azale Sara García

Candela es una fanática de la licantropía y está convencida de la existencia de los hombres lobo. Un día escucha un aullido provenir del bosque y con su característica curiosidad no duda en buscar respuestas, hasta que entonces se encuentra con un lobo de pelaje grisáceo y de ojos oscuros que la deja fascinada.


Paranormal Loups-garous Tout public.

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Los aullidos en el bosque

Candela se despertó sobresaltada al creer oír el aullido de un lobo, parecía que provenía del bosque, pero le parecía tan poco probable que intentó calmarse y volver a dormir. Sin embargo, cuando cerró sus ojos oscuros volvió a escuchar el mismo sonido, y esta vez estaba segura de que no había sido una creación de su imaginación. Se levantó de la cama para poder acercarse a la ventana, desde allí contempló el bosque oscuro: en lo alto del cielo iluminaba el paisaje una luna llena. Apoyó las palmas de sus manos sobre el cristal, dejando las marcas de sus huellas, y fascinada pudo divisar a dos lobos que se escondían entre los troncos de los árboles. Siempre había creído en la existencia de los hombres y mujeres lobo, pero todas las personas con las que compartía su pasión por la licantropía dudaban de ella. No era la primera vez que se adentraba en el bosque y encontraba huellas en la tierra húmeda de animales que terminaban convirtiéndose en pisadas humanas: sus familiares y amigos más cercanos creían que empezaba a delirar, pero quizás aquel era el momento perfecto para demostrar que estaba en lo cierto.

Sin dudarlo se calzó unas zapatillas y buscó una linterna en uno de los cajones de su mesilla de noche. Salió al exterior con su camisón blanco de asas y encendió la linterna para no tropezarse con las piedras y ramas que obstaculizaban su camino. Los árboles se alzaron ante ella, pero con su característica valentía se adentró en el bosque sin temor alguno. No sabía qué hora sería, pero entendía que aquel día era el ideal para encontrarse al fin con un licántropo: decían que las noches de luna llena estos seres no podían evitar transformarse y perdían el control de sus propios actos. Candela sintió cómo su corazón se aceleraba al percibir el crujido de unas ramas, sabía que algo o alguien la estaba vigilando desde la distancia, tenía el presentimiento. Dio media vuelta sobre sus talones y lentamente se giró a trescientos sesenta grados para poder iluminar todo aquello que la rodeara. Entonces escuchó un aullido que la atormentó, y sin poder reaccionar un animal se abalanzó sobre ella con rabia. Candela evitó soltar un grito, sabía que así sólo conseguiría poner más nervioso a aquel lobo de pelaje grisáceo. Sus patas pisaban la zona de su clavícula y su peso impedía que Candela pudiera moverse. Trató de calmarse, aunque era difícil teniendo sus dientes afilados a centímetros de distancia. Su saliva empezaba a caer sobre su cuello, el lobo fruncía el hocico en un gesto amenazante, pero Candela no se amedrentaba. Analizó sus ojos azules y tuvo la sensación de que más allá de aquella mirada llena de ira había una persona con sentimientos y emociones como otra cualquiera.


—No voy a hacerte nada —susurró con una voz dulce, tratando de tranquilizarlo—. Vivo cerca del bosque, en una casa de madera, no quiero hacerte daño —insistió comprensiva, aunque cualquiera que presenciara la escena diría que estaba completamente loca por tratar de conversar con un animal.


El lobo pareció comprenderla y dejó de hacer presión sobre su cuerpo. Candela le sonrió a modo de agradecimiento y se atrevió a acariciar su pelaje suave con cautela. No quería hacer movimientos bruscos para no asustarlo.


—¿Eres un licántropo? —le preguntó con curiosidad, ya que en parte era consciente de que podría existir la posibilidad de que fuera un animal salvaje.


Como era de esperar el animal no contestó, y entonces levantó su pata y comenzó a lamerla con insistencia. Candela le pidió permiso para poder agarrarla y el lobo no se lo negó. Cuando la colocó sobre su palma y la analizó con detenimiento, iluminándola con la luz de la linterna, pudo comprobar que tenía una astilla clavada en la almohadilla. No era una herida grave y tampoco sangraba, pero podía a llegar a ser molesto, sobretodo a la hora de caminar o de correr, también podía infectarse.


—Esto te va a doler un poco —con cuidado agarró la punta de la astilla y tiró de ella, provocando que el lobo soltara un quejido agudo—. Ya está, ya está —trató de calmarlo—. Ahora ya no te va a molestar.


El animal lamió su cara con agradecimiento y Candela rió por las cosquillas que le provocaban el roce de su lengua con su piel. Entonces el crujido de unas ramas alertó al lobo de pelaje grisáceo, y frente a ellos apareció un joven de cabello rubio.


—Darío, tenemos que irnos, dentro de poco llegarán los cazadores —comentó con cansancio mientras movía en círculos sus brazos—. La transformación siempre me deja hecho polvo.


Cuando se dio cuenta, aquel joven se encontró con los ojos oscuros de Candela. Adoptó una actitud defensiva y le enseñó sus colmillos, pero Candela sólo se escondió detrás del cuerpo del lobo al que había llamado Darío. Se sentía protegida, y aún así temía lo que aquel joven pudiera llegar a hacerle ahora que conocía uno de sus mayores secretos.


—No me hagas daño, por favor —suplicó Candela, y el lobo se incorporó para desafiar con la mirada a aquel joven.


—¿En serio vas a defender a la humana? —cuestionó con incredulidad—. Deberíamos de matarla, nadie puede saber que somos licántropos, sabes cuáles pueden ser las consecuencias si se llegan a enterar en el pueblo.


El lobo hizo caso omiso a sus palabras y gruñó antes de abalanzarse sobre él. Candela aprovechó la oportunidad y corrió para salir del bosque y esconderse en su hogar. Sabía que se había metido en una situación bastante complicada, pero estaba convencida de que había merecido la pena: sus sospechas se confirmaban, los licántropos existían, y no sólo eso, sino que también merodeaban cerca de donde ella vivía.


—Deja de tocarme las pelotas —gruñó el rubio haciendo fuerza para lanzar a Darío hacia un lado—. ¿Me puedes decir qué mierda te pasa?


Darío comenzó a transformarse sobre la tierra húmeda, las ramas y las hojas que habían caído en el suelo. Sus huesos se encogieron y expandieron hasta modificar la forma de su cuerpo, hasta que finalmente se convirtió en un humano como otro cualquiera, de cabello oscuro y ojos azules. El rubio abrió la cremallera de la mochila que colgaba de sus hombros y sacó una camiseta y unos pantalones antes de lanzárselos con desgana y agresividad.


—Vístete o cogerás frío —le advirtió con frialdad, y Darío asintió—. Tenemos que encontrarla —dijo mientras señalaba el camino por el que había salido corriendo Candela—. Se lo contará a todo el pueblo, joder, Darío, que me vio toda la cara —comentó con desesperación, pasando una de sus manos por su rostro.


—Hablaré con ella, pero no quiero que le hagas daño —le suplicó provocando que su amigo dejara salir una ruidosa carcajada—. Te lo digo en serio, Naim.


—No creo que puedas tener posibilidades con ella, te recuerdo que eres un animal peludo y peligroso —recalcó con malicia, alzando las cejas—. Mañana quiero que te asegures de que no vaya a abrir esa bocaza —cedió finalmente.


—Parecía diferente, era como si supiera de nuestra existencia desde hace tiempo —le explicó Darío, pensativo—. No me tenía miedo, me ayudó con una herida.


—Joder, Darío, me produce arcadas escucharte —dijo Naim comenzando a caminar, y entonces Darío se dio prisa y se vistió los pantalones vaqueros y la camiseta blanca de manga corta—. Cualquiera diría que sufriste el mayor flechazo de la historia —bromeó con una sonrisa mientras Darío trataba de alcanzarlo—. ¿Llegó cupido hasta el bosque y te lanzó una de sus flechas mágicas?


Darío lo golpeó en el hombro y Naim dejó salir un quejido. Los dos empezaron a caminar hacia el pueblo, la noche había sido larga y necesitaban descansar. Cuando oscurecía siempre se acercaban al bosque para poder alimentarse: sólo les satisfacían los conejos, ratones y otro tipo de animales. La caza se había convertido en una rutina en su día a día, pero ya se habían acostumbrado a ello hacía tiempo.


Candela se encontraba en su habitación contemplando el paisaje a través de la ventana, todavía tenía el corazón acelerado, pero la sensación de la adrenalina recorriendo su cuerpo había sido satisfactoria. Se preguntaba si volvería a encontrarse con aquel licántropo de ojos azules llamado Darío, quizás debía de investigar el bosque más a menudo. Cuando estaba a punto de meterse en cama pudo contemplar tras la venta a un hombre con una escopeta saliendo del bosque, le sorprendió que estuviera allí a aquellas horas, pero pronto entendió las palabras que aquel joven rubio había pronunciado: había cazadores que los buscaban para matarlos sin piedad alguna. Se sintió preocupada aún siendo consciente de que no podría hacer nada por ayudarlos, ya era tarde, así que esperaba que los dos se hubieran marchado a su hogar para descansar. Se acostó en su cama con inquietud y se obligó a cerrar los ojos para intentar dormir, pero no podía dejar de pensar en aquellos ojos azules.


Cuando se despertó la mañana siguiente no dudó en llamar a su mejor amigo para contarle todas las novedades, estaba tan emocionada que incluso se había confundido de número de teléfono.


—Buenos días, Aitor —lo saludó con una sonrisa—. Vas a alucinar, pero tienes que prometerme que no se lo contarás a nadie —le suplicó.


—Espero que no tenga que ver con ese mundo de fantasía del que te gusta tanto hablar —la advirtió antes de soltar un ruidoso bostezo—. Si es para decirme que ayer fue luna llena ya estoy al tanto, yo también tengo ventanas.


—No seas tan apático —susurró molesta—. Te prometo que es algo muy importante, así que júrame por lo que más quieres que este secreto quedará entre nosotros.


—Está bien, Candela, no estoy interesado en que todo el pueblo piense que has enloquecido definitivamente —trató de bromear.


—Ayer por la noche escuché un aullido y salí al bosque —empezó a contarle, pero entonces unos golpes la interrumpieron—. Espera, creo que alguien está llamando a la puerta, después hablamos.


Con intriga, Candela colgó la llamada y se acercó hacia la puerta principal. Divisó una sombra difuminada detrás del cristal y no dudó en abrir, creyendo que sería el cartero. Sorpresa fue encontrarse con aquellos ojos azules, esta vez en un cuerpo humano. Contempló asombrada la belleza de aquel joven y le sonrió con cierto nerviosismo, colocando uno de sus mechones detrás de su oreja, coqueta.


—Perdón, sé que todavía es muy temprano —se disculpó cabizbajo—. Siento haberte intentado atacar anoche.


—No te preocupes —murmuró incrédula ante el surrealismo de la situación: tenía tantas ganas de volver a verlo y ahora que lo tenía frente a ella no sabía qué decirle.


—Necesito que me prometas que no le contarás a nadie sobre lo sucedido anoche —le pidió en un tono de voz apagado—. Si alguien se entera no sé qué podrían llegar a hacernos.


—¿Los cazadores os buscan? —preguntó Candela con curiosidad.


—Intentamos no llamar la atención de los ciudadanos, pero es difícil no dejar huellas en el bosque —comentó con tristeza—. Necesitamos alimentarnos y por eso venimos hasta aquí, pero si son conocedores de nuestra existencia no dudarían en matarnos si nos encuentran.


—Ayer había un cazador en el bosque —lo advirtió Candela, y Darío asintió.


—Es Gabriel, no descansa por las noches, está obsesionado con nosotros —le informó a la joven—. Lleva años investigando sobre la licantropía y está convencido de nuestra existencia, a día de hoy es nuestro mayor peligro.


—Podría cazar por vosotros para que podáis alimentaros —se ofreció con amabilidad—. Mi padre me enseñó cuando era pequeña —Darío sonrió fascinado.


—Es instintivo, tenemos la necesidad de hacerlo por nuestra propia cuenta —trató de aclararle—. Aunque agradezco tus intenciones.


—No os preocupéis por mí, no se lo diré a nadie —pensó en voz alta al recordar su petición—. Tened cuidado, si lo necesitáis podré acogeros en mi hogar.


—¿Por qué no nos temes?, ayer no te asustaste cuando te ataqué —preguntó con confusión—. Nadie lo sabe, eres la primera..., Naim está de los nervios pensando que nos delatarás.


—Siempre estuve convencida de vuestra existencia, la licantropía es algo que me fascina, puedo pasarme horas recorriendo el bosque siguiendo las huellas que dejáis —comentó con timidez, y lo cierto era que le avergonzaba su fanatismo, pero parecía que a Darío le agradaba su curiosidad.


—Entonces serás nuestra cómplice —rió el joven tendiéndole la mano—. Será nuestro secreto.


Candela agarró su mano con un sonrojo en sus mejillas pálidas, y estaba segura de que no los defraudaría: los protegería frente a aquellos cazadores que quisieran asesinarlos.

1 Juillet 2019 21:22 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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