar más en mi que en vos, me concentré más en mi bienestar que en lo que tu sentías, y el abandono del ser fue inevitable. Esos ideales fueron más fuertes que cualquier clase de amor y esas caricias eran nada ante la fuerza de tus pensamientos; si tan solo hubiera dejado el egoismo a un lado y te hubiera comprendido, estarías acá compartiendo mis risas y no leyendo mis penas. 

Aún en la miseria te grito todos los días y solo aquel bosque lejano, fuera del alcance de la enfermedad que aqueja estas colmenas, comprende que en silencio me apropié de tu nombre. Y cuando aquella fortaleza que construimos bajo un amor inexperto,  arde ante nuestras raíces, mis palabras se quedan cortas para expresarte el dolor de tu partida.

Tengo miedo de estar vivo, tengo miedo de morir, pero mientras sigamos bajo la sombra de nuestra pálida compañía, no hay distancia ni circunstancia que me aleje de seguir insistiendo.

19 de Fevereiro de 2018 às 01:42 0 Denunciar Insira 0
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