Para mis dos grandes amores: Aisha y Pepe
Sarah alzó la cabeza y se frotó los ojos.
Había estado casi dos horas leyendo y tomando notas en su escritorio, sin descanso.
Era uno de los buenos consejos de la psicóloga que la llevaba tratando desde hacía unos meses.
Alejarse, ocupar el tiempo en algo útil, proponerse una meta y no cejar en el empeño.
Se pasó la mano por el cabello oscuro que ya había comenzado a crecer después de permanecer rapada casi dos años.
Era otro cambio que había comenzado con el traslado de una cárcel de máxima seguridad a esta, que era de media.
Aquí las otras presas no eran ni la mitad de agresivas, por lo que ella también podía relajarse. Aunque jamás tanto como para que la sorprendieran. Ya había pasado por eso y sobrevivido a duras penas.
Levantó los ojos para mirar las fotografías de sus padres y de su hermana, pegadas con cinta adhesiva en la pared. Sonrió pensando que mañana los vería, puesto que era día de visita y nunca fallaban.
Su compañera de celda se levantó de la litera y se desperezó mientras lanzaba un sonoro eructo.
—¡Te vas a dejar los ojos estudiando, chica! ¡Espabila que ya es hora de comer!
Sarah no tenía apetito, pero cerró el libro y recogió sus apuntes.
Era hora de comer y debía mantenerse fuerte para aguantar un día y otro, y otro más.
Ahora se encontraba con el ánimo preparado para soportar el resto de la condena que le quedaba por delante.
Lo superaría porque tenía un propósito, y para eso necesitaba estar fuerte física y mentalmente.
Apagó la luz de la lámpara del escritorio y se dirigió al comedor comunal, dispuesta a superar todos los años que le quedaban por cumplir, sin sospechar que estaría muerta en menos de 24 horas.
A varios kilómetros de Sarah, James Evans, ayudante del fiscal, se encontraba inquieto ante la puerta de su superior, haciendo acopio de valor para llamar a ella.
Nunca había visto a Monroe tan preocupado.
Las noticias que esperaba eran graves, como su rostro.
Su ayudante con el informe en la mano, no se atrevía a depositarlo sobre la mesa frente a él. Evans sabía que a su jefe no iba a gustarle el contenido de los documentos que llevaba y temía ser el blanco de su cólera.
—¿El resultado de la autopsia? —preguntó Monroe.
El ayudante asintió e hizo ademán de tenderle el informe. Las cosas eran como eran, y aquello no podía esconderlo, como hacía con otros documentos, y todo por prevenir los ataques de rabia de su superior.
Estos no consistían en lanzar objetos contra las paredes ni gritar a sus subordinados. Eso Evans lo hubiese encajado mejor.
Las reacciones del fiscal solían tener como base una mirada de desprecio seguida de un pasar de páginas de manera indolente, sin fijarse siquiera en el contenido.
Evans sabía que era una forma de demostrar su contrariedad, solo que esa manera de actuar suponía una buena temporada de documentos devueltos, pegas sobre cualquier informe y trabajo extra en los casos que había que presentar ante un tribunal.
Era como la pataleta de un niño, solo que las 10 personas que trabajaban bajo sus órdenes, pasarían varios días sin pegar ojo, hasta que el efecto del enfado de Monroe se evaporase.
En el caso de Evans en concreto, que debería llevar aquel asunto, el panorama se le antojaba más escabroso de lo deseable.
No estaba al tanto de los precedentes del informe que tenía en las manos más que de manera circunstancial, y tampoco sabía la relación de Monroe con esos hechos en concreto, lo que lo colocaba en una posición de desventaja.
—No voy a leerlo. Cuéntame lo sustancial —le espetó Monroe sin alzar la vista de su escritorio.
Evans llevaba dos años trabajando para el fiscal y su rostro congestionado no presagiaba nada bueno. No era que le preocupase su salud, en todo caso le inquietaba tener que buscar otro trabajo.
Contaba con que cuando Monroe saltase al ruedo político anunciando su candidatura para la alcaldía o la gobernación, él tendría mucho bagaje que presentar de cara a su propia aspiración a la fiscalía.
Resumió los hechos que constaban en el informe.
El día anterior dos senderistas perdidos dieron con un viejo pozo medio sepultado entre la vasta maraña de matorral bajo. Uno de ellos casi cae dentro y, aunque se pudo sujetar en el último momento al brocal, el GPS se le escurrió de la mano. Un GPS inútil en la zona donde estaban porque no llegaba ninguna señal, pero era un regalo muy caro de su novia y no quería perderlo. Recuperados del susto buscaron unos palos largos para apartar la maleza del agujero e intentaron recuperar el aparato.
Ambos trabajaban para una empresa de ingeniería civil por lo que su conocimiento sobre cadáveres se circunscribía a las series de televisión.
No obstante, a ninguno se le pasó que aquello que se encontraba al fondo de la fosa eran huesos y, su primera impresión de que se trataba de restos óseos humanos, no iba desencaminada.
Los cuerpos que descubrieron no tenían nada que ver con lo que contemplaban cada semana en la pequeña pantalla a pesar de que la intemperie, las alimañas y los insectos habían dejado los huesos casi pelados.
No, no era lo mismo. El dueño del GPS contuvo la arcada que le subió a la garganta, pero su amigo contaminó toda la escena con el desayuno de varias horas antes, el agua que había tomado por el camino y un bote de bebida energética, todo ello bien regado de jugos gástricos.
Tras el susto inicial se alejaron del pozo poniendo mucho cuidado en señalar el terreno. Aunque no sabían muy bien donde estaban, dejaron marcas para poder volver con alguna autoridad, en cuanto llegasen a una zona desde la que fuese posible llamar a emergencias.
Los agentes de la patrulla de carreteras que acudieron a la llamada felicitaron a los amigos por su previsión al indicar el camino. Luego, una vez comprobado que eran cuerpos humanos y no de animales lo que había en ese pozo, se pusieron en contacto con el sheriff.
No era la primera vez que la oficina del sheriff recibía una denuncia parecida. En otras ocasiones algunos senderistas se habían asustado al encontrar huesos que resultaron ser de animales.
Ahora no era el caso, para variar.
Llegó el sheriff con un ayudante que se encargó de acordonar la zona mientras otro de los agentes se llevaba a los amigos a comisaría para tomarles declaración.
—El GPS…, me gustaría recuperarlo.
—Lo siento, muchacho. En el momento en que cayó a ese pozo se convirtió en una evidencia más.
Los técnicos forenses hicieron su trabajo muy deprisa, y mucho más desde que un primer examen visual de los cuerpos les indicó que a ambos cadáveres les faltaban los pulgares de los pies.
Ese detalle llegó enseguida a la oficina del fiscal que ordenó una autopsia lo más exhaustiva y rápida que el forense pudiese realizar. El doctor Ridwell, junto con tres ayudantes, se pusieron a trabajar de inmediato. Tras una larga noche, los resultados estaban ahora en la carpeta que reposaba en las manos sudorosas de Evans.
—Las mismas evidencias que en el caso Darnell, no hay duda —resumió este— Lo único que no coincide es el arma con el que los degollaron.
Evans no recordaba mucho del caso Darnell, pero había tomado buena nota de consultarlo por encima.
Ese caso angustiaba de forma especial a Monroe y quería saber por qué.
Un caso que no había salido a relucir en el tiempo que Evans llevaba trabajando a las órdenes del fiscal, lo que suscitó su curiosidad debido a la reacción de su jefe.
Este se mostró taciturno y pensativo desde que los cuerpos habían sido descubiertos, e incluso se había negado a supervisar los informes de las demás causas en las que estaban inmersos entonces.
—¿Evidencias físicas? —le preguntó a su ayudante con relativa calma.
—Ninguna, señor. Todo limpio, no hay arma, los cuerpos fueron trasladados al pozo después de muertos y entre ambos hay un intervalo de 3 meses como mínimo —negó Evans todavía más nervioso, Monroe estaba tan inmóvil que casi parecía muerto.
—¿Quiénes son?
—Rastros todavía intenta localizarlos por la ficha dental y traumas anteriores. Llevará algo más de tiempo identificarlos.
—¿Tiempo estimado de la muerte? —pidió el fiscal.
—Entre 12 y 18 meses según la estimación más aproximada, dado el escaso tiempo que se le ha concedido a la oficina científica para...
Monroe alzó una mano para que callara.
Ahí estaba la puntilla. Mismo modus operandi, mismas circunstancias, pero la asesina cumplía su pena en prisión desde hacía dos años y medio.
Evans no iba a comentarlo, claro, su idea no era suicidarse todavía. El que consultara el caso Darnell por encima no le daba más que una imagen parcial de las implicaciones que el informe forense podía desatar.
Monroe, sin embargo, meneó la cabeza en muda negación. Se había congestionado más, aunque pareciera imposible, como si sus pensamientos no cupieran en su mente y se le desbordasen.
Su primer año en la fiscalía fue una auténtica locura, demasiados casos pendientes a los que quería dar carpetazo para encargarse de los más sustanciosos. Los que le darían publicidad y mantendrían en su cargo unos años fundamentales en su carrera.
El caso Darnell era uno de esos con cargas de profundidad.
Debía despacharlo cuanto antes. Y lo había hecho bien. En tres días quedó visto para sentencia.
—¿Quién sabe los detalles relevantes?
Evans no esperaba la pregunta y se quedó pensativo unos momentos.
—Los hombres del sheriff que fueron los primeros en llegar al escenario y los forenses. Nadie más ha visto los cuerpos porque la zona estaba acordonada.
—¿Los excursionistas? —preguntó con un brillo acerado en la mirada el fiscal.
Evans tragó saliva.
—Lo dudo, señor. Estaban demasiado impresionados como para fijarse en los detalles.
—Te olvidas de ti y de mí, Evans, nosotros también lo sabemos.
El ayudante intentó convencerse de que aquello no era una amenaza, aunque no lo tenía muy claro.
Monroe conseguía amedrentarlo con una sola mirada y Evans intentaba superarlo. Tal vez lo consiguiera si seguía más tiempo en su puesto.
Llevaba dos años procurándolo con todas sus fuerzas, pero pensaba que tendría que redoblar su empeño. De momento, el fiscal todavía podía aterrorizarlo con esa forma de mirar, mucho más que si hubiera empuñado un arma contra él.
—Bien, quiero reunirme con todas esas personas antes de media mañana —lo despidió cortante el fiscal.
Evans salió demudado del despacho, sabía lo que quería su superior y se sentía agradecido de no tener que encargarse en persona de ello. Tocaba convocar a todos los testigos de inmediato y no iba a ser tarea fácil, pero convencerlos ya no estaba en sus manos.
Monroe tendría que dar la cara y pedir discreción, no él.
Ya investigaría por qué el asunto Darnell alteraba tanto a su jefe si las cosas no salían bien, mientras, Evans se encontraba fuera del punto de mira de Monroe, lo que no era poco.
La cosa no había salido tan mal, después de todo. Al menos no había salido mal para él.
Merci pour la lecture!
Me he pasado porque ya había leigo alguna de tus novelas y el inicio de esta me ha sorprendido gratamente, ya continuaré y te dejaré mis comentarios.
Ojeaba tus historias y me gusta como empiezan todas, ahora tengo que decidirme y esta me ha tocado la fibra sensible con esa sentencia a corto plazo.
La historia, de 10. Los personajes son sólidos y el argumento interesante. Está escrito con cuidado y mimo, se nota. Felicidades
Nous pouvons garder Inkspired gratuitement en affichant des annonces à nos visiteurs. S’il vous plaît, soutenez-nous en ajoutant ou en désactivant AdBlocker.
Après l’avoir fait, veuillez recharger le site Web pour continuer à utiliser Inkspired normalement.