mr_riz_rhymer Riz Rhymer

¿La historia de esa persona rechazada en la escuela que se enamora de la más linda, pero esta no le hace caso, para terminar conociendo al amor de su vida tras superar su enamoramiento y los dos acabar felices por siempre? Si... no lo creo. Este no es un cuento de romance común, de esos en los que la gente ya sabe qué va a suceder. No. Esta es una historia un poco fuera de lo común; esta es Una No Tan Clásica Historia de Amor.


Histoire courte Tout public.

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Una No Tan Clásica Historia de Amor

No podía dejar de mirar a todos lados. Era como si esa persona especial estuviese ahí frente a mí, pero yo no pudiese verla. Era frustrante tener que buscar sin sentido como un perro cavando un agujero en el suelo, en busca de un hueso que ni siquiera está ahí, pero que, por alguna razón sobrenatural, cree que encontrará lo que busca si sigue cavando en ese mismo lugar. No lo sé. Creo que ya no quiero seguir busc... esperen. ¿vieron eso? Esa chica era hermosa. No podía creerlo.

Pasaron dos días desde que la vi por primera vez. Era como si ella fuese alguna clase de imán, pues atraía a mi corazón de metal como por arte de magia. Intenté enamorarla varias veces, más de las que puedo contar, pero ella simplemente pasaba de mí.

Una vez en San Valentín, le regalé un ramo de flores, esperando un simple gracias a cambio. No pedía mucho. solo un agradecimiento. Pues no. No recibí nada de eso. En cambio, recibí una risa de vanidad, y desprecio mezclado todo con burla. Fue entonces cuando vi aquel enorme ramo de rosas rojas que reposaba sobre su regazo.

No me decepcioné por eso. Al fin y al cabo, solamente eran flores.


La próxima gran oportunidad que tuve fue en navidad de aquel año. No solo conseguí un regalo muy especial, sino que ahorré en grande para ello. Llegué al salón, me planté frente a ella, con una sonrisa incrédula en la cara, y le entregué mi regalo: un oso polar de peluche, una caja de bombones y una carta. Todo eso lo tomó de mi mano con la misma cara que la otra vez. No fue hasta el descanso que pude verla aceptar el regalo de un muchacho a quien no pude verle el rostro. Aquel regalo no solamente era más grande en tamaño, sino que notablemente había costado mucho más y era más llamativo.


Muchas veces intenté algo, esperando que no me mirase con la misma cara, y todas y cada una de las veces la recibí. Sin falta. Ese mirada de burla, junto con el hecho de ser superado materialmente por otra persona en el amor era lo que más me pegaba en ese entonces. Afortunadamente, con el tiempo aprendí a no esperar nada de ella... ni de nadie.


Mi vida se tornó gris y apagada, sin emociones. Ahora me costaba relacionarme con las personas. Mi ánimo solamente caía en picada con cada día que pasaba, hasta que... desperté. Desperté y comencé a ver mi entorno como de verdad era, observando y tomando en cuenta cada detalle.


Nunca había notado tantos nuevas cosas a mi alrededor. Nunca había notado esa carta con ese paquete de mis chocolates favoritos sobre mi mesa en San Valentín cada año. Nunca había notado la pequeña ranita de peluche atada a un bastón de caramelo con un mensaje escrito en un post-it, colocada sobre mi pupitre en navidad cada doce meses. Nunca había notado la carta dentro del sobre con diseño de flores que siempre aparecía en mi escritorio el día de mi cumpleaños.


Nunca había notado... a ella.


Su nombre era Clara. Ella tenía diecisiete al igual que yo en ese entonces. El día en que desperté de mi mundo de fantasía junto a esa chica que me despreciaba, comencé a hablar con ella. Resultó ser que tenía prácticamente los mismos gustos que yo: películas de comedia, de acción, series animadas, comics, mismos gustos culinarios, entre muchas otras cosas.


Era como si dios, alá o cualquier entidad super poderosa que existiese nos hubiera atado los meñiques con ese dichoso listón rojo. Nos levábamos tan bien que casi parecía que ella era mi hermana. De ella aprendí una cosa: la vida es como una caja de bombones: nunca sabes qué te va a tocar. Espera... ¿no era eso de una película? Da igual.


Con el tiempo, nuestro afecto mutuo comenzó a crecer, hasta tal punto en que yo no aguanté y le pedí que fuera mi novia, a lo cual ella, con los ojos llorosos por la emoción, respondió que sí. Ese día fue el más tortuoso para mí: tuve que volver a casa después de pedirle que fuese mi novia y esperar ocho horas para volver a verla en la escuela.


Llegó el día de elegir nuestra universidad. Elegí la que ella había escogido solamente para estar con ella. siete años y medio pasaron y ella y yo terminamos la carrera de medicina a la vez. Teníamos ya veintiséis años. Ella ya tenía empleo como asistente de una pediatra, mientras yo hacía mi segunda especialización, esta vez en cardiología.

Éramos inseparables. Cada vez que ella tenía un problema con su familia o con sus compañeras de casa en la época de la universidad, se mudaba por unos días a la mía, para relajarse y calmarse, cosa que yo aprovechaba para hacer lo mismo.


Un día desperté, con la cabeza llena de ideas y pensamientos y temores y... bueno, muchas cosas, así que decidí hacerlo. Corrí calle abajo a la joyería más cercana y compré una sortija. Si, así es: una sortija de compromiso. Ocho sueldos de catorce mil pesos fue lo que me costó, pero todo valió la pena. Llegué un día a su casa, con un ramo de rosas, una carta en un sobre con diseño de flores y una ranita de peluche con un post-it pegado que decía:


"¿Me permitirías el honor de casarme contigo?"


Ella, al igual que yo, rompió en llanto, lanzando un abrazo a mi cuello mientras gritaba eufórica "¡SI! ¡SI!"


Seis meses después nos encontrábamos ya frente al altar, con el juez frente al contrato matrimonial, sosteniendo una pluma fuente. Era tal mi emoción que casi no logré contenerme. Quería pegar saltos al aire porque la mujer a la que amaba estaba a punto de casarse conmigo y yo con ella, pero me mantuve en mi lugar, inmóvil, mirándola a ella, envuelta en ese precioso vestido blanco que aún guardamos en casa.


Créanlo o no, fueron muchas personas a nuestra boda, y entre estas personas estaba aquella chica que alguna vez me despreció por no ser suficiente para ella. He de decir que la vi sentada sola en la mesa. No es que me alegre, pero mala hierba nunca muere.


Pronto llegó el momento que ella y yo estábamos esperando. Después de que los testigos firmasen, de que ella y yo diéramos nuestros votos, llegó el momento de la firma del contrato matrimonial. Tras ella firmar el papel y yo copiarle las acciones, el juez dijo:


"Clara Nivian y Lucía de Lerja, yo las declaro esposa y esposa"

4 Décembre 2019 19:01 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

A propos de l’auteur

Riz Rhymer Poeta, escritor, una pizca de filósofo y gran amante de una buena historia. Si, suena muy ñoño, pero es cierto, y me apasiona la literatura, así como me gusta que a la gente le guste lo que escribo.

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