Han sido once días ya, once días en los que sólo ha corrido sangre y dolor.
Ataques, vandalismo, destrucción, odio, nunca pensé describir a mi país con estas palabras, y aún así ahora estoy aquí, pensando en cuando terminará, en cuánto tiempo más esas palabras nos representarán.
Somos hermanos, somos ecuatorianos, no podemos perder esa unidad, ese orgullo de vivir en un paraíso. Cuatro regiones, diversas y ricas en todo sentido, dentro de un sólo lugar, pero lo único en lo que pensamos ahora es en las diferencias del otro, en lo que les quitan a unos y les dan a otros. Cuando no es así, no son ni unos ni otros, somos todos.
Mi ciudad, mi Quito, donde nací y crecí, ya no lo reconozco tampoco. Sus calles vacías, su cielo gris, que tal vez represente la tristeza colectiva que todos sentimos en estos momentos. Mi ciudad, una vez llena de cultura y vida, ahora destruida, con daños que tomarán semanas, tal vez meses en ser reparados, pero eso tampoco parece importar, porque solo vuelven a surgir diálogos de odio, de una postura u otra, de un bando u otro.
Sí, somos gente que se hace escuchar, muchas veces lo hemos hecho ya, pero esta no es la manera, hay que crear una verdadera democracia, donde se escuche y se fomente el diálogo, donde la gente no tenga miedo de salir de sus casas, donde el trabajo no pare, donde los niños no dejen de estudiar, un diálogo que no destruya a mi ciudad, a mi país, a nuestro Ecuador.
Somos hermanos rotos, con una cicatriz enorme que sólo podrá sanarse con la paz.
Merci pour la lecture!
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