Histoire courte
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Deseándome inerte

Incontables veces me he arrepentido de mis acciones. He encontrado la forma en la que incluso me arrepiento de un pensamiento, de una noción vaga que ni siquiera tuve el valor o la deplorable imprudencia de que se escapara de mi boca. La gente normal no sabe más que herir, hartar y aturdir a quien sea que tiene al lado. Aturdir a quien se le ponga enfrente con sus problemas, sin detenerse a pensar que quien lo escuche, más allá de quien tuvo el infortunio de ser su oyente designado, incluso un cualquiera que haya estado deambulando a su alrededor podría escuchar lo que adolece esta persona y pensar que no tiene ni idea de lo que es el verdadero sufrimiento.

Es más fácil y menos complicado abstenerse de exteriorizar lo que sentimos o lo que pensamos, dejando de lado esos sentimientos como simples escenas creadas en nuestra cabeza, tan claras como un recuerdo pero con un vacío en su trasfondo que constantemente nos azora, llevándonos a la innegable certeza de que no nos atrevemos, que no pensamos que la oportunidad para hablar o para actuar puede ser algo tan intrascendente como el decidir qué usar cuando nadie nos está viendo justo antes de ir a la cama. Tal vez sea por miedo. Seguro que es por miedo. Fue por miedo.

Alguna vez, creí posible que con solo hablar podría crear la realidad que yo deseara, que con solo describir un brillante futuro sería suficiente. Alguna vez pensé que con solo tocar su mano podía conquistar su corazón, que no haría falta decir nada y que en una mirada se fundaría nuestro cariño en un momento enternecedor.

Me armé de valor, recogí los pedazos de mi corazón que había logrado salvar y con una fé resquebrajada estire mi meñique cerca de su manga solo para tratar de engancharlo de manera discreta, intencionando parecer tierna pero deseando poder ser lo suficientemente atrevida como para tomar su mano fuertemente, como si jamás la fuera a soltar. ¿No sería perfecto que nuestras acciones pudieran hablar? Que en el momento en que mi meñique se acercaba, el viento a su alrededor anunciara su presencia, su movimiento, y yo no hubiera tenido que esconder mi mano tan abruptamente cuando su brazo comenzó a alejarse sin siquiera prever mi larga uña barnizada de bermellón rozando la gruesa tela ocre impregnada en su aroma peculiar, aroma que, con el pasar de los meses y las indistintas sonrisas al cruzar los pasillos se volvería menos especial, menos memorable, y que con cada paso de distancia que dábamos el uno del otro se llevaría consigo todo aquello que alguna vez me hizo sentir volátil, inerte.

Alguna vez, desee posible que con solo gesticular a sus espaldas pudiera manipularle la mente, poder dejar de tratar de entenderla y solo cambiarla, obligarla a soltar sus verdades, a explicar sus enredos y enmendar sus deslices. Alguna vez creí posible que con una sonrisa forzada o una mirada penetrante podría hacerle soltar su lengua y explicar el porqué de su imbecilidad, la razón de su estulticia para poder terminar con el ímpetu y el desasosiego que su farsa provocó.

¿Cómo pueden unas simples palabras que ni siquiera han sido pronunciadas provocar un abatimiento tan intenso que vuelve el respirar algo tan exhaustivo y desapacible como lo es la oscura silueta vislumbrada en el rincón de una habitación en penumbra?

Esa tarde fría de otoño, bajo un cielo nublado que pregonaba una lluvia torrencial, con mis manos sobre su pecho y sus brazos envolviéndome debajo de su abrigo, parecía como si su aroma se impregnara en mi esencia. Parecía que mis manos se fundieran en el calor que atravesaba su camisa, que su barbilla sobre mi cabeza no fuera algo pesado y filoso a su manera, abriéndose camino entre mi cabello. Ese aroma, esos nervios, las ansias de pensar que sus manos estaban tan cerca de mi cintura y que, si tan solo hubiera levantado la mirada, podría haberle dado un beso, el primer beso que jamás sería capaz de olvidar.

Esa noche en su cama, aún vestidos, pero con el sentimiento de que al menos nuestras almas estaban desnudas. Tan vulnerable, recostada en su cama, a su lado, procurando mantener la mirada fija al techo porque sabía que si volteaba él estaría viéndome, con esos ojos tiernos y esa sonrisa hermosa que hacía temblar mis rodillas incluso antes de que me dijera lo hermosa que podía ser, lo perfecta que le parecía, hablándome de una belleza que a sus ojos era obvia pero que para mí no era más que un intento de complacerme, talvez para conseguir algo a cambio o porque de verdad se sentía tan afortunado. ¿Cómo saber que alguien hace algo sólo porque le nace?, ¿cómo saber que algo que tú mismo haces no lo haces porque hay en ti, muy dentro de tí alguien egoísta que solo busca hacer algo bueno por los demás para sentirse menos como la mierda de persona que cree que es? Mejor dicho como la mierda de persona que en verdad es.

Lo que daría por volver a sentirme así. Por ser capaz de dejar de alejar a todos y negarle la entrada a quien sea que se me acerque. Quisiera poder volver a estremecerme con una mirada, a sentirme totalmente enajenada entre los brazos de alguien. Quiero a alguien que pueda llamar mío. No quiero llamarlo mío como una posesión. Quiero llamarlo mío como la única persona a la que puedo contarle todo. Pero ¿cómo contarle todo sabiendo que hay cosas dentro de mí que incluso a mí me da miedo escucharlas? Cosas que, cuando la carga es demasiada y algo se escapa, me hacen sonar como alguien que en un instante podría estar atada a una cama en un psiquiátrico, como alguien que necesita que la rescaten.

¿Y si quiero que me rescaten? Y si lo que necesito es a alguien que pueda sujetarme tan fuerte como para sentir que todas mis piezas se vuelven a unir. Alguien que con una mirada sea capaz de sacarme de la fosa en la que me ahogo y de la que no puedo salir ni arañando las paredes y destrozando las ventanas en busca de aire, arañando mi pecho pensando que desgarrándolo, mis pulmones reaccionarían y mi corazón se sentirá más libre, aunque tuviera que atravesarlo con mis propias uñas. Pero ¿cómo pedir ayuda cuando veo gente a mi alrededor con problemas que parecen peores que los míos? Estoy consciente de que no se debe descalificar el dolor por pequeño que se pueda percibir y sé que no es cuestión de madurez o de edad el llorar porque te sientes abandonada. No hace poco aprendí que tengo permitido sentir, pero es muy fácil decirlo ¿verdad? Es muy fácil dar sermones pero los sermones son el más claro ejemplo de cómo la gente solo dice las cosas por decir y no porque en realidad las sienta. No se ponen en tu lugar y se ponen a pensar que tal vez tú no quieres un sermón y solo quieres que te escuchen y que te abracen aunque sepan que no te gusta que te abracen. Si tan solo entendieran que, si no te dejas abrazar, es porque sientes que entonces vas a explotar y no sabes si en algún momento vayas a poder dejar de llorar. No sabes si en algún momento serás capaz de salir a la luz y dejar de sentir que alguien está presionando su pie contra su pecho, que te apuñalan en el estómago, que estrujan tus pulmones y que tu corazón simplemente ya no tiene ganas de latir. Me doy cuenta de que conozco la razón de mi cansancio, pero el cansancio es demasiado como para encontrar la manera de solucionar todo lo que me aqueja.

Estoy harta. De verdad que no puedo más con este hastío que parece que me carcome por dentro. No puedo seguir escuchando como niegan algo que una vez me dió un poco de consistencia, que una vez le dio un poco de sentido a todo lo que hago. Las manías, los rituales, el insomnio, el sentirme desolada. El que traten de negar estos pilares que al menos parecían haberme sostenido un rato, aún cuando no debieran estar ahí y nadie me hubiera dicho qué hacer con ellos, me sostenían, y llega alguien que ni siquiera puede recordar la historia completa a tratar de negar todo. Llega a hacer lo mismo que te dice que no hagas. Los descalifica. No se da cuenta que es en lo que te puedes apoyar cuando piensas que estás al borde del abismo.

10 Avril 2020 19:22 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

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