Sola, ella está sola. No sabe de dónde viene pero si a donde va. Partiendo de un lugar desconocido se desliza delicadamente sobre una suave superficie. Marcha sin detenerse pues no tiene nada que perderse. El camino está lleno de recuerdos, recuerdos que han dejado marcas en el tiempo y en el cuerpo. A la gente no le gusta este tipo de memorias, dicen que son feas, desagradables. Incluso gastan millonadas solo para ocultarlas, pero ella no. Ella no las odia porque para ella son memorias de lo vivido. Una a una las recorre, las toca, las vive, son de ella de nadie más.
Recordando va en caída libre viajando por un mundo de recuerdos que se van proyectando como películas dentro de un gran túnel. De repente la lucidez se hace presente y se pregunta: ¿por qué estoy aquí? Esta parece ser una vida hermosa, entonces ¿por qué me ha llamado? ¿Por qué he sido producida?
La lágrima sabe que su dueña tiene roto el corazón, sin embargo ha sido feliz. A pesar de los obstáculos, a pesar de las dificultades. Bajando hacia el fin encuentra otras como ella, muchas más. Angustiada la lágrima frena su curso en medio del rostro, no quiere abandonar el cuerpo de aquella que una vez llegó a ser la mejor bailarina de todas. No quería irse sin saber que era lo que le causaba tanto dolor.
Mirando más allá del cuerpo encontró un cuarto iluminado donde había unas cuantas personas. Sus rostros estaban marcados por la tristeza. Todos miraban a la mujer esperando algo, esperando el momento. Fue allí que la lágrima lo comprendió todo. Era el fin. Con tristeza se dejó caer, recorrió sus mejillas con mucho placer pues conocía muy bien los sentimientos de la mujer. Bondadosa y generosa era poco para describirla. ¿Cómo no saberlo?
A pesar de estar simplemente compuesta de ese líquido salado que apenas había sido producido hace unos pocos segundos en los lagrimales de la dulce mujer, ella la conocía muy bien porque venía de su corazón, un corazón puro de esos de los que ya no hay. Y las lágrimas que vienen del corazón son las más sinceras.
La lágrima tuvo una corta vida pero fue una llena de oleadas de las emociones más profundas, las más bonitas, las más conmovedoras, las más tiernas. Y así la lágrima se dejó caer hasta el fin, rodando se deslizó por la esquina de la boca justo antes de que la mujer dijera: Gracias.
Sí, las lágrimas son efímeras pero los gestos son para siempre.
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