u15886151321588615132 Joaquin López Valderrama

Una familia muy peculiar llega a un lugar inhóspito. Parece que es la típica historia que se ha contado 1.000.000 de veces, pero cuando terminéis de leerlo veréis que no es así. ¿Cómo se buscarán la vida?


Aventure Tout public.

#realismo #realismo-magico #Realismo-Sucio #Bukowski #Ceuta
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Ceuta, apuestas y la familia UAIM







Llegamos a la ciudad hace algún tiempo. Quizás tres días, quizás tres meses, o quizás tres años. En realidad, da igual. El paso del tiempo es tan relativo para cada situación, para cada persona y para cada especie que asusta. Pero bueno, no voy a empezar a aburriros con teorías filosóficas sobre la inmensidad del tiempo o la percepción particular que yo tengo de él, así que al grano.


Como la mayoría de mis compañeros yo y mi familia también llegamos en una especie de armatoste metálico que surcaba los mares. «barco» lo llamaban. A mí me daba igual cómo lo nombraran, lo único que deseaba era salir de la tierra en la que estaba y poder dar víveres a mis hijos y a mi compañera de vida. Antaño residíamos en un pequeño escampado donde algunas personas nos ayudaban con la comida y la bebida, pero poco a poco la población fue dándonos de lado, obligándonos así a emigrar. Recuerdo que a veces, cuando nos faltaba la comida, el mayor de mis hijos, rebuscaba en los contenedores los desechos que la gente echaba ahí. Fue una época muy dura para nosotros. Si la gente no trabajaba debido a la mal llamada «crisis» no consumían tantos alimentos y tampoco iban a locales a comer. He de decir que en estos lugares eran más generosos con nosotros, sobre todo la clientela. Parecía que le dábamos pena y muchas personas nos daban trozos de pan que le sobraba o algo de carne en el mejor de los casos. Aún con todo era insuficiente. Tened en cuenta que mi familia es muy peculiar y tenemos cinco hijos que alimentar ya que la mayoría de ellos carecen de autonomía para buscarse el pan. Por ese motivo y por otros tantos, decidimos emprender el viaje a Ceuta.


No fue fácil desprenderse de tu propia tierra. Tierra que te vio nacer. Pero tampoco teníamos mejor alternativa. O nos íbamos de allí, o nos íbamos de la vida.


La llegada a Ceuta fue desconcertante. Esa es la palabra exacta. El puerto se erigía, más o menos, en la mitad de la ciudad autónoma. Y allí nos encontrábamos. Yo, mi pareja y mis cinco hijos en mitad de la nada. Pensamos en coger algún medio de transporte para ir a algún refugio, pero casi con total seguridad no nos dejarían montarnos. Ni teníamos dinero ni nuestras “pintas” eran las indicadas para subir a ningún transporte público. Por ende, decidimos caminar hacia el norte esperando encontrar algún soportal donde refugiarnos de la noche.

Lo encontramos. Tampoco tuvimos que caminar mucho. A quince minutos del puerto y subiendo una cuesta empinada divisamos una torre blanca y verde. El tipo de escultura que la formaba era diferente a la que estábamos acostumbrados. La típica cruz en la cúspide que coronaban la mayoría de las torres de la península había cambiado por unos altavoces blancos, en forma de megáfono por el que salía unos cánticos casi místicos:


Al-lahu Akbar,

Ashhadu an la Ilaha il-la Al-láh

Ashhadu an-na Muham-madan Rasulul-láh

Haiia ‘ala assalat

‘Haiia ‘ala al falah

Al-lahu Akbar

La Ilaha il-la Al-láh


No sabíamos ni lo que era, ni lo que significaba, pero el porche que servía de antesala a la entrada de aquel edificio nos pareció buen lugar para pasar la primera noche. De un solo salto conseguimos acceder a aquel recinto y nos refugiamos en una esquina donde el sonido era más bajo y la luz de la luna no penetraba en demasía como para que nos molestara.

A la mañana siguiente el mismo cántico nos despertó. Miré a mi familia. Estaban todos sanos y salvos. Cuando alcé la vista más allá de ellos me percaté de que había unas 20 o 30 personas accediendo a la gran torre. La curiosidad que tanto caracteriza a nuestra especie hizo que me asomara a través de los grandes ventanales que decoraban el edificio. Mi mujer me siguió y quiso saber qué pasaba dentro.

—No te asomes cariño, sólo veo a personas que se arrodillan y parece que besan el suelo. Será un rito, o algún tipo de religión. No quiero que nos echen ni que se sientan incómodos por nuestra presencia.

—De acuerdo, de acuerdo… sólo quería bichear un poco... —espetó Marie cabizbaja.

—¡Hijos, hoy es nuestro primer día oficial en Ceuta! Así que tendremos que buscar algunos establecimientos donde pedir comida y, sobre todo, buscar sitios donde haya mucha gente.

Esa frase la dije aquel día muy motivado y sobresaltado. Es como si la reviviera ahora mismo. Toda mi familia entusiasmada por empezar una nueva vida. Todo mi “yo” taciturno porque intuía que podía ser un nuevo fracaso. Pero eso no lo verbalicé. No quería restarles motivación y mucho menos expectativas de futuro a mis pequeños.

—¡Iremos todos juntos para inspeccionar los lugares de esta tierra inhóspita! —El tono era cada vez más épico.

Por momentos me sentí un político vendiendo una realidad a un pueblo que sabe que siempre va a estar discriminado, haga lo que haga o diga lo que diga. Pero era la única opción de mejorar la autoestima de mi familia, así que proseguí.

—¡Ya basta de que nos traten como escoria, de que nos ignoren!, ¡Aquí encontraremos la paz y los refugios que allá no encontramos!

Mi familia aplaudió al unísono y todos se acercaron a darme abrazos. Cuando digo “todos” me refiero a toda mi familia. Las 30 personas que regentaban el lugar parecía que no entendían mis palabras o que directamente les daba igual. Siempre hacían lo mismo. Y que una persona llevara pañuelo u otras vestimentas no iba a cambiar la ignorancia perpetua que sufríamos.

—¡Vamos, en marcha! ... ¿Lucy?... ¿Dónde estás?

Lucy era mi hija más pequeña. Su pelo era rubio y los ojos color esmeralda complementaban perfectamente con su cabellera. Era muy despistada, todo le llamaba la atención.

Miré atrás y la vi al lado de un chico, el cual la observaba con notable curiosidad.

—Vamos hija, no te quedes rezagada.

—Papi, me ha dicho que se llama Abdel y que tiene 12 añitos.

—Da igual hija, no me gusta que te relaciones con niños, y menos aún con desconocidos. Prosigamos.

Después de llamarle la atención a mi pequeña fuimos más al norte en busca de locales y sitios donde conseguir víveres. A esa hora el sol estaba en su punto más álgido y empezaba a calentar de más cada átomo de nuestro cuerpo.


«BINGO DE ÁFRICA»


Un gran cartel con letras luminosas apareció al doblar la esquina.

— Papi, ¿Qué es un bingo de África? —Preguntó la pequeña Lucy.

— Pues un lugar donde van las personas a perder su tiempo y su dinero. Se llama bingo. “De África” es el lugar.

— ¿Y por qué las personas quieren perder dinero y tiempo?

— No sé hija, no hay quien los entienda.

Después del pequeño interrogatorio que duró más de lo que he resumido aquí, decidimos entrar y quedarnos en la antesala. Las luces artificiosas y el aire viciado que se respiraba eran diferente a cualquier otro sitio. Máquinas tragaperras, una mesa de póker y una ruleta confeccionaban el habitáculo donde estábamos.

— ¡Guaaaau! —exclamó sorprendido Silvestre, el mayor de mis hijos.

Mi familia nunca había regentado un lugar así. Cierto es que yo tampoco, pero lo había escuchado de algunas personas que habían ido y que habían terminado arruinadas. Me pareció un buen lugar para empezar nuestro periplo por esta tierra, sobre todo por la cantidad de gente que entraba y salía.

—A ver chicos, haremos lo siguiente: mamá se quedará por este local para pedir comida a la gente junto con Silvestre y Lucy. Yo me iré con Lucas, Fátima y África a buscar otro sitio, ¿De acuerdo?

—Papi… yo quiero ir contigo…—respondió con tono cabizbajo la pequeña de la familia.

—Vale, pues entonces, Lucas, tu que eres el segundo más mayor, quédate con mamá y le ayudas. Al caer el sol, nos vemos en la torre donde pasamos la primera noche, ¿Vale?


Eso hicimos. Parte de mi familia se quedó en aquel antro y yo junto con mis hijas seguimos caminando en busca de otro local. Cuando salimos del bingo había pasado más tiempo de lo percibido. No nos habíamos dado cuenta, pero el sol ya estaba reclinado, como si buscara una almohada para echarse una siesta. Seguimos caminando. No me quería alejar mucho ya que después tendríamos que deshacer los pasos andados y volver a la torre de los cantos místicos para descansar. A unos escasos 3 minutos de donde estaba mi mujer había otro local.


«CODERE»


—Papi, ¿Qué es Codere?

Le expliqué brevemente a Lucy que era un lugar similar al bingo donde estaba mamá pidiendo, pero que aquí, en vez de bolas, la gente entraba a apostar su dinero a equipos de fútbol, baloncesto, atletismo, e incluso a carrera de galgos.

—¿Carreras de perritos? ¡Qué horror…! — Espetó Lucy.

Bueno chicas, no nos tiene que importar lo que hagan con su dinero, sólo queremos sitios donde entren y salgan las personas y este parece que está muy regentado, además el mercado está justo enfrente, así que nos quedaremos por aquí.

Los rostros empezaron a llegar de inmediato. Caras con el ceño fruncido, otras con aparente tensión, otras sin expresión alguna. Un batiburrillo de caras diferentes con un denominador común: El baile de su dinero con el azar y el vicio. De camino a la torre, después de pasar algunas horas en la puerta de Codere, nos encontramos con otros 3 locales de esa índole. Increíble. Nunca había visto tantos lugares como estos en un radio tan pequeño. Realmente nos daba igual. Así podíamos cambiar de lugar para no pedir siempre en el mismo sitio.

—¿Qué tal cariño? ¿Cómo ha ido la tarde?

—Pues nos han dado algunas galletas y leche— Respondió Marie.

—¡Genial! A nosotros también nos han tratado bien, aunque no nos han dado tantas cosas como a vosotros.

—¡Mira papi! ¡Es Abdel!

Lucy empezó a ir detrás del chico que había conocido esa misma mañana. Quería jugar con él, pero no me fiaba mucho. No obstante, la dejé un rato que se entretuviera con el niño. Se había portado muy bien y los pequeños también tienen derecho a disfrutar y jugar.


Los días empezaron a pasar vertiginosamente y la clientela de los locales de juego cada vez era más y más variopinta. Todos los días nos dividíamos el trabajo yo y Marie y los vecinos empezaron a conocernos. Les caíamos bien. Cuando ganaban salían con una sonrisa en la boca y nos compraban buena comida, cuando perdían pues mayoritariamente nos ignoraban. Todas las noches, como costumbre, Lucy y Abdel correteaban por el porche que servía de antesala a la torre mística (me enteré poco después que se llamaba mezquita).

El tiempo hizo que Abdel se hiciera cada vez más mayor, más alto, más fuerte… ya no acompañaba a su familia a la mezquita. Los juegos con Lucy se fueron reduciendo hasta llegar a 0. Solo lo veíamos cuando nos tocaba pedir en “Codere”. Era muy asiduo en ese local. Cuando entraba, Lucy intentaba pararlo, pero él la ignoraba. Se había transformado. El rostro aniñado con el que lo conocimos había sido cambiado por uno rudo, con venas marcadas y mandíbula prominente.

—Papi… No quiero que le pase nada malo. No quiero que se arruine, ¿Cómo lo puedo parar?

—Hijita, ya has intentado pararlo y te ha ignorado. No podemos hacer nada. Mañana si quieres pues lo intentas de nuevo. O hoy, si sale de aquel infierno antes de que nos marchemos a descansar.

Eso hicimos. Esperamos hasta que salió Abdel. Su rostro estaba emponzoñado por las lágrimas y su mirada apuntaba a un horizonte inexistente. Lucy se abalanzó sobre sus pies. Se refregó y emitió un sonido.

—Pero qué dice mi gatita favorita... —La voz dulce con la que se dirigía a mi hija chocaba con el semblante de Abdel.

—Miaaauuuu—dijo Lucy mientras lamía la pierna del chico.

—No te entiendo amiga, pero parece que sabes que estoy jodido. Lo he perdido todo. No sólo lo que ganaba trabajando, sino también los fondos de mis padres. ¡Joder, no tengo salida! ¡Por un mísero número! Si hubiese caído la puñetera bola en 0 todo sería diferente. En fin, no sé qué cojones hago hablándole a un gato.

Abdel soltó a Lucy y se alejó caminando por un lugar diferente al habitual.

—Parece que no he logrado convencerlo, papi…

—No te preocupes cariño, los humanos no nos pueden comprender, pero creo que te tiene aprecio.

Lamí el hocico de mi pequeña y empezamos a caminar hasta la mezquita.

Nunca más apareció Abdel por la casa de apuestas. Tampoco por la torre ni por el barrio. La tierra, la ludopatía o las deudas quizás lo tengan prisionero en algún sitio, en alguna parte lejos de aquí. ¡Quién sabe!

Mientras tanto, nuestra familia, la familia UAIM (o Miau, al revés) sigue aquí. Al pie del cañón. En cada barrio, en cada sitio, buscándonos la vida como buenos tunantes que somos. Además, hay una buena noticia.

Lucy está preñada. Por lo que la familia se va a ampliar en breve. Ya os iré informando, humanos.


Atte. El papá de la familia UAIM

4 Mai 2020 18:50 1 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
2
La fin

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LP Lidia Pino
Increíble.. Y que penita me dio saber que eran gatitos 😔. Me ha encantadoo!!! 😘
May 04, 2020, 20:18
~

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