J
J. Vázquez


En el restaurante donde Alicia trabaja, cuando un compañero cuelga el delantal, la tradición exige una despedida a lo grande. Nadie escapa de la guerra de salsas y chorretones.


Récits de vie Tout public.

#amistad #compañeros #trabajo #historiacorta #relato
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Despedida pringosa

Viernes noche, Alicia se encontraba tomando unas copas con unos amigos, mientras se reían de Carlos y de su momento de gloria en el video que habían subido hacía tan solo un par de horas. Más de mil reproducciones acumulaba en Youtube, el video que habían titulado como “operación pringue”.


Celebraban su despedida como compañero de unas de esas famosas cadenas de hamburgueserías americanas, donde trabajaba desde hacía un par de años. No era el trabajo de su vida, pero había buen ambiente laboral. La mayoría eran alumnos universitarios como ella, los horarios eran perfectos para compaginar con sus estudios de arquitectura, y ganaba los suficiente como para pagar los gastos de alquiler del piso que compartía con dos amigas de clase, y darse algún que otro capricho.


Carlos era uno de los encargados de la hamburguesería, estaba a punto de licenciarse en derecho y había conseguido trabajo de becario en un bufete, así que colgaba el delantal definitivamente. La tradición del restaurante exigía una despedida a lo grande, y justo eso habían hecho. Incluso cuando el propio Carlos intentó boicotearla, le hicieron entender a la fuerza que las tradiciones había que mantenerlas y él no sería la excepción.


Alicia sonrió recordando cómo habían disfrutado con la tradición. Todo lo había organizado Óscar que los había citado a las once de la noche en la hamburguesería, con ropa de recambio, por si la “operación pringue” resultaba un tanto sucia.


Llegó puntual a la cita, como era habitual en ella, y se acercó disimuladamente a Óscar.


—¿Dónde está Carlos? —le preguntó.

—Hola a ti también —le sonrió burlonamente Óscar—. Lo tengo en la trastienda recogiendo unas cosas. He escondido munición tras el carrito de verduras. Llévatela disimuladamente hasta los vestuarios. Será el toque final… ya sabes —y le guiñó el ojo.


Alicia asintió sonriendo y entró en la cámara frigorífica. Encontró un cubo escondido detrás de las verduras que olía realmente mal, y por la textura, parecía que se habían pasado el día añadiendo cosas a esa mezcla pastosa. Madre de Dios, si daba arcadas solo con acercarse a él.


Disimuladamente salió con el cubo y lo escondió en el vestuario de chicos. Al volver se encontró con Marcos que venía cargado con otro cubo lleno de cubitos de hielo. Alicia levantó la ceja apiadándose del pobre Carlos, aunque sabía que su intento de boictot a la despedida traería represalias, seguro que no se esperaba algo así. Cada vez eran más imaginativos con la ejecución.


Mientras esperaba en la sala de empleados llegaron Noelia y Alba riendo.


—Hey chicas, ¿qué tal? —las saludo.

—Bien, ¿lo tenemos todo? —preguntó Noelia.

—Creo que sí. Hemos escondido un par de cubos con sorpresa en el vestuario —les comentó a modo de confidencia mientras todas soltaban un «pobre Carlitos».


En ese momento llegó Mario cargado con algunas de las pistolas de condimentos que se usaban para poner la salsa a las hamburguesas.


—¿Kétchup o mostaza? —preguntó enseñándolas.

—Me pido el kétchup —dijo Alba.

—¿Dónde te dejaste la barbacoa? —preguntó Noelia arrugando la nariz— huele más fuerte y me tengo que vengar por las horas extras que me ha hecho trabajar.

—Está en la cocina, cógela tu misma. Carlos andaba muy cerca y no he podido traerla. —Noelia asintió con la cabeza.

—Yo me quedo una de las de mostaza —dijo Alicia.

—Bien, le voy a dar la otra de kétchup a Óscar y otra de mostaza a Silvia.

—¿Tú no te quedas ninguna? —le preguntó Alba.

—Me he reservado el cubo de la cebolla deshidratada que lleva un par de horas haciendo “chup chup” en agua —dijo haciendo comillas con los dedos todo emocionado—. Lo voy a dejar como si fuera un pato emplumado.

—Jajaja… Tú sí que sabes —soltó una carcajada Noelia.

—Vuelvo antes de que me encuentren en falta. Venid a la cocina en cinco minutos.


Mario se fue corriendo y las chicas se quedaron riendo con sus armas cargadas. La adrenalina empezaba a correr por sus venas. Estaban emocionadas e impacientes.


Pasaron los cinco minutos de rigor y se dirigieron hacía la cocina escondiendo las pistolas tras sus espaldas. Mario acababa de cerrar el restaurante y Carlos estaba limpiando la plancha. Empezaron a charlar con él sobre su último día, al terminar saldrían todos a tomar una copa como despedida. Esa era la excusa para justificar su presencia, pero Carlos había asistido a muchas despedidas y los miraba desconfiado.


—Os dije que no quería sorpresitas, ¿verdad?

—Claro, solo estamos charlando y haciéndote compañía —respondió Alicia con su mejor sonrisa.


Se fueron colocando a su alrededor, Noelia se apoyó de espaldas a la nevera de condimentos y consiguió hacerse con la pistola de salsa Barbacoa. Carlos levantó la ceja al descubrirla y empezó a retroceder.


—¡¡This is Spartaaaaa!! —gritó Alba y empezó a dispararle kétchup.

Ese fue el grito de inicio. La guerra empezó y la salsa voló sin compasión hacía Carlos.

—Sois unos cabrones —dijo él, cubriéndose la cara con los brazos.

Su camisa de encargado, habitualmente azul claro, parecía ya un cuadro abstracto, mientras que la cocina tenía chorretones por todos lados.


En un hábil movimiento, Carlos consiguió escabullirse y se fue hacía el mostrador, junto a las cajas de atención a los clientes. Alicia le siguió disparando su mostaza como si no hubiera un mañana, Alba y Noelia también atacarón, mientras que Mario simplemente desapareció de su campo de visión.


Carlos, por su parte consiguió arrebatarle la pistola de mostaza a Silvia y contraatacó.


—Ehhhh!! Eso no vale, el homenajeado eres tú —se quejó Silvia cuando observó su camisa teñida de amarillo.

—En la guerra todo vale cariño —se rio Carlos lanzándole un beso.


Eso encendió las energías del resto que le dispararon con más ganas sus respectivas pistolas y ante semejante ataque, Carlos optó por usar su gorra de escudo hasta que consiguió escapar hacía la sala de empleados.


—¡La madre que te parió! —se oyó de lejos.


Corrieron hacía allí y se encontraron a un Carlos mojado y rebozado de cebolla con la mandíbula desencajada por la sorpresa y a Mario con expresión triunfante y el cubo en la mano.


—Wuala… eso fue muy bueno —comentó Noelia.

—Gracias. Estoy innovando —respondió satisfecho Mario bajo la mirada desafiante de Carlos.

—Ya os vale, mira cómo me habéis puesto. Me quería guardar de recuerdo el uniforme, pero casi que lo voy a tirar a la basura —dijo Carlos sujetando su camisa con los dedos, que se le había quedado pegada al cuerpo.

—No te quejes anda y date una ducha que das un poquito de asco —le dijo riendo Aba.

—¿No me espera nada más? —preguntó desconfiado.

—Tranquilo, las pistolas se han quedado sin munición —respondió resignada Noelia haciendo el intento por disparar la suya.


La respuesta pareció convencer a Carlos que asintió y se fue hacía el vestuario de chicos. Al cerrarse la puerta, se agruparon y empezaron a tramar la parte final del plan. Sonrieron y Silvia pegó la oreja a la puerta del vestuario.


—Se oye el agua de la ducha, podemos entrar. Recordad, no hagáis ruido.


Aguantándose la risa, empezaron a entrar de puntillas y se situaron frente a la ducha.


Alicia sacó el cubo de pringue y el de cubitos de hielo que habían escondido al llegar. Le pasó el primero a Mario y el segundo a Noelia. Silvia se acercó a la cortina de la ducha y se preparó para abrirla, mientras Alicia preparaba el teléfono móvil. Esa parte había que inmortalizarla para convertir a Carlos en una estrella de Internet.


Activó el modo grabación del móvil e hizo la señal con la mano. Como un reloj suizo, Silvia abrió la cortina mostrando a un sorprendido Carlos desnudo.


—¡¡Hijos de puta!! —gritó tapándose sus partes con las manos.


En ese momento Mario le lanzó el contenido del cubo de pringue que olía realmente mal dejándolo embadurnado con una mezcla de tropezones marrones, lechuga, cebolla, trozos de huevo duro, …


—Jajaja estás literalmente en la mierda —dijo Alba a carcajadas.

—Pero… ¿qué diablos me habéis tirado? —consiguió decir Carlos escupiendo los restos que le habían entrado por la boca.

—Nada… café, lechuga, tomates podridos, el liquido de conserva del cubo de los huevos duros, atún, cebolla, … —enumeró Mario—. ¿Seguro que quieres saberlo?

—Mejor no —respondió Carlos con cara de asco—. Voy a vomitar —y empezó a soltar arcadas.

—Tranquilo que esto se soluciona rápido —añadió Noelia lanzando los cubitos hielo, muchos de los cuales se habían desecho convirtiéndose en agua helada.

—¡¡JOOOOOODER!! —exclamó Carlos al recibir el impacto.

—¿Se te fueron las arcadas? —le preguntó entre carcajadas Noelia.


Y así dejaron en la ducha a un impactado Carlos que corrió a abrir el grifo de agua caliente al máximo para entrar en calor, mientras el resto abandonaba el vestuario dando por terminada la “operación pringue”.


Mientras esperaban a que Carlos se adecentara, Alicia subió el video a Youtube y compartió el enlace en twitter y entre los compañeros y amigos que no habían podido asistir. Las reproducciones empezaron a subir y esta se convirtió en la mejor despedida en la que había participado, tras todo su tiempo trabajando en la hamburguesería. Ella que empezaba a ser una veterana ya.


Un par de horas más tarde, se tomaban unas copas todos juntos, en el bar donde celebraban la despedida de forma más civilizada. Y mientras se reían del video y del éxito que estaba consiguiendo en Internet, Carlos llegó a admitir emocionado que le había hecho ilusión que se tomaran tantas molestias por él. Alicia lo abrazó con los ojos cristalinos, sin duda, echaría de menos a su Carlitos.

2 Janvier 2020 15:39 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

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