Todo cuerpo supura infiernos
todo cuerpo admite queja
exilio
Nadie sabe que maltrata
hasta que asesina
A los hombres no les gustan las mujeres rotas, Oriette D’Angelo
Estoy cansada de creer en el amor. Así conocí a Jorge una tarde dentro de un Starbucks. Él se me acercó, se sentó en mi mesa con su americano alto y cuando alcé los ojos lo miré fijamente sin saber que hacer. Me asusté un poco pero parecía inofensivo. No era muy alto, superaba con poca determinación los ciento setenta centímetros. Usaba lentes con montura semi al aire, tenía la quijada pronunciada, la espalda ancha de nadador y los brazos fornidos. Lucía como un hombre seguro, agresivo pero respetuoso y hasta un poco diplomático. Él me dijo: No soy de tomar café, pero entré porque te vi por la mampara y me pareciste una chica guapa e interesante. Voy a encontrarme con unos amigos en el restaurant del costado en exactamente cinco minutos y nunca llego tarde. Así que quiero pedirte algo. Este es mi número, me dijo mientras sacaba de su billetera una tarjeta y un lapicero de su bolsillo para garabatear nueve dígitos sobre la tarjeta. Miré hacia abajo, hacia arriba y solo pude decirle: No le escribo a desconocidos. El arrastró la tarjeta sobre la mesa en dirección a mis manos y me dijo: De eso se trata, de conocernos ¿Hace cuánto que no inicias una conversación con un completo desconocido? Yo le respondí con tono sorprendido: No sabía que era una experiencia básica de la vida. Halagada, pero con el rostro expresándole mi total desagrado. Yo tampoco, conjuró él. Pero, la vida se trata de hacer cosas fuera de lo común ¿No?, ¿Por qué no realizar tu mejor esfuerzo por conocer a una chica como tú? Me tengo que ir, por favor escríbeme, te lo ruego. Se paró, me sonrío y finalizó con: disfruta tu café, chau. En resumen, lo maldije por varios minutos. Me generó el debate interno más atroz de mis treinta años. Andaba peleando entre liberar mi corazón y ver su presencia imponente y sentirme como la doncella a la cual habían cortejado tan valientemente y asustarme por un cretino arrogante que sacia su baja autoestima dándosela de galancete. Eso debe ser, me reprimí, juiciosa. Debo ser al menos la decimoquinta chica a la cual le deja su número en una tarjeta. Rompí la tarjeta en dos y seguí con mi lectura sobre endomarketing. No debería escribirle pensé mientras ahogaba mi voz interna en conceptos culturales. Avancé dos párrafos y replanteé ¿Por qué no hacerlo? Estaría bien salir con un chico al que le gustes tanto. Seguramente lo puedo tener a mis pies en poco tiempo. Podría olvidar a Pedro más rápido y a sus tontas palabras “así estamos bien” “por qué arruinar esto” Nunca debí decirle que no lo quería. Pero enfócate, Pedro ya pasó. Adiós Pedro, hola Jorge. Y así comenzó esta ridícula historia, juntando dos pedazos de una tarjeta rota. Lo agregué a mi agenda. Le escribí por el Whatsapp. Escribí y borré miles de veces. No quería lucir regalada o peor aún sencilla. Busqué la frase perfecta durante varios minutos para decirle que podía escribirme pero que tenía que esforzarse por retener mi atención. Dentro de esos minutos descarté: “Este es mi número” “Hola, no es la primera vez que haces algo así ¿o sí?” “Sorpréndeme” “¿Por qué debería conocerte?” “Hola Jorge” Emojis, diferente tipo de emojis. Hasta que por fin me decidí: “No sé porque estoy haciendo esto, pero Hola” Lo eliminé. Lo volví a poner igual pero al revés. “Hola Jorge, la verdad que no sé porque estoy haciendo esto podrías ser un psicópata” Él respondió: Podría serlo, dicen que los psicópatas son personas muy encantadoras. Tendrías que descubrir si yo actúo así contigo por psicopatía o porque me he quedado impactado por ti. Me atrajo tanto su respuesta. Un hombre con la seguridad suficiente para decirte que le gustas desde el primer momento. Comenzaron las cataratas de mensajes. Los comentarios espontáneos. Las risas auténticas. Las conversaciones en doble sentido. Quedamos en encontrarnos y cenar una semana después. Yo fui a trabajar ese día con el estilo de “no podrás quitarte las ganas de verme todo el tiempo”. Me invitó a comer parrilla, inteligente pensé. La mejor manera de ofrecerme vino. Fuera de alejarme, me atrajo más sus técnicas de seducción. Me extralimité. Le pedí una botella entera de un Merlot mendocino. Para cuando acabamos la botella ya me reía de todo lo que dijera. Comencé a ver lindos sus ojos y sus labios imponentes. Comencé a preguntarme en qué momento intentaría besarme. Le dije que me disculpara un momento que quería ir al tocador. Antes de levantarme me puso la palma de la mano sobre mi muñeca izquierda y me preguntó ¿Pedimos otro vino? Me pareció un exceso, pero pensé que si necesitaba esas copas para adoptar valor lo complacería. Creo que media botella estaría bien, le dije coqueteándole arteramente con una sonrisa y agachándome para decírselo a treinta centímetros de sus ojos. Retoqué mi perfume. Refresqué mi boca y en algo menos de una hora después continuamos besándonos sobre el pasadizo principal de mi departamento. Nuestro primer beso fue tontísimo. Tengo dudas si lo besé yo o si él lo hizo. Por las copas de vino no me interesó. Lo mejor de la noche fue tenerlo en mi cama. Jorge es un amante insaciable. Nunca me tomó con delicadeza. Pero si con mucha determinación y con un movimiento armónico perenne. Incansable. La naturaleza fue generosa con él. Nunca tuvo reparos en recorrer mi cuerpo con su nariz y con su lengua. Me tomó dos veces y la segunda mientras ya comenzaba a dormir. Eso me encantó. Que me haga sentir completamente suya. Me hizo crear el espejismo de que él también era completamente mío. Nada más irreal. Se fue muy temprano por la mañana. Creo que recién amanecía. Lo acompañé a la puerta. Iniciamos lo que para mí era una relación. Sin embargo le dije a él desde el inicio que no busco una. Él se acomodó de inmediato. Me respondió viendo a cualquier parte menos a mis ojos: Eso está bien, estamos en sintonía. La pasábamos bien. En lugares públicos parecíamos buenos amigos. En mi departamento o en el suyo, me devoraba de cuerpo entero. Al principio, extrañaba esa costumbre malsana de acurrucarme después de tener sexo. Pero luego me acostumbré a la distancia que Jorge siempre imponía. Nunca me decía halagos románticos. Si profesionales o hasta personales. Nunca me dijo que me quería y obvio menos yo. Solo me besaba si estábamos teniendo sexo o si se había pasado de tragos y le asaltaba gestos románticos. De igual forma, no podía quejarme. Tenía distancia fría pero siempre me trataba como todo un caballero. Siempre me dejó en mi casa cuando salíamos, me protegía cuando bailábamos y saludaba con respeto y cariño a las personas que casualmente le presentaba. Me dije, es la mejor pseudo relación que puedo tener. Hasta que llegó febrero y me pidió que lo acompañe a la casa de playa de unos amigos. Me presentó a Rafael y todo cambio.
Merci pour la lecture!
Nous pouvons garder Inkspired gratuitement en affichant des annonces à nos visiteurs. S’il vous plaît, soutenez-nous en ajoutant ou en désactivant AdBlocker.
Après l’avoir fait, veuillez recharger le site Web pour continuer à utiliser Inkspired normalement.