¿De verdad te encuentras de mi lado? Vete, vete, date la vuelta y vete. Al final de este amor solo queda el odio. Lo nuestro no tenía fin, pero ahora lo estamos viendo. No arrastremos esto por razones ridículas. Es muy tarde, se ha terminado.
Era comprensible al final que The Dirty Dawg no podía ser eterno. Aun cuando los cuatro se compenetraban de esa manera tan profunda, como si de una familia se tratase, la manera en la que Ichiro y Samatoki empezaban a rozar y a pelear era demasiado. De repente Samatoki acusó a Ichiro de hacerle algo a su hermana menor, y fue cuando tomó la decisión de dejar la agrupación.
Era de esperar para Ramuda que eso sucediera, de todas formas no los veía realmente como unos camaradas, o hermanos. Simplemente todos ellos eran herramientas para obtener beneficios de Kadenokoji, seguir con los planes de las mujeres de Chuuoku y seguir también con los propios. Pero luego estaba aquel hombre, Jinguji Jakurai, aquel médico que fue a recoger personalmente en aquel país lejano, y que a su gusto encontró irremediablemente interesante. Sabía, pues, que también él mismo le había parecido interesante al mayor, y fue por ello que hizo lo posible por forjar una «amistad» con él.
Cuando Samatoki e ichiro quedaron fuera del juego, quedaban ellos dos nada más. Y fueron bastante unidos en ese entonces, si se le permitía relatar. Por supuesto que Ramuda hacía lo posible para que el mayor se sintiera cómodo con su compañía, incluso moderaba su entusiasmo usual y su personalidad pegajosa para no hartarlo. Sentía que lo necesitaba para la siguiente parte del plan que estaba forjando, pero muy en el fondo, la realidad era que se había vuelto dependiente a su presencia.
Por ello, no pudo perdonar su descuido personal cuando Jakurai se dio cuenta de su plan genocida. Era el gran contraste que tenían ambos. Jakurai amaba a la humanidad y daba su mejor esfuerzo por preservar la vida, mientras que la más grande fantasía de Ramuda era destruirla por completo.
Lo que el médico militar no podía entender ya del todo era el por qué de ese actuar, por qué querría exterminar a la raza humana en lo que parecía un simple capricho. ¿Qué era aquello que lo llevaba a odiar tanto a la humanidad? A los ojos de Jakurai, ahora Ramuda no era más que un psicópata, un hombre enfermo que necesitaba ser detenido a toda costa.
Intentó curarlo con su mic, intentó hacer que mediante su poder curativo esos pensamientos tan peligrosos fueran extirpados de su mente, pero ahí estaba ese detalle. Ramuda no se sentía como enfermo. No admitía que estaba mal. No podía verlo. Se cubrió con fuerza los oídos como si eso pudiera evitar que las líricas le afectaran, pero al empezar a sentir el poder de Jinguji hacer efecto lentamente, tomó su propio mic y lo atacó.
Una batalla empezó en ese momento, Jakurai con la mayor intención de curar a aquel que se había vuelto tan importante para él; Ramuda queriendo defender su ser al considerar que no tenía nada malo. Lamentablemente, de alguna manera el alumno superaba al maestro, y el rap de Jinguji fue demasiado para Amemura. Pudo matarlo en ese momento, evitar un daño mayor a su amada humanidad, pero se tentó demasiado el corazón y le perdonó la vida al irse en ese mismo momento.
Dos años habían pasado de aquella ruptura. ¿Jakurai seguirá pensando en él? ¿Seguirá viéndolo como ese fascinante joven que lo hizo descubrir su potencial? Incluso cuando la invitación del primer torneo llegó, esperó con paciencia los primeros días para que le enviara algún mensaje invitándolo a formar un equipo juntos. Pero no pasó nada, y mejor fue ordenado por Kadenokoji Ichijiku a formar un nuevo equipo, tendiéndole varios candidatos potenciales. Entre ellos le surgió el interés por Yumeno Gentaro y Arisugawa Dice.
Tenía que admitir que en ellos encontró el confort y alegría que le faltaba a su vida, y que lentamente iban curando su alma al dejarlos, sin querer, acercarse poco a poco a él. Pero en su mente seguía el recuerdo de Jakurai presente. Sin siquiera conocerlos, odiaba a los que había elegido como miembros de su equipo por el simple hecho de estar en aquel equipo con él en su lugar.
Lo odiaba.
Lo odiaba.
Lo odiaba.
Lo odiaba.
Quería ponerse el papel de víctima, que él no tenía nada de malo, que la culpa de esa separación era de Jakurai al pensar de esa forma tan utópica. Lo odiaba, y no paraba de repetirlo en su mente.
Odiaba que le tuviera ese miedo desde que descubrió los vestigios de su plan. Odiaba que intentara curarlo de algo que juraba no tener. Odiaba hasta que le haya perdonado la vida. Odiaba que se haya largado de su vida.
Odiaba que siguiera su vida ahora como si nada, que haya empezado un equipo sin él, y por lo que veía al estarlo espiando constantemente, odiaba que los quisiera tanto. Era a él a quien debía querer, por quien debía preocuparse y quien lo hiciera feliz. Él y nadie más. Jakurai había sido cruel al dejarlo, y quería convencerse de una vez por todas que no lo necesitaba, que el mayor había sido el único perdedor en todo esto. Quería deshacerse de él a como diera lugar, y por ello odió terriblemente que Matenrou los derrotara en la primer ronda.
Y daba gracias a que el último día de la estancia en Chuuoku se reunió con Kadenokoji, o de lo contrario hubiera tenido que ver el rostro de Jakurai. Odiaba su rostro, pero en el fondo deseaba verlo con ansias. Y sin embargo, seguía diciéndose a sí mismo que solamente podía albergar odio para él.
Por ello, aquel último encuentro fue lo que lo rompió.
Esto es molesto, Lo odio ahora, te odio. Te odio ahora mismo-
Necesitaba un tipo específico de telas para terminar un trabajo muy importante, o de lo contrario no estarían listos para la fecha de entrega. Sin embargo, se había comunicado con todas las casas de moda de Shibuya y ninguna contaba con stock de la misma en ese momento. Pero todas lo remitían al mismo lugar, la Casa de Moda " Chāmu o sentaku, en Shinjuku. De todos los sitios, tenía que ser en Shinjuku. Y tenía el tiempo encima y necesitaba treinta metros de aquella tela especial. Se comunicó sin más remedio a aquel lugar, y para su satisfacción contaban con la misma, en tal cantidad. Hizo así el pedido, en forma urgente, solamente para descubrir que el protocolo exigía que los envíos más urgentes fueran enviados para el día siguiente, y no podía esperar desde esa misma mañana a la siguiente para poder trabajar. Resignado, se preparó para salir.
En su mente sólo se repetía que tenía tres días más para completar un conjunto de veinte prendas, y que por ello cada minuto era valioso. Si hubiera tardado el envío para esa misma tarde, le hubiera sido más comprensible, y hasta se hubiera beneficiado al poder tener el tiempo de acabar con los accesorios del mismo, pero la tela era esencial para poder acabar a tiempo. Se fumó un cigarro en el camino, no era tampoco como si Shinjuku quedara al otro extremo del país, pero le era molesto tener qué movilizarse con tal de conseguir el material.
Consiguió la tela, sintió alivio y quería únicamente volver a su taller para trabajar en santa paz. Pero claro, el destino no quería que llegara aún. Fue cuando, como llamado por alguna fuerza extraña, volteó a ver a los autos durante un alto, cruzando su mirada con la de Jakurai, quien iba en su camioneta en ese preciso instante. Le quedó viendo fijamente, sintiendo un fuerte dolor en su pecho por tan solo haber cruzado miradas con su ex compañero. Era raro, podía tan solo hablar con Ichiro, verlo cara a cara, incluso ver y molestar a Samatoki. Pero con Jakurai era tan diferente. Y lo menos que podía esperar que hiciera en ese momento sería que arrancara en cuanto el semáforo le diera el verde una vez más, pero no. Se estacionó poco después del lado de la calle en donde el de cabello rosa se encontraba.
No se dio cuenta del momento en que lo tuvo en frente suyo, inerte, como si solamente ellos dos estuvieran en la calle o en la ciudad entera. Ni siquiera fue capaz de responder a la cortesía del médico, «ha pasado mucho tiempo, Amemura-kun». Fue incapaz de decirle algo, ¿en qué momento le hablaba con tanta formalidad? Antes era su nombre, ahora lo llamaba como a un mero conocido.
—No tuve jamás la oportunidad de decirte que hiciste un buen trabajo en el torneo —le dijo Jakurai con voz solemne, con esa gracia y calma que tanto lo caracterizaban y hacían que el corazón de Ramuda se sintiera tan cálido. Nuevamente sentía esa calidez que ni siquiera sus amigos —Gentaro y Dice— lograban despertar.
—De haber hecho un buen trabajo, te hubiera derrotado.
Jakurai guardó silencio, desvió la mirada hacia el suelo mientras recogía uno de sus mechones de cabello hacia su oreja. Ese acto fue inevitablemente notado por Ramuda, quien de inmediato bufó, tomándolo de la manga de su abrigo y lo empezó a llevar casi a rastras.
—Siempre tienes estos problemas con tu cabello, dudo que hagas algo con él además de cepillarlo. ¿No conoces acaso las colas de caballo, o los...? ¡Rayos! ¿Es que en este lugar no conocen tampoco los parques? —Ramuda se quejaba incesantemente, buscando alguna banca hasta dar con una en las afueras de un edificio empresarial, haciendo entonces que Jakurai se sentara.
El mayor no decía nada, pero sin que el de cabello rosa lo notara, había dibujado una sonrisa nostálgica en su rostro. No, no era la misma actitud con la que lo trataba en la época en la que se conocieron, pero la esencia de ese cariño que era consciente que se tuvieron permanecía.
Jinguji se sentó entonces en la banca, y Ramuda se colocó detrás para empezar a trenzar su cabello. Empezó por detrás de donde le empezaba el flequillo, sosteniendo tres hebras finas de cabello y empezando a hacer el cruce inicial. Una vez hecho, se dio un par de segundos para decidir qué clase de corona hacerle.
— ¿No está siendo muy problemático el peinarme de este modo? —Jakurai le preguntó, en un tono relajado y con los ojos bien cerrados. Podía sentir lo laborioso que era manejar el extenso cabello— Quizá si lo recortara unos cuantos centímetros...
—Definitivamente estás loco, anciano. Cortar un cabello como éste debería ser un pecado capital —Ramuda no mejoraba su actitud pero no perdió tampoco oportunidad de darle un retorcido cumplido. En verdad era un cabello hermoso el que tenía Jakurai, y le dolía admitir que era incluso mejor que el suyo, siendo que estaba cien por ciento seguro que el mayor ni siquiera le daba los mismos cuidados que Ramuda.
La gente pasaba y les quedaba viendo. Debía ser una escena muy fuera de lo usual el ver a un niño —o a quien parecía ser un niño— molesto trenzando el cabello de un hombre mayor. Pero a Ramuda no le importaba eso. Incluso daba miradas incómodas a quienes se atrevieran a mirarlos por más de tres segundos. Estaba tardando en arreglar todo el cabello y maldecía el no haber traído algún bolso donde guardara adornos para el cabello, pero ahí estaba, terminando una bella corona con el cabello de a quien incluso en estos momentos, se repetía odiar.
—Me estás costando demasiado tiempo y tengo que llegar a mi taller para terminar un trabajo de urgencia —se atrevió incluso a quejarse con Jakurai, mientras terminaba de amarrarle el cabello con una liga que se había guardado de la envoltura de una paleta. Solamente rogaba por haber atado bien los extremos y que no se fuera a deshacer a mitad del día.
—Siendo que yo no pedí que hicieras esto, Amemura-kun, no tengo culpa alguna —quizá fue una manera muy educada de defenderse, pero era a fin de cuentas la verdad.
—Debía hacerlo, considérala la buena acción del día. Siempre andas con el cabello suelto, un día eso te traerá un problema grave.
Ahora Jakurai no pudo retener su risa, dejando salir la misma con una agraciada carcajada, cubriendo su boca al momento. Ramuda sólo podía irritarse más, preguntando cuál era la gracia.
—Recordé de repente la primera vez que me trenzaste. No estaba muy adecuado a que alguien hiciera esa clase de detalles por mí, y sinceramente no había permitido a nadie más hacerlo con anterioridad.
— ¿A nadie más que a mí? —aunque era una sencilla declaración, le cayó como una bomba en ese momento.
Se quedó entonces pasmado, viniendo todos los recuerdos de su prácticamente hermandad cuando fueron más jóvenes, y aquellos sentimientos terribles hicieron aparición. Quiso tomar sus cosas y largarse de ahí, no importaba que Jakurai siguiera hablando por el momento, necesitaba irse lejos. Pero las palabras empezaron a fluir mejor de su propia boca.
—Ni siquiera voy a preguntar en qué momento te harté, pero ¿por qué mierda ni siquiera te preocupaste en permanecer?
La atención de Jakurai se vio atraída a esa misma pregunta, volteando entonces a verlo, con cierta extrañeza.
—Sí, ¿es que no pudiste aceptar la verdad? ¿Fui en ese momento muy repulsivo para ti? Heh, incluso me tomaste como un loco, un paciente más... y sin embargo no tuviste el valor de matarme. ¿A qué mierda crees que estoy jugando?
— ¿Sigues acaso con tu macabro plan? —era una pregunta a la cual ya le tenía una respuesta, sabía que no iba a suspender todo ese planeamiento por nada, pero Jakurai quería escucharlo de los propios labios de Ramuda.
—Estamos en público, idiota —el menor apretaba incluso los dientes y lo decía cual secreto.
—Eso me ha contestado mi pregunta.
El de cabellos violetas se levantó entonces, dispuesto a retirarse. A donde sea que fuera, se le estaba haciendo tarde, y aunque fue bueno recordar por unos minutos los buenos tiempos, era suficientemente consciente para saber que no necesitaba de esto.
Al momento en que se empezó a alejar, fue cuando pudo escuchar mil y un maldiciones provenientes de Amemura. Repentinas palabras de odio, deseos de muerte, tanto así que llamaba la atención de todo el mundo. La ciudad se paralizó a su alrededor y a Ramuda no le importaba, y siguió así hasta que lo vio subir de nuevo a la camioneta para partir a dios sabrá dónde.
Se sentía demasiado impotente, y tomó nuevamente sus cosas para largarse. Tomó incluso un auto para ir de regreso a Shibuya, pues el bullicio de la gente en el transporte público amenazaría con romper lo que en ese momento quedaba de él. Llegó así a las puertas del taller, pero la ira estaba muy presente en él. Se repetía tanto las palabras de odio que llegó a tal punto que ni él mismo se las podía creer. Se repetía que no lo necesitaba, que aquellos buenos momentos fueron una treta nada más. Que jamás sintió ninguna curiosidad por Jakurai, mucho menos atracción. Se repetía lo mucho que lo odiaba, hasta darse cuenta de que era él mismo quien siempre jodía las cosas. Que lo que empezó con un problema serio lo fue haciendo una nimiedad entre otras, y hoy que tuvo la oportunidad de resetear aquel pasado turbulento, de redimirse como empezaba a hacer gracias a quienes ahora consideraba amigos, se había arruinado por culpa suya.
No tuvo más opción al final que subir, y poco después hizo un par de llamadas.
Dice y Gentaro se encontraron en el camino al taller de Ramuda. Habían recibido la llamada del mencionado y aunque no parecía sonar en problemas, él les aseguraba que los habían.
— ¿En qué clase de problema crees que se encuentre metido ahora? —Dice preguntó al escritor, caminando a paso tranquilo por la acera.
—Seguramente nos pedirá ayuda para terminar sus conjuntos. Si ya consiguió la tela que lo estaba matando ayer, entonces supongo que necesitará ayuda para cortar tantos patrones —Gentaro suponía, encontrando algo de sentido en el tono tranquilo que usó Ramuda, pero era, como siempre, una mentira. Lo notó, ese ligero quiebre de voz cuando mencionó que había un problema.
— ¿Y crees que en esta ocasión nos pague algo? La última vez que nos hizo trabajar con él no nos dio absolutamente nada.
—Entonces ve mentalizando que nuevamente nos dará las gracias y ya.
Permanecieron en la plática por un momento hasta subir al taller. Se encontraron con la puerta abierta de par en par y la luz apagada. El sitio no contaba con ventanas grandes, así que era importante que al trabajar encendiera las luces para poder tener una amplia visión del trabajo. Y si bien no había suficiente oscuridad en el taller, les costó encontrar la silueta de Ramuda entre el reguero de telas, maniquíes y hojas de papel que había por doquier. Al inicio uno pensaría que alguien intentó robar el lugar, pero al ver a Ramuda intacto, y que el equipo de manufactura costoso seguía en su lugar, así como otros conjuntos terminados, la idea del atraco quedaba descartada.
Se acercaron así cautelosamente, mientras Ramuda permanecía en un rincón oscuro, hecho un ovillo humano.
— ¿Sucedió algo, Ramuda-kun? —Gentaro fue el primero en preguntar, mientras ambos se agachaban e hincaban en el suelo.
Ramuda no levantó la vista, pero suspiraba constipado de tanto llorar. Se vieron entonces el escritor y el ludópata frente a frente por un momento. Adivinaron entonces lo que sucedió.
— ¿Dijo algo malo? —Dice le preguntaba como si se tratara de un niño que había tenido un pleito escolar.
Ramuda siguió en silencio, pero al notar lo pronto que dieron en el blanco, se aferró a sus propias rodillas, y sin levantar aun la vista, solamente gritó en pleno llanto «lo odio tanto».
Los otros dos no pudieron hacer más que abrazarlo en ese momento, intentando calmarlo, sin necesidad de darle la razón o contradecirlo. Únicamente le abrazaban, en silencio, dejando que se desahogara, y lentamente el otro fue abriendo los brazos para corresponder a aquel abrazo que tanto necesitaba.
No había dejado a nadie acercarse como hacían ellos.
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