Más allá de la montaña Enojo, se esconde un prado; se llama Tristeza, pero los viajeros suelen llamarlo Alegría; quizá Alegría porque tuvieron que escalar una montaña de piedras filosas y por fin pueden descansar allí, en su dersa vegetación, alegres de encontrarlo. Pero como el río de Enojo pasa por Tristeza, se sigue llamando así ya que de lejos parece que la montaña llora.

Un año ya del suceso. En estos días el silencio me hace agrado. Hablo con el espejo de tus reflejos quedados, y las pinturas frescas ya no tienen color embadurnado. En estos días apago las luces y cubro las ventanas. A ver si tú me iluminas, a ver si tu voz viene y me grita lo bien que has estado. Este silencio te espera, para que hagas eco más allá del pasado.

-¡No la mates!-gritó. Yo no hacía caso omiso, avanzaba lento pero decidido con el hacha en alto, destruiría a la causante de tantos males para esta gente, mi gente. -¡Por favor, perdónala!-sollozó su hermana mientras unos guardias la mantenían al margen. Miré sin piedad a Esperanza, quien se hallaba en el suelo, sujetándose el brazo herido. -¿¡Cuán pecaminoso es contar cuentos!?-volvió a gritarme su hermana, empujando a los guardias con desespero. -¡¡Traen ilusiones que no existen!!-le respondí.

-¿Y cuál es la diferencia ahora?- Le dijo. -En que ahora tienes a alguien que cree en ti, y así el mundo es menos nefasto.

-¡Es hermosa!-Exclamó Coleman, admirada con la capilla de aquel pueblito. Su guía, el comerciante Smith, opinó lo mismo, pero no respecto de la capilla precisamente. -¿Usted es creyente, señor Smith?-Prosiguió la joven y bella Coleman. -¡Pero cómo no podría serlo uno!- Respondió muy seguro, el comerciante. -Pues, yo soy atea... Smith se rió. Ambos se miraron con suma fijeza; Coleman desafiándolo, Smith encantado con ella. -Cómo no podría ser un creyente, teniendo un serafín ante mis ojos.

Ayer escuché cierta desgracia, y vine a verte con cautela. Traje la música que te agrada, y tu amado té de menta. Ayer mismo escuché horrores, y vine a verte a tu residencia. Traje chistes que contarte, a ver si sonríes antes de la siesta. Ayer, día para ti impío, supe del desastre. Y hoy vine a verte sin motivo; a ver si el frío que en ti yace, se derrite, se deshace. Desde ayer que espero, a que en tu invierno sombrío, y en tus mejillas de terciopelo, sea por fin primavera.

Somos la batalla que no dimos por perdida; el todo va a estar bien de un extraño errante. Somos la timidez del dolor enjuagarse; y cristales del pecado bañados en la sangre. Somos la despedida de nuestro infante. Somos una orilla de pisadas desenmarañarse. Somos el rugir del estómago al alcance. Somos de lo rico el cubierto, y a veces el plato de lo feo. Somos la carta escurrida en el tintero, y somos el difunto, antes de que le escriban al cielo.

Los osos blancos y la nieve, vienen de una luna que ya no está más en el cielo. Que cayó en forma de polvillo, que se volvió vida y piedritas de hielo.

Despertará el búho, con las plumas colmadas en ojales; emprenderá vuelo a Roma, y desde ahora que llega tarde; si nunca se alcanza al humo, por más que se vuele o corra. Porvenir verdugo, ojalá no llegaras tú en hora; mastico mi desesperanza, en el asiento de un viejo columpio; rumiando un hito, anunciando el desastre, que se avecina desde hace mucho. Ay, porvenir verdugo; ay, mi infeliz deshonra; quisiera ser bueno, lo juro. Soy una hoja que cayó, y nunca tocó el suelo.

Ay, rojizo raspón, que te vuelves herida. De rodillas ya no puedo estar. Si una vez más voy y rezo a otro santito; ¿y si una vez más rezo hasta el olvido?

Si te da la espalda, empújale.

-Te daré un hechizo.-Continuó Denis, y se quitó el segundo botón del cuello de su camisa escolar con bastante agilidad. Apretó el botón ligeramente en su puño y besó los nudillos. -Extiende tu mano.-Y Harold le mostró la palma de la mano izquierda. Denis abrió la palma y la dejó caer sobre la de Harold, retiró su mano y el botón ya estaba allí. -¿Y para qué es este hechizo? ...¡Continúa leyendo en!: https://getinkspired.com/es/story/118676/que-tal-si/

Blanca paloma nido de cuentos árboles de plata

Ella era su reina. No tenía una resplandeciente corona, y sus ropas tampoco eran extravagantes. Nunca tuvo servidumbre alguna. Era conocida por un nombre común, llevado por muchas en el pueblo. Sus órdenes eran inquebrantables y sus promesas traían luz en la desesperanza. Era una comerciante astuta y conocida por su solidaridad. La reina lo amó infinitamente. Hoy la reina ya no está con él, pero él tiene una certeza. En el cielo hay un castillo.

Cada mañana le arrancas las alas a un colibrí. Te vistes con los pedazos de un hombre desencantado, y sales a trabajar, pisoteando la alfombra de la bienvenida. Regresas tarde en la noche, te llenas de hielo los ojos frente al espejo, y te vas a dormir con gotas de agua surcándote las mejillas. ¿Qué haz hecho para merecerlo?

Se enamoró de sus ojos. No se dio cuenta. De que la sonrisa miraba a la vuelta, y de los párpados achinados. No se dio cuenta. De la suave esencia, y del maquillaje exagerado. No se dio cuenta. De su sordera, y el rechazo de sus labios. No se dio cuenta. Del cintillo en mano izquierda, y del vestido largo. No se dio cuenta. Que esa muchacha no le hacía caso. Y no se dio cuenta, de que a la vuelta, había otros ojos enamorados.