israel-s-pestana Israel S. Pestana

Una tierra donde la práctica de magia es un delito capital. El Imperio de Ghwin ha gobernado durante años en el continente de Dyeris con mano firme y persiguiendo a magos y criaturas mágicas. La razón, una antigua profecía que vaticina el final del Imperio a manos de la misma. Un joven custodiado por un mago, una región a punto de ser atacada con todas las fuerzas del Imperio y la búsqueda del último superviviente de una raza aniquilada. Los cuernos suenan, los escudos chocan, las lanzas se quiebran, comienza la tormenta…


Fantaisie Épique Tout public.

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Mar en calma

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Mar en calma

Dáriel comenzaba a ocultarse en el horizonte cuando la costa de la isla de Nubla se alzaba a sus ancianos ojos azules, bajo su capa de viaje y sosteniéndose en su bastón de sauce, Rhaidifax sentía que se acercaba cada vez más a su objetivo. En días anteriores no había podido dormir, cada vez que cerraba los ojos veía la agonía, la angustia y la muerte, la prisa era su primer pensamiento, necesitaba con urgencia llegar a la isla antes que ellos, si no lo hacía, quizá no podría perdonárselo en la vida. A pesar de que La Dalia Negra estaba considerado el navío más veloz del océano de Orde, no podía evitar que su corazón se encogiera de temor al pensar que llegaría tarde. Con el paso de los días y sus noches una sombra crecía cada vez más en su interior, por vez primera Rhaidifax sentía el miedo.

No se había movido de la cubierta desde que salieran del Puerto de Dareshka y de eso hacía cuatro días. En realidad había tenido suerte en encontrar a Ragarast, el contramaestre de La Dalia Negra cuando se dirigía al puerto en busca de transporte. No pensaba que el navío hubiera fondeado en la imponente ciudad después del incidente que su capitana hubiera tenido con el jefe de puerto varios meses atrás, pero como comentó Ragarast: el Gobernador de la ciudad, Glabber, nunca se atrevería a decir que no a las exquisitas mercancías que La Dalia Negra siempre descargaba en sus muelles. El contramaestre, que conocía muy bien la estrecha amistad que había entre Rhaidifax y su capitana, no dudó en llevar al necesitado anciano a bordo del navío. En todo el tiempo que había estado allí, el viajero solo había hablado con la capitana para indicar su destino y la urgencia de su viaje. A la capitana, una mujer misteriosa a la cual muy poca gente había visto su rostro porque siempre lo cubría con un pañuelo de color lavanda, le bastó solo unas horas para tener todo preparado para zarpar y dar órdenes de maniobra.

Y allí estaba él, perdido en sus temores, dejando que la ansiedad creciese en su ser, esperando una respuesta desde lo más profundo de su alma, una respuesta que no podía encontrar. De pronto sintió una presencia, una compañía que conocía muy bien y que además siempre le dio seguridad y armonía.

—Espero no sea demasiado tarde –dijo ella con ese acento tan suyo colocándose a su lado. —Ha sido una travesía tranquila y la velocidad ha sido óptima.

—Aún tengo la sombra de la duda en el corazón Kalisha –respondió él.

—No dejes que la luz abandone tu alma viejo amigo. No te lo había preguntado antes porque creo saber el motivo de la premura de tu andanza, pero… tan solo quiero saber, qué hay de cierto en mi intuición en cuanto a lo que buscas.

Rhaidifax suspiró profundamente antes de contestar, con los ojos aún en el horizonte dijo:

—No se te puede engañar amiga mía. Siempre fuiste muy curiosa. Hace siete días tuve un sueño, fue algo que hizo temblar hasta a mi propio corazón, al despertarme sentí como la magia se estremecía a mi alrededor, sabes muy bien lo que eso significa… y emprendí el camino hacia Dareshka sin saber que allí me encontraría con tu barco, la verdad es que tuve suerte en encontrarte en el puerto. Aún así sabes que siete días son suficientes para que los hayan encontrado antes que yo.

Ella lo miró a través de la pequeña cavidad que quedaba entre su sombrero de capitana y el pañuelo lavanda, buscando cruzarse con la de él. Por un momento sus ojos brillantes lo estudiaron, buscando algún indicio que delatara la veracidad de sus intenciones, pero en el rostro cubierto de arrugas no apreciaba ni un ápice de movimiento alguno, al no ver signos de qué preocuparse se quedó un momento admirando el Puerto de Bora.

—Rhaidifax, sabes que me moriría de gozo al igual que tú si encontraras eso que buscas y lo más importante, que sea el momento de desvelarlo. Pero también cabe la posibilidad de que sea una trampa. ¿No lo has pensado ya? Viejo amigo. Sabes que eres uno de los seres que habita en este mundo más buscado por el Imperio.

En esta ocasión sí que se giró hacia ella, sus miradas se cruzaron como dos caminos en un sendero perdido y tras un intento de sonrisa soltó:

—Tiene gracia que seas tú precisamente quien me diga eso, cuando en la mitad de los puertos del Imperio estás considerada más una Bruja Pirata que una Capitana de Navío.

—Unos tienen la fama… y otros el provecho –contestó con cierto tono irónico.

—Cabe la posibilidad de que este sea mi último viaje amiga mía, pero si no hubiera decidido venir, no podría perdonarme el saber que podría haber hecho algo por salvar una vida –dijo mirándola esta vez directamente a los ojos, para luego clavarla nuevamente en el horizonte.

La capitana soltó un suspiro, se dio la vuelta, ladeó ligeramente su sombrero y sin mirar hacia su amigo dijo con voz segura pero temblante.

—Tan solo pido que tengas mucho cuidado en Nubla –y siguió caminando en dirección a su camarote.

Rhaidifax se quedó quieto, notaba la suave brisa del mar estamparse en su cara, mientras su corazón latía con tal fuerza que pareciera que iba a saltar de su pecho.

A medida que se acercaban a la isla la noche fue dando paso y el frío le calaba sus viejos huesos por debajo de sus ropas, la brisa del mar se estampaba contra la barrera blanca que crecía desde su barbilla hasta el pecho. El navío comenzó a fondear en los muelles del Puerto de Bora, ningún movimiento se podía apreciar en la tranquila aldea de pescadores de la isla. Una aldea en la que quizá no se superaban los noventa y ocho habitantes, desde su posición podía apreciarse la lonja, la taberna y un edificio oficial con la bandera del Imperio; un blasón color escarlata, con una garra de dragón negra partiendo en dos un cetro dorado. «Quizá aún tenga tiempo» se esperanzó el anciano.

Una vez que La Dalia Negra diera amarre en el muelle, bajaron la rampa, Kalisha bajó junto a Rhaidifax. En el muelle esperaba el jefe de puerto junto a un soldado de la Guardia Marina Imperial.

—No tenía entendido que La Dalia Negra atracara en mis muelles. ¿Qué os trae por aquí? –preguntó el hombre gordo y calvo vestido con ropas blancas de un pulido fulgor.

—Traemos lana para comerciar en vuestra lonja. Han sido cuatro jornadas de viaje y mi tripulación necesita comida, ron y descanso –contestó ella.

El hombre sonrió tras su barba bien recortada y se frotaba las manos con el simple hecho de pensar el dinero que podría ganar su pueblo con dicha transacción, pero aún así no dejaba de mirar sus rostros.

—La lonja no abrirá hasta que salga el sol capitana. En cuanto al descanso apropiado para su tripulación podréis alojaros en el Gigante Verde, nuestra posada, al otro lado del pueblo.

—¿Cuatro jornadas de camino a dicho? –interrumpió la voz ronca del soldado, su armadura brillaba a causa del resplandor de la luna, dándole un hilo fantasmal. —Tengo entendido que su navío es el más rápido que existe, pero aún así me parece una aventura muy apresurada para tan solo comercializar.

—Como entenderá usted soldado, el Puerto de Bora no es mi único destino. Tras comerciar en la lonja de Bora mi travesía me lleva a las islas del Norte, a Ibadia, y de ahí de regreso a Dareshka. Mi intención es probar dicha ruta para ver si me es beneficioso para el futuro –contestó Kalisha.

El soldado hizo una mueca y recorrió los rostros de los presentes, entonces se paró en Rhaidifax.

—Y tú viejo, ¿vienes también a comerciar?

—No. La verdad es que no señor –dijo Rhaidifax mientras enarcaba cómicamente sus cejas. —He venido porque mi hermana está enferma de escarlatina. En el puerto de Dareshka busqué algún barco que partiera hacia Nubla y me encontré con la capitana Kalisha, quien se ofreció a traerme, a cambio de cuatro coronas de plata claro está.

El soldado lo miró largo rato, perdido en sus pensamientos, había algo en aquel anciano que le resultaba familiar, pero no lograba entender por qué, tras un momento de silencio espetó:

—Creo haberte visto en alguna otra ocasión, ¿has estado últimamente en Bora?

––Hace años que no visito a mi hermana, me enteré de lo de su enfermedad por medio de una carta que me escribió mi sobrino, aquí la tiene señor.

Rhaidifax sacó de su toga un pergamino y se lo entregó al soldado, este la tomó en sus manos y lo desenrolló. Lo miró con atención muy detenidamente, por un momento pareció poner cara de fastidio, todo estaba en orden, así que cerró nuevamente el pergamino y procedió a explicarles la situación de su llegada.

––Entrar en Bora requiere un pago inicial de doce coronas de plata, esto por el amarre –terminó hablando una vez que entregó nuevamente la carta a Rhaidifax. —Además, deberéis abonar cinco chelines más por cabeza y por cada día que permanezcáis en la isla. Las doce coronas de plata las debéis pagar ahora al jefe de puerto Jacob, mientras que el resto del dinero lo pagaréis al partir. Para ello deberéis inscribiros en el registro.

––Es un precio un tanto elevado, ¿no lo cree así oficial? –dijo Kalisha al percatarse que en su hombrera se veía claramente la insignia de cabo primero de la Guardia Marina Imperial.

––Capitana, yo no soy quien pone los impuestos en Nubla, si desea formular una queja, hágalo en el ayuntamiento del pueblo, al mismísimo alcalde.

––Tenga por sentado que hablaré con él. Me parece un acto de piratería dicho impuesto, pero si es así y dado que no tengo más opciones, haré el pago, aunque no con mucho gusto.

Se acercaron a un atril que estaba justo a la entrada del puerto, donde el soldado tenía su puesto, les mostró un pergamino con diferentes nombres y los asuntos que los habían llevado allí. Todos los marineros de La Dalia Negra, la Capitana y Rhaidifax estamparon sus nombres y sus motivos en aquel papel. Naturalmente, el anciano empleó un nombre que no era el suyo. Kalisha sacó una bolsa de cuero donde llevaba las doce coronas de plata, al regordete jefe de puerto se le abrieron los ojos como platos al ver el brillo de las monedas, era como si las hubieran acabado de sacar de la forja.

Se adentraron en el pueblo y siguieron las indicaciones de Jacob para encontrar la posada El Gigante Verde, que resultó ser la última casa de una amplia calle; era una cabaña de dos plantas con madera mohecida a causa del salitre y con tejado a dos aguas de color ocre, de su interior se podían oír las voces de los distintos marineros que bebían escandalosamente.

––Aquí debo dejarte amiga mía –dijo el anciano después de haberse cerciorado de que los marineros entraban en la posada y que nadie los escuchaba.

––Pensaba al menos que dormirías un poco.

––Sabes a qué he venido, si me entretengo quizá no llegue a tiempo.

Ella resopló una vez más.

––Esta bien Rhaidifax. Ve y haz lo que debas. Si te interesa… te diré que estaremos por aquí en las próximas dos jornadas, al anochecer de ese mismo día partiremos nuevamente hacia Dareshka –se sorprendió al ver que su amigo le dedicaba una sonrisa socarrona. —No creerías de verdad que iba a decirle a cualquiera cuál iba a ser mi itinerario real de travesía. Una pregunta, ¿de dónde sacaste esa historia de que tu hermana estaba enferma? Sé de sobra que no tienes familia.

––La verdad es que he tenido mucha suerte, en el pergamino solo había el inventario de un granero de Dareshka. Ha sido un golpe de la fortuna que ese soldado no supiera leer –dicho esto le guiñó un ojo a su amiga.

Kalisha comenzó a reírse mientras veía como su viejo amigo desaparecía al llegar a la esquina de la posada.

Ante él se presentaba una calle estrecha y casi sin luz, sin quererlo llegó a la plaza del pueblo, frustrado por haberse perdido en un lugar tan pequeño. Le llamó en sobremanera la atención un cartel que prendía de un poste que estaba justo en el centro de la plaza iluminado por una antorcha. En él se apreciaba el retrato de un joven con pelo corto y mirada profunda y triste, un anuncio en tinta roja como la sangre anunciaba una recompensa económica por la captura del chico, vivo o muerto. Justo en ese instante pasó un soldado de ronda por allí, al cual preguntó por la persona del cartel.

––¿Quién? ¿Ese? –dijo el soldado señalando el poste. —No es nadie, simplemente un campesino que mató a su madre, a dos soldados e hirió a otro hace unos días. Le perdimos la pista en las montañas, pero dentro de nada se quedará sin suministros y tendrá que dar la cara, en ese momento lo apresaremos y le daremos su merecido.

––¿Cuántos días dice exactamente que ocurrió el incidente soldado?

Tras meditarlo contestó:

––Siete días anciano, pero no se preocupe, ya le digo que no durará mucho escondido, esto es una isla y no se puede esconder tan fácilmente, lo apresaremos más pronto que tarde.

Al escuchar dicha información su corazón se encogió dentro de su pecho, pensó que esa mujer y ese chico eran exactamente los que él había ido a buscar a la Isla de Nubla, y sintió la necesidad de partir cuanto antes en su busca.

––Joven, podría ser tan amable de decirme dónde está la salida del pueblo, es que debo ir con urgencia a casa de mi hermana, esta enferma ¿sabe usted? Y su casa está a unas pocas millas de la aldea.

––¿Cómo no abuelo? Siga el camino que dirige al norte desde aquí, y encontrará la puerta.

––Gracias joven, ha sido usted muy amable.

Siguió las indicaciones del soldado y no tardó en encontrar la puerta. La cruzó sin un ápice de temor, fundiéndose en la oscuridad que le regalaba la noche a través de los caminos exteriores de la aldea, Rhaidifax se dirigía deprisa y sin pausa en busca del destino.










Copyright © 29 de enero de 2020

29 Janvier 2020 01:19 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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