—¡Venga acá! —dijo Santa—¿Usted vio qué paso? —Estaba cazando... sentí un estruendo, me acerqué y vi como el reno aquel le atravesó el estómago al gnomo. —¿Nada más? —No. Respiró aliviado. Se subió al trineo y partió volando. Se encontraba, aún él, en el cenit cuando tropecé con una gran bolsa. La abrí, dentro había un hombre grande, gordo, de pelo cano y con barba.

La momificada cara de la profesora Herschel era una advertencia. Ana de Pablo, teniente de la policía científica, introdujo con precaución el espécimen en el CRM(Cubo de Repulsión Magnética). Observó, a través de sus lentes de aumento continuo, como esa pequeña bestia carmesí parecía revolcarse, dentro de su prisión, hasta que se detuvo y permaneció quieta frente a ella como si le mirase. De manera vívida, escuchó la transmisión mental de la rosa: tú serás la próxima...

—Creo que has llevado esto demasiado lejos… —se acarició el pelo con la mano para ponérsela luego en la nuca—. Te gustaba jugar videojuegos conmigo, íbamos al cine, comíamos juntos y los fin de semana hacíamos el amor para luego descansar viendo nuestras series de animé favoritas. No me dejas opción. —Se dirigió a la puerta de la casa. —Qxxxrx qxx sxpxs qxx xxqxx sxxs hxmbrx, tx xmx. Nx mx dxjxs, pxr fxvxr —dijo implorando. —… —La miró con pena. —Pxrdxnxmx, cxmbxxrx... —Ya no te entiendo. Adiós.

“Necesitamos su respuesta urgente…” Daniels terminó de leer la criptocarta y la desintegró luego con sus gafas láser. «¡Laura, tenía que ser acerca de ella!», pensó con la cara enrojecida. El detective había recibido la propuesta del Consejo del Nuevo Milenio: probar que la I.A. conocida como Laura no poseía alma como afirmaba ella. De tenerla se le consideraría humana, quedaría apta para formar una nueva religión, y eso sería muy peligroso para los intereses del Consejo y del “amado” líder.

La pude conocer en diversos planos y roles diferentes: niña, joven, vieja, novia, esposa, madre, caprichosa, amorosa, rebelde, bipolar y loca. Gran sufrimiento y amor, así como también la burda traición que con diamantes de cortante dolor separaron nuestras almas empapadas en las lágrimas del adiós. De tanto entrelazar nuestra piel, y existencia, no podía diferenciar la suya de la mía. Murió en un accidente y mi mitad también lo hizo con ella... Ahora tendré que aprender a caminar con las manos.

Miré a través de la reja, la angustia se apoderó de mí. ¿Ahí a la orilla del canal era yo... o era el árbol? Vi una rama rota que pendía, en su nacimiento, de un jirón de ella. Mi cara hinchada, amoratada con helechos en la boca, la lengua hasta el pecho y en el cuello atada una soga. Me habré rasgado el esternocleidomastoideo, pensé. De las idioteces que se acuerda uno cuando está muerto. Sentí la savia correr en mí y di las gracias por no ser él, que bien se siente ser árbol.

Si te dicen que caí, es cierto. No los detengas. Déjalos que descuarticen mis cuentos, como siempre hacen con mi alma, cuando me ven borracho.

—Es tu turno… —dijo, Satanás. —Bien, uso... carta de poder ancestral. —¡Con un demonio! Perdí.

Con parsimonia, el nonagenario, acercó una adornada llave de bronce a la cerradura lateral de la caja. La giró y destapó el lente frontal: la luz del proyector inundó la pantalla... con las imágenes de todas las puertas que nunca abrió en su vida.

Navegó por diez galaxias, pero no encontró bares abiertos.

Miraba esa imagen en el espejo, de ese esperpento, sin presente, sin pasado y sin futuro. Un deshecho que solo serviría para alimentar gusanos. Qué pedazo de mentira resultó ser aquel tipo. No tenía nada, ni casa, ni familia, ni amor, ni plata, y ni vida le quedaba. No quisiera estar en sus zapatos, menos mal que soy un esqueleto y estoy libre de todas esa patrañas. Estoy feliz, hoy vuelvo a mi ataúd.

—No todo está en su sitio —dijo Amanda. Metió el corazón electrónico en su lugar. —No volverá a pasar, ¡bip, bip! —dijo su amante.

Corría, con la llave robada a su maestro, por el pasillo de las cien puertas de la mentira. Dudó… y escogió la de la cerradura de oro. Entró, y se despeñó. «La puerta correcta era la de la razón... esa no tiene cerradura», pensaba, mientras caía.

—Vaporícelos, ¡ahora! —… Son sus hijos. —¡Hágalo!, puse demasiados huevos...

«Y es así como todo termina: no con un susurro, sino con un ¡bang!», pensó el soldado agonizante. Con su último aliento disparó el rifle. El tiro hizo saltar el casco del atacante. Este, cayó con un hueco en la frente, sobre el tirador. Miró al cielo: vio las nubes, el cielo azul, las aves volar, escuchó el ulular del viento entre los árboles y sintió el aire fresco, sobre su cara, como nunca lo había sentido antes. Podía morir en paz, ya no se iría solo, moriría... abrazado por su enemigo.

Llegamos a la zona de rendezvous. —Aquí escuadrón “Lobo”. ¡Listos para la extracción!, paquete niña asegurado. —Mensaje recibido —dijo el líder del escuadrón “Abuela”. El artillero del helicóptero limpió la salida del bosque. Malditos zombis escapamos apenas —dijo caperucita.

La evocación de sus besos henchía mi alma. Parecía no darle importancia a mi amor. Pobre Marie, el radio la hacía brillar demasiado.

Encerrado en carne nací. Encerrado en madera, de la vida desterrado, a la muerte bajo tierra, volví. En gusanos convertido en otro cuerpo encerrado para vivir otra vez. Encerrado nací. Encerrado viví. Encerrado morí. Encerrado en este cuerpo, en esta alma etérea, en esta mente dispersa. Seré yo otra vez, cuando llegue a los confines del Universo. Y me desconfine, de este falso sentimiento, de esta vacía existencia, nacer otra vez en medio del verso y liberarme de este maldito encierro incierto.

—Parecía un campo minado. —¡Ajá!, y si parecía, ¿por qué entraste? —Porque la amaba demasiado. —Ya veo... y te explotó en la cara su rechazo.

Disparó a las sujeciones de sus extremidades. La maquinaria se detuvo. —Maldito!, la convirtió en una marioneta asesina. El sonido de las sirenas de la ambulancia, y las patrullas, llenó el lugar. —No fue solo el marido, García, encontramos una pared falsa, mire… —dijo el jefe Malloy. Los esqueletos y restos descuartizado de al menos 10 personas, repletaban el lugar, junto a uno más pequeño, de seguro el de un niño. Tenía una tarjeta en su pecho con el dibujo de Pinocho, “volveré”, decía.

—¡Vienen por ti! El sonido de los motores de un aparejo se escuchó. Se tensaron los cables del traje de la señora. —¡Cuidado, Wilkis! —Ya era tarde, el doctor cayó al piso degollado, con su garganta cercenada. Resbalando en el charco de sangre, el detective trató de llegar al mecanismo de control, pero no pudo, trataba de esquivar sus estocadas. Se le vino encima y García no tuvo opción, sacó su .38 y disparó a su cabeza, sin embargo su enemiga siguió atacando, tratando de morderlo. —¡¿Qué?!

—¡Con un demonio! —exclamó, García, dándole un cabezazo a una lámpara que colgaba. La luz quedó bamboleando, iluminando la escena a saltos. García tenía mojadas las manos por la humedad del sótano y salía vaho por su boca al hablar. —¡Que puto frio hace aquí!, no sé cómo no murió de hipotermia... —No creo que sienta algo, punzaron su columna y está drogada. —¿No entiendo, la torturó, pero... los cables? El televisor se encendió, a todo volumen, entre zumbidos de estática. —¡Vienen por ti!

—La ambulancia viene en camino ojalá resista, necesito su declaración… —Me temo que no será posible, aunque sobreviva, su mente… —¡Los cambia cuerpos de Orion! —gritaba la señora Stevens. El cuerpo destrozado de su marido yacía a sus pies, y su cabeza… clavada en una de las cuchillas adosadas a sus brazos. Estaba vestida con un traje negro, del que salían cables conectados a su cuerpo: brazos, piernas, manos, boca y espalda.

El antiguo televisor en blanco y negro, mostraba una y otra vez la secuencia: —… Los cambia cuerpos de Orion. ¡Ellos fueron!, ¡Ya están aquí!, y… se apoderarán de tu mente. ¡Vienen por ti! Repetía en bucle el actor de la película clase B. El detective García apagó el aparato. —¡Vienen por ti! —repetía la mujer una y otra vez. El doctor Wilkis la comenzó a examinar… —García, apenas sí esta viva, esta deshidratada y casi ciega, le sacaron los párpados.

¿Era el fin?, ¿ya era libre? La cadena sorbió todo lo que quedaba de mí: carne, huesos y sangre. El lugar quedó limpio otra vez. La puerta de la bodega se abrió. Vi al jefe de la policía junto a don Rubén. —Mire jefe, nuestra cadena ha crecido... y tiene un nuevo eslabón. Los miré y comprendí. Podía ver sus cadenas, las de las ciudades, naciones y continentes. Todos encadenados. El mundo entero aprisionado por una cadera de oro; que oprimía su corazón, sangrante de odio, avaricia y ambición.

—¿¡Por qué, me haces esto!? —¿¡Por qué, me haces esto!? —repetía con su voz estridente. Sentía el dolor provocado por el ruido, de un Jumbo Jet, en mis oídos; y el de diez pizarras, desgarradas con tizas, en mis dientes. —No se trata de ti, se trata de todos. Tú, eres, yo; y todos, son uno, conmigo. Me dejó colgando por una hora. Sentí como movía sus aparejos. Me estiraba y contraía entre dos puntos. Comencé a girar como un zumbador gigante. Vi como mi carne y sangre, embadurnaron las paredes.

El tentáculo de metal subió reptando por mi pie, cual boa constrictor, y, me abrazó dejándome prisionero. Todavía con la linterna en la mano, logré apuntar con mi muñeca doblada a sus eslabones. Un óxido carmesí los cubría y estaban transparentes, podía ver como manchas negras, subían y bajaban, dentro de ellos. —Manuel huye... —¿¡Qué!? Creí reconocer una voz que venía de la cadena. Era Gustavo, sin embargo ya era tarde. El monstruo de metal me volvió boca abajo y comenzó a torturarme.

Iba en dirección al portón sur-poniente de la bodega con mi linterna en la mano, la noche estaba oscura, sin luna. Y juro por Dios que lo vi…, vi los malditos eslabones de la cadena salir por debajo de la puerta, arrastrándose como si buscara algo. Le tomé una foto y la grabé con mi móvil. Al sentir el flash, se retrajo como el tentáculo de un pulpo al ser pinchado. Me acerqué, se veía más grande de lo que recordaba. Su chillido me hizo caer de rodillas al piso. Sentí mi pie atrapado.

¿Descubrí su juego?, ¿era por eso este castigo? No, ya comenzaba a comprender. Hace tres meses el contador ya no vino, y apareció otro sin más. Yo trabajaba hacia seis meses en ese lugar, pero no recordaba a nadie de los veinte trabajadores, todos habían sido renovados, menos el dueño. En su momento no me llamó la atención. Por la condición económica del momento los despidos estaban de moda. Maldita bestia sentía como estaba cortando mi piel y gozaba en su plañido de sangre.

La noche anterior, sentí su estridencia, me llamaba como si supiera mi nombre, ese ruido disonante no se podía ignorar; y aunque siempre lo anotaba en el cuaderno de novedades. Al parecer a nadie le importaba, o nadie lo leía. Alguna vez, creo que el mes pasado, le había comentado a Gustavo. Él dijo que lo había sentido, pero decía que era porque era una cadena muy vieja y oxidada; y al aparejo le faltaba aceite. Los eslabones absorbían, de apoco, mi sangre. La cadena me apretó de nuevo.

Recordar el rescate, me distrajo un momento de mi situación. No sé en que momento se me ocurrió venir a esta maldita bodega. Le dije al dueño, en mi labor de cuidador nocturno, que la cadena del aparejo hacía un chirrido punzante y notorio. Y que además no sabía nada de Gustavo, el guardia que hacía el siguiente turno de noche. —No te preocupes, ¿no creerás en fantasmas? —dijo riendo don Rubén. Ojalá hubiera sido eso. La cadena me apretó. Gotas de sangre escurrían de mi boca.

Vi caer al vecino del segundo piso, de su casa, envuelto en llamas. Corrí, le arrojé arena y lo envolví con una manta. —Manuel, ayuda a mi familia... —dijo con su boca humeante. Entré, enrollado en una frazada mojada cubriendo mi boca con un pañuelo húmedo. Tomé a su esposa que estaba desmayada y la saqué arrastrándola. Me eché otro balde de agua encima, y corrí escaleras arriba. Rescaté a su hija de 3 años. La cooperación es buena, como una cadena. Claro no como esta, de la cual pendo ahora.

Los balazos rebotaban a sus pies y uno logró penetrar su armadura, hiriéndole el hombro. —¡Mierda como arde! «Maldita máquina me vio cuando puse la bomba». Los policías le pisaban los talones al bombardero anarquía, responsable de la masacre del hospital de niños, Saint John’s. Saltó una muralla y cayó a un callejón sin salida. —Aquí el agente Blue necesito apoyo —dijo por el radio. —Estás atrapado. ¡Criminal! Les arrojó una granada. Cinco…

Corría en medio de la noche, saltando, por los techos. Vi la ventana del apartamento.«Al fin a salvo». Aceleré..., las alas de la bestia rozaron mi cabeza, y salté a la habitación. Luis y María, me miraron atónitos. Nos agachamos. Traté de levantarme…, y estalló la ventana. Nosferatu había entrado. —Sois míos —Saltó sobre mis amigos. Un géiser carmesí brotó de sus gargantas. Agarré mi bolso y saqué el contenido. —Tú tam… —Su rostro, de horror, quedó petrificado al ver los ojos de Medusa.

Se cubrió tras un basurero. Cuatro... —¡Granada! —Tres... —¡Con un demonio —dos...— al piso idiotas! —exclamó el capitán. Uno… La metralla destrozó la cara de un oficial y evisceró a otros dos. Sonrió al escuchar el tintineo del metal sobre el piso. —¡Estás jodido!, carnicero.—El capitán le apuntó con su revolver. El policía se derrumbó acribillado por la gatling del helicóptero de la Resistencia. —¡Malditas chatarras casi me atrapan! —Sí, mayor estos androides son huesos duros de roer

Ocho… El cronómetro de la bomba, continuaba su frenética cuenta, dentro del maletero del taxi. Siete… Se detuvo frente al hospital infantil. Seis… Felices padres, de ojos brillantes, recibían a sus hijos. Cinco… —¡Rosie!, aquí. Cuatro… —¡Mamááááá! —Abrazó y besó a su madre. Tres… —No llores estaremos —dos...— juntas hijita. Uno… La cargó en sus brazos. Cero… Sus cuerpos se inflaron como globos, mientras se desintegraban en el aire tal como otros treinta niños y padres que había alrededor

Ella estaba y no estaba, vivía y no vivía. La encontraba y se perdía, me miraba y se escondía y luego sonreía. Era mi vida no se por qué nunca la veía.

Y era la bruma que en el aire flotaba, era el calor del estío, la humedad del viento en el valle, sobre la tierra mojada, el rocío; y era las montañas y era el cóndor que en sus altas cumbres volaba. Era un amigo, era un hermano, era sueños y manos. Era hijo, era padre, era sol de infierno abrasado; de amor sempiterno quemado, era dios y los ángeles que coronaban tu cabeza perdida. Era tu amor y el mío, y era todo contigo. Era todo y era nada, era la brisa que flotaba, sobre mi tumba, era nada

Cerca del lago Balkai, el sargento Vladimir y su patrulla probaban nuevos tanques T80. Bajó del suyo para fumar. ―¡Cuidado sargento... viene un oso! Se montó, de un salto, sobre el oso marrón azulado de 700kg. Apenas resistía las descargas de su pelaje, le pateó el hocico y subió a un árbol. ―¡Iván, va tras de ti! Iván se refugió en un tanque, el oso lo atravesó y comenzó a derretirse con sus ocupantes dentro. Vladimir subió a un T80 y le disparó al oso. El proyectil rebotó y se evaporó.

Hasta el agua estaba electrificada alrededor de las cuevas de Wuhan. La expedición debía investigar el último brote de virus respiratorio. Se sospechaba que los murciélagos frutícolas podrían distribuir la enfermedad, entre los animales, y pasarla luego a las personas. El Dr. Li, se adentró en la cueva más profunda. ―Hay un extraño brillo azulado al interior. Sus colegas asintieron. El quiso asentir con la cabeza también, pero un murciélago de 2 metros se la engulló y comenzó a tragarlo.

Saludos tengan ustedes distinguidas y bellas damas, tanto la joven revoltosa como la señora de más experiencia y sabia. Qué la gracia del Señor, y sus ángeles, las guarde en este esplendoroso día. Qué para mí tengan candorosas, y bien intencionadas, palabras de regocijo. Tal como tengo yo para vosotras esta bella mañana. ―Buenos días, papá. ―No tendrás más pastel ―dijo la abuela. ―Acaso no sabéis que el espíritu necesita del cuerpo. Mis pies eran saetas y el manjar escurría de mi boca. —¡Papá!

Tenía sueño, se tapó con su frazada de nebulosas y tomó una siesta de un par de eones. Al despertar estiró sus brazos, tardándose millones de años... tal como cada gesto, que hacía, o pasos que daba el Eterno. Se bañó en el centro de una galaxia. Jugó un rato con un par de gigantes rojas por canicas y se aburrió. Alzó su vista y escudriño el fin del Universo. «No soporto esto, dormiré otro poco». No había nadie como él, nadie con quién jugar y compartir su Eterna y vacía existencia.

Yendo en su coche, Molly y su novio Jeremy, charlaban de sus planes futuros. Un desperfecto,en las luces de tránsito, fijó el verde para ambos lados del cruce. —Escucha Jeremy, Flight of Icarus —subió el radio. —Cool. Un camión salido de la nada los impactó. Molly salió despedida por la ventanilla. Fly, on your way, like an eagle. Rebotó como en un pinball: contra una pared, 3; pegó en el techo de un paradero,2; y aterrizó en el pìso,1. Malherida, pero viva. Fly as high as the Sun. Extra ball.

Partí a casa de mi amor de tantos años, de tantos veranos de locura y primaveras arreboladas de rubor; llevando en mis manos rosas de rojo fulgor para implorar su perdón. Las huellas de un perro atravesaron mi camino, iban a la morada de mi amada. Hollando la nieve, siguiendo las migajas del ayer herido, a su hogar llegaba. —¡Arf!, ¡arf! Un divino ángel salió y me acarició. Con el rabo entre las piernas, agité mi pata, y gimiendo le pedí perdón. —Bellas rosas traes, como las que me daba Bob.

Parvati se encomendó a Vishnú. No tenía sentido resistir, se arrodilló, y esperó por su destino. «En la siguiente vida, tal vez no sufra tanto y pueda llevar comida a mi abuela, madre y hermanos». Juntó sus manos orando y bajó la cabeza… El bufar del tigre congelaba su corazón y la paralizaba de miedo. Salman, el cazador que le seguía la pista le disparó con su escopeta. ¡Huye, salva a tu familia! ―El animal se lo tragó. Su cabeza asomaba por el hocico de la bestia: ¡Corre! ―exclamó al expirar.

Me observaba desde el vaso, trataba de provocarme. A la luz de la vela su éter demoníaco danzaba en sensual armonía. “Tómame…”, insinuaba con sus efluvios pornográficos de locura por poseerme de nuevo. “Ven.., desátame, bésame, trágame…”, siseaba su lengua roja y bífida, con lascivia, fuera del recipiente. Aterrado me miraba implorante, mientras moría en gargantas frías y ajenas. Quedaron un par de gotas de él… Mojé mis labios con sus restos, como vampiro impasible, y sonreí, ya no le temía.

Na, na, na, na thunder… You been Thunderstruck. ―Dude cuanto porros llevamos. ―Como cinco,he, he, he, he ―dijo Burt― Bryan mira el tamaño de esa rata. ―Cool parece Remy de Ratatouille,he, he, he,he. ¡Y brilla!, Le voy a convidar un porro.Bryan acercó su mano al roedor de ojos rojos, este le cercenó dos dedos del medio que sangraron como un torrente rojo. ―¡Dude mi mano! ―la sangre salpicó a su amigo. ―¡Oh!, he,he,he,he voy a llamar al 911. La rata chilló… 50 pares de ojos rojos se encendieron.

«Este virus me tiene harto, se me parte la cabeza». —¡Con un demonio! Introduje mis dedos de navaja en mi mollera, y comencé a separar mi cráneo, hasta que lo rompí por completo. Saqué mi cerebro sangrante y lo aplasté con mis pies. Seguí con mi cuerpo y lo descuarticé con mis cuchillas, quedé convertido en un amasijo sobre una piscina de sangre. Desperté y fui a la cama. Me deje caer... la traspasé y al suelo también. Llegué al centro de la tierra, me desintegré…, y al fin pude dormir.

—Traigan al acusado —ordenó el Rey. —¡Suéltenme, sean malditos todos! Un soldado lo acalló con un golpe. —Se te acusa de sedición en contra mía. ¿¡Cómo te declaras!? —¡Culpable!, payaso opresor, ¡tienes al pueblo con hambre y ruina! eres un pedazo de estiércol… El Rey descendió con su larga y majestuosa capa de hilos de oro, y le clavó su daga. El rebelde cayó a sus pies. Revolcándose se envolvió, junto al Rey, con la capa y comenzó a morderlo. —¡Tengo la plaga!, ¡Ja,ja,ja! —gritó hasta morir.

TTCG ACTC TTCC… Apareció en la pizarra. El curso completo sacó sus móviles para tomar una foto. La policía, entró por las ventanas ametrallando a mis compañeros, escapé rumbo al laboratorio CRISPR. Ingresé el código ADN en la máquina, y me inyecté el resultado. —Apúrate —dijo él, entrando, con un tiro en el pecho. Ya vienen... «Phoînix… el biohacker». Salté del 10º piso. Unas alas doradas crecieron en mi espalda y me elevé al cielo. «No necesitamos al gobierno, les daré el código a todos».

La pequeña atrapó al conejo que huía. Quedó en medio del combate entre los androides multiformes y el pelotón de caza de la zona roja. Olsen detuvo su tanque... a centímetros de ella. –Capitán, ¡elimínela!, debe ser un señuelo. –¡Soy humana! –replicó por su respirador, con altivez, mejillas rojas y ojos inyectados en furia. Abrazaba al animal, cuyos ojos destellaron. –¡Apártate! –gritó Olsen. De un golpe le quitó el conejo y lo cubrió con su cuerpo. El bicho explotó, evaporando al capitán.

–¿Quién eres? –¡Soy Yo! ¡Tu Dios! ¡El Único! ¡El Alfa y el Omega! ¡El Prin...! –¡Ya para!, ¡por Dios!... me retumba la cabeza con tus gritos altisonantes. Ah, por cierto, no me impresionas. –¿¡QUIERES UNA PRUEBA DE MI PODER¡? –… Estoy ocupado, pero dale. –¡Borré la luna! ¿¡Qué te parece!? –Te dije, no me impresionas. Ahora yo te borraré a ti. –¿¡Qué!? –Es mi cuento. A Dios. El Dios del Universo 2 borró al autor. El autor borró al Dios. El Dios del Universo 3 borró al autor...

—¡Capitán a estribor!, es una niña… —¡Increíble!, ha resistido en ese peñón 2 días después del naufragio. —Su vestido verde brillante se ve desde millas. Acercaron el barco y bajaron el bote de rescate. Los marinos saludaron, pero ella no respondía, y se acercaron; uno tomo su mano… viscosa. La roca tembló. Surgió de ella una titánica criatura —en cuya cabeza ondeaba la “niña”— que atrapó la nave con sus tentáculos y abrió su hocico lleno de circulares colmillos para tragarla por completo.

Un vecino de Barasa que lo vio morir, subió a su vieja camioneta y fue hasta al pueblo a advertirles, gritaba por la ventanilla sacando su cabeza: ―¡Ya vienen, huyan!. El enjambre sobrevoló las chozas que eran incendiadas al instante por los rayos. La TV local comenzó a filmarlo. ―¿Hazle zoom... ¿Eso es… una tormenta?, son… ¿¡langostas!? ―¿Qué hace ese idiota? ¡Viene directo hacia nosotros! ―¡Huyan! ―El pánico de Leboo quedó registrado en la cámara justo antes... de ser carbonizado.

Deprimido por la cuarentena, cabizbajo y con la mirada sombría un desempleado lleno de deudas, iba al puente sobre el río más caudaloso de la ciudad. Caminaba por las calles dando tumbos, bebiendo vodka y ocultándose de la policía. —… No veo solución, hip, espero que mi familia me perdone, hip —balbució. Era de noche. Embriagado subió al puente… y se arrojó. Despertó confundido y con el cuerpo dolorido por completo. —Se salvó por poco, el río no tenía agua —dijo la enfermera. «Maldita sequía».

—Y así por mi gran y maldadoso poder… te nombro: Denomino Domino Demonio, Dominador de la Dominación Demoníaca... —¡No!, por favor su Maligna Malignidad. Esto traerá ¡La destrucción de nuestro reino maloso! —¿Te lo cambio por Damon? —… Mejor Matt. —¿…? — ¿Maligna Malignidad? —¡No!, ¡completa tú, tu nombre! —Daimon Dare Devil Demon Daemon Damon —no Matt— Dramione… Siguió repitiendo hasta que el infierno entero se destruyó por el exceso de letras de. Y así Satán se convirtió en Santa.

Los satélites habían fallado y en forma errónea habían informado un ataque termonuclear a escala global, proveniente desde China y Rusia. John, el encargado de los silos de respuesta de amenaza nuclear temprana, informó a sus superiores. Recibió la temida orden directa del presidente: contraatacar. Procedió a activar las llaves de lanzamiento y presionó el botón rojo. —¡Nargh!, uh, uh. Ugh estaba parado, mostrando los dientes, en la entrada mi cueva desafiándome a una pelea... a mazazos.

El Viernes Santo... los demonios volvieron a atacar, poseído por sus efluvios hicieron de mí su voluntad. Me convertí en uno de ellos. Estuve dos días en coma. El domingo desperté tambaleante, lleno de pánico por no recordar, maloliente y sucio. –¡Basta!, 40 años es suficiente,¡fuera! Uno a uno aparecían sus cuerpos cristalinos rogando por piedad. –Soy la sangre de Cristo–dijo el último. –También te vas–Lo vacié en el fregadero. Partí al reciclaje a dejar las 20 botellas vacías que tenía.

—Es pollo africano —dijo mi madre. Era conejo. —Con un dólar compras una casa —dijo mi padre. Me alcanzó para un helado. —Ve a la esquina a ver si está lloviendo —decía mi abuela. En la esquina estaba soleado. Ya no les creía nada. Sus caras cambiaron a espanto, cuando en el funeral del abuelo, tocaba el tamboril para que se levantara a marchar conmigo. —Ustedes siempre mienten, me dijeron que estaba durmiendo. Pero yo sé que está despierto.

―No entiendo aún ¿por qué no estamos muertas?, aunque no debiera extrañarme, siempre encontré raro que después que cumpliste 9 años, no nos enfermáramos de nada, incluso cuando se desató la pandemia del virus SARS-Cov-5. ¿Tú tuviste algo que ver no? ―dijo Beth antes de llegar a la cabaña. ―No tiene sentido ocultarlo ahora, me daba mucho miedo perderles, así que los traté a todos con una vacuna de mi creación… ―Pero después vino otra pandemia mutada… ―Sí, la vacuna tenía un gen adaptativo.

A través de las calles de Lerata, en Samburu, una figura corría con frenesí, era Barasa.Un enjambre, de millones de langostas lo perseguía. Los insectos formaban globos de centellas cargadas detonando rayos a diestra y siniestra. Ya pronto llegaría a la seguridad de su choza, sus pies sangraban por el esfuerzo, sus ojos desorbitados, el sudor corría a mares por su frente, ya estaba ahí... a pasos de la entrada.Un rayo globular blanco azul detonó encima de él desintegrando la mitad de su cuerpo.

Luis fue al refrigerador por un helado y abrió el freezer. Así le decían en su país. Encontró una mano tatuada y un corazón congelado. Cayó al piso. Zoë, la secretaria, lo abrazó y besó. El detective García llegó. —Es mi mujer, reconocí el tatuaje —dijo Luis. García revisó y retiró un pedazo de post-it pegado al corazón. Vio que Zoë tenía pegado otro en el codo. —Venga acá —le dijo y le sacó el post-it—. “¡Horrible vaca, te odio!” —leyó al juntar ambos. —¡Maldito Freezer! —gritó Luis.

El médico reventó en el aire. —¡Maldición!, mi herida. Quise fumar. —¡No!, idiota, ¡la luz! Cantamos Noche de Paz, los alemanes también. Uno se acercó, era médico. ¡Schulz! —dijo. ¡William! —dije. Compartimos whisky, cigarrillos y chocolates. Jugamos, reímos y cantamos. Me curó. Su Mauser estaba kaput dijo. A la una volví a mi trinchera. Al alba vi un casco puntiagudo. Oí un clanc y disparé. Acerté entre los ojos. Me acerqué, era Schulz. Lo registré... —¡Mis Woodbine! «Moría por uno». ¡Bang!

Como si ser mujer pobre y la vida en Andhra Pradesh no fuera dura lo suficiente: Parvati Garudadri había “perdido” a su padre (cometió suicidio por no poder pagar los royalties de las semillas patentadas). Se desató una tormenta implacable, más de 500 rayos cayeron en las últimas 13 horas en esa región de la India. Caminaba cansada a casa entre los cultivos de algodón. La sombra del felino de 200kg bloqueó su camino. Saliva, con arcos chispeantes, colgaba de sus colmillos negros.

La batalla dejó un cráter de 10 metros de diámetro por 3 de profundidad, las hermanas volvían en sí de manera paulatina todavía mareadas y confusas por la descarga. ―Josie... ¿qué diablos fue eso? ―Te… ¡Auch!, tengo una teoría no muy clara aún, creo que... una de mis costillas está rota. En el fondo del agujero yacía “Bobby”, un labrador rubio con el cráneo empalado y su lengua afuera parecía dormido, parecía sonreír. ―Adiós viejo amigo ―dijo Beth. Se dirigieron los tres a la cabaña.

―¿Mamá, Josie es un alien?, tiene 9 años y me recitó la guía telefónica completa, con nombres y todo. Yo con 18 apenas me acuerdo de la agenda de la semana. ―Es diferente… y astuta.. Sé que bebiste de más anoche aunque no tengas resaca. ―Se dio cuenta ―susurré. ―No, lo intuye. No sabe que te di una píldora que inventé para eliminar la resaca. Vi tu uniforme en el armario con la Medalla de Honor. ―Olvídalo, hoy tú eres mi heroína. ―Mejores hermanas por siempre ―Entrelazamos nuestros meñiques

Russell entreabrió la puerta con cautela, descargas eléctricas recorrieron el pórtico. Estaba oscuro dentro, se sentía una agitada respiración: profunda, gutural que retumbaba en la habitación. El policía echó una rápida mirada, en el fondo se distinguía una figura negra que latía ocupando casi toda la esquina... En el piso había restos de huesos mordidos, se agachó y apuntó a la figura… Un bólido negro de tres metros de altura destrozo la entrada y decapitó al granjero. ―¿¡Bobby!? ―dijo Josie

―¡Teniente!, ¡teniente Hawks!, ¿¡qué demonios hace!? —… Nada mayor, solo le estoy sacando el polvo a este trasto. ―Ese… “trasto” es un F-35A de 100 millones de dólares y ya van… ha hecho 10 rizos, y 15 vuelos rasantes, ¡en territorio hostil!, en las últimas dos horas… Baje ahora, ¡ya!, ¡es una orden! ―Es excelente, tu hija Joe. ―Sí, un poco presumida… ¡Sully, se acerca un proyectil enemigo! Dos certeros misiles Sidewinder estallaron la amenaza. ―¡De nada! ―comunicó Beth. ―Presumida...

Íbamos a la casa de mi padre, en el bosque, junto a su vecino: Joshep Atkins y el Sheriff Russell. Hace 20 días que no sabemos nada de él y estábamos preocupadas, mi hermana menor, Josie y yo. ―¡Beth allá está la cabaña de tu papá el buen Joe Hawks! ―gritó Atkins. Me estremeció ver un árbol carbonizado de color azul. El viejo granjero detuvo su antiguo Jeep Willys frente a la puerta de entrada y descendimos. Desgarradores ruidos y gruñidos provenían desde dentro... Russell desenfundó su arma

Te he cuidado muchas lunas ya, más de diez, y el hambre me acosa. Mire tu descarnada tibia y comencé a roerla hasta llegar a la médula estaba tibia y sabrosa. Me alimentó un tiempo, seguí con algunos de tus otros huesos, pero ya no me saciaban... algo de lo tuyo pasó a mi, mis patas son enormes y apenas quepo en tu cama. Mi estómago no para de gruñir y sonar. Han pasado cinco lunas más, tus hijas vienen a verte mañana, babeo esperando con ansia que se abra esa puerta, al fin comeré.

Un rayo desgarró la noche. Abriste la puerta. Miraste un árbol partido, humeante, de el surgió una figura envuelta en chispas y centellas eléctricas que la lluvia torrencial no apagaba. Caminó hacia ti. Apenas cerraste la puerta por la fuerza del viento, y esperaste... Fuiste a la entrada, me arrojé a tus pies mordiéndolos para detenerte. Me pateaste, aullé y me alejé. Dudaste… Agarraste la cerradura y caíste fulminado, un humo azul salió de las cuencas de tu calavera quemada y sin carne.

Sangré en el charco vacío de vida mirando al cielo mi vista perdida La casa no era mía el coche no era mío de visita ese día a casa de mi suegro iba El puñal del narco atravesó mi corazón sin dar explicación para robar el coche que trajo mi noche Salí a espantar unos críos de quince y veinte que metían ruido sorpresa verlos irse riendo por lo hecho yo, con la daga en el pecho En la casa que no es mía en mi último aliento mi mente se pierde y esta rima compongo de una vida que… ya, no es mía.

El cielo encapotado presagiaba una tormenta eléctrica sin precedentes sobre la ciudad de Nueva York. Los rascacielos parecían árboles de navidad, destellos blanco azulados caían por doquier. Uno de los rayos cayó cerca del Empire State. ―¡Hey!, dude mira por la ventana puse Thunderstruck mientras caen los rayos. ―¡Cool!, he, he, he, he, parece que golpean al ritmo de la música. —… He, he, he, he, Dios debe ser metalero. Una rata del tamaño de un gato los observaba con sus fulgurantes ojos.

―Tienes que ir a por la barra de hierro que está enterrada en el patio. ¡Apresúrate! Tuvo que saltar al animal. Este le tiró una dentellada, pero falló. Llegó a su objetivo y se hizo con la barra. ―¿Y ahora qué? ―¡Atraviésalo! ―dijo Josie mientras ajustaba un generador de protones personal que cargaba consigo. «¡Las devoraré!», aullaba. Beth, en cámara lenta atravesó la cabeza del lobo y lo dejó clavado al piso, Josie activó su generador. Una luz azul cubrió todo. «Hijas, estoy con ustedes».

–Sal abrigado hoy, está lloviznando. Tenía problemas con mi brazo, lo sentía trabado y la humedad me hacía mal –Sí, mi amor. «Me preocupaba ella, después de 100 años, su mente estaba...» –... Además pueden caer los ángeles amarillos. –No te preocupes mi preciosa gema. Voy a la ciudad y vuelvo. Luché para conseguirlo pero lo traje. Le abrí la cabeza a mi esposa y reemplacé su CPU. –¿Cómo te sientes? –Mucho mejor. Te amo. –Y yo a ti. Por 100 años más. –¡Clanc!, sonó nuestro beso. Y reímos.

Había una vez tres ranas sabias: una no veía el mal, otra no lo oía y la última no lo criticaba. –¡Fue el humano! ¡No veía el mal!, porque la venda del dinero cubría sus ojos –dijo la primera. –¡No oía el mal!, por sus oídos tapados en oro –dijo la segunda. –¡No hablaba del mal!, el petróleo lo dejó mudo –dijo la tercera. –¡Cuento de monos tontos ese es! Nosotras somos felices en el charco, nadando, chapoteando y cazando moscas –dijeron. Partieron croando, riendo y saltando entre los lirios.

A mis 13, Star Trek brillaba en la pantalla y Spock hacía su legendario saludo. El Capitán Centella derrotaba villanos con su luna justiciera. El héroe del vecindario recolectaba cientos de canicas y volcaba 20 estampas de un palmetazo. A los 14, mi niño interior se sentó en la esquina del ayer cargando viejos juguetes en sus manos. Me tendió uno..., lo ignoré y cerré la puerta del olvido frente a él. Había salido de “El país de Nunca Jamás” y entrado en las tierras del amor no correspondido.

«¿Estatus?», preguntó el líder de las esfera-conciencia. «Hemos desplegado las unidades de equilibrio de acuerdo al plan». «No deberíamos haber intervenido. El CCVL no sabe de esta misión», respondió la unidad médico. «Y no debe. Era necesario. No podemos tolerar esta corrupción». Sobre una mesa había un hombre abierto en canal. «Revisamos su sistema nervioso, no hallamos fallas». Estímulos neuronales movían su cara, la sangre flotaba alrededor del cuerpo. «Mátame, por favor», pensaba el humano.

Quisiera abrazarte con el alma hasta que sea posible hacerlo con mis brazos, darte un beso jugoso y reír juntos otra vez.

―¿Pensaste que me la perdería?… pues te equivocaste, son las ventajas de hacer pruebas con los HiperJets llegas en un tris a cualquier lado. ―Me admira como tu cuerpo soporta tantas aceleraciones. ―Y a mi me admira tu 199 de C.I. ―Eso no mide la verdadera inteligencia. ―Eh…, te falto uno para los 200, ja. ―Te amo hermana, gracias por venir a mi doctorado en ciencias avanzadas. De todas maneras siempre me tienen que aprobar porque nadie entiende mis fórmulas. ―Te creo, tus pies flotan.

—Pásame el puré, por favor. —¡Ven a buscarlo tú! —¡Ya empezaron, son hermanos, basta! —decía Madre. —Hijo, disculpate con Hija —dijo Padre. —No veo porque. ¡No quiero ser parte de esta puta farsa!, ¡dejen de mentirse a sí mismos! —¿¡Por qué, siempre haces esto!? Arruinas todo con tu actitud hostil—lloraba Hija. —Abuelo se revolcaría en su tumba —dijo Madre —¡Discúlpate!—dijo Padre —¡Somos vida artificial!, no podemos amar, odiar, comer, llorar o enojarnos. Hipócritas. —Pásame el puré, por favor.

De los confines de la galaxia había llegada a PrimaB el cristal errante: TheraStar traído por el conquistador DemOZ. La más poderosa hechicera de los artes antiguos Casandra se enfrentó al ominoso mal. Usando su báculo absorbió el cristal en el ojo del enigma, expulsando al invasor. Se percató del inmenso poderío de esa joya. —¡Hurra por Casandra!, has salvado a tu pueblo de la destrucción. ¡Bendita seas! --¿Salvado?, no los necesito —Activó el TheraStar y destruyó a lo habitantes del planeta

―¡Beth, Muévete!, ¡rápido! Una malla gris con entramado de panal cayó sobre el monstruo. «¿Qué es esto?, no me puedo mover, parece que tus crías lograron atraparme…, ¡no las dejaré, me las comeré, haré trizas sus huesos y sorberé sus médulas..!» La bestia, gruñía, se retorcía, trataba de saltar, pero perdía fuerzas. ―¡Rápido al jeep!, no se cuanto tiempo la contendrá la red de energía —dijo Josie. ―¡Se está soltando! —dijo el Sheriff. ―¡Beth... bebe esto! Josie le arrojó un vial energético.

—Señora White es su quinta vez en urgencias, denúncielo. —No puedo,lo amo. —Betsy, si no fuera por ti no sé que haría —decía a su gomero. —¡Maldita planta!, siempre hablas con ella, ¡dame comida Martha! —tiró a Betsy al piso. El macetero se había roto, le tomó semanas a la planta recuperase, casi muere. —Voy por tus cervezas. —¡Apúrate! —Es tu fin maldita “lechuga”. Al volver Martha vio a Fred en el piso: estaba azul con la boca hinchada y babeando… muerto. Betsy tenía sus raíces afuera

―¡Hija tienes 12 años, no puedes ser tan violenta! ―¡Mamá!, nos insultó a las dos y rompió a “puffy”. Olaf Stevenson miraba a su hijo Jimmy, entre avergonzado e incrédulo movía la cabeza. ―Señor Olaf, le pido disculpas. ¿Se encuentra bien Jimmy? ―No se preocupe le servirá de lección, espero. ¿No es así Jimbo? Jimmy bajó su enrojecida cara. Mientras mamá me regañaba, papá me miraba sin que nos vieran, levantaba su pulgar, palmeaba mi espalda y con una sonrisa de orgullo, guiñaba un ojo.

La bestia azul eléctrico, de refulgentes pelos erizados volvió sobre el grupo, mordió la cabeza decapitada la arrojó al cielo y la engulló completa de un bocado. Con voracidad comenzó a comer el cadáver, chorros de sangre salían por su cuello cortado. «Que suave y caliente es la carne de tu amigo, pero sigo con hambre necesito ¡devorarlos a todos!... tus hijas deben estar... más deliciosas», aulló y fijó sus ojos blancos en Beth, que ya alcanzaba la escopeta de doble cañón que estaba en el jeep

Josie lloraba a gritos, su conejo de peluche estaba despanzurrado. ―¡Mana... mayor! Un gordo grande y pecoso rompió a “puffy” y me dijo algo feo... Beth, de 12 años, se dirigió a la plaza, identificó al obeso Jimmy: 14 años, 1,75 cm de altura y 90 kg de peso, el Bully del barrio. ―¡Discúlpate! ―No. Ja, ja,ja, ¿qué vas ha hacer tú flacucha?… Tú la “puta” mayor, ja, ja, ja. Saltó a su cuello lo giró con sus piernas y derribó al mastodonte. Lo pateó en el piso hasta que le dolieron los pies.

—Yo no vivo en ninguna calle. Vivo en tu alma —respondí a la pregunta del policía, que de a poco cambió su mirada inquisitiva a una de pavor, y desenfundó su arma. Arranqué su corazón y lo devoré ante sus atónitos ojos. Sentí lástima, pero él podría haberse dedicado a otra cosa yo no. Nací como un Animáfogo, un devorador de almas. Su cuerpo yacía en una piscina de sangre con el pecho hueco y las costillas reventadas, invisible para los demás que se imaginaron un “normal” ataque cardíaco.

El frío sepulcral de la montaña se metió en mi alma e hizo crujir mis huesos. De la nieve surgió una figura negra del negro más oscuro que hubiese visto nunca. —¿Cuánto vale tu vida? —Me repites la pregunta —contesté. —Tus padres murieron, ya no tienes pasado. No tuviste hijos no tienes futuro. Tienes mucho dinero gracias a tu ambición, pero no te lo puedes llevar. —¿Cuánto vale tu vida? Traté de contestar, pero mi cuello fue cercenado. «Nada». Mi decapitada cabeza miró mi cuerpo por última vez.

Por el tiempo que no obtuve y estuviste por el tiempo que te fuiste y no estaba por el tiempo que viviste y no viví por el tiempo que me amaste y no te amé por el tiempo en que llegaste y no llegué por el tiempo. Si por ese tiempo te sigo amando aunque no esté y aunque no vuelvas por el tiempo por aquel tiempo.

Maddy los vio y les apuntó con la mano.―¡Intrusos! Angiolini ametralló el vehículo policial… ―¡Tirate al piso Jodie…! se estrellaron contra un árbol… salieron a rastras y se alejaron en silencio. Allison disparó con el rifle sobre la patrulla, el juez le arrojó una molotov e incendió el automóvil. ―¿Bright estás bien?… yo tengo algunos rasguños.―Me rozaron unas balas, nada serio… recibí un mensaje en el móvil: «tienen a Jefferson, van refuerzos».

Las campanadas de la Iglesia Verbo Divino, resonaban en las oscura soledad de la noche. El espectro que alguna vez fue la señora Johansson, guiaba a la jauría de siete criaturas hacía el tañido demencial. El teniente Allison llevaba un bulto en su hombro que no paraba de moverse. La mordaza se le descorrió a la víctima y este por un agujero de la bolsa distinguió a Troy. ―¡Barnard, soy yo!, Jefferson, ¡Ayúdame! Se acercó, le ajustó la mordaza y cerró la bolsa marcada con una oveja negra.

Los siete estaban en la entrada. Maddy fue al altar, donde permanecía Jefferson atado.―¡La oveja negra nos salvará!―Atravesó el pecho del senador con un candelabro. La sangre proveniente de el entró por los ojos de ella, y luego salió por su boca, en forma de una telaraña de arterias filosas que destrozó las cabezas del teniente, el juez, la viuda, el contador, el cantante, el mafioso y el guardaespaldas.—¡Vengan a mí! Los órganos trasplantados saltaron de los cuerpos y se arrastraron al altar.

Belisarius y Jodie abrieron las puertas del templo. Los órganos trasplantados entraron en el cuerpo del sacrificado. En el Altar, Matson volvió a la vida... ciego. ―Eres mis ojos ―le dijo a Maddy. Se los sacó para ponerlos en sus cuencas vacías y le arrancó la cabeza. Los detectives miraban espantados. En el piso se abrió un abismo de lava y fuego del que salió una mano gigante que agarró a Miles. ―Hijo… se acabó el recreo. ―Se lo llevó al infierno del cual nunca debió haber salido… a jugar.

Expediente Miles Matson, hijo de John Matson y Ludmila Morris… 06/06/1966 la madre muere desangrada al nacer él. 18/09/1969 quemó y le sacó los ojos a su conejo, le puso la cola en las cuencas. 25/12/1971 colgó a su amiga Rapunzel de un árbol. 04/12/1978 le voló la cabeza a sus abuelos. 15/11/1981 se comió a su novia. 07/07/1982 el papá se suicidó. 16/08/1984 estaba en prisión por envenenar un pueblo completo. «Todo un querubín», pensó Bright... 06/06/1987… «¡Qué diablos!, arrancaron la hoja...»

El cuchillo serrado entró en el esternón, un líquido caliente emergió de el. Un poco de sangre roja también, unté mi dedo en ella estaba deliciosa. Mi hermano y yo le abrimos las piernas hasta que destrozamos su pelvis. No sentía nada, en su quemada piel. Mi amiga le sacó parte de su pecho, se lo echó a la boca y luego, con furia, arrancó los miembros superiores. Mis hijas querían las piernas, se las di y reían mientras desgarraban las carnes. Era el pollo asado más sabroso que habíamos comido.

Quisiera ir a tu tumba fría y romper la piedra que te cubre. Golpear, una y otra vez, con mis arietes de sangrante dolor y penetrar ese cemento maldito. Destrozar mis puños y hacer astillas tu ataúd con mis dientes para sacarte. Tomar, entre mis descarnadas manos, tus huesos santos y hacer que vivas un instante, a cambio de mi alma si tuviera que darla. No para que me des vida, beses, alimentes, mimes, seques mis lágrimas o me sanes... Solo para decirte lo que no dije en tu agonía: te amo.

Belisarius estaba en búsqueda de los sospechosos que eran los que correspondían al listado de receptores del cuerpo de Matson. Ninguno había sido hallado. Las agencias estaban cooperando en el caso. Emerson del FBI entró en su despacho, trayendo un sobre. ―Hola Bel, tengo un testigo que dice que vio a un viejo cojo correr tras un delincuente para apuñalarlo. Luego siguió a una mujer. ―¿Qué esperamos Jodie?, vamos allá. ¿Qué hay en ese sobre? ―Páginas faltantes del expediente del asesino.

Belisarius Bright estaba molesto en su despacho particular íncrédulo por lo que leía en los reportes clasificados que le habían llegado la noche anterior. ―¡Mierda! ―El cigarrillo le había quemado los dedos. ―Tiene que dejar ese vicio. ―dijo el agente Jonas- antes que lo mate. La ráfaga de un AK47 entró por la ventana acribillando al agente. ―¡Vaffanculo poliziotto di merda! —¡Ay!, ese fue Angiolini… Bright... esto puede comprometer a POTUS.―Me haré cargo. Resiste. ―Jonas ya no podía escucharle.

Las doce me acuesto veo su foto le doy le doy le doy duermo sueño me levanto baño dientes ducha me seco me visto desayuno salgo esquina bus metro trabajo almuerzo baño trabajo merienda las siete salgo metro bus casa TV comida baño pijama las once veo tú foto lloro dan las doce.

―Debiera descansar padrino. ―Lo sé mi querido Vito. La puerta del ristorante, se abrió de golpe. Phil y Vito sacaron sus metralletas, le tiraron a todo el clan Spaglieri. Volaron las cabezas de Antonio y Enrico, Giuseppe trató de disparar, pero terminó acribillado. Una ráfaga, otra y otra más. Cien murieron en el local, la sangre subía hasta el techo. ―Dame un cigarrillo. ―¿Y sus pulmones tío? Phil clavó un cuchillo en el corazón del policía que entraba al local. ―De algo hay que morir sobrino.

―Tuvimos que usar los contactos con el gobierno para realizar tu cirugía Sam. No lo eches a perder ―dijo su representante.―¿Vienes del reposo y lo primero que pides es un whisky doble? ―dijo su mujer.―El sello no está feliz. ¡Quieren veinte millones de compensación por tu mala actitud! ―dijo su abogado.―Tom, Liz, Matt, el agente del sello está conmigo. Abrió el estuche de su guitarra y la caja de un parlante, para mostrarles su cuerpo descuartizado. Cantó al micrófono My Way por enésima vez.

Ochenta y cinco años duró su vida. Fue uno de los pocos elegidos para traspasar su ser completo a los orbes dorados. 《Hace cinco mil millones de años que vago por el universo buscando un nuevo hogar. Quisiera olvidar que alguna vez tuve familia y amigos. Me es imposible》.

―¿Me amas? ―¿Lo dudas…? ―¿Qué harías por mi? ―Por ti mi amor descendería a los infiernos y te traería la cabeza del mismísimo Lucifer en una charola de plata, ¿y tú que harías? ―Cruzaría las galaxias más lejanas, subiría los montes más altos e iría a los bosques más lúgubres para conseguir los mejores ingredientes, con los que te cocinaría la comida más sabrosa posible. ―Sin embargo un obstáculo impide acercarme más a ti… siempre. ―¡Yo acabaré con lo que sea! ―dijo llorando. ―Tu panza.

Fue un amor eterno, de tres años, hasta que se aburrió de mí. Me arrojó al rio de las pirañas del olvido. Donde, las voraces criaturas, dejaron un esqueleto de mi sangrante corazón. Aún, vivo de amor, anhelante de sus besos, sus caricias y palabras, aunque fueran de odio y desprecio. Han pasado treinta infiernos. Y volvió a mi. Llora en desconsuelo rogándome perdón. —Está todo perdonado, quiero besarte y abrazarte –digo—. No puedes oírme, no puedo tocarte porque, en esta tumba, ya soy de piedra.

Lo que fue “Bobby”, avanzaba lentamente, salivando como saboreando la carne de Beth. El Sheriff comenzaba a espabilarse del golpe recibido, un poco mareado aún, apuntó su revolver Colt Anaconda al monstruo eléctrico. Los disparos sonaron como cañonazos, apenas si lo detenían, el engendro había fijado su objetivo y se abalanzó sobre ella. Los escopetazos de defensa lo apartaron un poco... su hocico se aproximó a la víctima babeando su cara. «Resiste hija», escuchó en su cabeza.

I wanted to abolish profit and capitalism that day. Working at my brain new ideas come to light to build a new sustainable economy. “Watch out!” Feel my forehead smashed... leaked blood at my eyes. “This guy lives by a miracle, his skull is broken in four pieces,” the doctor said. Mixed in a crowd in the middle of a riot for justice, my answer disappears. A tear gas canister hit my head when I was going home. No revolutionary words coming from my mouth anymore, only saliva cleaned by the nurse.

No estaba de pie ni menos sentado. La ingravidez lo tenía perplejo, enloquecido y exhausto: de colgar cabeza abajo —de una pierna y desnudo— por días al escrutinio y burla de los “amos blancos” o que de vez en cuando cortaran su piel. Él, solo quería “morir y dejar de sufrir”. Este era el castigo alternativo “piadoso” para los esclavos fugitivos, debido a la repugnancia que sentían los niños al verlos ahorcados con la lengua llegando al pecho cuando cometían ese “pecado de creerse libres”.

«Salga de viaje». Cayó a la Tierra llevando el poder de Antares inflamando su pecho. «Realice cambios en su rutina». Obliteró la vida sobre el planeta. Plutón levantó su pulgar y Marte sonrió. «Números de la suerte: 11 y 15». «Día del esperado renacimiento…», pensó Escorpio al plantar su semilla.

Jodie conducía mientras Bright ojeaba el expediente nuevo. 06/06/1987 ...la luz se apagó un segundo, al volver un recluso apareció clavado, por su boca, a su silla, con una barra de hierro que cayó del techo del comedor. Había peleado con Matson hace poco. Estaba diez mesas más allá.―El resto está tachado. ―Fijate bien, dice: 19/05/2019, escapó de la prisión ADX Florida —No se puede escapar de una prisión ADX… hay un nota, ¡un guardia le abrió la puerta…! ―Le temían lo dejaron ir. Nadie informó.

El día estaba soleado. El calor la atormentaba, su cuerpo voluptuoso no se podía contener… La piscina hedía. Vio por la ventana. El empleado de correos estaba a la puerta y salió. ―Señora Maddy Johanson... su pedido. ―Es mi nuevo juguete, ¿quieres probarlo…? Lo desnudó, lo tiró al piso y se montó encima. Al llegar al orgasmo extrajo del paquete un punzón, le saco los ojos y atravesó su cabeza cien veces con el. Lo arrojó a la piscina. «Hermoso reflejo rojo en el agua… con dos más se verá mejor».

El presidente Donnell Thorpe daba su discurso en los suburbios, con su particular cabello rojizo al viento.Troy Barnard se sentía inquieto, extraño… Había vuelto hacía una semana y estaba repuesto, sin embargo la angustia y rabia se apoderaban de él «¿serían los medicamentos…?» «¡Bang!», creyó escuchar.―¡Arma!, ¡al piso, al piso! Troy descargó tres tiros de su Glock sobre un inmigrante que protestaba con globos en sus manos… se le había reventado uno. Tres hilos de sangre corrieron por su pecho.

El jefe de Edward estaba feliz, tenía de vuelta a su contador estrella, el producía el balance que la empresa Insulin Labs y los accionistas querían.―¡Al fin se curó su diabetes…!, lo echaremos de menos como cliente ―dijo riendo Marcus el CEO de la compañía.―Aún con tu nuevo páncreas eres el tramposo de siempre. Los denunciaré por fraude contable al IRS ―dijo Tina al entrar.―Ed tomó la antigua IBM 6420, que estaba de adorno, y le aplastó la cabeza a la asistente.―Así se hacía contabilidad antes.

Mejoraba cada día, aún lloraba su pena, pero ya no necesitaba diálisis. Levi, el exjefe de su esposo la esperaba. ―Jane, debiéramos entendernos... ―¡No! James falleció por su culpa, le exigió hasta que murió en su escritorio. ―Tengo los mejores abogados. Suerte. Vio al explotador irse, riendo, por el jardín. Se arrojó sobre él, le introdujo la manguera por la boca hasta el esófago, apretó su garganta y le dio toda la potencia al agua. ―¿Siente la presión? ―El cadáver agujereado hizo de rociador.

El viejo caminaba con dificultad, la cirugía fue un éxito, pero nada es perfecto: cojeaba. Se valía de un bastón con un grueso pomo de hueso. En su último caso había condenado a muerte a Stephen Chang, un asesino múltiple. Al salir de la corte fue atacado por tres chinos con cuchillos. Una fuerza se apoderó de él: golpeó las sienes de dos reventando sus cráneos con el bastón. El tercero trató de quitárselo, dejó descubierta una afilada hoja… y el juez Bolski lo decapitó. ―¡Justicia! ―exclamó.

Los bombazos se repetían en su cabeza. «Teniente necesito apoyo… envíeme la munición», escuchaba las palabras, pero no lo veía. Subió a la torre de la Universidad a observar al enemigo. Tenía una estrategia. Al entrar el camión del gas, lo hizo volar con tiros de su rifle. Cien alumnos huyeron con la ropa en llamas mientras se les caía la piel quemada y derretida, a jirones, sobre el pavimento. ―Coman fuego malditos hadji. —Su labio colgaba mientras chupaba el cigarrillo con los dientes.

El director del servicio tenía el listado de los receptores: corneas, la señora Johansson; piel y cara, el teniente Allison; cabeza de fémur, el juez Bolski; riñones, la viuda Smith; páncreas, el contador Edward Jones; hígado, el cantante alcohólico Sam Leroy; los pulmones, el fumador y jefe mafioso Phil Angiolini; y el corazón para Troy Barnard, excomando Seal y guardaespaldas del presidente. «...El alma para el diablo». Las luces de la oficina estallaron y cayó muerto de un derrame cerebral.

―Este tipo fue condenado por más de veinte crímenes, atroces y violentos que incluyeron a niños, ancianos y hasta mujeres embarazadas… es una bestia. ―¿Y nuestro juramento? ―dijo el médico adjunto. ―Esta es una excepción. La inyección solo le inducirá un coma aparente no la muerte cerebral, sentirá todo. Empezaremos con las córneas. Luego con la piel, tejido óseo y sus órganos en orden: riñones, páncreas, hígado, pulmones y corazón. Gritó en silencio al sentir la sierra cortando sus huesos.

Se encontraba regando las plantas de su jardín cuando vio fuera de la cerca de su casa, a un hombre de pelo largo y ralo. Con ropas sucias vestido con un largo sobretodo impregnado en mugre, sacando comida de la basura. ―¡Oiga señor!, acérquese tengo comida caliente en mi casa si tiene hambre. Dios nos dice que hay que ayudar al necesitado. ―Ya lo creo ―respondió y entró a la casa. Salió tres horas después con la cabeza ensangrentada de la señora Jefferson, colgando de su rubia cabellera.

Las donaciones de órganos disminuyeron en todo el país. El movimiento anti-donaciones había promovido con fuerza, la idea que si se donaban órganos iría en contra de la salvación divina, lo que alejó a muchos creyentes de las listas de donadores. El senador Jefferson sacó adelante la ley en la cual todo condenado a muerte sería donante forzoso. ―Senador, el primer condenado por esta nueva ley será Milles Matson, el asesino de su esposa ―dijo la reportera. ―Son los misterios de Dios ―sonrió.

Miré a un sujeto que me parecía familiar. Estaba parado en la esquina, cerca de mi casa. -¿Quién es usted?, ¿qué hace aquí? -Soy tú y estaba esperando a que llegaras. Parecía estar vestido de rojo. Estaba cubierto por completo de sangre, en su mano derecha tenía un sangrante cuchillo de combate. -Llegaste temprano del colegio con tu hija y descubriste que tu esposa te engañaba con el vecino. Los destrozaste a ambos enfrente de ella. Estás en una prisión psiquiátrica. Y yo... soy tu pesadilla.

Los tres ángeles azules, presurosos, subían por la escalera al trono. Con celo, custodiaban las bolsas que llevaban lo más preciado: la sangre de los fieles, que alimentaba a Dios. Sus lanzas divinas prestas para obliterar a cualquier hereje, imprudente, que quisiera robarla. Mammón esperaba la ganancia y Moloch el sacrificio. La sangre era llamada, dinero; el trono, banco y Dios, codicia. Los fieles, clientes.

El agónico escritor, con su último aliento, tomó entre sus manos frías, huesudas y nudosas, su pluma y un papel. -Osea los perros que la ósea muerte viene a buscar, por el camino, a aquel que ha de llevar. O sea no a ti, sino a mí... -alcanzó a escribir y murió.

El frío, del infierno helado, calaba mis huesos hasta casi convertirlos en polvo. Aunque la soledad, si llegaba a perderte, me congelaría aún más. Tomé mi espada Destino. Esquivando las saetas, de hielo, que por aliento tenía el dragón rey invernal, le atravesé con ella su, negro, corazón y te rescaté de sus garras. La lluvia de dulces besos, que me diste, encendió el deseo de mis labios por tu amor. Abrigados, por el calor de nuestra pasión, pudimos huir de la guarida del espanto... del dolor.

El universo, siempre me pareció inescrutable. Hasta que vi una serpiente, por stress, devorarse a sí misma. Ahora río más a menudo.

La reunión número treinta, de ex-compañeros de clase, se haría este año, en las montañas, en la casa de Jacob. Al llegar vi la casa oscura y mal iluminada. Antes de entrar, noté que el frontis estaba chorreado con un líquido viscoso y rojo. «¿… Algún tipo de mala broma?» Entré. Jacob me recibió exultante. ―No te preocupes, por lo de afuera, Burt es un pésimo pintor ―rió. ―Hola tío Mitch ―dijo Emily, la hija de Jacob, muerta hace cinco años. Me miró con pena. Ellos con hambre. La puerta se cerró.

Aterrizamos con Veloz y raptor en la dimensión FroZenBrain.―¡Hey Veloz!, apúrate, tenemos que apoderarnos del tesoro.Usando su plasma cutter, Veloz desintegró la coraza protectora del arca chocolatera, y se raptó el helado de chocolate.Ese postre, sería solo mio. Volaticé a mi compañero, con mi cucharizer, y me comí esa delicia, pero se me congeló el cerebro.El doctor Choco-Chispas me devolvió a la tierra y sobreviví de milagro...―¡Papá, nos distrajiste con tu cuento para comerte todo el helado!