Juro que creí que eran los perros
los que anunciaban la carrera alborozada
con la que cubrías la distancia entre mis manos
y tu melena dorada.
Arriba las estrellas rielaban
y al fondo, también las dentaduras de los canes
y el rocío sobre los tulipanes
que en vano perfumaban
la calleja cuya valla saltaste.
Debías verte.
Mojada y exuberante.
Se abrían tus rojos labios
en la sonrisa zorruna
a la que mil y una veces vi crecer colmillos
mientras te amaba a placer bajo la oportuna
luz batida de la indiscreta luna
que te recibe como suya
ahora que te fugas una vez más de la infortuna
que siempre impuso sobre ti la inhumana
rigidez de la rutina
en busca de una vida a la que llamar tuya
Juro que creí que eran los perros
los que rompían la quietud de las tinieblas
y poblaban de vida la inerte
ciudad herida de muerte
bajo el agonizante
otoño que abre paso
al invierno que esteriliza los cerros.
Pero era esa tu milicia
la masa aullante de sonrisas dentadas
los labios de rojo cromados
las manos vueltas garras
y las risas bestiales trastornadas
Los pasos que hacen temblar la tierra
que dejan apelmazada la hierba
y despojos glotones envueltos en tela
hecha toda de lágrimas, miedo y sangre
Arránquense las lenguas si tú no lo has hecho ya
los que te hicieron creer que tuyo sería el mundo
Arránquense los ojos para perder de vista
la masacre con la que reclamas derecho
sobre lo que permites que exista,
para que a una voz que es mi voz te aclame:
Reina de la noche.
Reina del dolor
de las lágrimas, el miedo, y la sangre.
Merci pour la lecture!
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