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Follar sobre secano

Éste es otro relato de la misma colección, La Caída de Ícaro: PDF (click aquí).

Follar sobre Secano.


Sobre la niebla profunda proyectada sobre los páramos, intentó divisar un vestigio de una aspiración. Luego, suspiró como si fuera a echar el alma: intentando hacerla exhalar y llegar a algún otro lugar. Se hubiera disgustado de haber salido de aquellas tierras, de los yermos cenicientos, los ondulantes amarillos y las verduras verde oscuras, de la Tierra de Campos. Se había vuelto un anciano de treinta tacos a causa de su espíritu campesino. Había dejado de estudiar a los dieciséis, había centrado su mente en trabajar por esa misma edad, y, por supuesto, se había marcado como meta odiar cualquier otro centímetro de tierra fuera de allí. Se había acostumbrado a ver a la misma gente, la misma actitud, la misma filosofía («esto siempre fue así»), y es difícil mantener una forma de vida diferente cuando el ambiente prefiere una estúpida aurea mediócritas que nunca existió. Paletos encabezonados y disolutos panfletistas devoraban las tertulias y hasta las energías de la comunidad: nada como aquello, ni siquiera en el Edén, había en aquellas tierras según estos doctos.

Odiaba aquel tiempo de nieblas otoñales. Todo parecía denso y más frío, como si un aire metafísico ensordeciera la estética sobria del campo que se idealizaba. Tenía un toque de filósofo rural en el fondo. Prefería aquella sobriedad enseñada generación tras generación, como la de dar golpes sobre la mesa cuando alguien te quita la razón, gruñir en el momento en que no te salen las cosas, y sobre todo, dar al traste al discurso y a la dialéctica general cuando no le conviene al interesado. Para él, en fin, el mundo se dividía en 'paisanos' y 'forasteros'. Estaba resentido con los segundos, aunque sabía que tenía que lamerlos el culo. La niebla, como los vascos maquetos que iban al pueblo, tenían la impertinencia de dar por culo, digo al traste, mejor dicho, lo jodían, le petaban su esfínter, con sus asuntos ciudadanos. Le habían acostumbrado a la hostia 'bien da'h'. Y como no podía ejercer su dominio sobre el tiempo meteorológico, pues escupía sobre el césped: por si su saliva subía y le daba en la cara a las nieblas. Le hubiera dado gusto; el caso es que la física no funcionaba así, ni la química se regía por transformaciones como las que deseaba; quizás, todo era por falta de escuela.

Paseó por el camino de arena arrastrando los pies, enfurruñado con el tiempo, con el país, con Cataluña y no sé quién más. Podría haber hecho toda una lista de cosas que le cabreaban: los impuestos, el Estado, Hacienda, la mujer del Flaco, las tetas de esta mujer, las feminazis, las nuevas tecnología, el PSOE, Podemos, el PP y la corrupción, Cataluña, los vascos, su primo el 'tontolaba', la hija del Alcalde que estaba buena y además es idiota pero con puesto político (y sobre todo buenorra, idiota y no entre sus manos), etc., etc. Los vagos que están el paro. El mal tiempo. El inmenso calor, aunque no es el caso. La niebla. Las heladas. El no encontrar pareja. Los gays. Los guajes gilipollas. Los adolescentes. Las subidas de impuestos. Las noticias. Sólo de pensar en alguna cosa de éstas, fuera remota, le ponía en el ring y habría repartido unos golpes de valiente. Lo llamaban por ahí «el Malababa» o «el Escocido», «el Reprimido» los más doctos, «el Farrullero» los borrachos, pero por lo general «el Trastorna'o». En menor medida, «el Malfolla'o».

— ¿Cuándo te vas a coger moza, chaval? —le preguntaban, amargándolo más. Además, les encantaba hacer sonar sus palabras con aires de pueblerino para incidir que él lo era. Eso, por supuesto, le jodía aún más. Era idiota, pero no gilipollas.

Los demás, con malas o buenas intenciones, lo agobiaban y le enfadaban cada vez más. Pensarlo le amargaba aún más. Se enfadaba más y más y se iba enfadando hasta el punto que se amargaba la existencia. Ponía sus pies más duros sobre el suelo: creído una excavadora que deseaba quitar toda la arena, arrebatársela al resto y destruirlos a base ¿de...? De odio. Odiaba, odiaba, y odiaba. Su función principal podría haber sido el odio. Su vida se fundamentó en la fuerza basada en aquella energía: el enemigo, el rival; el vecino, el que te quita algo; el extraño, que no conoces y te podría arrebatar también algo; el raro; el diferente; el que se fue fuera; la mujer que podría engañarte, tenerla celos, desearla y traicionarte; y hasta el granizo parecía lanzarlo Dios, por lo que a veces le volvía ateo. ¿Quién si no, podría aguantar a un cazurro cuya herramienta para sobrevivir es matar lo que no tiene? Si no tuviera cosecha, haría una matanza anticipada, y si ni hubiera "ese algo" dentro de su vida intentaría matar las energías o la voluntad del vecino. —Sí, era lo que ahora llaman los gurús como individuos tóxicos.

La amargura era tan fuerte que le llevaba por los hombros y lo arrastraba de bar en bar, de taberna o tasca que pudiera pillar, en el pueblo o alrededores, y la gente huía cuando lo veía. Los camareros, los dueños e incluso los propios clientes habituales, o lo intentaban domar, casi imposible en sus peores crisis, o lo expulsaban a base de gritos. Era ésa su rutina más que habitual. La gente ya pensaba que tenía ida la chota y necesitaba un siquiatra, con lo que costaba a aquella gente, dejada de las complejidades síquicas, aceptar una demencia facultada por la Medicina y dejársela en sus manos. Nunca le habían metido en el cuartel de la Guardia Civil, pero porque se cuidaba mucho; además, sabía, cual camello, ceder a la autoridad, bien enseñado él; y, por otro lado, la mayor parte de las veces sólo llegaba a la verborrea, literalmente a echar espumarajos verbales que se asemejaban a lapidaciones que sepultaban las mejores verbenas.

Así, aquellos días no había cumplido con su habitual ronda, como hasta entonces tenía acostumbrado: antes de ello había tenido una buena dosis por pueblo, alrededores y más allá, adquiriendo fama hasta fuera de la propia comarca como tal, lo que le agotó. La gente se había alarmado, aunque no mucho. Algún malhablado dijo que se había cascado una paja, otro que se había costeado una señorita de compañía (cosa que había hecho más de una vez, aunque menos de lo que pensaban), y muchos más que se había matado con la cosechadora al enfadarse con ella, seguramente pensando que era una mujer y no le escuchaba sus pleitesías... Cada uno conjuraba una idea cada cual más alocada, estúpida, pero sobre todo más hilarante. Es de esas cosas de pueblo que suelen suceder y alegran y dan vida a una rutina sobria y aburrida.

Iba por un camino poco transitado y nadie lo veía. Llevaba un tiempo deambulando todos los días por ahí, a esas mismas horas. Le encantaban las costumbres, al igual que madrugar y hacer el borrico. Curiosamente, desde que andaba así las cosas le había ido mejor: más dinero, menos problemas. La cuestión es que la ira se iba y se sentía incómodo: no podía vivir sin ella. ¿Y qué iba a hacer pues? ¿Acaso se podía vivir en un mundo sin odiar, cuando todo era odiable, todo era un posible objetivo y enemigo...? ¿Era posible una realidad en donde no era odiable todo y cualquier puñetera cosa, simplemente por existir? Se había ganado ya esa fama, ¿para qué cambiar? ¿Acaso esas tierras verdosas, el río que discurría sereno, los árboles ya decadentes, iban a transformarse en lo que no eran? La naturaleza era la que era. Punto. Los cangrejos no dejarían las veredas del río (salvo si el cambio climático, la caza indiscriminada o el americano lo devoraban). La dura vida del campo no dejaría de ser ruda, dura, cruda, puta...

Casi al llegar al pueblo, se dejó caer sobre las raíces de un pino e intentó disfrutar de la calma. Durante su niñez había sido muy agradable su vida entre aquellas ramas, su recogida de boletus, 'nícalos', y otras setas, las actividades cinegéticas menores... Su pequeño mundo ideal se podía describir en los recuerdos de una vida activa y primitiva entre los árboles. Le encantaba coger del pinar los piñones y hasta trepar con malas dotes por cualquier árbol. Aquella vida ya no existía. Ni siquiera le hacía ya feliz. No se reconocía. Ahora era una calcomanía. Un individuo sin referencias, amargado, y sin aspiraciones. No hay nada peor en la vida. Y para él tampoco lo había. Podría haber sentido lástima de sí mismo. Ni siquiera eso. Se odiaba. ¡Hasta él mismo se odiaba! ¡Caray!, ¿acaso al menos no sería agradable echar las culpas al resto...? Ya no tenía ni esa bendición.

Sus pies volvieron a arrastrarse, tornando hacia la población. La pequeña muestra de civilización le ponía de malhumor, pero por un día le hizo una tregua. Quizás le haría tornar el humor a otro estado diferente, y volver a lo mejor a su rutina. Sin cambios, eso sí. Y estaba agotado, ¡agotado de sí mismo, paleto y descerebrado! La gente lo miraba, lo fisgaba, ¡lo odiaba!, y... también se apenaba. Eso último le daba aún más ganas de salir corriendo, de potar, o de morderse las uñas ya que ni tenía fuerzas para arremeter a otro ser vivo que a sí mismo. Tenía ganas de llorar, y le reventaba. Su alma iba a explotar por dentro, por aquella humillación, ¡esa deshonra! ¡Esa gente sí que no tenía vergüenza riéndose de él! ¡Tanto trabajo para ser humillado! —Desconocía cómo funcionaba el mundo realmente, aislado en su burbuja de rabia rural—. Tuvo que comerse el orgullo y la honra. Lo primero podía hacerlo, lo segundo le podía a él; pero no quedaba otra. Eso sí que lo hacía sufrir: ¿acaso el legado era lo único que le quedaba?

Fue caracoleando por las calles del pueblo, alma en pena. Sus ruiditos iban creando leyenda y todo: el difunto no difunto en una pena enrabietada, podría haber sido su esquela de "no muerto". La gente llegó a insinuar que se moriría de verdad: no sería el primero en morir de pena, que su tía ya lo había hecho cuando murió su marido en un viaje —aunque en la intimidad se decía que se fue a Brasil...—. Paseó así por toda la fisionomía arquitectónica de la villa hasta llegar por cansancio al centro de la Plaza y verse rodeado de gente saludándolo para saber qué le pasaba. El populacho quería informarse: allí el Telecinco era el rumor y la fanfarronería. Una picaña de tahúres de pueblo. Entre ellos llegó una andaluza, que no llegaba a los treinta, forastera, y le soltó:

— ¡Oye, si te tuvieras mejor 'follao' se te pasaría la depre! Ofú, el apollardamiento se te quita echando un polvete, chato. Ojalá todos los males vinieran de la polla, y no... ¡Ah! —se cortó—, veo que ya me echas... con la mente, nene. No te me pases. —Y se echó a reír al lado suyo como una loca.

— ¿Qué dices, chiquita? —se enfadó.

— Chiquilla nada, niño; que las tengo bien puestas, y el coño, no de oro, pero tiene el valor casi del oro... —Se fue, con sus lindezas, y él se quedó 'apollardado' pensando en la andaluza. Aquella muchacha, días antes, ya era de notar, pero en aquel día tan disoluto de ánimo se la quedó mirando y la gritó:

— ¡Tú, perdida! —la llamó con no mucha arte—. Te voy a decir cuatro cosas...

— Ja, ¡a mí, cipollo! Niño, primero aprende a vocalizar y luego me das un repaso... Donde tú quieras, te digo, eh... —Ambos se acercaron y se pusieron bastante cerca, aunque con algo de distancia nerviosa... Ella notó su crispación enseguida. Podía percibir cierto deseo, que él mismo intentaba mitigar en la ira. Le hacía gracia. Era un pobre infeliz—. Ya te gustaría probarme, nene.

— ¡Ya! Creo que tú también a mí, si supieras...

— Eres un bocazas, o como dicen aquí: un bocachancla. Tú, un 'boquichancletica'.

— De bocazas nada.

— Me haces gracia, nene —y se echó a reír como una loca, mientras lo veía enrojecerse y sin poder mover un músculo, las manos o la cabeza—. Eres divertido. Te echaba un polvo. No sé si me durarías, pero... sería divertido, eh.

Él se quedó entonces mudo y sin parpadear sobre su cuerpo. Era mullida, de pechos grandes y como peras, morena y alta para ser una mujer del sur (o al menos como se la imaginaba él). Sólo con la mirada había conquistado a los guajes jóvenes del pueblo y los tenía locos sexualmente, aunque sus experiencias con ella fueran buenas, malas, excelentes, regulares... Era ya un mito del pueblo en el sentido amplio de la palabra. Aquel mito corporal algo satanizado por las puritanas, en toda su potencia, estaba planta'o delante suyo a punto de echársele al cuello y follárselo ahí mismo. Se le ponían de corbata y estaban a punto de colgársele en su nuca como un collar.

— ¡Vaaaaya!; alguien se ha cortado —y se volvió a soltar unas risas más traviesas. Entonces le dijo:— Ven, te voy a llevar a un sitio. —Le cogió del brazo y le trajo hasta su casa. Se dejó.

Cuando pudo reaccionar, analizarlo y pensarlo siquiera, estaba en su habitación con ella desnuda, y sobándolo, hasta desnudarlo, dejándose hacer él y la otra intentando liberarlo. Estaba a falta de práctica después de un tiempo de barbecho y solo en el campo. De pronto saltó sobre ella y volvió a reírse como una loca. La sobó enterita, la lavó con la lengua y cuando acabó de sobarla y besarla, acariciarla y chuparla, ella estaba encantadita de que se lo hiciera. Entonces ella le cogió la mano y le empezó a hacerle tocar su vagina, de arriba abajo, paseándose por el clítoris y ladeando al interior después para intentar decirle que se la metiera. No lo hizo, pero no estuvo mal cuando la comió los pechos. Andaba hambriento. Acabó por ponerle ella un condón de su mesilla y terminó no mucho después. Estaba ansioso. Rápido y algo cutre para ella, era suficiente para el que ya no estaba 'malfollao'... O al menos en teoría. Sus dedos jugueteaban aún con su vagina, y él entonces se sintió insultado. No podía permitirlo y comenzaron a jugar con la lengua y los dedos de él. Al terminar ella, ambos al menos estaban satisfechos.

El enrrabietado pensó que a lo mejor la vida tenía un poquito de amor, aunque fuera gracias a una concha bien lubricada. Posiblemente sería parte de aquellas pequeñas cosas que dicen que hacen feliz a uno. No lo sabía. Solamente se dijo que por una vez en mucho tiempo se sintió feliz a tal punto que no recordaba cuándo estuvo antes así. Una sensación aliviadora recorría sus venas, tal como una buena ducha tras una buena sudada. Estaba bien purificar el cuerpo de aquella manera tras aquel duro secano sin lluvias. Después de eso tendría que germinar algo bueno, ¿no?

31 Janvier 2020 13:04 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

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