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Capítulo 1

La noche del jueves 13, Serafín la recibió con una sonrisa cariñosa, como de costumbre, en cuanto lo despertó. La niña, inquieta, expresaba urgencias de una forma tan particular como inentendible, sin embargo, Serafín asintió con la cabeza, giró sobre sus talones con gracilidad, apoyó la frente contra la superficie de la cámara criogénica, cerró los ojos y se puso a contar del uno al cien en voz baja pero lo suficientemente audible para Emilia.


El patio de generosas dimensiones de la familia Bonnenman estaba aquella misma tarde abarrotado de personas que se desplazaban sobre el césped con aires de grandeza. Había mesas colocadas aquí y allá, vestidas con manteles bordados con hilo de oro, y manos enguantadas depositaban finos platos de porcelana sobre ellas.

Emilia arrastraba una pequeña silla de plástico que de vez en cuando rebotaba graciosamente en algún escollo de las irregularidades del piso. Avanzaba a pasos cortos y tambaleantes hacia el escenario con la clara intención de ocupar la primera fila. El arrullo de las de las conversaciones flotaba en el aire como un eco lejano, solo un chillido irritante quebró la armonía de aquella suerte de melodía de tórtolas e iba dirigido a la joven Emilia que se detuvo en seco con el corazón desbocado.

Claudia mascullaba órdenes a través de sus dientes de caballo. El semblante de Emilia se transformó en una máscara de desilusión. Pero obedeció: dejó la silla y se dirigió a su habitación.

Claudia era una maldita bruja. Y ese vestido le quedaba mal, delatando su torpe figura de pecho demasiado ancho y torso corto. En cambio el suyo, lleno de lazos y brillos por todos lados, de forma acampanada que volaba cuando ella daba vueltas en círculos, era más bonito y hecho a su medida.

Alcanzó a escuchar la voz maximizada de Claudia por el micrófono; operando como anfitriona, les daba la bienvenida a sus invitados con excelso entusiasmo. Emilia pensó en su silla abandonada en el césped, seguramente Boryas ya la habría recogido y llevado adentro de la casa. No quedaría ninguna señal de que la pequeña había transitado por allí.

Afuera, un hombre de semblante angelical subía al escenario. El público que hasta el momento se había mostrado discretamente ruidoso, calló por completo. Se dejaron oír algunas expresiones de asombro hasta que el hombre habló. En las mentes de la mayoría de aquellas personas habían destellos de extrañeza, como cuando se contempla una obra de arte abstracto que deja las huellas de una emoción profunda. La sola presencia de aquel singular individuo hubiera sido suficiente para lograr un show completo. Lo único que él hubiera tenido que hacer era caminar de un lado al otro del escenario y aguardar aplausos admirados.

― Tengo algo que confesar... ― El público aguardó en un tenso suspenso ― con esta cara y todo, voy al baño como cualquiera de ustedes. Y creo que hasta peor.

Claudia se lo esperaba porque ya conocía la rutina. Estalló en una grotesca carcajada que todos los demás imitaron con fidelidad. El hombre del escenario sonrió y metió ambas manos en los bolsillos del pantalón con aire jovial. Iba a ser una noche fácil.

El humor escatológico continuó durante un buen rato hasta que el hombre que se había presentado como Serafín, comenzó a hacer malabares con copas de champagne. Finalizó el espectáculo con un show de fuegos artificiales que a través de una ilusión perfecta parecían salir disparados de su boca. La gente enloqueció de algarabía. Serafín se despidió con una reverencia y un guiño de ojo que dirigió a la mesa más próxima al escenario donde una pequeña niñita de vestido acampanado y vistoso aplaudía emocionada, sin temor a ser descubierta, debajo de los pliegues del mantel.


Procuraba dar pasos muy suaves para sorprender a la pequeña que en ese momento se encontraba dentro del ropero donde él guardaba su indumentaria. Ella tapaba su boca con ambas manos para evitar delatarse con alguna risita nerviosa. Pero él conocía las tradiciones de Emilia. En cuanto abrió de par en par las puertas del ropero, Emilia saltó riendo a sus brazos. Serafín posó el dedo índice en sus diminutos labios indicándole que callara o los oiría Claudia. Emilia asintió frenética y le propuso el juego siguiente. Serafín se cubrió los ojos con la tela de una corbata con que había rodeado su cráneo y estuvo un buen rato intentando atrapar a ciegas a una escurridiza Emilia que jadeaba aguantando risas y trataba de recobrar el aliento que la adrenalina le robaba cada vez que su compañero de juegos estaba a punto de atraparla.

― Nos vemos mañana ― susurró la niña antes de irse a su habitación, ya entrada la madrugada.

― Te aguardaré ansioso ― dijo el hombre. Le dedicó una sonrisa complacida a la criatura que ya se dirigía a la cámara criogénica para configurarla como tantas veces, escondida, había visto a Claudia hacerlo.

Serafín se introdujo dócilmente dentro del reducido ataúd metálico y unos minutos después se hallaba plácidamente sumido en una oscuridad sin sueños.


A pesar de las advertencias de Serafín, Emilia no podía evitar despertarlo cada noche y jugar con él hasta entrada la madrugada. Emilia comenzó a dormirse en los momentos más inoportunos durante el día: en sus clases de piano, de idioma, en el jardín durante las tardes soleadas mientras escuchaba de su niñera "Alicia en el país de las maravillas", su historia preferida. ¡Quién hubiera dicho que la ansiosa Emilia se dormiría alguna vez escuchando Alicia! Fue la gota que rebalsó el vaso. La niñera presentó sus observaciones con Claudia. Ni el profesor de piano, ni la profesora de alemán lo hicieron. Fue la niñera.

Claudia, carente de gracia pero no de astucia, decidió observar los movimientos y actitudes de la niña. Le pisaba los talones durante todo el día por lo que Emilia tuvo que resignarse durante un buen tiempo a quedarse sin su entretenimiento nocturno.

Pasaron varias semanas hasta que Emilia tuvo su oportunidad. Claudia había dejado de acecharla hacía un par de horas, no podía desaprovechar aquel instante. Recuperada, despejada y con todos los sentidos atentos, ya estaba lista para volver a abandonar sus energías en las tierras de fantasía de Serafín. Pero alguien le había ganado de mano.

El lúgubre cuarto donde residía impasible el comediante, había salido del sopor habitual en el que siempre lo encontraba Emilia. Asustada, se ocultó detrás de un muro de cajas polvorientas y observó atenta sin atreverse a parpadear.

Los jadeos de Claudia llegaron inconfundibles y como dagas hasta sus oídos, y ayudada de la trémula luminiscencia lunar que se filtraba a través de las cortinas percudidas, alcanzó a divisar el movimiento grotesco de las caderas de la mujer y su torso corto desnudo. Debajo de ella, una figura inmóvil, de rostro angelical, los labios apretados, los ojos fijos en un punto del techo, como si aún siguiera dentro de su cámara criogénica pero sufriendo una de las peores pesadillas de las que lamentablemente no podía despertar por medios propios.

Emilia se tapó la boca con ambas manos para no gritar de espanto y salió corriendo ágilmente del cuarto, dispuesta a ir en busca de su padre y salvar a Serafín de esa mujer horrenda.

Claudia fue desterrada de la familia Bonnenman. Pero cuando Emilia al fin respiraba de alivio e incluso sentía alegría ante la perspectiva de no volver a ver a Claudia, llegó su turno de confesar qué hacía en esa habitación aquella noche. La niña dijo, como pudo, toda la verdad. La habían educado para ello, la verdad era liberadora y conducía por caminos rectos. Pero las cosas no salieron como esperaba. Se llevaron a Serafín. No pudo siquiera despedirse de él ni jugar una última vez.


Serafín sentía que el frío había llegado hasta su corazón, tan humano como el de cualquier otro. Lo habían vendido, pero no sabría quienes serían sus nuevos dueños hasta que a ellos se les antojara despertarlo nuevamente. Maldijo su suerte, maldijo a Claudia y sus vicios, maldijo su rostro perfecto, maldijo al mundo y sus injusticias. Y lloró por Emilia. La primera queja de los nuevos propietarios del Serafín tuvo que ver con una lágrima congelada en el rostro del muchacho. Habían pedido a un comediante y en cambio habían obtenido un alma en pena. Y allí quedó Serafín, dentro de otro depósito, juzgado y sin oportunidades.

Hasta que volvió a sentir el calor y el aire y se preparó para conocer a sus nuevos dueños.

Abrió los ojos y en cuanto enfocó vio a una mujer joven, de ojos grandes y grises que lo miraba de una forma tan particular que le dio escalofríos.

― Eres tú ― susurró ella con los ojos empañados en lágrimas.

― ¿Y usted es..? ― El muchacho se alejó un par de pasos de la joven, en alerta. Ella no respondió. Se puso a contar del uno en adelante.

― No puede ser ― murmuró Serafín. No, era imposible. Como un objeto cualquiera, sus propietarios pensaban que podían jugar con él y por ende con sus sentimientos. La ira le enrojeció sus finas facciones y encaró a la mujer dispuesto a hacerle daño. Pero ella se escudó con un trozo de tela raído. Serafín le arrebató la corbata de la mano y se quedó allí, parado, con la prueba entre sus manos mirando de hito en hito a la joven y la corbata.

― Emilia... ― admitió al fin con un suspiro, desesperado, destruído. ― ¿Cuánto tiempo ha pasado? ― preguntó con la voz quebrada. Ella asintió lentamente, comprensiva.

― Diecisiete años ― respondió al fin.




13 Septembre 2019 01:02 2 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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A propos de l’auteur

Natalia Marcovecchio Disfruto escribir. Ojalá les guste lo que tengo para contar. ¡Bienvenidos!

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Ah que bueno es leerte desde temprano! La historia está muy interesante, me ha gustado mucho. Hay un detalle en el espacio que queda cuando pegas los guiones largos (—) que se soluciona pegando sin formato, creo que la combinación de teclas es SHIFT+CONTROL+V para que el guión quede sin espacios 😁 saludos, esperaré los siguientes capítulos.
April 11, 2020, 14:25

  • Natalia Marcovecchio Natalia Marcovecchio
    Hacía bastante que no escribía jaja Gracias por lo del guión!! :D Me incomodaba ese espacio y no sabía como sacarlo. Mil gracias!! April 11, 2020, 14:48
~