Una de las mejores formas de matar o combatir la nada es sacar fotografías, no se trata de acechar la mentira como cualquier reportero o de atrapar estúpidas siluetas de personajes que sólo posan para las revistas de farándulas o de tomar las rutinarias sonrisas para los álbumes familiares, no estoy en contra de los recuerdos, los recuerdos son recuerdos. Para mí, es inquietante que podamos observar a un cuerpo, a un paisaje a través de un proceso químico, elegir entre el mirar y lo mirado, desnudar a las cosas de tanta ropa ajena y poder contemplar el cielo que escogemos y encogemos ante las estrellas para meterlo en un archivo, para así, verlo una y otra vez, en cualquier momento, en cualquier instante.
Si uno se pone a contar todo lo que ve, la gente no lo creería. Entonces, cuando se anda con una cámara hay un deber implícito de estar atentos, de no perder una sonrisa, de no perder ese brusco y delicioso rayo de sol que rebota sobre las piedras.
La fotografía es una realidad al revés, un haikus visual que nos robamos del instante en el que estamos distraídos, porque en el fondo, la atención hacia un objeto nos separa de los otros eventos.
A lo mejor, en ese ímpetu tan grande de intentar guardar las imágenes, se esconde el deseo más íntimo del ser humano, de tratar de atrapar para siempre una parte del tiempo que nosotros mismos definimos. Como si fuéramos dioses de nuestra propia mitología.
Desde luego que puede haber falsedad al mirar. Mirar en esta sociedad o mirarnos en esta sociedad, hoy en día, se vuelve casi imposible.
En algún momento iremos a la cama con la cámara para fotografiar nuestros sueños, para así tener un documentación más amplia de nuestra propia existencia, o quien sabe, si ya estaremos conectados a una red social onírica..
Merci pour la lecture!
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