Celene despertó y se mantuvo en silencio. Había dormido plácidamente durante toda la noche, sin embargo no recordaba haber soñado nada. Hacía ya mucho tiempo que no soñaba. Suspiró y se puso de pie estirando sus enormes alas negras. Con paso lento avanzó hacia la salida de la cueva. Un rayo de sol iluminó débilmente su rostro haciéndola sonreír. No le gustaba la oscuridad.
-Sin embargo, aquí estoy segura- se dijo. Afuera hacía un día precioso. Celene aspiró fuerte y llenó sus pulmones con el aire cargado de rocío. Sin pensarlo dos veces alzó el vuelo alegremente. El batir de sus alas agitó las copas de los árboles como una ventisca. Celene sobrevoló el inmenso bosque y súbitamente se dejó caer en un lago. Se sumergió en las aguas cristalinas que la hicieron sentir como nueva. Tiempo después mientras secaba las plumas de sus alas, subida en lo alto de un frondoso árbol, escuchó un ruido que la hizo sobresaltarse. Contuvo la respiración y esperó oculta entre el follaje. De entre los árboles salió una niña que corrió torpemente hasta caer justo bajo el árbol donde Celene se hallaba. Un grupo de chicos la seguían. Al verla tendida en el suelo dejaron de correr y avanzaron despacio hacia ella.
-¿A dónde crees que vas, Isabel?- preguntó burlón uno de ellos.
- Déjame tranquila Marcos- dijo la niña mientras se ponía de pie- O se lo digo todo a mi padre-.
- Tu padre es un cobarde- replicó Marcos y la empujó con fuerza. Isabel cayó al suelo nuevamente. A su alrededor todos rieron.
-¡Mi padre no es ningún cobarde!- gritó furiosa y lanzó al aire varios golpes. Marcos los esquivó todos y casi sin esfuerzo logró agarrar a la niña por la muñeca.
-Escapó de la guerra- dijo el niño y le apretó el brazo con fuerza- ¡Es una basura!-
-Volvió para enterrar a mamá- replicó Isabel con voz ahogada por la rabia y el dolor-¡Mi papá no es un cobarde!-
Desde su escondite Celene observaba la escena con curiosidad. Era la primera vez que veía a los humanos desde tan cerca.
-Son jóvenes- pensó –Crías.-
Se movió para poder ver mejor, pero al hacerlo una de las ramas que la ocultaban se quebró y cayó justo al lado de los niños que miraron sorprendidos hacia el árbol. Sabiéndose descubierta Celene se incorporó y extendió sus alas frente a los muchachos que aterrados huyeron a todo correr. Solo Isabel pareció no asustarse. La pequeña se puso de pie con dificultad y se quedó inmóvil con las manos apretadas en el pecho. Celene bajó del árbol y clavó su mirada en Isabel.
-¿Por qué no huye de mí?- pensó. Fue entonces que vio los ojos de la niña y supo lo que ocurría.
-No puede verme- se dijo y sintió deseos de acercarse un poco más, pero la mano extendida de Isabel la hizo detenerse.
-Se que estás ahí- dijo la niña ciega y con sus dedos rozó una de sus alas -¡Alas! ¡Eres un ángel! Viniste a rescatarme de Marcos y sus amigos ¿Verdad?-
La niña se acercó un poco más, pero Celene alzó el vuelo.
-¡Espera, no te vayas!- gritó Isabel y luego añadió – ¡Vuelve mañana, voy a estar aquí esperándote!-
Celene se marchó, no sin antes ver como la niña caminaba, por un sendero que llevaba directo al pueblo, usando un bastón de madera para guiarse.
Esa noche casi no pudo dormir. Sola en la oscuridad de su cueva, pensaba en la niña. Aunque ella no entendía el lenguaje de los hombres, la sonrisa amable de la pequeña y su dulce voz parecían sinceras.
-No se parece a los humanos que yo recuerdo- pensó Celene y como antiguos fantasmas invadieron su mente imágenes de tiempos pasados. Tiempos de desesperación y muerte. Cuando los hombres perseguían a su gente para exterminarlos y los obligaron a ocultarse bajo tierra, donde poco a poco fueron muriendo, añorando el cielo y las nubes. Celene se acurrucó y cerró los ojos intentando dormir. Se sentía terriblemente sola.
Por la mañana, despertó bien temprano y salió de la cueva en busca de comida. Cazó un jabalí salvaje, el cual devoró con apetito. Luego arrojó los restos en un acantilado cercano, para así mantener alejados de su cueva a los animales carroñeros. Como todos los días, lavó su cuerpo en el lago de aguas cristalinas y luego echó a volar. Llevaba un tiempo surcando las nubes, cuando descubrió que había regresado al sitio donde ayer encontrara a la joven humana. Se sintió un poco molesta. Había prometido a sí misma que jamás volvería a aquel lugar. Temía ver nuevamente a la niña, o peor, encontrase cara a cara con otro humano. Fue entonces que la vio. Sentada en un tronco caído estaba Isabel. Celene pensó marcharse, pero un sentimiento extraño, que latía con fuerza en su pecho, la obligó a descender justo frente a la niña. -Sabía que volverías- dijo la pequeña y avanzó hacia Celene, que sorprendida retrocedió unos pasos.
-No tengas miedo, me llamo Isabel. ¿Cuál es tu nombre?- La niña acarició con la mano las plumas de sus alas. Celene sonrió y se acercó a la pequeña. La olfateó con curiosidad.
-Para, me haces cosquillas- dijo riendo Isabel y cayó sentada en el suelo. Luego se puso de pie y pregunto:
-¿Quieres ver algo especial? Vamos te voy a llevar a mi lugar favorito en todo el mundo-
La niña echó a andar seguida por Celene, que vigilaba el camino temiendo que su compañera tropezara. Pero Isabel avanzaba sin dificultad, siguiendo un estrecho sendero que serpenteaba por el bosque. Marcharon durante un rato, hasta llegar a un prado cubierto de flores.
-¿Es hermoso, verdad? Me encanta el olor de estas flores- dijo la niña y se sentó en el suelo. Celene cerró los ojos y aspiró el agradable aroma que la brisa llevaba de un lado a otro.
Pronto llegó la tarde y las dos continuaban tendidas en el prado. La niña hablaba sin parar y Celene la escuchaba. La voz de la pequeña le hacía sentirse bien.
-¿Tú no puedes hablar, verdad?- preguntó de pronto Isabel y luego añadió- No te sientas mal, yo nací ciega. Papá y mamá siempre han cuidado de mí, aunque ahora solo somos papá y yo.-
Celene vio como el rostro de su amiga se ensombrecía durante unos segundos, para luego volver a iluminarse con una sonrisa.
-Estoy segura que mamá está en el cielo- dijo la niña y apoyó su cabeza en el pecho de su compañera- Ella debe haberte enviado para que me cuides-
Celene miró al cielo. Quería quedarse más tiempo allí junto a Isabel, pero ya pronto atardecería y no deseaba que su nueva amiga marchara a su casa tan tarde, así que pasó una de sus alas por la cabeza de la niña despeinándole los cabellos.
-¡Oye, que haces!- gritó Isabel y al instante soltó una carcajada. Cuando paró de reír se puso de pie y comenzó a acomodarse el pelo.
-Tengo hambre- dijo de pronto tocándose la barriga- Debe de ser tarde ya. Será mejor que me vaya antes de que papá se preocupe. El me deja jugar sola porque sabe que me conozco el bosque mejor que nadie, pero si me demoro seguro viene a buscarme.-
Celene se sorprendió cuando la niña le abrazó.
-Nos vemos mañana ángel- le dijo y se fue por el mismo sendero por el que habían llegado.
Esa noche Celene soñó por primera vez en mucho tiempo. En su sueño volaba junto a su nueva amiga por sobre las copas de los árboles y reían mientras la brisa les acariciaba el rostro. Despertó animada, sabía que si continuaba viendo a la niña corría el riesgo de encontrarse con otro humano, pero en su interior sentía que valía la pena arriesgarse. Los días pasaron y las dos amigas continuaron viéndose casi todos los días. Isabel compartió secretos y relató historias a su compañera, que escuchaba encantada sin comprender ni una sola palabra. Por su parte, Celene llevó a su amiga al río donde nadan los peces de plata y la brisa en los árboles murmura cánticos en la lengua olvidada del bosque.
Una tarde mientras recogían flores en el lugar favorito de Isabel la lluvia las sorprendió. El cielo se llenó de pronto de negras nubes de tormenta. Las dos amigas se refugiaron en los árboles cercanos. La niña se acurrucó junto a Celene temblando de frío. Su compañera la cubrió con sus alas y las dos se durmieron profundamente. Pasaron las horas y cuando la tormenta comenzaba a amainar el ruido de unos pasos las despertó. Un hombre marchaba por el bosque. El recién llegado llevaba puesto un manto sobre la cabeza para protegerse de la lluvia.
-¡Isabel!- gritó el hombre y apretó con fuerza el abrigo de lana que llevaba en la mano. Celene se sobresaltó. Estaba muy cerca.
-Papá- dijo la niña y entonces el hombre las vio: Isabel sorprendida, temblando de frío y Celene detrás, con la mirada fija en él. El abrigo de lana cayó al suelo. El recién llegado empuñó un hacha que llevaba colgada en el cinto y corrió hacia Celene gritando como un loco.
-Espera papá, ella es mi amiga. No le hagas daño, es un ángel.- dijo la niña, pero ya el hombre la sostenía por el brazo y la colocaba tras él con ademán protector. El hacha cortó el aire varias veces. Celene alzó el vuelo esquivando el ataque y vio con tristeza como su amiga gritaba, agarrada del brazo del hombre. Celene comprendió.
-¡Fuera de aquí!- lo escuchó gritar mientras volaba. Miró hacia atrás una última vez solo para ver al hombre abrazar a Isabel, que no paraba de llorar.
Los días pasaron y Celene no salía de su cueva.
-Tal vez ella ya me odia- pensaba y recordaba entonces los ojos del hombre del hacha, llenos de miedo y odio. A su alrededor la oscuridad se hacía más intensa y amenazaba con devorarla.
Una mañana decidió por fin abandonar su refugio. Alzó el vuelo y sobrevoló el bosque en busca de comida. Mientras devoraba su cena escuchó un ruido. Un grupo de hombres se acercaba armados con toscos azadones de madera. En cuanto la vieron quedaron inmóviles. Celene los vio temblar y retroceder lentamente. Extendió sus alas y alzó el vuelo mientras los hombres huían aterrorizados. Regresó a su cueva y decidió que pronto tendría que marcharse. Los humanos habían llegado demasiado cerca de su escondite.
-Vendrán más y me buscaran para matarme. Ya no estoy segura aquí- pensó -Es mi culpa. No debí acercarme jamás a esa humana-
En los días que siguieron Celene se preparó para el viaje. No sabía a dónde ir, solo que debía alejarse de allí. Sin embargo, no conseguía olvidar a Isabel. Por eso decidió regresar una vez más al sitio donde conoció a la niña. Sabía que era imposible, pero tenía la esperanza que quizás su amiga estaría esperándola con una sonrisa.
Subida en la copa de un árbol Celene suspiró con tristeza. El lugar estaba vacío. Tal como creía, la niña no estaba ahí y por más que quisiera jamás volvería a verla. Estaba a punto de marcharse cuando escuchó un grito. Una joven corría perseguida por un par de hombres armados. La mujer cayó al suelo y uno de los hombres se le abalanzó. La chica gritaba y forcejeaba con su atacante que le arrancó el vestido, dejándola semidesnuda en el suelo. El otro hombre se les acercó y bostezando se sentó sobre una roca muy cerca del árbol donde se ocultaba Celene.
-Termina rápido con ella- dijo – No quiero toparme con un monstruo -
-No seas idiota- replicó su compañero y de un fuerte golpe dejó a la chica sin sentido en el suelo. – Este es un pueblo de campesinos estúpidos y muertos de hambre. Esa criatura del bosque es solo un montón de basura.-
-Tienes razón, esta gente no tienen ni la mitad del dinero que ofrecen de recompensa por la cabeza del monstruo. Probablemente vieron cualquier mierda en el bosque y se asustaron.-
El hombre encima de la joven soltó una carcajada mientras se bajaba los pantalones.
-¿Te acuerdas de la cara de demonio que puso el capitán, cuando se enteró que no había recompensa?- dijo y tanto él como su compañero se rieron. Desde su escondite Celene observaba toda la escena. Las voces desagradables de aquellos hombres y los quejidos ahogados de la joven que comenzaba a volver en sí, hicieron que algo dentro de ella despertara. En su pecho ardió una intensa ira. La mente se le nubló, llenándosele de imágenes. Vio a su gente muriendo en la oscuridad, a la humana sobre la hierba atacada por su propia raza y durante unos instantes distinguió también el rostro de Isabel, ensangrentado como el de la chica que yacía justo frente a ella. Celene dejó escapar un grito de rabia que resonó en el bosque y dejó paralizados a los dos hombres. Se abalanzó sobre ellos y con sus garras los hizo pedazos sin esfuerzo. Las alas negras de Celene se extendieron protegiendo con ellas a la joven que la miraba temblando de miedo. Más allá de los árboles se elevó una oscura nube de humo. Celene alzó el vuelo y fue directo hacía allí. El hogar de los humanos estaba siendo atacado. Su amiga estaba en peligro.
Los mercenarios habían invadido el pueblo. Llegaron dispuestos a cobrar la recompensa que se ofrecía por la cabeza de la bestia alada que rondaba por el bosque, o al menos eso fue lo que dijeron, ya que muy pronto cambiaron de parecer y decidieron saquear el lugar. Sacaban de sus casas a las familias y tomaban todo lo que encontraban de valor. Las mujeres y los niños lloraban, mientras el fuego devoraba lo poco que les quedaba. En un extremo del pueblo un grupo de hombres se defendía del ataque. Estaba armados solamente con toscos instrumentos de labranza pero habían logrado hacer retroceder a los mercenarios. Luchaban con la fuerza de quién protege a aquellos que ama. A la cabeza del grupo estaba un hombre que empuñaba un hacha y luchaba con la maestría de un guerrero veterano. De vez en cuando alzaba su voz y los campesinos que le seguían parecían perder el miedo por un instante. Sin embargo la pelea era desigual, el pequeño grupo no resistiría mucho más el ataque de los mercenarios, que liderados por su capitán hicieron llover flechas ardientes sobre el grupo. El hombre del hacha ahogó un grito de dolor cuando una flecha se le clavó en una pierna. Sus enemigos aprovecharon para lanzarse sobre él pero una oscura sombra que descendió del cielo los detuvo. Varios mercenarios cayeron muertos víctimas de las garras de Celene que se interpuso entre ellos y el herido. La recién llegada lanzó un furioso grito, agitando con fuerza sus alas. Un viento surgió de pronto y los mercenarios retrocedieron. Tensaron los arcos y lanzaron varias flechas ardientes, pero los proyectiles se desviaron incendiando las casas alrededor de Celene que ahora era solamente un vendaval de ira. Varios mercenarios cayeron al suelo arrastrados por el furioso viento y ella aprovechó entonces para eliminarlos casi sin esfuerzo. Aquellos que quedaron vivos huyeron aterrorizados. Celene respiró hondo y la calma la invadió. Lanzó una mirada a los campesinos que temblaban a su alrededor y descubrió que el hombre del hacha no estaba ahí. Lo vio caminar con dificultad hacia una casa que ardía. El fuego de las flechas de los mercenarios se había extendido y aquella vivienda era presa de las llamas. En su interior escuchó una voz conocida. El hombre dejó caer el hacha y corrió entonces hacia el fuego, pero varias personas lo agarraron impidiéndole entrar en la vivienda que se había convertido en una trampa ardiente.
-Mi hija está adentro- gritaba, con la voz ahogada por las lágrimas.- ¡Suéltenme!-
Celene ni siquiera pensó. Alzó el vuelo y se lanzó hacia las llamas. Durante unos instantes solo reinó el silencio, roto solamente por el crujido de la casa que terminó por derrumbarse. El padre de Isabel cayó arrodillado, gritando de tristeza y dolor. El fuego se apagó por fin y fue entonces cuando surgió Celene que extendió con dificultad sus alas rotas para que Isabel, acurrucada en su pecho, pudiera respirar. La niña tosió y rompió a llorar.
-¿Estás bien ángel? Tus alas están….- preguntó la pequeña, pero ya estaba su padre allí, abrazándola con fuerza.
-Estoy bien papá, no llores. El ángel me salvó, no es un monstruo como todos decían. Está lastimado.-
El hombre dejo ir a Isabel que apoyó su cabeza en el pecho de Celene.
-Vas a ponerte bien, yo voy a cuidarte-
La voz de la niña le llegó a su amiga como un susurro lejano. Celene, la arpía, sintió que poco a poco se elevaba, y aunque sabía que sus alas estaban rotas pudo ver el cielo y las nubes, mientras volaba hacia la luz. Alejándose cada vez más de la oscuridad.
Merci pour la lecture!
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