Fría, potente y ondulada tu caricia se desliza sobre mí. A veces lenta, otras intensa y rompedora, pero siempre refrescante y salada. Cada segundo me transformas, remueves mi alma, me dibujas y me despeinas. Vestida por tus olas estoy... Yo soy tu Playa. Tú eres mi Mar.

—Está equivocada. No es mi hora —gritó presa del pánico. A punto de cortar el cordón de plata que une a la vida al desdichado, la parca le mira impertérrita. —Puedo pagar. Tengo mucho dinero —suplicó. —Ahora ya no te sirve. Nada tienes para ofrecerme. —Te daré mi Alma, si me das más tiempo. —No puedes. Es mía. Tu infierno te espera —sonrió el diablo. —Déjame vivir y te entregaré todas las almas que quieras. —rogó. —¿Y las de tus hijas y tus nietos?. Miró a la parca y le dijo "Estoy listo"

El suave sonido del oleaje, nos acompañó hasta el interior de la caverna. El bote se acercó hasta una pequeña prominencia donde se podía caminar sobre la piedra. El gelido interior de la Catedral aplasta el oxígeno en mis pulmones. —¿Está segura de que quiere desembarcar aquí? —dijo el guía. —Sí, venga a recogerme al atardecer. —Señorita, si no está a esa hora tendré que marcharme para pedir ayuda. Asentí, cargue mi mochila al hombro y le sonreí. Saltè a la roca y me adentré en la pequeña gruta

La búsqueda no sería sencilla. Tenía una idea aproximada de dónde podría encontrar la daga de hielo, o eso es lo que quería creer. La leyenda decía que aquel que quisiera alcanzar la daga, debía entregar antes lo que más amara. Llegué al pueblecito de Puerto Río Tranquilo, en la región de Aysén (Patagonia Chilena) y busqué un guía local. —Señorita, antes de morir hay que navegar entre las paredes de la Catedral de Mármol. —¿Podemos ir mañana temprano antes de que vayan más turistas? —Sí, claro

Las últimas iridiscencias se apagaron y encendí mi linterna. Caminé durante una hora, adentrándome cada vez más en la helada caverna. Las grietas iban cambiando de forma y tamaño. El último paso se cerró en una grieta tan estrecha, que mi cuerpo no podría atravesarla. Intenté buscar un camino alternativo pero una estalactita se deslizó del techo y me quedé atrapada. La linterna se apagó. ..A oscuras y atrapada...no podría acudir a mi cita con el guía. Todo estaba perdido. ¿Qué haré?, ¿rendirme?

Una estalactita rozó mi brazo y rasgó mi camiseta. El corte era profundo. Me arrodillé y dejé que mi sangre se derramara sobre el níveo mármol como si de un sacrificio se tratara. La ofrecí en desagravio por la muerte del rey. Al instante, cesó la lluvia de estalactitas y vendé mi herida. Caminé despacio por si había más trampas, sin perder de vista la daga. Dije en voz alta: —Recojo la daga de hielo en nombre de mi bisabuelo. Fue el anhelo de su vida. El descubrimiento llevará su nombre.

Con reverencia y respeto tomé la daga, sin hacer fuerza. Al contacto con mi piel, la capa helada desapareció y apareció una daga color esmeralda. Volví a mirar alrededor, temiendo que todo comenzará a desmoronarse bajo mis pies. Corrí hacia la pequeña salida que se mantenía intacta. La daga se iluminó de nuevo y pude recorrer todos los túneles hasta la salida Allí, estaba esperándome el guía. Sin decirnos nada salimos al exterior. Me recibieron los rayos del sol que calentaron mi cuerpo helado.

¡No me quedaría a un paso de encontrar la daga de hielo!. Un hilo de luz atravesaba la pequeña hendidura. Me despojé de mi mochila, de mi cazadora y me quedé en camiseta. El gélido aire estremeció mi cuerpo. A duras penas llegué al otro lado y entré en una sala casi esférica. Allí, ante mí, sobre un pilar, suspendida en el aire, estaba la daga de hielo proyectando luz.

Ese día de febrero estaba soleado y soplaba una leve brisa. En las paredes de la Catedral de Mármol, el brillo del agua refleja iridiscencias turquesas que envuelven e hipnotizan. El viento y el agua del Lago General Carrera azotaron con fuerza, durante siglos, sobre las piedras calizas hasta dejar al descubierto los estratos de mármol. Apareciendo así los colores del carbonato de calcio, el cuarzo y la limonita, que ofrecen una variedad extraordinaria de azules grisáceos, rosados y blancos.

Casi iba a tirar la toalla, cuando, al pasar la última hoja, lo encontré. Allí estaba. El viejo diario de viajes de mi bisabuelo indicaba claramente dónde podría encontrarse la daga de hielo. Era un objeto legendario y maldito que nadie encontró jamás. Él creía que su existencia era real y yo quería encontrarla para cumplir su sueño. La leyenda cuenta que la daga arrebató la vida de un rey que quiso poseerla a la fuerza, quedando así maldita y convertida en hielo.

Entornó sus ojos, inspiró para dejar que mi aroma entrará en su ser, no necesitaba respirar, solo a mí, yo era su oxígeno. Cada beso era precedido de un roce, cuya presión aumentaba, y hacía que cada labio se alisara y esponjara como una almohada, apretándose y alejándose en una cadencia perfecta. Tan húmedos y tan templados, que era imposible parar. Ya no eran sus labios, ya no era mis labios, eran ya nuestros labios, unidos y perfectos.

Estaba allí, esperándome. Había venido. No quiso escribirme, sino contestarme con su presencia, dejándome claro que estaba dispuesto, que asumiría el riesgo. Me sobrecogió su decisión, valentía y entereza. la mía se esfumó como bruma que disipan los rayos del sol. Tuve que hacer acopio de toda mi fortaleza para no parecer turbada y sorprendida. Mis mejillas de forma abrupta subieron su tonalidad haciendo imposible esconder lo que sentía. Daba igual, no había manera de fingir, no sabía hacerlo.

-¿Por qué me has enviado ese mensaje ayer? -no... no lo sé. -balbuceé. Extendió sus manos hacia mí y me ofreció su celular. -No gracias, ya me siento bastante avergonzada. -No tienes porqué sonrojarte conmigo. Expresar los sentimientos con ese ingenua naturalidad no es un signo de debilidad, sino de fortaleza y valentía. Es una de las cualidades que más valoro en el ser humano, aunque pocas veces encontrado un espécimen tan genuino como tú. -confesó, bailando entre mis pupilas

-No puedo, tengo que dejarte. Lo siento tanto amor mío. No quiero que te hagan daño.-Alec se apartó con decisión. Se levantó de un salto como si los dos fuéramos polos negativos y la física nos separara de forma abrupta. A regañadientes se vistió la camisa, que dócilmente se ajustó a su cuerpo, y me acerco el vestido que había quedado acurrucado a la entrada de la habitación, esperando en sumiso recogimiento. Ni me rozo con sus dedos, por miedo a no poder mantener su dolorosa decisión.

Recortamos el espacio que quedaba entre ambos avanzando como dos polos magnéticos opuestos que inexorablemente se pegarían sin posibilidad de separación posterior. Una sacudida le impulsó a besarme, a navegar en mi lengua. Nuestros labios erán embarcaciones poderosas que combatían en nuestro mar embravecido de besos.

Desbordada por el deseo, le mordí en un acto reflejo. Me respondió sujetando mi labio inferior con sus dientes, mientras su lengua me recorría haciéndome cosquillas por dentro. -¡Ahhh! -gemí, arqueàndome sin poder controlar mi cuerpo. Tomó mi rostro con sus manos, se fundió mis ojos, y aspiro mi perfume...

El roce de sus labios fue más de lo que podía aguantar, estallé en mil llamadas, ya no era ni de día ni de noche, ya solo estábamos él y yo. No existía el ayer, ni el mañana, solo el ahora. Era tan real que me fundí en él, sin querer nada más que desaparecer en sus labios. Suaves, tiernos, húmedos y tan ligeros... Me fue enseñando el camino de cada curva , de cada recoveco de su boca en mi boca...

¡Sé que no puedo decirlo aquí, pero sé que sientes lo que yo siento Alma!. No podría alejarme de ti aunque me lo pidieras. ¡Ya no me pertenezco!.-lo dijo con su voz más profunda, redondeando cada palabra. Acariciando con sus ojos ávidos y suplicantes cada uno de mis movimientos.

Juramos, en un tiempo pasado, no volver a vernos, pero el destino nos lleva allí donde debemos ir y nos hace tropezar con los que debemos encontrar. Aunque queramos desviarnos del camino trazado en nuestra ruta de vida, el destino siempre nos dirige como una suave brisa que guía nuestras extendidas velas, rasgadas por el dolor y remendadas por el amor. Una mano apareció y evitó que me cayera definitivamente. Me sostuvo con fiereza, su tacto me resultó familiar. Sentí una punzada en el corazón.

Bajó la vista, no podía despedirse de mí, tenía el rostro contraído, el ceño fruncido, sus labios apretados y sus músculos tensos. Traspase la puerta y, antes de cerrarla, me volví para verlo por última vez. No pude ver su cara. Estaba de espaldas, y tenía su cabeza caída hacia adelante, enterrada entre sus manos... Con un gesto desgarrado cerré la puerta.

... y me fue soltando con resignación desgarradora. Fue incapaz de separarse por completo, y volvió a abrir sus labios pegàndolos a los míos. Se disolvió en ellos, como si fuera nuestro último beso, y lo era. Su sabor me recorría, me explotaba por dentro. No quería despegarme de él, ni ahora ni nunca.

Encogiéndome con tristeza le dije: -sabes que no puedo estar contigo ni con nadie. Mis votos son sagrados, pero ahora ya no hay nada tan importante como tú para mí. Tendré que pagar por esta traición, pero daré mi vida si es preciso. Te quiero a ti más que a mi propia vida. Con sus potentes brazos fue acercándome a su pecho, sentía como su corazón latía descontrolado. -Alma, no podemos hacerlo. No pondré en riesgo tu vida, y fue soltándome muy despacio. Por un momento dejé de respirar.

Alec, tomándome por la nuca, alejó levemente mi rostro del suyo para verse en mis ojos. Una lágrima furtiva, asomó tímida a los suyos, liberándolo de tanta espera. Rodeé su mejilla con mi mano y lo acaricié. En un gesto automático, reflejo, él tomo la palma de mi mano y la beso. Mi corazón, estalló en lluvia de estrellas.

Suspiré, mientras su voz se ahogaba entre mis labios, meciéndolo y llevándolo hacia lo más recóndito de mi ser, llenándolo de los sabores más intensos. Nuestras bocas eran ya una sola, vibrando, con nuestras lenguas enredadas, y nuestros labios latiendo incapaces de despegarse. En un acto reflejo, pone mi mano en su pecho, y me dice: -¿puedes notarlo?. -Sí, late por ti -susurra. La puerta del ascensor se abrió, y tropezando en nuestros pies sin dejar de besarnos, busco a tientas la llave.

En un último acercamiento, su boca se entreabrió, y se unió a la mía, deleitándome con su ardiente frescor, suave, húmeda, cálida, ávida y curiosa. Poco a poco, con cada roce, cada beso se alargaba, cada vez más profundamente,... y ya no había necesidad de respirar. Sus labios, se impulsaban como olas entrando con más fuerza en mi interior, y yo, ya no podía más que dejarme embriagar con su deseo.

Navegante errante que tesoros persigues, aléjate de mis fauces que ansían destruirte. Parténope es mi nombre. Oh, valiente Ulises. Tu humanidad devoraré, si a mi encanto te abandonas. Liberarme podrías, si mis dulces melodías ignoras. Mi muerte, tributo será de tu victoria y mi derrota.

Y te dejé, despacio, dejando que mi alma se diluyera entre tus dedos. Entre sonidos huecos del amor que ya está ciego. Ahogado y destruido por la lujuria sin freno, que ha consumido nuestros huesos. Nuestra esperanza marchita se encamina hacia el Averno. Sin fe, sin mañanas y sin un te quiero. Me evaporo como el eco de un muerto, que redención no espera, ni tampoco castigo eterno. Sólo es seguro el olvido, que sepultará siniestro, cada beso y cada abrazo en la hiel del tiempo.

¡Ahora, ya no me conoces! Ella no levantó la cabeza, ni se inmutó. No era vergüenza lo que sentía, solo indiferencia. A él, ya no le quedaba rabia, ni siquiera impotencia. Estaba perplejo respirando su frialdad. Aún recordaba los llantos de ella pidiéndole ayuda. Siempre pidiendo y pidiendo favores, morales y económicos. El se conmovia y le ayudaba en lo que podía, hasta que ella encontró un mejor postor. Él no quiso contenerse y le dijo: "Menuda piel quitaste" Ella sonrió... "La que tenía"