Una chica en sudadera amarilla y pantalón pesquero se aproxima con las manos en las bolsas. Entra a una tienda departamental y entre las ofertas halla a una mujer con la mirada seca: la gerente del lugar. Después de una sonrisa, la niña se mueve rápido y le detiene una mano a la gerente por su espalda. Con la otra, le hunde la punta de un picahielos rojo y pulsante en el costado.
—Como te muevas, te mueres, pinche lengua larga.
La gerente mira a la chica, revelando momentáneamente una cara de lagarto irritado.
—¿Quién eres?
—No te importa. Dime dónde guardan los huevos nucleares. Y aguas, porque este pico es de los que a ustedes no les gustan.
La lagartona siente un escalofrío por su cuerpo. Una herida de esa lanza roja significa despedirse para siempre de su capacidad de regeneración y reproducción. Le habían enseñado administración de colmenas desde que había salido del huevo y cómo manejar los interrogatorios, pero tanto tiempo entre los humanos le había contagiado emociones —justo como le habían advertido sus superiores. El miedo toma control, y sumisa acata las órdenes de la chica en sudadera.
En las bodegas de la tienda departamental hay una trampilla que baja a una cueva tubular, de 2 metros de diámetro, más o menos. Tendrían que arrastrarse durante un rato.
—No te hagas güey. Tú adelante.
La gerente escamosa, que ya no tenía que mantener su aspecto humano, obedece sin quejarse. Avanza como una lagartija. La chica se da cuenta que la pierde e intenta gatear más aprisa. Un crujir la despierta de su persecución y el suelo bajo la cueva se rompe, haciéndola caer en la obscuridad.
Un peso helado la inmoviliza momentáneamente. Luego se acostumbra al agua y flota, intentando guardar sus energías. Mientras alumbra a las paredes para buscar algún punto de referencia, agarra su collar y se lo acerca a la boca con unbip.
—Bitácora de Palomita 33. Después de meterme a la pinche boca del león, me caí en un hoyo y ando flotando en agua helada. Juzgando por la locación, artificialmente enfriada. Estoy en la base reptiliana de producción nuclear. En caso de que alguien encuentre esta grabación: aún tienen tiempo para salvar el mundo.
Palomita localiza una saliente al lado del lago subterráneo que trepa con dificultad. Se quita la sudadera amarilla para exprimir el agua, y la amarra a su cintura. Su blusa de tirantes negra muestra el número 33 en el pecho. Revisa sus herramientas: collar grabadora, linterna a prueba de agua, estalactita de cosmoazufre, neutralizador nuclear y rifle de cáscara (sin este último y el cosmoazufre, los reptilianos serían imposibles de matar).
Avanza segura por la cueva durante varios minutos, y las paredes se van tornando pegajosas. Un olor fuerte a menta y sábila llena el aire, haciéndose más potente. La cabeza de Palomita da vueltas, y decide amarrarse la sudadera como máscara, pero antes de poder hacer el nudo, cae de bruces al moco verde, entre el que crecen hojas rasposas de plantas.
Obscuridad. Un sentimiento de seguridad. Calor. Abre los ojos.
Está en la cámara de incubación. Decenas de huevos a su alrededor brillando en tonos neón, cegándola. Entre lianas y baba, puede leer algunos señalamientos en el idioma original de los reptilianos:Cuidado con los huevos: altamente explosivos. No entrar si ha experimentado emociones o sentimientos con anterioridad. Si cree que puede experimentar sentimientos, masque menta. Retire los huesos humanos después de la ósmosis.
¿Ósmosis? El conocimiento sobre reptilianos siempre se había limitado a lo que lograban confesar después de capturados, que no era mucho, dado que las técnicas de intimidación no funcionaban en seres sin emociones. Ahora Palomita 33 sabe para qué raptaban a tantas personas. Antes asumía que las ponían a trabajar en plantas nucleares subterráneas, pero después de ver miembros humanos saliendo de cada huevo y hacer la relación entre la cantidad de brillo que emitían y la cantidad de huesos amontonados, descubre la ósmosis reptiliana. Y ella no se va a convertir en una batería nuclear.
A pesar de estar consciente y ver por las ventanas de la instalación alienígena algunos lagartos curiosos masticando hojas de menta, no puede moverse. Esta gelatina en la que está sumergida hasta el cuello dentro del huevo es como un traje de goma irrompible: Se mueve un poco, pero no escapa. Para ella, su súper poder es la valentía con que investiga cada caso, pero en estos momentos tiene que recurrir a su habilidad natural.
Cierra los ojos.
Su piel aumenta de temperatura.
El huevo burbujea por dentro.
De repente, disparos truenan. Ampollas. La nariz se le revienta, tomando la forma de una palomita de maíz. Luego un ojo. El lado del cuello. Toda la piel comienza a estallarle con un color blanco y aspecto ligero. Esto desplaza el líquido del huevo, haciéndolo explotar y liberándola de su cárcel nuclear.
Toda ella está cubierta de palomitas de maíz. La puerta se abre y dos lagartos con tridentes entran, oliendo a hierbabuena.
—Agente Palomita, cese la destrucción de nuestros huevos nucleares.
—No puedo, chicos. Los van a usar para destruir mi planeta, y eso no está chido.
Los lagartos giran sus cuellos perplejos, parpadeando, sin mostrar emoción alguna.
—La naturaleza no necesita negociar con nadie, Agente Palomita. Lo que el ser inferior desee es irrelevante. La única ley es la potencia y quién la aplique.
Palomita pasa su mano sobre su brazo, despegando todo el maíz reventado que había producido, juntándolo en su mano.
—Esto que tengo en mi mano es altamente explosivo.
—¿Lo es?— Preguntan los lagartos. Uno muerde tres hojas de menta.
—Claro. Si tiro aunque sea uno al suelo, todo este lugar puede explotar.
—Lo más lógico es huir, entonces.
Ambos lagartos se deslizan por las paredes y el techo a gran velocidad. Los curiosos de afuera también desaparecen. Palomita tira el puñado al suelo y se sacude la mano. No pasa nada.
Llega al cuarto en donde guardaron todos sus objetos y encuentra a la gerente, escuchando la grabación de su collar.
—Ese collar es explosivo… Suél-
—Sé que mientes. Recuerda que estoy contagiada de emociones.
Palomita hace un silencio muy serio. La mujer que tiene frente a ella también tiene todas sus armas.
—Pero esto, lo que dices en el collar, es cierto. Queremos destruir la tierra.
Un temblor gigante las remueve. Sonidos de naves espaciales cargando sus motores y despegando del suelo.
—¿Y tú?— preguntó Palomita, con urgencia.
Después de una pausa, la gerente escupe una hoja de menta al suelo. Le entrega a Palomita el neutralizador nuclear, y carga el rifle de cáscaras.
—Yo no entiendo qué tiene de malo sentir. Vamos a salvar el mundo.
Ambas avanzan hasta la incubadora, en donde Palomita desactiva el factor nuclear de los huevos, mientras la gerente le cuida las espaldas, matando a cuanto reptiliano quiere detenerlas.
—¿Cómo te llamas?
La gerente lanza dos disparos, y contesta cargando el rifle.
—Ojo Seco.
—No, tu nombre humano, güey.
—Ah. Elena.
—Un gustazo.
Palomita desactiva el último huevo, terminando la amenaza nuclear.
—Me cae que nos vamos a llevar con madre.
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