El inicio de ciclo escolar siempre era un fastidio. Un auténtico fastidio. De haber sabido que iba a ser así el trabajar en una escuela primaria, hubiera dicho que no de inmediato. Pero era lo que había. Tras haber despertado de malas, malograr el despertador tras el fuerte manotazo que le metió para apagarlo, y quemarse la lengua con el café de la mañana, tuvo qué llegar tarde para la ceremonia de apertura.
Los alumnos desde el primer hasta último grado estaban reunidos en el patio de la escuela, mientras habían colocado una suerte de escenario. Cómo detestaba esos eventos, ciertamente el ver los juveniles rostros de las nuevas generaciones, como el director llamaba a los mocosos que estudiaban en la institución, no le llenaba de ninguna manera. Al contrario, era un continuo fastidio el tener que ver caras nuevas, intentar aprenderse los nombres de los niños, y seguramente habría por ahí alguno demasiado jodón que no pararía de ir a la enfermería.
—…Así que, una última vez, bienvenidos sean al nuevo ciclo escolar. Esperamos que todos ustedes cumplan sus sueños y se formen de la mejor forma, para convertirse en la mejor generación de Japón —el director Choromatsu Kamiya terminó su discurso, tras haber presentado al personal de la escuela, entre ellos a Ichimatsu.
Lo habían presentado como el «médico escolar», Ichimatsu Fukuyama. Aun cuando sus funciones se reducían a lo que cualquier enfermero del mundo podría hacer, poner curaciones sencillas y poner venditas de colores en los raspones, sentía por lo menos un cierto respeto a su profesión. Hacía sentir que los años de estudio no se habían tirado al caño. Tuvo que pasar al micrófono para dar unas palabras de bienvenida, que se redujeron a un «espero gocen de una excelente salud, sería triste verlos con frecuencia». No era porque velara por la salud de los niños, es que simplemente no quería verlos.
Fue cuando lo notó. Era su imaginación, o le pareció ver a un curioso niño entre las filas de los grupos de tercer grado. Era curioso ver de verdad a niños nuevos entre esos grados, pues no era común que la gente se mudara al pueblo de Akatsuka. Desde ese momento, el pequeño de cejas pobladas y ojos brillantes captó su atención. La curiosidad era grande. ¿Qué vendría a buscar un niño de quizá nueve o diez años, en un pueblo como éste? ¿Qué hacía su familia que tuvo que llegar ahí?
Desde ese momento en la ceremonia, no podía evitar pensar en ello.
Los días pasaron, y ya para ser el primer mes, tenía a algunos que se habían vuelto «clientes frecuentes» de su consultorio. Para ser el primer mes, de verdad había mucho trabajo. Cierta vez, estaba a punto de irse del consultorio, tras haber guardado todas sus cosas. Solamente quedaban los niños de los clubes escolares, y no tenía el ánimo ni las fuerzas para seguir en esa pequeña habitación. Pero antes de que siquiera se pusiera la mochila al hombro, dos niños llegaron cargando a uno más pequeño que ellos.
—Fukuyama-sensei —dijo uno de ellos, antes de ayudar a poner al menor en la camilla—, ocurrió un accidente en la práctica de baloncesto.
Ichimatsu resopló resignado a que definitivamente no iba a marcharse temprano.
— ¿Qué fue lo que le sucedió? —preguntó al dejar su mochila, y acercarse con su estetoscopio y una lengüeta de madera, a fin de revisar al menor, quien parecía estar desorientado.
—El balón lo golpeó en la cabeza y se desmayó, por eso lo trajimos —otro de los niños le dijo. Al parecer no conocían bien al pequeño, pues cuando Ichimatsu les preguntó por el nombre no supieron responderle.
—Pequeño, ¿cuál es tu nombre? —hablaba al que estaba en la camilla, quien abría los ojos con dificultad. Ahora su miedo es que resultara con efectos colaterales por el golpe.
—Ka… Karamatsu… —respondía el pequeño en voz baja.
— ¿Karamatsu qué? —preguntaba Ichimatsu de nuevo.
—Matsuno —dijo el pequeño, volteando a ver al mayor.
En ese momento lo reconoció de la ceremonia de apertura. Iba a ser difícil olvidar esos ojos de curioso destellar, y esas cejas oscuras y espesas. Era simplemente que llamaban demasiado la atención. Gracias a eso, Ichimatsu pudo entablar una ligera plática, tras enviar a los otros dos de vuelta a su práctica.
—Eres nuevo en la ciudad, ¿no es así? —Ichimatsu le hablaba lentamente y con voz baja, aunque profunda. Tenía que revisar sus signos vitales, y sobre todo lo que correspondía a la vista y los reflejos.
—Si, mi hermano y yo llegamos hace un mes —Karamatsu hablaba lento, era por el aturdimiento del golpe en su cabeza, o simplemente ya era tarado desde antes. Sea como sea, tenía que notar todo eso para hacer un diagnóstico correcto.
—Tu hermano, ¿eh? ¿Qué hay de tus padres? ¿Ellos no vinieron?
—No tengo papás —fue su respuesta, nada más eso. ¿Cómo que no tenía papás? Aun así, Ichimatsu no siguió con el tema.
—Tu hermano seguramente te cuida muy bien, lo mejor será no preocuparlo con esta clase de accidentes. Tienes que ser más cuidadoso.
—Si, no querría preocuparlo.
— ¿Cómo se llama tu hermano? ¿Trabaja de algo?
—Él salva personas de incendios y derrumbes. Es todo un héroe.
—Debe ser un trabajo emocionante, ¿eh? —estaba en su límite. No solamente encontraba vacía la plática, sino que tenía que esperar a que el hermano de Matsuno fuese notificado y alguien apareciera para llevarlo a casa. No tardó mucho en llegar el dichoso hermano, preocupado por obvias razones, mientras Karamatsu ya se encontraba más repuesto.
Estaba pues, sentado en la orilla de la camilla, con una vendita pegada a la frente, donde se había lastimado por el golpe, y una paleta de dulce. Tras una rápida introducción del joven rescatista, quien se llegó a presentar como Osomatsu Matsuno, se llevó al pequeño, que ya no lucía en un peligro inminente.
Fue algo rápido, banal inclusive. Pero por alguna razón, el niño era atrayente. Atrayente en el sentido de que uno no podía dejar de preguntarse cosas sobre él. Como, por ejemplo, ¿qué habrá pasado con sus padres? Ichimatsu quería pensar que les había pasado algo, como morir en un accidente o algo, y no que les habían abandonado como un par de gatos callejeros. Eso sería una auténtica lástima. Cuando se retiraron los dos hermanos, Ichimatsu volvió a sentarse, pensando en ese pequeño niño. Ciertamente era algo torpe, pero aun así encantador.
—Será seguramente otro cliente frecuente —dijo antes de levantarse de su asiento, y tras tomar su mochila, irse del lugar.
La brisa primaveral era aun helada. Era estúpido al estar ya en abril, se supone que la primavera estaba a casi nada de terminar, por lo que una brisa fría no hacía el menor de los sentidos. Y sin embargo, era un frío soportable, hasta exquisito a su gusto.
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