aime-azul-pascual1541686303 Aime Azul Pascual

Esperaba el nacimiento de su sobrina hacia nueve meses, aquel dia quedaria en su memoria para siempre.


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Electrochoque

27 de julio de 2010- “Ahí donde la vida duele, se abren los ojos del amor”.

Marcaba un número tras otro. Cientos por dia. Quizá miles de personas por mes. De cualquier provincia a lo largo y ancho de Argentina. Mi trabajo consistía en llamar a la mayor cantidad de ellas y lograr que regularicen sus deudas. Mi jornada laboral de seis horas era controlada por un aparato que contenía mi huella digital. En un cuadrado de no más de un metro por un metro, con una computadora y unos auriculares. El objetivo era claro, que la gente pague.

Recuerdo una llamada a una persona de la Provincia de Chaco, mientras ella me respondía que se encontraban imposibilitados para acercarse al pueblo a pagar debido a una gran inundación, yo les informaba que su deuda pasaría a un estudio jurídico.

A mi alrededor muchos cuadrados más. Y más allá, la oficina de los supervisores. Era frío, era un lugar frío y asilado de todo. Y el trabajo también lo era. Pero quizá también era lo único con lo que podía por esos días. El contacto con las personas era totalmente impersonal y poco comprometido. Había pasado de trabajar al aire libre como entrenadora de hockey con niñes a aquello. Un cambio necesario que se sintió.

Tenía tan solo 21 años. Hacía tres que vivía en la ciudad de La Plata. Y los últimos dos me habían arrasado como un huracán y dejado exhausta.

Dicen que un electrochoque es el paso de una corriente eléctrica por el encéfalo para provocar una crisis convulsiva persiguiendo la curación de ciertas enfermedades nerviosas o mentales. Antecedentes tenía. Mi papá es esquizofrénico. De todo esto, lo único que puedo decir con certeza es que se sintió como una corriente que atravesó todo por completo. Hasta la última fibra de mi cuerpo, algo me recorrió de abajo hacia arriba y cambio mi perspectiva, de todo. Hacía meses, desde que lo sabía. Sin embargo hasta aquel día todo lo que tenía era la ansiedad de que llegara.

La panza crecía, y con ella todo se aclaraba.

Ese dia fui a trabajar con la sonrisa más eterna de mi vida. Mi cabeza estaba en otro lugar. Poco escuchaba lo que del otro lado del teléfono me decían, mis respuestas eran como cualquier contestador automático de una empresa de teléfono, cable o cualquier prestadora de servicios. Revisaba el celular al menos una vez cada diez minutos, ya que no me permitían usarlo y por ende tenía el volumen desactivado. La verdad es que esperaba no tener noticias hasta que saliera del trabajo, porque dudaba que me permitieran irme antes. Mi punto puede sonar absurdo y extremista, sobretodo en este mundo, pero del trabajo -en el caso de que lo tengamos- podríamos retirarnos por pocas cosas, enfermedad propia o de un familiar directo, o una desgracia. Al menos en la mayoría de casos. Mis posibilidades ya eran pocas. No se trataba de ninguna de las dos. El hecho era que iba a nacer mi primera sobrina, pero qué podían comprender aquellas personas de todo lo que significaba aquello para mí, y para mi familia.

Entraba a las 14 horas, salía a las 20 horas. Recibí un mensaje a las 19:30 hs. Venía en camino. Media hora. Incontrolable. Creo que perdí toda cordura, si es que alguna vez la tuve. Me invadió la lógica de la esperanza, esa que aparece cuando das una batalla por perdida. Me saqué los auriculares, me paré y fui hacia la oficina. Salí de ese cuadrado con la batalla perdida. Y asi regresé a él.

Fue eterno.

Me puse el casco, encendí la moto y recorrí cada calle que me separaban de aquella clínica soltando lágrimas felices. Y liberando de otras. La iba a conocer.

Reglas de la clínica: no más de dos personas. Para empezar somos 8 hermanes. Nos llevamos no más de dos años, en escalera. Nos criamos en una casa muy pequeña, donde dormíamos en camas individuales de a dos, durante mucho tiempo. De esos hermanes que se ven al menos dos o tres veces por semana. Solos, con parejas, con hijos o sin ellos. Visita de médico en la semana o jornada completa un domingo.

Subí el ascensor y llegué al pasillo. Un pasillo grande, completo de caras iluminadas, une sentado al lado del otre. Mis hermanes, mis viejos, amigues de la familia. La familia del padre. Algo asi como 15 personas o incluso más. Las reglas poco nos importaron.

Aún no había noticias. Y me senté a disfrutar de estar ahí.

Pasaron diez minutos, una puerta al final del pasillo se abrió de par en par. Nos paramos todos, como una ola que se contagia por la misma marea. Salió en brazos de su papá. Y tomada de la mano de mi hermana.

Y lo cambió todo.

Se llama Manuela.

16 Décembre 2019 14:43 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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À suivre…

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